Traducido por Felisa Sastre
Joseph Massad, profesor de la Universidad de Columbia y colaborador de Al-Ahram Weekly, es el actual objetivo de la caza de brujas promovida por un grupo pro-israelí contra los académicos estadounidenses. Esta es la declaración que ha preparado como respuesta.
La reciente controversia provocada por la película Columbia Unbecoming, financiada y producida por una organización pro-israelí de Boston, es el último episodio de una campaña de intimidación dirigida a profesores judíos y no judíos que critican a Israel. Esta caza de brujas pretende acallar el pluralismo, la libertad de cátedra y la libertad de expresión en los recintos universitarios con el propósito de asegurar que sólo se permita una opinión: la del complaciente respaldo al Estado de Israel.
La Universidad de Columbia, el Departamento de Lenguas y Culturas de Oriente Próximo y Asia, y yo personalmente, hemos sido objeto de esta tremenda campaña durante más de tres años. Grupos pro-israelíes están presionando a la Universidad para que renuncie a los procedimientos adecuados en la evaluación de la labor académica y quieren obligar a la Universidad a silenciar las opiniones críticas. Hasta ahora, la Universidad se ha negado a hacerlo, a despecho de las crecientes tácticas intimidatorias que emplean esas fuerzas anti-democráticas y anti-académicas.
La estrategia principal a la que recurren esos grupos pro-israelíes es la de identificar la crítica a Israel con el anti-semitismo. Pero al afirmar que la crítica a Israel es una expresión de anti-semitismo se presupone que las actuaciones israelíes son acciones «judías» y que todos los judíos, bien sean israelíes o no (y la mayoría de los judíos del mundo no son israelíes), son responsables de todo lo que hace Israel y comparten la misma opinión sobre Israel.
Pero eso constituye un sin sentido absoluto sobre lo que es el anti-semitismo. Los judíos, tanto en América, como en Europa, Israel, Rusia o Argentina no son- como los demás grupos- uniformes en sus opiniones políticas y sociales. Hay muchos judíos israelíes que son críticos con la política de su país. En mis escritos y clases siempre he distinguido entre judíos, israelíes y sionistas. Los antisemitas son quienes afirman que los judíos, los israelíes y los sionistas constituyen un grupo homogéneo (y piensan todos de la misma manera). Israel, en efecto, no tiene fundamento legal, ni político ni moral para representar al mundo judío (más de diez millones de personas) que nunca le han elegido para ello y que se niegan a ir a vivir allí.
Al contrario que los grupos pro-israelíes, yo no creo que las actuaciones israelíes sean actos realizados por «judíos» o que reflejen la voluntad de los judíos de todo el mundo. Todos esos propagandistas pro-israelíes que quieren reducir al pueblo judío al Estado de Israel son los anti-semitas que pretenden acabar con el pluralismo existente entre los judíos. La mayoría de los que apoyan a Israel en Estados Unidos no son, de hecho, judíos sino fundamentalistas cristianos anti-semitas que pretender convertir a los judíos. Constituyen una cuarta parte del electorado estadounidense y constituyen el grupo anti-semita más poderoso del mundo. La razón por la que los grupos pro-israelíes no se enfrentan a ellos es porque esos anti-semitas forman parte de organizaciones pro-israelíes y lo que les molesta es la crítica a Israel. De hecho, Israel y quienes le apoyan en Estados Unidos han recibido importante soporte financiero y político de muchos anti-semitas.
Lo que no quiere decir que algunos anti-sionistas puedan ser también anti-semitas. Algunos lo son, y yo los he criticado en mis escritos y conferencias. Pero la prueba de su anti-semitismo no reside en que les guste u odien a Israel. La prueba de anti-semitismo es el odio a los judíos no la crítica a Israel. En mi próximo libro, The Persistence of the Palestine Question [La persistencia de la cuestión palestina] relaciono la cuestión judía y la cuestión palestina y llego a la conclusión de que ambas persisten porque el anti-semitismo también perdura. Para resolver la cuestión palestino-israelí, nuestra obligación es luchar contra el anti-semitismo, tanto en su vertiente pro-israelí como en la anti-israelí, y no justificar las políticas censurables del racista gobierno israelí.
