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Cuando los generales protestan

Fuentes: La Estrella Digital

Una positiva y admirable peculiaridad de EEUU es que nunca los militares han puesto en un aprieto a los gobernantes insinuando la posibilidad de un golpe de Estado para influir en las decisiones adoptadas por éstos. Nada hay más ajeno a la cultura cívico-militar del país y a sus tradiciones históricas. Lo que nada tiene […]

Una positiva y admirable peculiaridad de EEUU es que nunca los militares han puesto en un aprieto a los gobernantes insinuando la posibilidad de un golpe de Estado para influir en las decisiones adoptadas por éstos. Nada hay más ajeno a la cultura cívico-militar del país y a sus tradiciones históricas. Lo que nada tiene que ver, por otra parte, con el nacimiento y el descomunal desarrollo del llamado complejo militar-industrial que un famoso general -Eisenhower- denunció públicamente al concluir su mandato presidencial en 1961. Ni tampoco con la hegemonía que la política de defensa tiene en EEUU y el favorable tratamiento que habitualmente recibe en las asignaciones presupuestarias. Ambos aspectos cuentan con el apoyo democrático de la población y no obedecen a presiones institucionales.

Son muy pocos los países que pueden alardear de semejante neutralidad militar pública en las cuestiones políticas. Un columnista de la prensa estadounidense recordaba recientemente lo sucedido en EEUU cuando el popular general Douglas MacArthur fue destituido fulminantemente en 1951 tras sus resonantes discrepancias con el presidente Truman, con motivo de la estrategia a seguir en la guerra de Corea. Ni siquiera cuando regresó a Washington, para pronunciar ante el Congreso un discurso en descargo de la insubordinación de la que se le acusaba, se adoptó ninguna medida precautoria ante lo que, en otros países, podía haber sido la mecha que iniciara un movimiento militar ampliamente apoyado en el populismo de un general relevante. Ni aumentó la presencia policial en las calles ni se puso en alerta ninguna unidad militar.

Últimamente las cosas no parecen marchar por el mismo camino y han sido frecuentes las críticas de algunos altos mandos militares, ya retirados, contra el actual secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, y contra la política que EEUU viene siguiendo en Iraq desde la malhadada invasión del 2003. Probablemente nunca se había conocido tal abundancia de declaraciones contra un secretario de Defensa, con el país en estado de guerra, pidiendo su destitución inmediata. Numerosos artículos de prensa y varios libros escritos con este motivo han visto la luz en los últimos meses, lo que ha activado las señales de alarma en el Pentágono y en la Casa Blanca.

El propio Rumsfeld ha intentado quitar importancia al asunto diciendo que si tuviera que molestarse en escuchar lo que dice o escribe cada general o almirante retirado que pide su dimisión «el asunto parecería un tiovivo», en el sentido que en EEUU tiene esta expresión como algo que inútilmente gira sin propósito alguno.

Esta frase es más indicativa de la soberbia del personaje que de lo que en realidad se discute. Ninguno de los críticos pone en tela de juicio el control civil de las fuerzas armadas, ni siquiera la legalidad y la necesidad de la invasión y ocupación de Iraq. El denominador común de esas manifestaciones de crítica y repudio de la acción de Rumsfeld es que desoyó el asesoramiento profesional de los altos mandos militares y se consideró en posesión de una verdad absoluta en el modo de desarrollar las operaciones. «Quiso reinventar la guerra y la estrategia, y lo que planeó fue un conjunto de errores que condujeron al actual fracaso», manifestaba un general retirado a la prensa local.

La revista Time (22-4-2006) ha reproducido una frase capaz de condensar el amplio espectro de las críticas vertidas contra Rumsfeld y, de rebote, también contra Bush. Un teniente general que ha desempeñado cargos de alta responsabilidad en el Pentágono opina en ella que «la implicación de nuestros ejércitos en esta guerra se llevó a cabo con una despreocupación y una jactancia típicas de los que nunca han tenido que ejecutar esas misiones ni enterrar sus resultados». La frase está cargada de significado para el lector estadounidense, cuando la cifra de bajas militares aumenta día a día y ni los medios de comunicación más adictos a Bush pueden ocultar la inexperiencia militar personal de los dirigentes políticos de Washington, en un país donde las guerras recientes dieron ocasión a muchos de ellos para conocer la guerra desde dentro.

El presidente Bush encontró un cómodo destino en la Guardia Nacional de Alabama durante la guerra de Vietnam, y el vicepresidente Cheney es famoso por haber justificado su inhibición en ese conflicto con la hipócrita excusa de que «tenía otras prioridades». De ahí que la crítica de muchos militares profesionales, que conocen la guerra por haberla vivido, dirigida hacia los dirigentes políticos que «con despreocupación y jactancia» deciden sobre la paz y la guerra, empieza a hacer mella en el sentir de la opinión pública en EEUU.

Si a esto se une la sensación de «ira y desesperación», públicamente atribuida a los dirigentes de EEUU por el Gobierno de Irán -y causa, según éste, de las reiteradas amenazas de Bush contra su país-, la situación no puede ser hoy más confusa en Washington. Varios diarios de prestigio se han hecho eco de esta cuestión, mostrando su preocupación por las decisiones que puedan adoptar «personas muy frustradas, irritadas y psicológicamente heridas» (The Boston Globe 18-4-06). Preocupación que se extiende a cualquier rincón del planeta, visto el caos que EEUU está construyendo metódicamente en Oriente Próximo.


* General de Artillería en la Reserva
Analista del Centro de Investigación para la Paz (FUHEM)