El campeón nacional de debate, el equipo de la Universidad Harvard -la institución académica de la cúpula desde siempre- fue derrotado por un equipo de los nadie, de los sin nombre, los más marginados de esta sociedad: un equipo de reos. Todo ocurrió en un concurso donde el campeón se enfrentó a un equipo compuesto […]
El campeón nacional de debate, el equipo de la Universidad Harvard -la institución académica de la cúpula desde siempre- fue derrotado por un equipo de los nadie, de los sin nombre, los más marginados de esta sociedad: un equipo de reos.
Todo ocurrió en un concurso donde el campeón se enfrentó a un equipo compuesto de prisioneros de la Eastern New York Correctional Facility -prisión de alta seguridad- en el estado de Nueva York. Según las reglas de estos concursos, donde se forman grandes oradores, políticos, jefes empresariales y renombrados intelectuales (por ejemplo, Hillary Rodham Clinton fue integrante de un equipo de debate), los jueces asignan el tema y la posición que cada equipo tiene que defender, y en este caso los prisioneros tuvieron que abogar por la posición de que a escuelas públicas se les debería permitir negar la matriculación a estudiantes que son inmigrantes indocumentados, posición con la cual según ellos no estaban de acuerdo. El panel de tres jueces otorgó la victoria a los prisioneros, indicando que habían presentado argumentos sólidos que el equipo de Harvard no pudo refutar de manera efectiva o que ni había abordado.
«Son pocos los equipos ante los cuales estamos orgullosos de haber perdido un debate, como el fenomenalmente inteligente y bien articulado que enfrentamos este fin de semana», declaró el equipo de Harvard. No es la primera vez que el equipo de prisioneros ha sorprendido; se han anotado triunfos contra West Point -la universidad militar más reconocida- y la Universidad de Vermont.
El equipo de debate -cuyos integrantes son prisioneros condenados por homicidio y otros delitos graves- es parte de una iniciativa de la Universidad Bard, en el estado de Nueva York, que, además del equipo de debate, ofrece cursos y licenciaturas para reos en seis prisiones de media y alta seguridad en la entidad. El profesor encargado de este equipo, David Register, subrayó el compromiso, disciplina y trabajo de los reos -dentro de las condiciones tan limitadas y controladas de una prisión- para prepararse, la constancia con la que estudian y practican con sus armas verbales, pero también invitando a todos a su alrededor a participar en este esfuerzo. Una de las metas primarias de la Unión de Debate Bard en Eastern es ofrecer una educación cívica robusta, donde nuestros estudiantes aprenden a participar en su propia gobernación, y muchos expresan que desean hacer contribuciones positivas a la sociedad. No tengo duda de que lo harán, escribió Register en The Guardian.
El concurso provocó enorme atención pública aquí, y muchos gozaron sólo con los encabezados: un equipo de prisioneros venció a Harvard.
Todo esto ocurrió durante días rodeados, inundados, de noticias espantosas: más balaceras en universidades, más detalles sobre el bombardeo de un hospital de Médicos Sin Fronteras (donde después de múltiples explicaciones y pretextos oficiales, finalmente el gobierno de Obama aceptó responsabilidad y ofreció disculpas y compensación, aunque aún enfrenta acusaciones de que cometió un crimen de guerra), más casos de corrupción política y económica, más detalles sobre cómo los ricos se hacen más ricos mientras todos los demás están cada vez peor, y más advertencias sobre cómo el planeta está al borde del Apocalipsis ecológico. Todo por acciones, decisiones, engaños y manipulaciones de las cúpulas de este país.
Más aún, ahora las cúpulas políticas y económicas trabajan de manera conjunta -sin esa famosa polarización política que se afirma que existe y entorpece todo en Washington- en la promoción del Acuerdo Traspacífico en nombre del bien para las grandes mayorías, a pesar de la oposición de sindicatos, agrupaciones ecológicas, economistas premios Nobel, defensores de salud pública, defensores de consumidores y más. Y todo lo negociado y sus implicaciones, oculto de esa sociedad civil que los políticos y empresarios dicen que se beneficiarán.
Mientras tanto, el espectáculo electoral sigue ofreciendo evidencias de corrupción legal en las cúpulas. El New York Times acaba de publicar una amplia investigación que descubre que sólo 158 familias ricas han donado casi la mitad de todos los fondos gastados en esta etapa inicial de la contienda presidencial, y señala que nunca tan pocos han dado tanto a las campañas desde los tiempos de Watergate, sinónimo de corrupción y maniobras políticas ilegales.
Como señala el Times, estas fortunas sirven de contrapeso a los cambios demográficos y políticos que están transformando Estados Unidos. Según una encuesta del New York Times/CBS News, dos tercios de los estadunidenses favorecen incrementar impuestos a los que ganan un millón de dólares o más al año; seis de cada diez favorecen mayor intervención gubernamental para reducir la brecha entre ricos y pobres; según otras encuestas, casi 70 por ciento está a favor de mantener los sistemas de bienestar social, o sea, a lo que se oponen casi todos los donantes más ricos y sus servidores políticos.
Mientras los súper ricos y los super-políticos logran seguir con el espectáculo llamado democracia, nunca había habido una desigualdad económica tan extrema desde la gran depresión, nunca había habido guerras que duraran tanto en la historia del país, nunca había habido tantas armas disponibles en una sociedad moderna, el índice de corrupción del sistema político ha llegado a un punto que alarma hasta a ex presidentes.
Ante esto, hay voces encabronadas, inteligentes, estudiosas, y sin miedo a enfrentarse a las cúpulas y sus famosas instituciones, y que están interesadas en ofrecer algo positivo a la sociedad. No pocos de ellos están en prisiones en el país más encarcelado del mundo.
Todo lo cual sugiere que «la gente equivocada está en la cárcel y la gente equivocada está fuera de la cárcel», como decía el extraordinario historiador Howard Zinn.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2015/10/12/opinion/029o1mun