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Del antifranquismo al socioliberalismo

Fuentes: Rebelión

La generación joven antifranquista realizó aportaciones valiosas a la lucha contra la dictadura franquista y la conquista de la democracia.

La valoración básica de la experiencia que Eugenio del Río, destacado dirigente del Movimiento Comunista (MC), una de las organizaciones más activas en los años setenta y ochenta, expone en el detallado y reciente libro Jóvenes antifranquistas (1965/1975), es la ‘ambivalencia’, de rasgos positivos y negativos, en una explicación que, interpreto, viene a justificar su propia evolución gradual, desde una posición política de izquierda radical a otra moderada de carácter socioliberal.

La solución histórica no es la moderación

No es el primer caso que ha realizado esa evolución política desde la izquierda hacia la moderación. De hecho, tras la consolidación de la reforma política -pactada-, en el siguiente lustro (1976/1980) la mayoría de las anteriores fuerzas rupturistas, en particular el PCE y el conglomerado de la izquierda radical, entraron en crisis. Las fuerzas de izquierda transformadora y el movimiento popular democrático no fueron capaces de impulsar un mayor proceso democratizador del Estado y una reorientación más progresiva de la política social y económica, con una mejor correlación de fuerzas sociales. No lograron superar una posición de subordinación política y electoral respecto de las derechas postfranquistas, que llevaron la iniciativa en aspectos claves como los Pactos de la Moncloa, la Constitución de 1978 o la continuidad de los poderes fácticos, empresariales y judiciales del Estado, tal como bien describe el historiador Xavier Domènech.

El fenómeno resultante se llamó el ‘desencanto’ en la izquierda política y social, con una significativa tendencia al repliegue individual, abandonando la acción sociopolítica, o bien, adoptando un giro adaptativo hacia posiciones moderadas de reintegración en las filas socialdemócratas del felipismo ascendente y, en algunos casos, hacia posiciones más abiertamente liberales, incluso de derechas.

Sin embargo, una parte significativa de esas dos almas de la izquierda transformadora y los movimientos sociales -más posibilista y moderada, una, y más crítica y exigente, otra- se mantuvo y se reforzó en la década de los años ochenta, sobre todo, impulsando dinámicas de activación popular progresista. En particular, junto con el incipiente movimiento feminista, se pueden citar dos dinámicas que adquirieron una masiva influencia sociopolítica.

Por un lado, el movimiento sindical, liderado por el sindicato CCOO -junto con una significativa izquierda sindical, con un peso determinante en zonas como el País Vasco y Navarra-, que salieron victoriosos de la dura pugna por la primacía con el sindicalismo moderado de UGT; tuvieron fuerte protagonismo frente a las medidas regresivas, empresariales y gubernamentales, que culminaron en la gran huelga general del 14-D-1988 -con diez millones de participantes y la paralización productiva del país- por el giro social frente al Gobierno del PSOE. Con sus altibajos de orientación y capacidad movilizadora y contractual, hasta ahora CCOO constituye la mayor organización social en España, y ha dado cobertura, desde su autonomía, al Gobierno de coalición progresista y es un soporte fundamental del nuevo neolaborismo de Yolanda Díaz y la coalición Sumar.

Por otro lado, el movimiento pacifista, en torno a la masiva oposición social frente a la pertenencia de España en la OTAN y hasta el referéndum de 1986 en que se expresaron por el NO el 43% de la población votante, cerca de siete millones, y con mayoría en Cataluña, País Vasco, Navarra y Canarias. Y aunque ha perdido capacidad expresiva, ha dejado una amplia conciencia pacifista y de solidaridad internacional en la sociedad española, junto con una experiencia articuladora y solidaria de muchas personas activistas.

Todo ello permitió recomponer en los años ochenta una izquierda social y política vigorosa, arraigada en la sociedad, con gran impacto sociopolítico y, aunque con menor peso en el campo electoral e institucional, facilitó la constitución y desarrollo de Izquierda Unida, entre otras derivadas políticas. En las dos décadas siguientes se reforzó el bipartidismo, hasta llegar al amplio y variado proceso de protesta social frente a la crisis socioeconómica y la prepotencia institucional (2010/2014), simbolizado por el movimiento 15-M, la siguiente formación del espacio del cambio de progreso y la constitución del Gobierno de coalición progresista entre PSOE y Unidas Podemos y, ahora, con la coalición Sumar.

