Cuba no tiene problemas con el agua. Esa afirmación, así, de forma tan rotunda, me la hizo alguien ya hace un tiempo. Lo que me llamó la atención es que quien afirmó algo así fue una persona «escribida y leída», «estudiada y aprobada». Me lo dijo después de caminar por la calles de mi pueblo […]
Cuba no tiene problemas con el agua. Esa afirmación, así, de forma tan rotunda, me la hizo alguien ya hace un tiempo. Lo que me llamó la atención es que quien afirmó algo así fue una persona «escribida y leída», «estudiada y aprobada». Me lo dijo después de caminar por la calles de mi pueblo conmigo una noche y ver los ríos de agua potable que corren por los contenes sin que se haga lo necesario para evitarlo.
Fue la misma persona que una vez hablando del racionamiento alimenticio me afirmó que en Cuba sobraba la comida, después de ver las cantidades enormes que se botaban, como desperdicio (¿sobras?) en el comedor de mi trabajo. Era un sobreviviente europeo de la segunda Guerra Mundial y esas conversaciones fueron hace muchos años, en aquella época en que también nos «sobraba» el petróleo.
Lo que me resulta casi macondiano es que tantos años después, el agua siga corriendo por los mismos contenes, el comedor siga generando tanta sobras y para algunos, el petróleo aún nos siga sobrando.
Recordé el asunto tras leer y oír varias noticias de la semana que recién ha terminado, en las que se hablaba de planes para incrementar la producción de frutales y su ¡exportación¡, los resultados del programa arrocero, y también de los planes de desarrollo turístico.
Con el agua como trasfondo, volvió a mi mente un personaje muy típico de muchos pueblos y ciudades del país: el aguador, una figura que nunca desaparecido aunque se haya transformado. Las noticias me recordaron también las largas horas que en cada una de las Asambleas del Poder Popular en cada uno de los consejos populares del país se han dedicado «al problema del agua».
Pues bien, hablemos hoy del agua[1]. El planeta Tierra es mayoritariamente azul. De toda el agua existente, solo el 3 por ciento es dulce, el resto es salada. De ese 3 por ciento, convertido en 100, el 69 por ciento esta congelada, el 30 por ciento es subterránea y menos del 1 por ciento es agua dulce superficial.
Acaba de terminar la convención Cubagua 2017, un evento que merece hacerse todos los meses y en todos los municipios del país a ver si de esa forma expandimos la cultura del uso racional y el ahorro entre todos los que la utilizan, empresas estatales y privadas, instituciones no empresariales en toda su extensa gama, y lógicamente nosotros, los individuos.
Comencemos por el principio: ¿cuánta agua dulce tenemos en nuestro país? Pues este, nuestro archipiélago, tiene 38.1 km3 de agua. Pero no toda esa agua constituye la «oferta», pues solo una parte es agua utilizable. De la cifra total solo unos 13,5 km3 de agua están disponibles, esto es, el 35 por ciento de toda esa agua que existe. A diferencia del mundo, el 75 por ciento de nuestra agua es superficial, en buena parte gracias a ese programa impulsado por Fidel Castro que permitió la construcción de centenares de represas en todo el país. De no haber sido así nuestra disponibilidad del recurso sería tan poca como la de Haití.
Egipto y los Emiratos Arabes están entre los países que menos agua disponen, 26 y 51 m3 por persona por año. Los que tienen mayor abundancia son Surinam e Islandia, con 479 000 y 605 000 m3 por persona por año. Según un estudio publicado hace cuatro años[2] Cuba tenía 3 361 m3/hab/año y éramos el cuarto país en menos disponibilidad hídrica de América Latina, solo «superados» por Haití, Puerto Rico y República Dominicana.
Sin embargo las cifras publicadas por el Anuario Estadístico de Cuba nos sitúan en una peor situación que aquel estudio, pues se disponen ahora de solo 1 215,7 m3/hab/año. Si ese dato es completamente cierto, tenemos poca, muy poca.
Los promedios, como siempre, esconden las desigualdades. Esa última cifra además no revela lo muy mal distribuida que está nuestra agua disponible en el país. El occidente concentra la mayor disponibilidad de agua, mientras que los territorios orientales son los que más mal están, a pesar de que la cuenca acuífera quizás más importante de Cuba, la región de Toa, se ubique allí.
Lo segundo que conviene atender: ¿de dónde nos llega nuestra agua dulce? Pues viene de «arriba», pero no de nuestros picos nevados, sino de las precipitaciones, así que somos «lluviadependientes». Llueve unos 143 km3 al año cuando todo es mas o menos normal. De esa agua que cae del cielo se transforma en recurso hídrico, o sea, en agua potencialmente aprovechable, alrededor del 25 por ciento, y el resto se pierde. Recuerden nuestra geografía, isla larga y estrecha, el agua cae cerca del mar y llega a él muy rápido.
