Recomiendo:
0

Censurada en Usamérica la obra teatral "Me llamo Rachel Corrie", basada en el diario de la pacifista de 23 años aplastada en Gaza hace tres años

Demasiado candente para Nueva York

Fuentes: The Nation

Traducido del inglés al castellano por Germán Leyens, miembro del colectivo de traductores de Rebelión y asimismo de Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística (www.tlaxcala.es] Esta traducción es copyleft

No fue fácil encontrar en Usamérica el delgado libro que se convirtió repentinamente en la obra más controvertida en Occidente a comienzos de marzo. Amazon dijo que no podía ser entregado hasta abril. La librería Strand tampoco lo tenía. Podía ser pedido a Amazon en Gran Bretaña, pero tardaría una semana en llegar. Finalmente encontré un autor en Michigan que gentilmente fotocopió el libro británico y me lo envió por correo privado, pero para ir sobre seguro, visité el departamento de una activista en la Octava Avenida que me permitió que me llevara por media hora su tan solicitado ejemplar al lobby. En el ascensor, lo abrí al azar.

«No puedo enfriar agua hirviente en Rusia. No puedo ser Picasso. No puedo ser Jesús. No puedo salvar sola el planeta. Puedo lavar platos.»

El libro, es el drama «My Name Is Rachel Corrie.» [Me llamo Rachel Corrie]. Compuesto de anotaciones de su diario y de correos electrónicos de la mujer de 23 años del Estado de Washington que murió aplastada en Gaza hace tres años bajo una aplanadora operada por el ejército israelí, el drama tuvo dos exitosas temporadas en Londres el año pasado y luego se convirtió en un caso célebre después de que una compañía teatral progresista de Nueva York decidió postergar indefinidamente su estreno usamericano debido a preocupación por la sensibilidad de grupos judíos (anónimos) inquietados por la victoria de Hamas en las elecciones palestinas. Cuando los productores ingleses denunciaron la decisión del New York Theatre Workshop [NYTW] por constituir «censura» y anularon la presentación, ni los medios dominantes pudieron ignorar las implicaciones. ¿Por qué no se podía escuchar las elocuentes palabras de una radical usamericana en este país, – es decir, sin lo que el Workshop había llamado «contextualización», enmarcando el drama en discusiones políticas, tal vez incluso presentando una pieza paralela que de alguna manera «aplacara» a la comunidad judía?

«El impacto de esta decisión es enorme – es más grande que Rachel y más grande que esta pieza teatral,» – dijo Cindy Corrie, la madre de Rachel. «Hubo algo en esta obra que los hizo sentirse tan vulnerables. Vi en el programa del Workshop una pieza lesbiano. ¿Utilizarán el mismo enfoque? ¿Irán al segmento de la comunidad que se opondría ardientemente?

De este modo, las palabras de Corrie parecen haber tenido más impacto que su muerte. El proyecto de ley en la cámara solicitando una investigación de su asesinato en USA fracasó en el comité, con sólo setenta y ocho votos y poca atención en los medios. Pero la admisión descarnada de un medio cultural de que subordina su propio juicio artístico a puntos de vista favorables a Israel ha servido como evidencia directa para los que han tratado impulsar la discusión de los derechos humanos palestinos en este país. Por cierto, la admisión fue tan inquietante y embarazosa que el Workshop trató rápidamente de cubrirse y de retirar sus declaraciones. Pero el daño había sido hecho; la gente formulaba preguntas que anteriormente habían sido consignadas a un área marginal: ¿Cómo puede Occidente condenar al mundo islámico por no aceptar las caricaturas de Muhammad cuando un escritor occidental que alza su voz en defensa de los palestinos es silenciado? ¿Y por qué Europa y el propio Israel tienen un debate más saludable sobre los derechos humanos palestinos que el que nosotros podemos tener en USA?

Cuando murió el 16 de marzo de 2003, Rachel Corrie había estado en Medio Oriente durante cincuenta días como miembro del Movimiento Internacional de Solidaridad (ISM, por sus siglas en inglés), un grupo que recluta a occidentales para que sirvan de «escudos humanos» contra la agresión israelí – incluyendo la política de arrasar casas palestinas con aplanadoras para crear una tierra de nadie más amplia entre Egipto y Gaza, ocupada en aquel entonces. Corrie murió aplastada cuando se paró frente a una aplanadora que se desplazaba hacia la casa de un farmacéutico palestino. Según los informes de testigos, Corrie, portando una chaqueta de un naranja brillante, era claramente visible para el conductor de la aplanadora. Una investigación del ejército israelí no encontró responsables.