Esa activación cívica de la izquierda social de los años ochenta, continuadora de lo mejor de la juventud antifranquista, se reafirmó en valores igualitarios y emancipadores, basados en un gran realismo, una vinculación con amplios sectores sociales, una actitud solidaria y transformadora y una estrategia adecuada de cambio social, político y democrático. Y sorteando el reflujo movilizador de las dos décadas siguientes, el poso humano, sociocultural y asociativo, junto con nuevas y decisivas energías juveniles y una importante movilización cívica, incluida la cuarta ola feminista, permitió la remontada de las izquierdas en este largo ciclo sociopolítico progresista iniciado en 2010 y hasta ahora, en que las fuerzas neoliberales, conservadoras y reaccionarias persisten en cerrar y no lo consiguen.

El sentido de la autocrítica para justificar la reorientación política

Regresando a la experiencia histórica inicial de la juventud antifranquista, entre lo positivo, se citan en ese libro el impulso moral e igualitario por mejorar la vida de la gente, el compromiso contra la dictadura, la capacidad para organizar fuerzas sociales y revitalizar la oposición antifranquista, la audacia política y la creatividad organizativa.

Entre lo negativo, se mencionan la dependencia ideológica ajena con alejamiento del mundo real, la pérdida de autonomía y horizontes ideológicos completos y seguros, la defensa de regímenes dictatoriales -lo que suponía una débil conciencia democrática y escaso sentido crítico- y la concepción de la violencia política como una vía aceptable para la transformación de la vida social.

Según el autor, esa generación irrepetible, con aciertos y errores, derivados de la cultura adquirida en la infancia/adolescencia en el ámbito familiar, escolar y cultural (religioso), tenía una expresión social y política con hechos ‘deplorables’, reforzados por la tendencia a lo ‘excesivo’, a ‘absolutizar el valor de los fines’ y a ‘comportamientos exageradamente antagónicos’; al mismo tiempo mantenía una ‘adhesión a quimeras’ y una ‘conciencia que se eleva sobre la sociedad realmente existente’.

Su conclusión es clara: ‘Hay buenos valores y buenos propósitos que necesitan ser complementados con controles realistas, democráticos y con un sentido crítico sobre las propias ideas, no solo sobre las de los adversarios’. El problema es el contenido de esas tres expresiones y hacía qué y quién se dirigen. Veamos su sentido y el significado de su reorientación analítica, estratégica y de pensamiento.

Comparto muchas apreciaciones concretas y podría matizar otras tantas. Personalmente, pertenezco a esa generación juvenil antifranquista, aunque mi experiencia vital es algo diferente. Procedente de una familia trabajadora y emigrante humilde, participo en la actividad laboral desde los catorce años y debo compatibilizar el trabajo, el estudio informal y académico, así como el compromiso cívico: primero, desde el asociacionismo juvenil y vecinal y en las juventudes obreras cristianas (la JOC), desde la legalidad con una experiencia abierta, plural y democrática, junto con la participación -clandestina- en la formación de CCOO y el movimiento antifranquista; luego, de adulto y en la democracia, se prolonga con el activismo sindical y sociopolítico y la actividad universitaria, docente, investigadora y divulgativa; en su conjunto, prácticamente durante seis décadas en posiciones de izquierda transformadora y renovadora.

Siempre he tenido una conexión con el trabajo asociativo de base -y algunas responsabilidades coordinativas- en grupos progresistas y de izquierda crítica, o sea con vínculos con gente concreta y su actividad comunitaria, reivindicativa y sociocultural. Desde el punto de vista ideológico, desde los inicios, allá en los años sesenta, en el humanismo cristiano progresista, he pasado por el marxismo humanista y la tradición thompsoniana hasta llegar, en las últimas décadas, a un pensamiento más complejo y multidimensional, con un enfoque social y crítico.

