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D. Barenboim y el autócrata

Fuentes: Rebelión

Daniel Barenboim, excelente músico y ciudadano, ha publicado un artículo sobre la reciente desaparición de Yasir Arafat a quien, de forma desafortunada y vehemente califica de autócrata, como si en el conflicto de Oriente Próximo fuera el único personaje político a quien vituperar por su forma de gobernar de forma personalista. Podríamos, por ejemplo, también […]

Daniel Barenboim, excelente músico y ciudadano, ha publicado un artículo sobre la reciente desaparición de Yasir Arafat a quien, de forma desafortunada y vehemente califica de autócrata, como si en el conflicto de Oriente Próximo fuera el único personaje político a quien vituperar por su forma de gobernar de forma personalista. Podríamos, por ejemplo, también considerar autócrata a nuestro ex-presidente Aznar que apoyó en persona la Guerra de Irak en contra del 90% de la ciudadanía española.

Esta toma de postura tan apasionada y, cuando menos, ingenua, sorprende en quien, de manera excepcional entre los de su profesión hace gala de preocupación por la situación que se vive en Palestina- preocupación que siempre es de agradecer, para bien o para mal, en personajes cuyas actuaciones públicas y declaraciones políticas gozan de gran repercusión en los medios.

Pero Barenboim en este caso se ha dejado llevar por un impulso desequilibrado al abordar no sólo la figura sino la situación política que se vive en su país de adopción- Israel, cuya nacionalidad judía2 comparte con la española concedida recientemente por nuestro Gobierno.

Inicia su artículo con la declaración de principios sobre sus preferencias a tratar con personas «que intercambian ideas al margen de las ideologías», lo que parece indicar que los músicos- los artistas- pretenden vivir al margen del entorno cultural en el que se lleva a cabo su alta labor civilizadora. Y olvida con ello-o desconoce, lo que sería peor-, la magna obra de su amigo, Edward Said, dedicada a desvelar las estrechas relaciones entre cultura y poder. Al parecer, Arafat sólo era ideología y Barenboim huye de las ideas que, se quiera o no, gobiernan la vida de cada ser humano, incluidos los grandes de la música. Una ideología, la del Presidente electo de palestina que le resulta imposible aceptar, o cuando menos respetar. Es cierto que no todas las ideas son igualmente dignas de respeto, pero también lo es que para juzgar políticamente- no musicalmente- a una persona, resulta imprescindible conocerlas. Y Barenboim, en este caso, además de no demostrar un gran conocimiento de la situación deja traslucir la suya propia.

Afirma el director de orquesta y excelso pianista, que las raíces de la solución pacífica para Oriente Próximo brotan en los «hospitales de Ramala, en la universidades o en la música». Pero los hospitales de Ramala- a donde el Muro de Segregación impide que lleguen las parturientas detenidas en los checkpoints o los tetrapléjicos aplastados entre los enseres de sus viviendas, o las universidades palestinas cerradas por las tropas de ocupación y cuyos estudiantes deben arriesgar sus vidas y aventurar su dignidad para acceder a las aulas, o las orquestas de «integración»- proyecto conjunto de Said y Barenboim-, son sólo una parte y no lo más candente del problema.

Tras reconocer en la figura de Arafat el símbolo de la lucha y la voz de un pueblo machacado por el sionismo expansionista desde hace casi un siglo, de inmediato se apunta a la extendida teoría de que Arafat era el problema- teoría, por otra parte organizada y difundida por los medios estadounidenses (no olvidemos que dominados por judíos pro-israelíes) y sus filiales ultra-derechistas del propio Israel.

Barenboim habla de otro mito sustitutorio: el de Hamás, y evalúa ex catedra las acciones de los «diplomáticos de todo el mundo que sucumbieron al falso dogma de la necesidad de tener que negociar con Arafat» como única alternativa a los grupos radicales palestinos. El eximio artista olvida al hacer estas afirmaciones que Arafat era democráticamente el presidente elegido por la población palestina cuando, tras Oslo y el principio de la actuación de la Autoridad Nacional Palestina, se celebraron las únicas elecciones en la historia de esos territorios. Si no ha habido más- con independencia de la mayor o menor voluntad del ra’is-, ha sido precisamente porque los halcones israelíes y estadounidenses con sus brutales actuaciones las han impedido.