Ahora me he convertido en objetivo por mis escritos y declaraciones bajo la acusación de que soy, según se dice, intolerante en el aula, una acusación que se basa en declaraciones hechas por gentes que nunca fueron alumnos míos, salvo en un caso al que me referiré enseguida. Pero antes, déjenme asegurarles que no he intimidado a nadie. En efecto, Tomy Schoenfeld, el soldado israelí que aparece en la película y a quien se cita en el New York Sun, jamás ha sido alumno mío y jamás ha recibido una sóla clase mía, como él mismo ha declarado a la revista The Jewish Week. Yo no le conozco.
En cuanto a Noah Liben, que aparece en el film según las reseñas de los periódicos (yo no he visto la película), fue en efecto alumno mío en el curso que impartí la primavera de 2001, Política y Sociedades Palestina e Israelí. Pero Noah parece haber olvidado el incidente que cita. Durante una conferencia sobre el racismo del Estado israelí contra los judíos asiáticos y africanos, Noah defendió esas prácticas con el argumento de que los judíos de Asia y África estaban subdesarrollados y no tenían cultura judía, cultura en la que los especialistas del Estado askenazi les estaban instruyendo. Cuando le expliqué que, como las lecturas recomendadas ponían de manifiesto, esas eran políticas racistas, él insistió en que aquellos judíos tenían que modernizarse y que los askenazíes les estaban ayudando a civilizarse.
Muchos estudiantes se sintieron incómodos. Entonces él me preguntó si había entendido su punto de vista y le contesté que no. Noah parece que no leyó las obras recomendadas durante la semana dedicada a género y sionismo. Una de ellas, de la profesora y feminista Simona Sharoni, relata que en una discusión sobre el machismo militarista israelí, la palabra «zayin» en hebreo tiene dos significados: el de pene y el de arma. Noah, aparentemente por no haber leído los materiales recomendados, confundió la pronunciación de «zayin» como «Zion» que en hebreo se pronuncia como «tziyon» [N.T. Al confundir la palabra pene con Sión, le llevó a la conclusión de que se identificaba esta última con arma]. En cuanto a su falsa afirmación de que yo había dicho que «los judíos en la Alemania nazi no habían sido maltratados físicamente u hostigados hasta la noche de los cristales rotos en noviembre de 1928″, Noah no debió escuchar con atención. Durante el coloquio sobre la Alemania nazi, abordamos la ideología racista del nazismo, las Leyes de Nuremberg aprobadas en 1934, y la institucionalización del racismo y la violencia contra todas las facetas de la vida de los judíos que precedieron a la exterminación de los judíos europeos. Esa información estaba a disposición de Noah en las lecturas recomendadas si las hubiera consultado. Además, la mentira que se propaga en la película al asegurar que yo habría comparado a Israel con la Alemania nazi es detestable. Nunca he hecho una declaración tan reprochable.
Recuerdo haber mantenido una relación amistosa con Noah (como hago con todos mis estudiantes). Me dejaba artículos de periódico en mi buzón, pasaba por mi despacho en horas de tutoría, y me saludaba a menudo en la calle. Nunca me comunicó ni actuó de forma que hiciera pensar que se sentía intimidado. De hecho, me envió correos electrónicos, incluso después de dejar de ser alumno mío, para discutir conmigo sobre Israel. Guardo esa correspondencia.
El 10 de marzo de 2002, un año después de haber dejado mis clases, Noah me envío un mensaje electrónico para recriminarme el haber invitado a mi clase a un conferenciante israelí el curso anterior cuando él todavía asistía a ella. Pero parece que, de nuevo, la memoria de Noah flaquea otra vez ya que confunde al conferenciante que invité con otro profesor israelí. Tras una larga diatriba, Noah me espetó: «¿Cómo puede haber llevado a un hipócrita semejante a hablar a su clase?».
No estoy seguro de si su inapropiado reproche es revelador de un estudiante que se siente intimidado o más bien de quien se siente lo suficientemente cómodo como para reprender a su profesor.
Me dedico a todos mis estudiantes, muchos de los cuales son judíos, y ni la Universidad de Columbia ni yo hemos recibido jamás una queja de estudiantes que afirmen estar intimidados ni ningún disparate semejante. Los estudiantes de la Universidad de Columbia tienen muchos sitios en donde presentar las quejas, bien sea en el decanato de estudiantes, en el de profesores ayudantes, en el de la facultad, en la jefatura de departamento, en la dirección del departamento de estudiantes no graduados, en la oficina del defensor de los estudiantes, en la del rector o en la del presidente y ante los propios profesores. Esa queja nunca fue presentada.