Soy consciente de que esa experiencia relacional condiciona las ideas y la actitud igualitaria, emancipadora y solidaria. Para profundizar en esa relación se necesita una reflexión más global, el máximo rigor analítico y una actitud autocrítica y de aprendizaje. Así, tras este pequeño recorrido vital, sigo con algunos comentarios generales.

Hacer un balance de aquella experiencia antifranquista, más si incorporamos la transición democrática y los cimientos constitutivos del nuevo Régimen, con mayores tensiones entre las izquierdas, es decir el segundo lustro de los años setenta, es una tarea compleja. Hace falta evaluar y comparar lo positivo y lo negativo para sacar las enseñanzas de lo que conviene mantener, cambiar e innovar.

El libro no es solo un análisis histórico; es la justificación de una trayectoria adaptativa, superando los errores y las deficiencias de esa etapa inicial que se consideran relevantes. Y ahí surgen dos grandes autocríticas: el izquierdismo y el irrealismo. Así, su argumentación pretende corregir esas supuestas insuficiencias y criticar a los sectores que, por eclecticismo, reticencias o desacuerdos, se resisten a cambiar en la dirección marcada. Por eso su valoración no tiene solo un interés interpretativo de simples memorias personales, más o menos nostálgicas, sino que tiene la relevancia del sentido de fondo del texto: la legitimación de toda su actuación, orientación y pensamiento posterior, en sustitución de esas citadas limitaciones juveniles.

Por un lado, se realiza un ejercicio crítico a las propias ideas en aquel periodo juvenil; por otro lado, se alude a que, desde hace tres décadas, es decir, desde mitad de los años noventa, de forma sinuosa, se está empeñando en elaborar y fundamentar un nuevo pensamiento político y estratégico, que va configurando una nueva ortodoxia, que trata de reforzar con un combate permanente contra el llamado irrealismo e izquierdismo de la trayectoria anterior.

Se apoya en una visión de la sociedad y las tendencias socioculturales y políticas consensual, o sea liberal, ajena a la interpretación conflictual de la izquierda transformadora y democrática y los movimientos sociales más dinámicos y participativos. En ese sentido, se infravalora la relevancia de la actividad ante la nueva cuestión social y la involución democrática, base de la formación del nuevo espacio del cambio de progreso, así como otras dinámicas articuladoras masivas como la nueva ola feminista.

Es verdad que, en algún periodo, particularmente en el primer lustro de los años ochenta, que queda fuera de la etapa estudiada, según la información disponible, este dirigente promovió un giro ‘izquierdista’, que fue adoptado en sectores de esa corriente política. Tenía dos componentes problemáticos. Uno, su prioridad por la vinculación con los sectores ‘radicales’, a diferencia del énfasis tradicional de la primacía concedida al arraigo y la activación de los sectores populares de izquierda que, según algunos contextos, constituía la mayoría de la sociedad o una proporción muy masiva de la misma. Dos, su contemporización con el entonces independentismo radical vasco, con su legitimación de la violencia política.

Aquel viraje, en el contexto antedicho de ascenso de la movilización popular y la recuperación de la izquierda social, con una actividad sociopolítica masiva, era y es criticable por su contenido y por su preferencia hacia sectores minoritarios. Así, es en ese periodo en el que se plasmaron, sobre todo, esas deficiencias analíticas y políticas, cuando tenía menos peso cierto dogmatismo ideológico anterior sobre el que se achaca ahora la responsabilidad sobre esos errores y, además, esa orientación izquierdista contrastaba con la experiencia de una estrategia realista y coherente, de fuerte arraigo popular e impacto sociopolítico.

