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Sobre el mensaje regio

Desajustes entre el marco y el cuadro

Fuentes: Rebelión

Seriedad que no alcanzó lo solemne. Convencimiento que no consiguió persuadir. No fue un mensaje navideño más, pues estuvo a tono con el delicado momento que atraviesa la institución monárquica. Durante la mayor parte del discurso, se apeló a todos los grandes logros que trajeron estas tres décadas de la mano de la actual Constitución. […]

Seriedad que no alcanzó lo solemne. Convencimiento que no consiguió persuadir. No fue un mensaje navideño más, pues estuvo a tono con el delicado momento que atraviesa la institución monárquica. Durante la mayor parte del discurso, se apeló a todos los grandes logros que trajeron estas tres décadas de la mano de la actual Constitución. Lo que se echó en falta fue la confianza en el futuro, incluso en el más inmediato. Si hacemos caso a los clásicos, la nación, entendida como un sugestivo proyecto de vida en común, no estuvo presente en la salutación navideña del actual Jefe del Estado.

El actual monarca podría haber hecho suya la frase que sigue: «La Constitución soy yo». Hasta ahora, no lo fue nada mal. Lo que sucede es que la Carta Magna del 78 no goza actualmente del mismo prestigio que en décadas anteriores. Y, si ella se tambalea, la institución monárquica zozobra inevitablemente con ella. Los hechos así parecen demostrarlo.

Por otro lado, y como siempre cabe esperar de este tipo de discursos, se desgranaron una serie de tópicos con los que todo demócrata está esencialmente de acuerdo, como el necesario entendimiento entre partidos políticos a la hora de afrontar los más graves problemas del Estado, como el rechazo al terrorismo, así como por la apuesta a favor de unas mejores condiciones de vida para los más necesitados.

Pero no es menos cierto -y esto nunca se ha visto tan claro como ahora- que el problema no está tanto en el cuadro como en el marco. Por ejemplo, desde la transición a esta parte, hemos sido gobernados por tres grandes partidos de ámbito nacional (UCD, PSOE Y PP), y nadie ha hecho la prometida regeneración política, tan esgrimida en su momento por Aznar. También hemos sido gobernados por dos generaciones distintas, sin que las asignaturas pendientes lleven camino de resolverse. Tenemos una derecha que no se decide a desmarcarse claramente el franquismo, así como a una izquierda que aún no ha puesto sobre la mesa un proyecto de España que convenza e ilusione.

El problema -insistimos- es el marco. Un marco en el que no hay voluntad de cambiar la ley electoral, en el que no se toman iniciativas conducentes a terminar con la corrupción, vía financiación de partidos, vía políticas urbanísticas. Un marco en el que los partidos políticos se comportan al modo de castas privilegiadas frente a una ciudadanía que les de la espalda, pero que no llega a plantarles cara. Un marco en el que la configuración territorial está más lejos que nunca de vertebrarse.

Y ese marco, donde el papel de la monarquía es esencial, por no decir que es en gran parte ella misma, parece que no da más de sí. No sería difícil a este respecto hacer comparaciones, con toda la cautela que el caso exigiría, pero también con la consciencia de que pueden ser ilustrativas, con otras épocas históricas, la de la Restauración canovista sin ir más lejos, cuando llegó un momento en que aquello se mostraba agotado.

Probablemente, no es momento para las soluciones precipitadas, pero, se quiera o no, el marco político en el que hemos venido viviendo a lo largo de los últimos treinta años, se ha vuelto frágil, y eso debe ser acometido y asumido desde todas las instancias políticas y mediáticas.

Porque si algo se puso de manifiesto en el último mensaje navideño es que el cuadro de la vida política no se ajusta bien al marco. Dilucídese al respecto qué es lo que debe ser retocado y en qué medida, pues sin acoplamiento entre lo uno y lo otro, entre el marco y el cuadro, la cosa no puede marchar muy bien.

Así las cosas, por mucho que no les guste ni al PSOE ni al PP, ni menos aún a la mayoría de los grandes medios de comunicación, y tampoco a algunos partidos nacionalistas, la opción republicana llama a la puerta, sino de la gobernabilidad inmediata del país, sí al menos del debate público.

Va a ser -lo está siendo ya- inevitable.