La horrible muerte de Corrie se convirtió en un punto de referencia. Vinculó el sufrimiento palestino con el movimiento progresista usamericano. Y fue inmediatamente politizada. Voces favorables a Israel trataron de calumniar a Corrie como sirviente de terroristas. Dijeron que el ejército israelí simplemente intentaba bloquear túneles a través de los cuales se llevaban armas desde Egipto a los territorios ocupados – negando así que Corrie murió como resultado de una destrucción indiscriminada. Correos electrónicos llenos de odio se multiplicaron pro doquier. «Rachel Corrie no consiguió 72 vírgenes, pero consiguió lo que deseaba,» decía uno.

Pocos sabían que Corrie había sido una escritora dedicada. «Decidí ser artista y escritora,» había escrito en su diario, describiendo su despertar, «y no me importaba si era mediocre y no me importaba si moría de hambre y no me importaba si toda la maldita escuela se daba vuelta y me apuntaba con el dedo para reírse de mi.»

La familia de Corrie sintió que era importante que sus palabras fueran conocidas por el mundo. La familia colocó varios de sus últimos correos en el sitio en la red del ISM (y fueron publicados completos por el Guardian de Londres). Esos materiales fueron electrizantes. Revelaron una mujer apasionada y poética que había sido atraída desde hace tiempo a causas idealistas y que había renunciado a su trabajo con enfermos mentales y por causas medioambientales en el Noroeste de la costa del Pacífico para encarar una preocupación urgente: los derechos humanos palestinos. Miles respondieron a los Corrie, incluyendo a un representante del Royal Court Theatre en Sloane Square, Londres, que consultó si el teatro podía utilizar las palabras de Rachel en una producción – y, ¿existen más escritos? Cindy no pudo hacer otra cosa que sentarse y tomar té. Le pidió a la familia que dijera al Royal Court: Dennos tiempo.

Pasó otro año antes de que Sarah Corrie encontrara las cubas en las que su hermana había guardado sus pertenencias y mecanografiara pasajes de diarios y cartas que databan hasta la escuela secundaria. En noviembre de 2004, los Corrie enviaron 184 páginas al Royal Court. Dos colaboradores, Alan Rickman y Katharine Viner, editora del Guardian, habían tenido la intención de completar los escritos de Rachel Corrie con otras palabras. Pero las páginas cambiaron instantáneamente su opinión. «Pensamos. Lo ha hecho sola. La voz de Rachel es la única voz que hay que escuchar,», dice Viner. La familia Corrie, que posee los derechos de autor a las palabras, estuvo rápidamente de acuerdo. Rachel Corrie era la dramaturga. Todos los derechos de autor serían destinados a la Fundación Rachel Corrie por la Paz y la Justicia. Los «co-editores» londinenses se pusieron a trabajar en la selección del material, trabajando con una esbelta actriz rubia, Megan Dodds, que se parece a Corrie.

Hace un año la obra fue escenificada como una pieza unipersonal en un teatro de 100 butacas en Royal Court. Fue celebrada por la crítica, y la temporada de cuatro semanas fue totalmente vendida. Atrajo sobre todo a los jóvenes.

«Mi nombre es Rachel Corrie» – el título proviene de una declaración en el diario de Corrie – es dos cosas: un autorretrato de una mujer sensible luchando por encontrar su propósito, y una polémica sobre los horrores de la ocupación israelí.

La obra esta marcada por habla sobre muchachos al estilo de Sylvia Plath- «Terminé por convencer a Colin de que dejara de asfixiar mi vida» – y por pasajes sobre su creciente comprensión del compromiso: «Aprendí hace algunos años lo que es la insoportable levedad del ser, antes de leer el libro. La levedad entre la vida y la muerte… no existen dimensiones en absoluto… Es sólo un encogimiento de hombros: la diferencia entre Hitler y mi madre, la diferencia entre Whitney Houston y una madre rusa que contempla a su hijo que cae a través de la acera y bulle hasta morir… Y supe entonces que el encogimiento de hombros ocurriría al final de mi vida – lo supe. Y pensé, ¿a quién le importa?— Ahora lo sé, a quién le importa… si muero a las 11.15 p.m. o con 97 años – Y sé, que soy yo, Es mi rol… «A medida que la obra continúa hacia la muerte, se impone la visión moral de Medio Oriente de Corrie. «Aquí pagamos por el auténtico mal… No es el mundo en el que tú y mi padre querían que yo viviera cuando decidisteis tenerme.»