Habla seguidamente de Mustafa Barguti, líder del movimiento democrático de la resistencia pacífica a la ocupación que, en sus palabras «busca una solución que admita el derecho de los judíos (sic) a volver a su país, que respete el sufrimiento del pueblo judío tras el Holocausto y al mismo tiempo defienda los derechos del pueblo palestino oponiendo una resistencia pacífica». Y aquí es donde Daniel Barenboim, al tratar de tomar una posición equidistante entre opresores y oprimidos, cae en el repetido dislate de establecer comparaciones zapato-lenteja.

Recuerdo el magnífico trabajo de Kathleen Christison sobre la «neutralidad» entre los palestinos e Israel3 que quizás Barenboim debería haber leído- como tantos otros- antes de escribir su artículo. Porque si bien menciona los derechos del pueblo judío, no hace alusión concreta alguna a los de los palestinos: por ejemplo, a disfrutar del mismo derecho que los judíos-israelíes y del resto del mundo a volver a su país- del que fueron expulsados mediante la fuerza y el terror por, entre otros, los posteriormente muy demoautócratas Isaac Rabin, Samir, o Sharon. El derecho a ser indemnizados por sus bienes confiscados, expoliados, o destruidos- como lo han sido los supervivientes del Holocausto por los herederos de los responsables del genocidio4. Pero en ningún caso es exigible como requisito para la paz el que los palestinos se conduelan del sufrimiento judío (en el que no tuvieron responsabilidad alguna) mientras Barenboim no pida también públicamente que los judíos de todo el mundo, muestren su dolor por el comparable sufrimiento palestino provocado por los sionistas israelíes y sus partidarios estadounidenses y europeos (no lo olvidemos), y su repulsa hacia las actuaciones de los autócratas israelíes (desde Golda Meier hasta Sharon).

El problema, como debería saber el gran amigo de Edward Said – que si bien tuvo grandes diferencias con Arafat jamás renunció a los derechos de su pueblo a una justa restitución del expolio cometido contra él- no era el ra’is. El problema es el de un pueblo sometido a una ocupación colonialista brutal, que ha costado centenares de miles de víctimas, que ha desplazado por la fuerza a millones de personas, que ha expoliado tierras y recursos vitales para su subsistencia, que viola día a día los derechos humanos más elementales, y que ha llevado a cabo una política expansionista encaminada al establecimiento del Gran Israel desde la fundación de su Estado. El problema es que, como dijeron a Herzl los rabinos enviados para reconocer el territorio palestino – y recuerda con mucho acierto Barenboim- Palestina, es decir la novia, además de ser hermosa estaba casada , lo que no impidió que los sionistas la violaran. Y la violación dura ya más de 50 años, para ser exactos desde la Declaración Balfour.

Hablar ahora de que Europa- y en especial Alemania y España por sus pasados errores contra los judíos- Holocausto y expulsión de Sefarad– deben tomar las riendas del proceso, es de una ingenuidad pasmosa. Europa es el testigo mudo, que observa a la bella desposada sometida a violaciones incesantes, y que mantiene un Tratado preferencial con Israel a pesar de que las condiciones del mismo exigen el máximo respeto a los derechos humanos- lo que no deja de resultar escandaloso en el caso que nos ocupa-. No es Europa, en su actual configuración como Unión Europea, quien puede llevar la paz a la región. Sólo el respeto, la aceptación y la ejecución de las múltiples Resoluciones de Naciones Unidas aprobadas, y las otras muchas más vetadas por EE.UU., podrán conseguir que el problema llegue a su fin. Solución que sólo se alcanzará con la retirada de las fuerzas de ocupación a las fronteras anteriores a 1967, con las indemnizaciones justas a las pérdidas sufridas por los palestinos, con la aceptación del derecho al retorno de aquellos palestinos que así lo deseen, y con la revocación de las medidas discriminatorias contra la población no judía del Estado de Israel.

Todo lo demás, como dice musicalmente Barenboim, no dejan de ser temas que se esfuman en el espacio sonoro a modo de transición para enlazar con otro sin la más mínima fractura. En resumen, músicas celestiales.

Notas

1 Sobre el artículo que ha publicado Daniel Barenboim, pianista y director de orquesta, en El País, Opinión, 16 de noviembre de 2004

2 En Israel, como es sabido, no existe la nacionalidad israelí, sino la judía, cristiana, musulmana…

3 «Neutrality Between Palestinians and Israel», Counterpunch, 10 de julio de 2004. Accesible en www. [email protected]

4 Véase: Norman Finkelstein, La industria del Holocausto,Reflexiones sobre la explotación del sufrimiento judío, Madrid, Siglo XXI de España Editores, 2002.