Tercer punto: ¿dónde utilizamos el agua? Casi el 20 por ciento es utilizada por la población, aunque a pesar de varias inversiones importantes se sigue perdiendo un elevado por ciento de esa cantidad por fugas en la red. Si es un 10 por ciento o 50 por ciento es solo un tema casi secundario, lo cierto es que se pierde, no logra satisfacer la necesidad para la cual fue «producida». No nos alcanza y además de todo la «perdemos por el camino».
La industria emplea alrededor del 5,5 por ciento, ¿hasta dónde lo hace eficientemente? Eso es difícil de saber. Al riego agrícola se destina el 57,9 por ciento aun cuando nuestro país no tiene mucha tierra agrícola bajo riego. Para algunos especialistas, debido al atraso tecnológico en nuestros sistemas de riego (el riego por aniego es casi tan viejo como la revolución agrícola) se pierde también un por ciento considerable. Queda un 17 por ciento que va a otros destinos, y unos 1000 millones de metros cúbicos de agua, ¡toda la represa Zaza¡ se pierden todos los años.
Hoy que nos empeñamos en ser sostenibles, en sustituir importaciones (arroz por ejemplo) en lograr exportaciones (frutas) el agua aparece como la restricción común a todos ellos, porque no tenemos suficiente, porque no le damos el valor que realmente tiene y porque desperdiciamos una buena parte de ella, por sistemas deteriorados, tecnologías atrasadas, incultura e indolencia y porque al ser un bien público que el Estado sirve a bajos precios; los que la utilizamos apenas nos sentimos en el compromiso de hacerlo racionalmente.
¿Cuánto cuesta el agua? La población paga 1 peso cubano mensual por cada persona de un núcleo familiar independientemente de cuanto consuma, si no tiene metro contador. Obviamente ese no es su costo. Si se metrara el consumo en la mayoría de los hogares y se pudiera cobrar de forma efectiva por el agua consumida, entonces es probable que la cultura de ahorro floreciera. Tomemos como ejemplo la electricidad, hoy las patrullas «clic» han sido sustituidas por el precio del kilowatt, aun cuando los primeros 100 kilowatts están subsidiados.
Si usáramos como proxi lo que el Estado cubano le cobra a las empresas extranjeras, alrededor de 1 dólar por metro cúbico (0,1 centavo de dólar el litro) entonces quizás nos acercamos un poco más a su costo. Claro está que la mayoría del pueblo cubano está muy lejos de ganar en CUC por lo que para nada pensar en tarifas con ese precio de referencia, no obstante, pagar un peso mensual por el agua independientemente del consumo es invitar a su desperdicio. Que conste, también hay países donde se paga el agua que se devuelve a las redes de albañales.
Un concepto interesante que aprendí hace dos años atrás es el del agua virtual, esto es, el total de agua que es necesaria para producir una determinada cantidad de un producto. Abajo transcribo una tabla que ilustra ese concepto.
Si pretendiéramos sustituir el 100 por ciento de algunos de los productos que importamos (trigo, maíz, soja, carne de res, carne de cerdo, carne de ave, leche, queso) necesitaríamos 2 289,4 millones de metros cúbicos de agua. Esa otra óptica, la de mirar desde la perspectiva del agua necesaria para hacer algo, tampoco la tenemos incorporada.
Está claro entonces que si modernizáramos nuestro sistemas de riego, si usáramos tecnologías para encapsular el agua y favorecer su absorción por las plantas cuando lo necesitan, ahorraríamos mucha agua. Si nuestro cultura y nuestras regulaciones nos incentivaran a usar más racionalmente el agua, también ahorraríamos una cantidad apreciable.
Sin embargo, mientras nos debatimos a muerte persiguiendo almendrones y volcamos una parte de nuestro ejército de inspectores a esa tarea, o a evitar que alguien acapare croquetas, contemplamos con toda la pasividad del mundo como la poca agua que tenemos se desperdicia y mal utiliza todos los días, ya sea por el sector residencial, el que menos consume, o por el sector empresarial. Como si estuviéramos en condiciones de seguirlo dejando pasar…
Notas
[1] Todos los datos que aparecen (excepto que se aclare lo contrario) y algunas de las mejores ideas fueron tomadas de una presentación del Doctor en Ciencias Ingeniero José A. Díaz-Duque ofrecida por él hace unos 2 años en el Centro de Estudios de la Economía Cubana.
[2] CAF- Banco Latinoamericano de Desarrollo, La infraestructura en el desarrollo de A. Latina, 2012.
Fuente: http://oncubamagazine.com/columnas/cuando-el-agua-regrese-a-la-tierra/