El show volvió el otoño pasado a un teatro más amplio en Royal Court, y de nuevo se agotaron las localidades. La mayoría de los espectadores tendían a irse en un silencio estupefacto, pero algunas noches el teatro se convirtió en un foro para discusiones. Rickman, Viner o Dodds se presentaron para discutir la realización del espectáculo.

El Royal Court recibió ofertas de todo el mundo, hasta de un teatro en Israel, que querían presentar la producción. Pero la prioridad era presentarla en la «patria de Rachel» como dice Elyse Dodgson, el director internacional del teatro. Esencialmente la historia de Corrie es muy usamericana. Está repleta de referencias que seguramente no eran entendidas por su público inglés – su trabajo en Mount Rainier, nadando desnuda en Puget Sound, bebiendo Mountain Dew, conduciendo por la I-5 a California.

El New York Theatre Workshop (NYTW) decidió presentar la producción en marzo de 2006. Pero en enero, el Royal Court comenzó a sentir aprensión de parte del Workshop. «Fui a Nueva York a reunirme con ellos, porque no me sentía cómodo con lo que decían,» dice Dodgson.

El Workshop estaba evidentemente asustado. Su director artístico, James Nicola, hablaba de tener discusiones después de cada presentación para «contextualizar» el drama, de contratar a un consultor que había trabajado con Salman Rushdie para que dirigiera esas discusiones y de contratar a Emily Mann, directora artística del Teatro McCarter en Princeton, Nueva Jersey, para que preparara una pieza paralela de testimonios que incluiría a víctimas israelíes del terrorismo palestino.

«Tuvimos algunas brillantes discusiones: les dijimos que el drama habla por sí mismo,» dice Dodgso. «Es caro e innecesario que se haga algo semejante después de cada actuación. Por cierto, conocíamos algunas de las cosas horribles que dijeron sobre Rachel. No las tomamos en cuenta. La controversia se acabó cuando la gente vio que se trataba de un drama sobre una joven. Una idealista.»

A Dodgson le molestó también que una empleada de marketing del Workshop, a quien se niega a nombrar, usara la palabra «aplacar.» Fue una conversación muy difícil. Dijo: ‘No puedo encontrar la palabra exacta, pero «aplacar» a la comunidad judía’ me escandalizó.»

La conexión de Corrie con el Movimiento Internacional de Solidaridad tuvo un fuerte contenido político. El ISM está comprometido con la no-violencia, pero trabaja con una amplia gama de organizaciones: desde activistas israelíes por la paz, a grupos palestinos que han apoyado atentados suicidas, lo que ha sido aprovechado por los que quieren destruirlo.

En el centro del desacuerdo estuvo la insistencia de partidarios de Israel para que el asesinato de Corrie fuera presentado en el contexto del terror palestino. Y que específicamente la política de destruir casas palestinas en Gaza fuera mostrada como orientada hacia esos túneles – aunque la casa del farmacéutico que Corrie estaba protegiendo se encontraba a cientos de metros de la frontera y no tenía nada que ver con túneles. Una persona cercana a NYTW, que rehusó declarar en público explica: «El que los israelíes trataban de arrasar esas casas no se debía a que estaban sólo contra los palestinos, sino contra los túneles subterráneos, la manera de llevar explosivos a esa comunidad. Al no mencionarlo, el drama no es tan objetivo como pretende ser.» Otra fuente anónima del NYTW dijo que los empleados se preocuparon después de leer un perfil de Corrie en Mother Jones de otoño de 2003, un artículo muy discutido que se basaba considerablemente en fuentes derechistas para describirla como una ingenua imprudente.

¿Pero a quién consultó el Workshop en sus deliberaciones? Se ha negado obstinadamente a decirlo. En el New York Observer, Nicola mencionó a «amigos judíos.» Dodgson dice que en discusiones con el Royal Court, empleados del Workshop mencionaron la Liga Contra la Difamación y la oficina del alcalde como entidades que les preocupaban. (Abe Foxman de la ADL visitó Londres en 2005 y denunció la obra en el New York Sun como ofensa a las «sensibilidades» judías.) Una versión dice que el golpe fatal fue dado por la firma global de relaciones públicas Ruder Finn (que tiene una oficina en Israel) que dijo que no podía representar la obra.

En su última declaración el Workshop dice que consultó a numerosas voces comunitarias, no sólo a judíos. No incluyó a árabes-usamericanos. Najla Said, directora artística de Nibras, un teatro árabe-usamericano en Nueva York, dice: «Ni siquiera somos suficientemente ‘otros’ para ser ‘otros’. No somos el tema político que alguien considere que vale la pena mencionar.»

