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Historia de una clandestina

Desde Guatemala hasta Illinois

Fuentes: Rebelión

«Te vamos a entregar pero si algo sale mal te matamos», me dijo el coyote apuntándome con una pistola en la sien. Estábamos en la casa-bodega en Arizona a donde llegamos después de haber cruzado los desiertos de Sonora y Arizona, su organización había pedido a mi hermana dos mil dólares más del pago acordado […]

«Te vamos a entregar pero si algo sale mal te matamos», me dijo el coyote apuntándome con una pistola en la sien. Estábamos en la casa-bodega en Arizona a donde llegamos después de haber cruzado los desiertos de Sonora y Arizona, su organización había pedido a mi hermana dos mil dólares más del pago acordado y le dieron un día para conseguirlo de lo contrario le dijeron que me iban a violar y a matar y que jamás encontraría mi cuerpo porque se lo comerían las aves de rapiña en algún lugar del desierto a donde lo iban a ir a tirar.

No fui la única a la que extorsionaron ciertamente sucedió con todos, ya estando en la casa dieron por llamar a los familiares de los migrantes y pidieron dos mil dólares más por el rescate, cuando el migrante se oponía entonces subían el cobro hasta cinco mil, algunos habían hecho trato de cinco mil dólares por la cruzada, otros de tres mil, ocho mil, siete mil, todo dependía del Estado de México del cual provenían y en los casos internacionales, del país. Sube la cantidad dependiendo la lejanía del país, un persona guatemalteca paga más que una mexicana y una salvadoreña mucho más que la guatemalteca y así sucesivamente, las personas del Sur pagan cantidades exorbitantes.

También si es la misma organización la que los cruza desde la frontera de Tapachula hasta Estados Unidos o solo la frontera entre México y Estados Unidos. Si son menores de edad cobran más.

Me despedí de los que quedaban de mi grupo con el que crucé el desierto, ya habían llegado otros, todos los días a la media noche llegaban más y más. Todos los días en las mañanas salían a entregar a las personas en el intercambio de recibir el dinero restante.

La casa que cuando salimos la pude ver por fuera porque cuando llegué iba boca abajo tirada en el suelo de un carro sedan junto a otras nueva mujeres, una casa ubicada en sector residencial con estacionamiento como para ocho vehículos, grandes jardines que no vi desde adentro porque las ventanas las tenían tapadas con pedazos de madera, de tres niveles con dos áticos. Adentro no habíamos menos de cien personas todos los días.

Me subí al carro de doble tracción, un coyote se sentó junto a mí y puso su pistola en mi costado y así todo el trayecto hacia el centro comercial donde se realizaría la entrega. Adelante el piloto y su esposa. No me bajaría del carro hasta que ellos tuvieran el dinero en sus manos y cuidadito de hacer algo indebido como gritar y pedir ayuda porque para eso iba el coyote con la pistola en mi costado, para disparar sin contemplaciones. Así nos fuimos todo el camino después de aproximadamente cuarenta minutos llegamos al estacionamiento del centro comercial, ahí estaría otro coyote que sería quien pagaría el dinero del rescate y quien me engancharía con otro coyote más de otra organización para que me llevara de Arizona a Illinois.

En total desde Guatemala hasta Illinois, pasé por 6 coyotes de cinco organizaciones distintas. La primera que me recibió en el aeropuerto de la ciudad de México fue mujer y con ella viajé en avión hasta Hermosillo, Sonora y en taxi hasta Agua Prieta, donde me entregó al otro coyote y se regresó a la ciudad de México. En el centro comercial se acercó el coyote ex esposo de la coyota que me recibió en México y que trabajaba en distinta organización que ella, me preguntó cómo estaba y le contesté que bien, le entregó el dinero al conductor y bajé del vehículo, me subí a su carro y ambos conductores tomaron diferentes caminos.

Me lleva a almorzar y a comprar una mudada de ropa porque la que tengo puesta está llena de tunas de nopal. Me compra una hamburguesa que pide por el autoservicio y entramos lo más rápido posible al centro comercial jalo una mudada solo por la talla sin fijarme en detalles menores, salimos y vamos a su casa que es de las que tienen forma de furgón de tráiler, es una colonia de «casas tráilas», ahí quita llave a la puerta y me encuentro con otro grupo de migrantes que encerrados y que esperan quien los lleve a los diferentes Estados donde los están esperando sus familiares. El trabajo de este coyote es negociar con las organizaciones que los cruzan y él se encarga por cuenta propia de ir a dejarlos a los distintos Estados, en este viaje me explica que yo le quedo fuera del camino porque las entregas las hará en el lado opuesto al que voy yo por esa razón contactó a otro coyote que ya lleva gente pero que hizo un espacio en su vehículo para mí, «te irás en una caravan».

