Pareciera ser que el debate Bush-Kerry en términos de espectáculo electoral y de las consabidas formas de marketing político dentro de la realidad de Estados Unidos sobrepasó sus fronteras y se coló en las pantallas de millones de seres del planeta y, lo que es peor, en las mentes de avezados analistas, periodistas e intelectualidad […]
Pareciera ser que el debate Bush-Kerry en términos de espectáculo electoral y de las consabidas formas de marketing político dentro de la realidad de Estados Unidos sobrepasó sus fronteras y se coló en las pantallas de millones de seres del planeta y, lo que es peor, en las mentes de avezados analistas, periodistas e intelectualidad de muchos países.
Durante semanas hemos asistido estupefactos a debates, comentarios y sesudas discusiones fuera de Estados Unidos so-bre el color de la corbata y la estatura de los candidatos a la hora de decidir el voto de los electores. Es decir, la superficialidad en tiempo de elecciones. Poco sobre la política hacia Cuba o América Latina, por ejemplo. Demasiado acerca de su cónyuge y otros pormenores que no aportan al debate político, aunque no discuto que ello haga más atractiva la figura de los candidatos como producto de consumo y objeto de deseo, lo que se traduce en posibles votantes. Pero no recibimos contenidos programáticos de los candidatos sobre política exterior, en este caso fundamental, dado el peso de Estados Unidos en el mundo. Sin embargo, los mensajes acerca de sus apetitos culinarios y sus vidas pa-sionales favorecieron una toma de posición intestinal y escatológica de rechazo hacia uno u otro candidato.
Ni qué decir de la importancia, en esta perspectiva, que jugaron los medios de comunicación a escala mundial y que se expresó en su rechazo y apoyo a John Ke-rry o a George W. Bush. Era como si sus lectores, televidentes o radioescuchas votasen en las elecciones. Han sido demasiados los errores cometidos de forma consciente o inconsciente en la manera de presentar el problema de quien debía ocupar el sillón presidencial en la Casa Blanca, y ahora el resultado es el sillón del sicoanalista.
Es cierto que las condiciones ignominiosas de la invasión ilegítima a Irak generaron un rechazo importante de una parte de la comunidad y de la opinión pública internacional hacia el gobierno de Bush y sus aliados. Sin embargo, no debemos confundir esta protesta contra el unilateralismo con una crítica del pueblo de Estados Unidos a su política exterior y a su gobierno. El proceso electoral para elegir presidente en Estados Unidos se mide acorde con sus parámetros de vida, a sus convicciones, a su visión del mundo y allí ambos candidatos tienen el convencimiento de ser un factótum de la democracia mundial. La unidad interna de Estados Unidos tras la invasión de Irak no tiene muchas fisuras entre demócratas y republicanos. Los acuerdos de Estado en política de seguridad nacional y lucha antiterrorista no muestran discrepancias mayores. Igualmente en la guerra y la política hacia Irak, Afganistán, Palestina y Cuba. Bajo estas circunstancias, el nacionalismo patriótico del pueblo estadunidense se condensa en el destino manifiesto. Mito político que les obliga a desplegar en todo el mundo su noción de libertad en la convicción que Dios los apoya y el planeta les pertenece. Republicanos y demócratas son depositarios de este relato y actúan ritualmente en consecuencia.
Pero lo que no se entiende es que el resto de los mortales se dejara embaucar y acepte la presentación de la campaña electoral en los términos que los ideólogos de la seguridad nacional, el Pentágono, propusieron. Triste resultado. Hoy, muchos progresistas sufren una depresión posparto y desde luego gentes sencillas en todo el mundo piensan que éste se ha vuelto un poco más peligroso que ayer. Falso dilema. Verdad es que los republicanos tienen amplia mayoría y que su triunfo les permite ejercer mayor poder en ambas cámaras. Sin embargo, ello no sería novedad dentro de la historia de Estados Unidos. Si recordamos, estar en minoría no fue obstáculo para ejercer políticas de agresión ha-cia Centroamérica. Recordemos Nicaragua y el voto de los senadores demócratas para la concesión de los 50 millones de dólares a la hora de financiar a la contra en el Senado a propuesta de Ronald Reagan. No menos su apoyo en la intervención de Panamá con Bush padre. Tampoco olvidemos que su presidente James Carter, del Partido Demócrata, premio Nobel de la Paz, financió actuaciones de la CIA en Africa, Etiopía y también la guerra en Af-ganistán. Al igual que John Kennedy, que pasa a la historia como grande de Estados Unidos, tiene en su haber la invasión a Bahía Cochinos, en Cuba, y toda la política de desestabilización en América Latina. No menos que asesinatos y guerra sucia. Como se presente para la historia de un estadunidense no es lo mismo que para un cubano o un dominicano. ¿Por qué posicionarse entonces sobre Kerry o Bush en términos de una diferencia cualitativa?
Falso debate sobre una alternativa de paz mundial. Inexistente desde la óptica del poder imperialista de Estados Unidos. En este sentido da igual un Ford que un Chevrolet (¡Que se vaya Bush!). ¿Qué otra cosa pueden pedir en términos electorales los demócratas si no es la cabeza del contrincante? Asimismo, cómo presentar una campaña acostumbrados a lo que estamos, donde todo vale y nada queda fuera del posible uso para los agentes publicitarios. En uno y otro bando.
Lo curioso es que dicho sentido de la campaña electoral traspasara las fronteras y se alzara en la dualidad: Kerry, expresión de los valores más sagrados de la éti-ca y los derechos humanos, y Bush, representante del imperio del mal. Todo en blanco y negro. Comprendo las ganas por que Bush deje de ser presidente de Estados Unidos, pero en ese país sus ciudadanos son los que votan. Lo hacen dentro de su idiosincrasia y no para darnos el gusto a nosotros. Tampoco confundamos la ac-ción de intelectuales y su papel en la denuncia continua de la violación de las libertades y en la defensa de los derechos humanos dentro de Estados Unidos, con una sociedad que se complace a sí misma. Lo peor de todo es que la irresponsabilidad de haber sostenido a Kerry como al-ternativa da alas al conservadurismo mundial y a sus aliados. El mundo no hubiese estado más seguro con Kerry en el poder. Pero al aceptar la discusión en estos términos se ha dado legitimidad a un gobierno que violó el derecho internacional y a un presidente que puede ser acusado de crímenes de lesa humanidad. Deprimirse es asumir la visión estadunidense del mundo. La alternativa no es Kerry, se construye en Cuba, en Venezuela, en Uruguay, Brasil, Chiapas…