Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Hace seis semanas, el presidente Bush firmó un dictamen secreto autorizando una ofensiva clandestina contra el régimen iraní que, según los que están familiarizados con su texto, «no tiene precedente en su alcance.»
La instrucción secreta de Bush cubre acciones en un área geográfica inmensa – desde el Líbano a Afganistán – pero es también aún más arrolladora en el tipo de acciones permitidas bajo sus líneas directivas – hasta e incluyendo el asesinato selectivo de responsables. Este alcance ampliado abre el camino, por ejemplo, para un apoyo pleno al brazo militar de Muyahidín-e-Khalq, el grupo de oposición iraní, a pesar de que sigue estando en la lista de grupos terroristas del Departamento de Estado.
Del mismo modo, fondos clandestinos pueden fluir ahora sin restricción a Jundullah, o «Soldados de dios,» el grupo militante suní en el Baluchistán iraní – al lado mismo de la frontera afgana – cuyo líder fue presentado hace poco en Dan Rather Reports cortando la garganta de su cuñado.
Otros elementos que se beneficiarán con la generosidad y la asesoría de EE.UU. incluirán a los nacionalistas kurdos iraníes, así como a los árabes Ahwazi del sudoeste de Irán. Más lejos, se aumentarán las operaciones contra Hezbolá, los aliados de Irán en el Líbano, junto con esfuerzos por desestabilizar el régimen sirio.
Todo esto cuesta dinero, que por su parte debe ser autorizado por el Congreso, o por lo menos por unos pocos miembros informados de los comités de inteligencia. Esto no ha representado un problema. Una inversión inicial de 300 millones de dólares para financiar la implementación del dictamen ha sido rápidamente aprobada con apoyo bipartidario, aparentemente haciendo caso omiso de la impopularidad de la actual guerra y de la condición peligrosa de la economía de EE.UU.
Hasta hace poco, el gobierno enfrentaba un serio obstáculo para la acción contra Irán en el comandante de Centcom, almirante William Fallon, quien no ocultaba su desdén por la determinación oficial de llevar a EE.UU. a la guerra. En un incidente ampliamente publicitado en enero pasado, patrulleros iraníes se aproximaron a un barco de EE.UU. en lo que el Pentágono describió como una actitud «provocadora.» Según oficiales del personal de Centcom, el comandante estadounidense en el lugar estuvo a punto de abrir fuego. En ese momento, EE.UU. estuvo cerca de la guerra. El comandante desistió sólo cuando Fallon ordenó personal y explícitamente que no disparara. La Casa Blanca, según los oficiales, estuvo «absolutamente furiosa» contra Fallon por haber desactivado el incidente.
Desde entonces Fallon ha partido. Su abrupta renuncia a comienzos de marzo vino después de la publicación de sus puntos de vista puros y duros sobre la política de confrontación de EE.UU. hacia Irán, algo que es poco probable que suceda con su reemplazante, el general favorito de Bush, David Petraeus.
Aunque Petraeus no se hará cargo del comando formal de Centcom hasta fines del verano, hay abundantes señales de que algo podría suceder antes. La fecha de partida de una fuerza anfibia de la Armada que originalmente debía partir de San Diego hacia el Golfo Pérsico a mediados de junio, fue abruptamente adelantada al 4 de mayo. Una reunión programada en Europa entre diplomáticos franceses que actúan como intermediarios de EE.UU. y representantes iraníes fue repentinamente cancelada en las últimas dos semanas. Se dice que Petraeus trabaja en una información general para el Congreso a fin de demostrar concluyentemente que los iraníes son la fuente de los actuales problemas de EE.UU. en Iraq, debido a su apoyo a la milicia chií que es atacada actualmente por fuerzas de EE.UU. en Bagdad.
Es interesante que, a pesar de sus quejas belicosas, Petraeus haya hecho pocos esfuerzos por sellar la frontera Irán-Iraq, y en todo caso dos tercios de las bajas de EE.UU. siguen siendo causadas por insurgentes suníes. «Los chiíes son responsables de menos de un tercio,» me dijo un miembro del personal del comando en Bagdad, vuelto recientemente de Iraq y familiarizado con la información relevante de inteligencia, «pero si quieres una guerra tienes que venderla.»
Incluso sin las iniciativas clandestinas recién descritas, la inmensa y creciente armada que está actualmente estacionada en el Golfo es un símbolo impresionante del poder estadounidense.
La potencia armada de EE.UU. estropeada por el plato de limosnas presentado a los árabes
En algún momento en la próxima quincena, un operador de radar de la flota podría notar un punto de luz en sus pantallas que representa algo más profundo: la creciente debilidad financiera de EE.UU. El punto será el avión del ex Secretario del Tesoro, Robert Rubin, que inicia su descenso hacia Abu Dhabi. La responsabilidad de Rubin, estos días, es ayudar a mantener a flote a Citigroup, a pesar de un balance que sigue anegado, a pesar de frenéticos esfuerzos por reflotarlo de la Reserva Federal y otros, por inmensas pérdidas en obligaciones hipotecarias. El Fondo de Riqueza Soberana de Abu Dhabi inyectó 7.500 millones de dólares en noviembre pasado (a pesar de una tasa de interés de alto riesgo de un 11%), pero la necesidad urgente de capital fresco del banco persiste, y Abu Dhabi es donde está el dinero.
Incluso si esos operadores de radar no prestaran atención al vuelo de Mr. Rubin, y el contraste irónico que ilustra entre el poder militar de EE.UU. y su debilidad financiera, otros sí lo harán, y no sólo en Teherán. Un dictamen no cambiará gran cosa en ese hecho.
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Andrew Cockburn es colaborador regular de CounterPunch. Vive en Washington DC.
Su libro más reciente es «Rumsfeld: His Rise, Fall and Catastrophic Legacy» [Rumsfeld: Su ascenso, su caída y su legado catastrófico].
http://www.counterpunch.org/andrew05022008.html