Quienes están dentro de la casa tienen cadenas en las manos y en los pies me dice que es para que no traten de escapar y los agarre la migra, que es por el bien de ellos nada más que lo hace porque la gente llega asustada y comete errores grandes.

Espero en su casa hasta las cinco de la tarde que llega el otro coyote con su caravan que para mi sorpresa no es de modelo reciente como el automóvil suyo ni como los carros de los coyotes de la casa en donde estuve en Phoenix, este coyote tiene su casa en el poblado de Douglas que colinda justo con Agua Prieta, me explica que tiene que ser un carro con esa apariencia y modelo porque nos iremos por caminos de fincas y ese tipo de vehículos son los que transitan por allá.

Me despido de él con una gaseosa en el estómago y una hamburguesa, con mi mudada nueva puesta y la vieja guardada en una bolsa de nailon, el coyote abre la puerta de su caravan y veo dentro una retahíla de hombres tirados en el suelo boca arriba, la camioneta solo tiene los dos sillones de adelante, le quitaron los otros para que cupieran los migrantes, atrás pusieron un sillón suelto para que me sentara yo que soy la única mujer de los indocumentados, el coyote va acompañado de su esposa y de su hija de meses de edad.

Lleva el radio a todo volumen, atrás lleva cuatro bocinas parecidas a las de iglesia evangélica en culto de fin de semana, la música de banda y duranguense es su favorita y nos toca aguantar las bonicas ronroeando justo en nuestro tímpanos.

Cuento 19 hombres y conmigo hacemos un 20 indocumentados. Adelante va el coyote de aproximadamente cuarenta años de edad y su esposa que dijo que tenía 16 y la niña de cuatro meses de nacida. Ambos mexicanos y orgullosos de tener una hija estadounidense. Para nuestra sorpresa el coyote nos dice que ni él ni su esposa tienen documentos. Llevan un mapa de papel del tamaño de una cartulina que su esposa va leyendo porque él no entiende inglés, ni lo habla, ni lo escribe, ni lo lee.

El viaje dura tres días en los que cruzamos: Nuevo México, Colorado, Kansas, Nebraska, Iowa, Wisconsin y finalmente llegamos a Illinois.

Tres días sin comer ni beber nada porque el coyote dijo que si comíamos tendríamos que ir al baño y eso era arriesgarnos demasiado. Él y su esposa y por supuesto la bebé sí hacían los tres tiempos, paraban en las áreas de descanso y regresaban con comida que en camino devoraban.

Efectivamente como lo había dicho condujo en caminos alejados de las carreteras principales y de las autopistas, entre pueblos y campiñas donde abundaban las fincas, nunca se separó el tren carguero que atravesaba sembradillos de soya, maíz y frijol. Grandes fincas llenas de ganado, enormes graneros pintados de corinto. Nos turnábamos con los compañeros migrantes, una hora cada uno sentados en el sillón hasta que pasábamos los veinte y otra vez a iniciar la ronda. Cuando me tocaba en el suelo nos empiernábamos todos porque el frío era insoportable y nadie tenía suéter. No podíamos dormir tampoco porque las bocinas estaban a todo volumen. Al segundo día los hombres pidieron orinar y él no lo permitió lo que hizo fue darles las latas vacías de gaseosas y que orinaran ahí y que cada quien cuidara su lata. A mí me había alertado el coyote de la «casa tráila» me dijo que no iban a parar en el camino y que fuera al baño antes de salir.

Todos iban a para Atlanta Georgia a trabajar en los campos de cultivo, el más jovencito del grupo tenía 23 -mi edad- y el mayor sesenta. Me dolió tanto cuando vi al de sesenta, sus ojos azules, rubio, su mirada cansada, hubiera jurado que era chiquimulteco, hablaba con acento de Ipala, pero no quise importunarlo si él había dicho que era mexicano era por algo.