No obstante, ambos tipos de errores se fueron corrigiendo desde la segunda mitad de los ochenta. Tras el fiasco de la unidad con la LCR, a primeros de los noventa, el autor lidera otro bandazo estratégico y discursivo con el comienzo de la reorientación socioliberal mencionada. La expectativa -fallida- era el ensanchamiento de la base social a través de una acción asistencial y sociocultural, enmarcada en una ONG corregida, con actividades interesantes y la introducción de algunos componentes ideológicos liberales no tan valiosos; la dinámica tenía una deriva moderada junto con la desarticulación de la actividad sociopolítica y reivindicativa convencional, considerada no adecuada respecto de la -supuesta- nueva juventud menos ideologizada y politizada.

Irrealismo y fracaso sociopolítico y teórico

Todo ese marco analítico y estratégico saltó por los aires con la crisis socioeconómica, la gestión regresiva y autoritaria de la socialdemocracia, los nuevos procesos de activación cívica -la mayoría juveniles- y la configuración del nuevo campo sociopolítico y electoral de las fuerzas del cambio de progreso o izquierda transformadora. Así, en estos últimos quince años, se acelera la incomprensión de las nuevas realidades sociopolíticas y su inadecuación estratégica y teórica, debilitándose su liderazgo. Hay una incapacidad para analizar y responder a ese nuevo contexto y las tareas articuladoras derivadas, acentuada con una dinámica interna cada vez menos democrática y de respeto al pluralismo, con lo que ese proyecto colectivo, que se iba fragmentando y descomponiendo, terminó por convertirse en fracaso total.

La conexión más significativa del tipo de análisis del pasado tiene que ver con la reafirmación de las estrategias políticas y las ideas del presente, junto con el aval al liderazgo histórico. En ese sentido, tiene un especial interés colectivo la valoración de toda la experiencia para reforzar la izquierda alternativa hoy, y comprender la conexión de los aciertos y los errores del primer periodo con los siguientes, para valorar la legitimidad de las actitudes recientes.

En el libro solo se destacan algunos rasgos generales y pluri semánticos, que solamente es posible interpretar entre líneas y a la luz de otros textos publicados. Así, queda sin explicar el hecho histórico del fracaso político-organizativo de su proyecto, sustentado en una retórica, basada en valores positivos como el realismo, el pensamiento crítico, el respeto al pluralismo, la vinculación con la sociedad y el cambio de mentalidades, pero con una aplicación particular alejada de esos criterios y causante de su gradual e irreversible deterioro. Los principios y valores se desgajan de la práctica política y organizativa.

A modo de conclusión, solo voy a aludir a tres aspectos relevantes y problemáticos. El primero es la evolución hacia la moderación política e ideológica, desde el marxismo, más o menos crítico y heterodoxo, hacia el socioliberalismo, como bien dice el colega y catedrático Luis Beltrán, aunque él lo aprecia como positivo, en particular como metodología crítica frente al dogmatismo precedente, aspecto necesario pero que ha venido acompañado de un contenido liberal, más discutible.

El segundo que, al calor de la corriente principal del liberalismo desde la tercera vía de los años noventa y con el derrumbe de los países socialistas del Este y la ofensiva neoliberal, se deduce que el adversario principal a combatir y marginar no son los sectores de derecha -y ultraderecha-, sino que es la izquierda, más o menos renovada, especialmente la más crítica y exigente -Podemos-, surgida en la última década. Cambia la perspectiva y las prioridades de las alianzas, que se inclinan hacia el centro socioliberal, y que debieran haber sido con el campo democrático, transformador y progresista (y plurinacional).

El tercero es que, ante las dificultades políticas, organizativas e institucionales para reconvertirse desde la izquierda crítica hacia una organización relevante de carácter socioliberal, se promueve su liquidación que demuestra un talante prepotente y antipluralista.

En definitiva, se completa así ese giro moderado que lleva al fracaso político y teórico de ese propósito socioliberal, demostrando que era irreal y sin suficiente fundamentación ética y estratégica. Y en vez de desarrollar un espíritu crítico sobre las propias ideas y proyectos fallidos en estas décadas, se tapa su fiasco reciente y se reafirman sus últimas posiciones moderadas, en contraposición a las radicales de juventud, sin credibilidad. El futuro pasa por otras perspectivas transformadoras.

Antonio Antón. Sociólogo y politólogo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.