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Crisis alimentaria, especulando con el hambre

Fuentes: Rebelión

Entre 2010 y 2011, los precios de los alimentos han batido récords siete meses consecutivos. Esta ha sido una de las causas de las revueltas en Túnez, Egipto, Argelia o Jordania, ante una subida de un 25% respecto a los precios del año pasado. El propio Parlamento Europeo denuncia que los altos precios de los […]

Entre 2010 y 2011, los precios de los alimentos han batido récords siete meses consecutivos. Esta ha sido una de las causas de las revueltas en Túnez, Egipto, Argelia o Jordania, ante una subida de un 25% respecto a los precios del año pasado. El propio Parlamento Europeo denuncia que los altos precios de los alimentos están sumiendo a millones de personas en la hambruna y amenazan la seguridad alimentaria mundial a largo plazo, debido no a la escasez o a una menor oferta de alimentos, sino a un alza de precios provocados por la especulación de su valor en bolsa. Mientras el FMI (Fondo Monetario Internacional) asegura que «el elevado costo de la comida llegó para quedarse. El mundo quizá deba acostumbrarse a alimentos caros».

Según diferentes especialistas, 2010 ha sido el año con una de las mejores cosechas de la historia. Según la FAO no hay riesgo de escasez en la última década y las reservas existentes para 2011 garantizan comida incluso con un déficit 13 veces mayor que el actual. No obstante, es sorprendente la inexistente relación aparente entre la cantidad real de cereales y los precios de las materias primas básicas como el trigo, el maíz o el azúcar.

Las tres causas fundamentales de este incremento desmesurado de los precios hay que buscarlas en el control que unas pocas empresas tienen del comercio agrícola mundial, imponiendo un precio, independientemente del costo real de producción; una segunda causa es la especulación bursátil con estas materias primas; y una tercera causa es la extensión de la producción agrícola de agrocombustibles.

La primera causa tiene que ver con el monopolio real de empresas como Syngenta, Dupont o Cargill, que controlan más del 70% de la oferta del cereal. A pesar de las proclamas de libertad de mercado, estos grandes grupos son los que controlan el mercado. De hecho han anunciado beneficios multimillonarios durante 2010 por la comercialización del grano.

La segunda causa tiene que ver con la inversión especulativa en materias primas, pues genera muchos beneficios y es algo muy seguro, ya que la demanda va en aumento. Desde que se especula en bolsa con materias primas básicas, como el trigo o el azúcar, los precios de los alimentos se han multiplicado de manera astronómica provocando una profunda crisis alimentaria que, ya en 2008, incrementó el número de personas hambrientas en 100 millones. En la medida en que la burbuja inmobiliaria estalló en los Estados Unidos y se profundizó en la crisis financiera, los especuladores empezaron a invertir en alimentos, empujando al alza sus precios.

El Relator Especial de las Naciones Unidas para el Derecho a la Alimentación denuncia que los fondos de alto riesgo, los fondos de pensiones y los bancos de inversiones -todos ellos sin interés alguno en los mercados agrícolas-, compran muy baratas las materias primas (trigo, maíz…) y esperan a que el crecimiento de la demanda haga subir los precios. Los estudios más fiables atribuyen hasta un 31% de la escalada en el precio del maíz al negocio especulativo de estos denominados «inversores financieros». Hacen todo lo posible para que sus fondos consigan el beneficio más alto en el más corto plazo. Entre sus prioridades no figuran obviamente ni invertir en la economía real ni evitar las hambrunas.

A mediados de febrero de 2011, el Banco Mundial comunicaba que debido al incremento en los precios de la comida, el número de hambrientos se estaba acercando a los 1000 millones, cuando los últimos datos de la FAO los cifraba en 925. Y un tercio de la mortalidad infantil en todo el mundo se atribuye a la malnutrición. Además 44 millones de personas están franqueado el umbral de la extrema pobreza porque sus débiles economías familiares han sido desestabilizadas por el incremento del coste de la comida. Según la FAO, en enero de 2011, por séptimo mes consecutivo, el precio de los alimentos alcanzaba un récord histórico al aumentar un 3,4% respecto a diciembre de 2010. Sabiendo que en el último semestre de 2010, el alza acumulada llegaba ya al 44%.

Junto al control del mercado y la especulación financiera encontramos la tercera causa en el uso de cereales como agrocombustibles. El aumento del precio del petróleo ha generado el uso de combustibles alternativos como aquellos de origen vegetal. Alrededor del 15% de la producción mundial de maíz se dedica a destilar etanol, que se mezcla con gasolina para los motorizados. A pesar del duro debate por su impacto ambiental, su dudosa contribución en la reducción de emisiones y por agravar la crisis alimentaria, la UE aprobó un objetivo obligatorio para alcanzar un 10% de agrocombustibles en el transporte en 2020. Llenar el depósito de un automóvil mediano con biocombustible requiere tanta cantidad de maíz como la que una persona africana consume en un año entero.

Cada vez se dedican más tierras destinadas a cosechas para biodiesel, reduciendo la oferta destinada a la producción de alimentos para la población. Esto ha reducido los alimentos disponibles, sobre todo en los países empobrecidos. Parece que nadie se atreve a poner en tela de juicio la barbaridad de millones de toneladas de maíz que se destinan a bioetanol (el 14% del maíz mundial). Porque bajo el intocable prisma neoliberal que impera, los alimentos no tienen por qué alimentar estómagos, sino que son mercancías que deben ser cotizadas en el mercado para agrandar las ganancias.

La crisis alimentaria global sólo beneficia a las multinacionales que han transformado los alimentos en una mercancía con la que especular. Las tierras, las semillas, el agua… se están convirtiendo en propiedad de multinacionales que ponen un precio exorbitante a unos bienes que hasta hace muy poco eran públicos. La agricultura y la alimentación como sustentos básicos desaparecen en favor de la visión mercantilista: el fin último no es garantizar comida ni trabajo, sino hacer un buen negocio. Frente a la mercantilización de la vida, debemos de reivindicar el derecho de los pueblos a la soberanía alimentaria, a controlar su agricultura y su alimentación. No se puede especular con aquello que nos alimenta.

Enrique Javier Díez Gutiérrez es profesor de la Universidad de León

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.