Me dijeron que era la primera vez que emigraban, todos afirmaron ser mexicanos. Todos eran campesinos. La mirada de un hombre campesino es tan deslumbrante porque es transparente es muy distinta a la de un hombre de ciudad. La mirada de un campesino tiene auroras y ríos y chozas y sembradillos y tapiscas. Si es jornalero tiene en su espalda la saña del patrón. La de un hombre de ciudad es más compleja, hay letras y números y títulos y etiquetas, también hay esencia por supuesto pero, es más difícil de encontrar por lo menos para mí sí lo es.

Entraron en confianza conmigo y me dijeron que sentían como si hubiera crecido con ellos en sus pueblos, cada uno comenzó a contar de su vida y de sus querencias y de sus dolores y de sus vacíos, todos iban a buscar comida a Estados Unidos. Habían decidido dejar de ser mozos en sus pueblos natales para serlo en Estados Unidos pero ganando mucho más dinero que la miseria que les pagaban los ricos de su país. Dormirían en galeras y el sueldo de los primeros seis meses lo tenían ya empeñado con el coyote que conducía la camioneta, esa cantidad les cobró por el viaje desde Arizona a Atlanta.

Realmente yo también estaba fuera de la ruta pero por amistad con el coyote de la «casa tráila» que fue quien le enseñó el negocio de «entregar indocumentados» le hizo el favor de llevarme. Así me dijo al segundo día cuando transitábamos en Colorado. También me dijo que no tenía planta de ser mexicana de Morelos, sino caribeña o tal vez veracruzana. Desde que me recibió la coyota en la ciudad de México el acuerdo fue hacerme pasar por mexicana para evitar que si me deportaban me enviaran a Guatemala, sería más fácil intentarlo nuevamente si me regresaban a México, por esa razón aprendí a hablar como mexicana de Veracruz y de Guerrero el acento se parecía más al mío como guatemalteca, también estudié la geografía del país, algo de historia y sobre todo los nombres de los gobernantes, información que fue vital en las siete veces que nos detuvo la Policía Federal en territorio mexicano, si pasé la prueba con ellos seguro no sería tan difícil si me detenía la Patrulla Fronteriza en territorio estadounidense. Así es que fui mexicana desde la ciudad de México hasta Illinois cuando se realizó la entrega pero esta vez en brazos de mi hermana.

Al tercer día les pidieron orinar de nuevo y el coyote no se pudo negar porque le comenzaron a reclamar de la comida y tuvo que comprar unas bolsas de golosinas y nos entregó una a cada uno y una gaseosa y nos dijo que era la primera y última vez que se detenía para que fuéramos al baño; se metió en un zacatal de una finca y nos dio dos minutos para orinar. Yo no comí las golosinas ni probé la gaseosa realmente tenía hambre pero ellos iban más lejos y a mí me quedaban horas para llegar a Illinois, de algo les serviría en el camino.

Entrando a Iowa vimos el deslumbrante río Mississippi, no teníamos autorización de asomar la cabeza por las ventanas porque no estaban polarizadas y ver tal cantidad de gente podía levantar sospechas y cualquiera podía avisar a la policía o peor aun la policía misma nos podía detener, pero el río era realmente hermoso que fue imposible para el coyote evitar que nos hincáramos y nos asomáramos.

El Nebraska vi por primera vez la nieve que caía sobre los rollos de heno en los terrenos lejanos de las fincas donde también nos acompañaba el tren carguero que atravesaba Estados. Vi una cantidad de manada de venados caminando libremente entre veredas, reservas forestales y fincas sin que nadie los molestara.

A la una de la mañana del once de noviembre de 2003 frente a una gasolinera en el Estado de Illinois se realizó la entrega. Mientras la caravan se acercaba vi a mi tío y a su esposa que no veía desde que tenía 10 años de edad, junto a ellos estaba mi hermana, esperaban fuera de la camioneta mientras se estacionaba nos dimos un abrazo todos, hincados para sentirnos los cuerpos y las almas. A ellos les quedaba un día y medio de camino para llegar a Georgia.

Aquella madrugaba fría nevaba, se anunciaba el invierno estadounidense, mi hermana corrió a abrazarme y a registrarme por todos lados para ver si estaba entera, lloraba en una mezcla de alegría y angustia, mi tío y mi tía me dijeron: bienvenida a Estados Unidos.

Debido a mi calidad de «hija del demonio» una noche duré en casa de mi tío pero esa historia la cuento en otro viaje.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.