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Delirios eslovenos

Fuentes: TopoExpress

La respuesta a las movilizaciones de los trabajadores públicos catalanes por parte del movimiento independentista no se ha hecho esperar. Pocos días después de estas masivas protestas los líderes secesionistas se declararon en huelga de hambre a fin de desviar de la agenda política la cuestión social y alimentar el victimismo de sus bases sociales. […]

La respuesta a las movilizaciones de los trabajadores públicos catalanes por parte del movimiento independentista no se ha hecho esperar. Pocos días después de estas masivas protestas los líderes secesionistas se declararon en huelga de hambre a fin de desviar de la agenda política la cuestión social y alimentar el victimismo de sus bases sociales. Una huelga de hambre a la que histriónicamente se ha sumado durante 48 horas el presidente vicario de la Generalitat, Quim Torra, en el espacio cargado de simbolismo de la Abadía de Montserrat, cuna del catalanismo católico y donde se fundó Convergència en 1974.

De esta manera se repite el esquema de origen del movimiento independentista tras el 15M, las dos huelgas generales y las grandes movilizaciones de los trabajadores de la sanidad y enseñanza pública.

La tensión en la sociedad catalana, siempre a flor de piel, volvió a subir varios grados con las acciones de los Comités de Defensa de la República (CDR), vinculados a la izquierda independentista y la CUP, que intentaron reventar las concentraciones del partido ultraderechista Vox en Terrassa y Girona, que fueron respondidas por las duras cargas de los Mossos d’Esquadra. Quim Torra desautorizó la intervención de la policía autonómica y dio un ultimátum al conseller de Interior, Miquel Buch, que apoyó la postura del president vicario, para purgar a la cúpula del cuerpo de seguridad. Esta toma de posición reabrió la crisis entre el ejecutivo catalán y los Mossos d’Esquadra. En efecto, no es la primera vez que Torra apoya las acciones de los CDR (sus dos hijos militan en esta organización), como cuando les aconsejó, en los actos conmemorativos del primer aniversario del 1 de octubre, que «apretasen» y horas después intentaron asaltar el Parlament de Catalunya.

Los sindicatos del cuerpo policial denunciaron unánimemente la negativa de Buch y Torra a condenar la violencia de los CDR, el uso partidista de los Mossos, así como las órdenes recibidas para no actuar en las acciones del pasado fin de semana en las autopistas catalanas. La reacciones negativas de amplios sectores de la sociedad catalana, Artur Mas incluido, obligaron a Buch a desdecirse de sus palabras y desmarcarse de Torra. Así se disculpó ante los mandos policiales por su falta de apoyo, manifestó que su actuación en Girona y Terrassa había sido la correcta para evitar un choque de imprevisibles consecuencias entre militantes de Vox y de la izquierda independentista y aseguró que no habría purgas en el cuerpo policial.

La primera reacción de Torra y Buch puede interpretarse como un permiso a los CDR para que ejecuten las anunciadas acciones con el objetivo de paralizar Catalunya coincidiendo con el Consejo de Ministros que está previsto celebrar en Barcelona el próximo 21 de diciembre, con la certeza que los Mossos d’Esquadra no impedirían sus acciones. Justamente, esa jornada constituirá la prueba de fuego de la actitud del gobierno catalán frente a la violencia de baja intensidad de los CDR que, a su vez, es una expresión de su impotencia política ante el fracaso de la vía unilateral.

Las acciones de los CDR contrastan vivamente con las de los chalecos amarillos en Francia. Mientras los primeros operan en connivencia con el gobierno catalán que ve con simpatía sus acciones, los segundos actúan en frontal oposición al ejecutivo francés que apoya plenamente la actuación de los cuerpos policiales. Mientras el objetivo de los CDR es nacionalista y pretenden proclamar inmediatamente la secesión, la meta de los segundos es modificar las políticas neoliberales del gobierno Macron.

Triple tablero

El sábado, aún abierto el enfrentamiento entre el ejecutivo autónomo y la policía catalana, se celebró en Bruselas la presentación del Consell per la República como si fuera el verdadero gobierno de Catalunya y el embrión del ejecutivo de un hipotético Estado catalán, en una enésima muestra del mundo paralelo en que se ha instalado el movimiento secesionista.

Las intervenciones de Quim Torra y del exconseller Toni Comín, quien como otros dirigentes socialistas han abrazado la causa del independentismo identitario, marcaron un punto de inflexión en la estrategia -al menos discursiva- del movimiento independentista, frente a la imagen cívica y pacífica de la denominada «revolución de las sonrisas». El primero apeló a la vía eslovena y el segundo mostró que debe encararse el tramo dramático del proceso del que no puede excluirse la sangre.