La temporada había sido prevista del 22 de marzo al 14 de mayo. Las entradas fueron ofrecidas en Telecharge en febrero. Pero el Workshop no había anunciado la producción. Según el Royal Court, Nicola finalmente les dijo que quería postergar la presentación por lo menos seis meses o un año para permitir que el clima político se calmara y preparar mejor la producción. El Royal Court lo consideró una cancelación. La noticia apareció el 28 de febrero en el Guardian y el New York Times.

El artículo del Times fue escandaloso. Dijo que el Workshop había «retrasado» una producción que nunca había anunciado, e informó que Nicola había estado sondeando a «líderes judíos locales y comunitarios en cuanto a sus sentimientos.» Citó a Nicola diciendo que la victoria de Hamas había llevado a la comunidad judía a ser «muy defensiva y muy tensa… y eso me pareció razonable.»

El Mar Rojo se partió. O en todo caso el Océano Atlántico. La dramaturga inglesa Caryl Churchill, que ha trabajado con ambos teatros, condenó la decisión. Vanessa Redgrave escribió una carta exhortando al Royal Court a demandar al Workshop. Al principio la comunidad teatral de Nueva York se mantuvo tranquila.

Apareció la blogósfera, escena izquierda. Tres o cuatro autores de blogs indignados comenzaron a bombardear a la comunidad del Workshop con preguntas. ¿Con quién habló el Workshop? ¿Por qué la gente de teatro no protesta? Garrett Eisler, el blogger Playgoer, comparó la decisión con la que tomó el Manhattan Theater Club cuando anuló su producción de 1998 de Corpus Christi, una obra que presentaba a Cristo como gay – una decisión que fue cambiada después de que voces destacadas, incluyendo la página editorial del Times, denunciaron la acción.

El dramaturgo Jason Grote circuló una petición exhortando al Workshop a corregirse. Entre los firmantes estaba Philip Munger, compositor cuya cantata dedicada a Corrie, «The Skies Are Weeping» (Los cielos lloran), también sufrió cancelaciones por motivos políticos. El joven dramaturgo Christopher Shinn se pronunció temprana y enérgicamente, diciendo que la postergación equivalía a censura. «Nadie conocido decía algo,» dice Eisler. «Y Chris Shinn no es una personalidad tan conocida, pero es un artista teatral activo cuyo nombre aparece en el New York Times.»

Cuando visité el Workshop, una semana después del inicio de la controversia, era una institución herida. Linda Chapman, la directora artística asociada, que había firmado la petición de Grote, dijo que no podía hablar conmigo, por la «arena movediza» en la que se había convertido toda declaración. El Workshop había colocado y luego eliminado de su sitio en la red una torpe declaración que intentaba dar una explicación. Playgoer exigía que los oponentes a la obra se manifestaran y exigía una declaración de Tony Kushner, que ha montado dramas en el Workshop, y colocó su foto como si fuera una especie de criminal de guerra.

En una entrevista con The Nation, Kushner dijo que guardaba silencio por su cansancio ante argumentos similares respecto a la película «Munich», en la que fue guionista, y porque seguía esperando que la decisión sería corregida. Dijo que Nicola es una gran personalidad del teatro usamericano. «Es uno de uno o dos de los teatros más importantes en esta área – comprometido políticamente, impertérrito, atrevido y experimental en la forma.» Al no haber recibido jamás una respuesta clara sobre el motivo por el que Nicola canceló la obra, Kushner lo atribuye al pánico: Nicola no sabía en qué se estaba metiendo, y sólo se dio cuenta más tarde de cuánta oposición a Corrie existía, cuánta confusión había creado la derecha sobre los hechos. Nicola sintió que estaba enfrentando «una reyerta verdaderamente grande y aterradora y no una pieza teatral.» A pesar de ello, Kushner dijo, la decisión del teatro creaba una situación «espantosa». «La censura de un drama porque encara temas palestino-israelíes no es de ninguna manera correcta,» dijo.

El Royal Court salió oliendo a rosas. Anunció triunfalmente que presentaría el show de Megan Dodds en el West End, el equivalente londinense de Broadway, y que no podría ir a Nueva York hasta el otoño próximo.

