¿Cuál es el mayor redistribuidor de nuestros dos partidos? En décadas recientes, conforme los republicanos se han dedicado con la intensidad de un láser a redistribuir riqueza y renta hacia arriba, la evidencia sugiere que la respuesta es: el Partido Republicano. La manera más evidente cómo le han robado los republicanos a la clase media […]
¿Cuál es el mayor redistribuidor de nuestros dos partidos? En décadas recientes, conforme los republicanos se han dedicado con la intensidad de un láser a redistribuir riqueza y renta hacia arriba, la evidencia sugiere que la respuesta es: el Partido Republicano.
La manera más evidente cómo le han robado los republicanos a la clase media para dar a los ricos se ha centrado en los cambios introducidos en el código fiscal, reduciendo el impuesto sobre la renta a los ricos en los recortes de impuestos de Reagan y George W. Bush, y reduciendo la tasa impositiva a las ganancias de capital a menos de la mitad de la tasa en la renta superior de los empleados de clase media alta.
La forma menos comprendida en general que los republicanos han redistribuido la riqueza a los que eran ya ricos ha consistido en cambiar las reglas. Los mercados no funcionan sin reglas, y las reglas que los responsables políticos republicanos han elaborado desde que Ronald Reagan se convirtió en presidente deprimieron la parte de la renta del país a la que puede aspirar la clase media.
Parte de la prestidigitación que emplean los republicanos en las discusiones sobre redistribución estriba en reservar ese término únicamente para la intervención del Estado en el mercado que redistribuye la renta hacia abajo. Pero los mercados redistribuyen continuamente la riqueza. En las últimas décadas, los mercados han redistribuido la riqueza de la manufactura a las finanzas, de la calle principal (Main Street) a Wall Street, de los trabajadores a los accionistas. Las reglas elaboradas por los gobiernos «pro-mercados» (incluyendo a los de los demócratas «pro-mercados») han permitido estos cambios de época. El libre comercio con China ayudó a desahuciar a la industria; la incapacidad de regular las finanzas permitió crecer a Wall Street; la oposición a los esfuerzos del trabajo por restablecer un campo de juego equitativo durante la organización de campañas no ha hecho más que eliminar la negociación colectiva en el sector privado.
La refutación conservadora de esas pegas progresistas consiste en afirmar que el mercado hace aumentar la riqueza, que acabará cayendo sobre todos como una suave lluvia del cielo. Censurando nociones tan keynesianas como los sindicatos o un salario mínimo a escala federal, el gurú de los hedge fund, Andy Kessler, argumentaba recientemente en el Wall Street Journal [1] que «es la productividad de los trabajadores la que impulsa las mejoras salariales a largo plazo, y no los salarios de los trabajadores lo que impulsa el crecimiento».
Pero Kessler asume – y esta es la esencia misma del argumento del «trickle-down» [«goteo»] – que los trabajadores recogerán la recompensa de las ganancias por productividad. Creer y afirmar eso exige bien ignorancia, bien negación deliberada de la historia económica. El único momento en que los trabajadores se han beneficiado substancialmente de las ganancias por productividad fueron las tres décadas que siguieron a la II Guerra Mundial, cuando la renta media de los hogares y las ganancias por productividad aumentaron ambas en un 102%.
No es casual que fuera ése el único periodo de auténtico poder sindical en la historia norteamericana, y el momento en que el código tributario fue más progresista. Durante el último cuarto de siglo, a medida que se aminoraba la progresividad y disminuían los sindicatos, todas las ganancias por productividad han acabado yendo al 10% más rico, de acuerdo con la investigación publicada por el National Bureau of Economic Research [Oficina Nacional de Investigación Económica]. En 1955, en el culmen de fortaleza sindical, el 10% más rico recibía el 33% de la renta personal del país. En 2007, recibía el 50%, según muestran los datos del Economic Policy Institute.[2]
Si eso no es redistribución, no sé yo lo que es.
El problema no reside sólo en que todo el mundo, salvo los ricos, está recibiendo una parte más pequeña de la renta del país; la cantidad absoluta también está disminuyendo. La renta media de los hogares ha caído a los niveles de mediados de los años 90,[3] de acuerdo con el análisis de los datos del censo realizado por la empresa Pew, mientras que la renta de los 400 norteamericanos más ricos aumentó en unos bonitos 200.000 millones de dólares el año pasado, según datos hechos públicos este mes por la revista Forbes.
Si eso no es redistribución, no sé yo lo que es.
En realidad, los Estados Unidos han experimentado una redistribución hacia arriba tan profunda que sus efectos van más allá de los ingresos. Sectores completos de la economía y regiones enteras se han visto diezmados por estos cambios económicos. El descenso de toda suerte de indicadores sociales se trasluce sobre todo entre los blancos con escasa formación. El comentarista conservador Charles Murray ha documentado en su nuevo libro [4] el descenso de las tasas de nupcialidad y estabilidad familiar en el seno de la clase trabajadora blanca. Y hoy en día, tal como ha informado Sabrina Tavernise en el New York Times, [5] eso incluye también la longevidad. Mientras que la esperanza de vida de otros norteamericanos ha progresado, la de los blancos sin diploma de instituto ha decaído desde 1990, en tres años para los hombres y cinco para las mujeres.
El mercado no sólo está redistribuyendo ingresos en los Estados Unidos. Está redistribuyendo vida.
De modo que… ¿qué partido puede arrogarse el mérito de esto: la verdadera redistribución experimentada por este país en los últimos 30 años? Muchos demócratas se han hecho cómplices de esta calamidad por su indiferencia a las consecuencias de la desregulación y el comercio. Pero el trofeo por promover las medidas políticas que han redistribuido la riqueza, la estabilidad familiar y la longevidad hacia arriba se concede a los republicanos, cuyos adalides abanderan hoy en día versiones aun más radicales de estas políticas.
¿Partido pro-vida? Más bien, al contrario.
Notas: [1] «The U.S. Needs More i-Side Economics», The Wall Street Journal, 18 de septiembre de 2012. [2] «As unions decline, inequality grows», Ross Eisenbrey, Colin Gordon, Economic Snapshot, Economic Policy Institute, 6 de junio, 2012. [3] «Incomes Fell or Stagnated in Most States Last Year», Josh Mitchell, The Wall Street Journal, 20 de septiembre de 2012. [4]Coming Apart, The State of White America, 1960-2010, Crown Forum, Nueva York, 2012. [5] «Life Spans Shrink for Least-Educated Whites in the U.S.», The New York Times, 20 de septiembre de 2012.