El análisis de estas manifestaciones debe realizarse en el triple tablero de juego donde se dirime el proceso independentista. A nivel internacional, el sector liderado por Carles Puigdemont y su vicario Torra está dispuesto a perseverar en la vía unilateral y provocar una situación insoportable de disturbios e ingobernabilidad que obliguen a la Unión Europa a presionar al gobierno español, para lo cual se han poner muertos sobre la mesa. Ahora bien, Cataluña no es Eslovenia. La secesión de esta república, que inició las sangrientas guerras de Yugoslavia, se produjo en el contexto del hundimiento del bloque comunista del Este de Europa, con una población étnicamente homogénea y con un poderoso padrino internacional como fue Alemania. Ninguna de estas circunstancias concurren en Catalunya; especialmente, cuando la mitad de la población es contraria a la separación. En este sentido, los dirigentes de la Unión Europea no se muestran partidarios de una balcanización de España que podría sentar un precedente en Estados multiétnicos como Francia o Bélgica y alimentar a las fuerzas de extrema derecha antieuropeísta. El conflicto catalán es también un problema europeo que podría dinamitar las bases de la Unión.

En el ámbito español, las manifestaciones de Torra y Puigdemont bloquean la vía de diálogo y pacificación del conflicto propuesta por el gobierno de Pedro Sánchez quien, además, puede encontrarse con un duro recibimiento en Barcelona auspiciado por el president vicario de la Generalitat. El resultado de las elecciones andaluzas con el notable ascenso de C’s y Vox, que hicieron del conflicto catalán uno de los ejes de su campaña, constituyen un aviso en toda regla al ejecutivo socialista. De manera que amplios sectores del electorado español, pero también catalán, podrían castigar la tibieza con que está encarando la crisis catalana, un malestar incrementado por la radicalización de los posicionamientos del president vicario. Ello podría conducir al PSOE a endurecer su postura frente al independentismo, lo cual conferiría un gran protagonismo al ministro Josep Borrell, auténtica bestia negra del movimiento secesionista.

Finalmente, en el escenario catalán las tesis fundamentalistas de Torra significan un envite contra la línea pactista de ERC, en vísperas de un largo ciclo electoral que comenzará con las municipales y cuyo telón de fondo será el juicio a los líderes independentistas. Así, el president del Parlament, Roger Torrent, se ha desmarcado de la apelación a la vía eslovena, apostando por la vía escocesa; es decir, la del acuerdo cívico y democrático con el Estado español para celebrar un referéndum pactado. También ha marcado distancias con el apoyo de Torra a los CDR con la lapidaria afirmación que la república «se construye sin capuchas, a cara descubierta y ganando la mayoría». Incluso Comín, ante el alud de reacciones contrarias a su maximalismo, ha rebajado el tono de sus afirmaciones y se desmarcado de la vía eslovena mostrándose favorable a las movilizaciones cívicas y pacíficas. Claro que podíamos añadir que no resulta difícil apelar al máximo sacrificio desde los lujosos salones de Bruselas.

Etnonacionalismo

No parece que las apelaciones al sacrificio y la muerte para lograr la independencia hayan convencido a la mayoría de la base mesocrática del movimiento secesionista. Una cosa es manifestarse cada 11 de septiembre o votar a formaciones separatistas y otra poner en peligro sus vidas y sus propiedades para alcanzar el Estado soberano. En cualquier caso, las declaraciones de Torra han revelado que un sector del movimiento independentista -el representado por el grupo de Puigdemont y la CUP- está dispuesto a todo, muertos incluidos, para lograr sus objetivos.

Ello, además, revela el carácter extremadamente peligroso de los nacionalismos étnicos que no solo provocan una profunda división de la sociedad catalana, con un discurso del odio hacia quienes no comparten su proyecto político, sino que están prestos a pagar el precio de la confrontación civil e identitaria para conseguir sus objetivos.

La evolución de los acontecimientos no invita al optimismo. El movimiento independentista ha cristalizado en torno a dos millones de seguidores que, a pesar de los exabruptos de Torra y Comín, no parece que vaya a cambiar de opinión, a la vista que no han hecho mella en sus bases sociales ni los engaños ni las falsas promesas de sus líderes. El etnonacionalismo, como diría Hannah Arendt, se comporta como una religión laica inmune a los argumentos racionales.

El combate contra el etnonacionalismo catalán debería conllevar una enérgica reacción de la sociedad catalana y del gobierno español, en el orden ideológico y político. Sin embargo, el ascenso del nacionalismo español, encarnado en PP, C’s y Vox, dificulta extraordinariamente el carácter cívico de esta lucha y conduce fatalmente a un choque entre dos nacionalismos identitarios, dibujando el negro panorama de una confrontación que destruye los puentes de distensión y donde se alimentan los peores instintos de la población.

Fuente: https://www.elviejotopo.com/topoexpress/delirios-eslovenos/