Los peticionarios de Grote (519 y se siguen sumando) quieren saber lo que ocurrirá en el Workshop, que por su parte salió con otra declaración sobre el asunto, publicada la víspera del aniversario de la muerte de Corrie. «Sólo puedo decir que estábamos tratando de hacer lo que podíamos por ayudar a que se escuchara a voz de Rachel,» dijo Nicola. La herida puede ser demasiado profunda para un ungüento parecido. Como dice George Hunka, autor del blog teatral Superfluities: «Esto es demasiado importante para que todos lo disimulen, que todos agiten sus manos por un fotógrafo New York Times. Es un retrato extraordinariamente raro de la manera como las instituciones culturales de Nueva York toman sus decisiones sobre qué producir.»

Hunka no utiliza la palabra «J». Jen Marlow lo hace. Activista judía de Rachelswords.org (que escenificó una lectura de las palabras de Corrie el 22 de marzo en presencia de los padres de Corrie) dice: «No quiero decir que la comunidad judía sea monolítica. No lo es. Pero entre numerosos judíos usamericanos que son muy progresistas y luchan profundamente por muchos temas de justicia social, existe una reacción de reflejo rotular que ocurre cuando se trata de temas relacionados con Israel.»

Las preguntas sobre la presión de dirigentes judíos se transmutan rápidamente en preguntas sobre el financiamiento. Ellen Stewart, la legendaria directora del grupo teatral La MaMa E.T.C., que se encuentra al otro lado de East 4th Street frente al Workshop, especula que el lío comenzó con su consejo directivo «muy acaudalado». El padre de Rachel, Craig Corrie, se hace eco de su opinión. «Realicen una investigación, sigan la huella del dinero.» Llamé a seis miembros del consejo y no obtuve respuesta. (Aproximadamente un tercio parecen ser judíos, como yo.) Es, desde luego, un tema delicado: La escritora Alisa Solomon, que se mostró consternada por la postergación, advierte a pesar de todo: «Hay algo un poco demasiado familiar respecto a la imagen de judíos manipulando los títeres tras la escena.»

Tal vez sea así. Pero la declaración de Nicola sobre un canal oculto a dirigentes judíos sugiere la presencia de un lobby cultural paralelo al tan cacareado lobby pro-Israel en thinktanks y el Congreso. Dudo que descubriremos si la decisión del Workshop fue «generada internamente», como afirma Kushner, o más orquestada, que es lo que yo sospecho. Lo que ha mostrado el episodio es un clima de temor. No de daño físico, sino de pérdida de oportunidades. «El silencio resulta del miedo y la intimidación,» dice Cindy Corrie. «No veo qué otra cosa podría ser. Y daña no sólo a los palestinos. Pienso, sinceramente, que daña a los israelíes y nos daña a nosotros.»

Kushner está de acuerdo. Después de pasar cinco meses defendiendo «Munich», dice que el miedo tiene dos fuentes: «Hay una maquinaria de ataque extremadamente bien organizada que te persigue si expresas algún tipo de disenso sobre las políticas de Israel, y es una experiencia muy desagradable sentirse en la mira. No se trata de palurdos de Kansas que aúllan que los gays se quemen en el infierno: son columnistas de los periódicos que son tomados en serio.» Esos atacantes imponen una especie de test de alfabetismo. Antes de que se pueda depositar un voto moral sobre los derechos palestinos, hay que recitar un millón de hechos dudosos, como ser qué porcentaje de los territorios estaban fuera de la Línea Verde en 1949. Luego viene el temor auto-generado de apoyar a antisemitas o a aquellos que quisieran destruir a Israel. En general, dice Kushner, puede dejar a alguien «abrumado y desesperado – uno se siente como si no debiera decir nada.»

¿Quién va a contar a los usamericanos la historia de Medio Oriente? Durante generaciones la historia ha tratado a los israelíes como víctimas, y esto ha sido crucial para la política israelí en la medida en que Israel ha logrado desafiar las opiniones de sus vecinos basándose en una superpotencia extremadamente favorable. Los partidarios de Israel siempre han temido que si los usamericanos comenzamos a realizar la misma discusión franca de los temas como sucede en Tel Aviv, podríamos ser más objetivos en nuestro enfoque a Medio Oriente. Esa presión es lo que ha asfixiado un drama que muestra a los palestinos como víctimas (y cubierto con una manta una película, «Munich», que muestra a ambos lados como víctimas.) Nunca he escrito algo semejante a este texto antes. Es emocionante que esa libertad nos haya sido posibilitada por una mujer de 23 años con dones literarios que no tuvo tiempo de revelar.

http://www.thenation.com/docprint.mhtml?i=20060403&s=weiss