Muchos de mis alumnos, judíos y no judíos (entre los que se encuentran estudiantes árabes) tienen discrepancias conmigo en asuntos varios, bien sean políticos, filosóficos o teóricos. En eso precisamente es en lo que consiste enseñar y aprender, en expresar las diferencias y comprender otros puntos de vista mientras se adquieren conocimientos; en cómo analizar las propias opiniones y las de los demás, en cómo preguntarse en qué se fundamenta una opinión.
La Universidad de Columbia alberga al más prestigioso Centro de Estudios Israelíes y Judíos del país. Tiene dotadas seis cátedras de estudios judíos (que se ocupan entre otras materias de la religión al Yiddish o la literatura hebrea). Además, se va a crear una séptima cátedra sobre estudios israelíes propiciada por una atroz campaña de los grupos pro-israelíes en contra de la única cátedra de estudios árabes modernos que se había creado dos años antes en la Universidad, exigiendo «equilibrio».
Columbia no tiene un Centro de Estudios Árabes, por no hablar de uno de estudios palestinos. El Departamento de Lenguas y Culturas de Oriente Próximo y Asia (MEALAC en inglés) abarca el estudio de más de mil millones de habitantes del sur de Asia, de más de trescientos millones de árabes, de decenas de millones de turcos, de iraníes, de kurdos, de armenios, y de seis millones de israelíes, de los cuales cinco son judíos.
Para el estudio de esas diversas comunidades y culturas, el MEALAC tiene tres profesores con dedicación completa que se dedican a Israel y el hebreo, otros cuatro de dedicación completa para el Mundo Árabe, y dos para el sur de Asia. No es necesario hacer complicados cálculos matemáticos para comprender quiénes están sobre representados y quienes no, en el supuesto de que se trate en términos demográficos.
Más aún, la clase que esa máquina propagandística ha elegido como objetivo es mi curso sobre «Políticas y sociedades palestinas e israelíes», uno de los que la universidad de Columbia ofrece dedicados al conflicto entre Palestina e Israel. Los demás, en su totalidad, se presentan desde una perspectiva favorable a Israel, entre los que se encuentran los de Naomi Weinberger, «La Solución del Conflicto en Oriente Próximo», el de Michael Stanislawsky «Historia del Estado de Israel, de 1948 a nuestro días» y otro, que se ofrece en mi propio departamento por mi colega Dan Miron «Sionismo: Una perspectiva cultural».
Mi curso, que es crítico con el sionismo y con el nacionalismo palestino, es un curso optativo que ningún estudiante tiene que elegir forzosamente.
Recapitulemos sucintamente sobre las denuncias de intimidación. No sólo ninguno de esos estudiantes (salvo Noah ninguno recibió clases mías) ha recurrido a una sóla de las instancias de la Universidad para presentar sus presuntos agravios, sino que ahora están patrocinados por una organización política privada que dispone de cuantiosos fondos para financiar y producir una película sobre ellos, y para proyectarla ante los principales medios de comunicación y ante los responsables máximos de la Universidad de Columbia.
El miércoles pasado, la película se proyectó en Israel en presencia de un ministro del Gobierno y ante los participantes en un congreso sobre anti-semitismo. Aquí, todavía no se ha estrenado y se utiliza como especie de prueba secreta ante un tribunal militar.
La película ha servido también para poner en marcha una campaña nacional, con la ayuda de un congresista de Nueva York, para que se me expulse de la Universidad. Todo ese poder intimidatorio no lo ejerce un profesor contra sus alumnos sino unas organizaciones políticas que se valen de estudiantes contra un joven profesor no numerario. Un colega mío de departamento, de mayor rango académico que yo, Dan Miron, que votó a favor de mi promoción y permanencia, recientemente ha apoyado públicamente esta campaña de intimidación basada en rumores.
Así que, con esta campaña contra mí ya en su cuarto año y ante la terrible coerción e intimidación, he decidido no dar este año mi curso. Se trata de que mi libertad de cátedra ha sido restringida. Pero no sólo la mía. Todos los cursos que se mantienen en la Universidad se van a dar desde una perspectiva favorable a Israel.
El objetivo de la película propagandística del Proyecto David es el de socavar nuestra libertad académica, nuestra libertad de expresión y la tradición de pluralismo e integridad de la Universidad de Columbia.
Como reacción a esta caza de brujas, 718 profesores y estudiantes de todo el mundo han firmado una carta defendiéndome contra la intimidación y la han enviado al Presidente Bollinger, con otros centenares de personas que están remitiendo cartas individuales, mientras más de 1.300 personas de toda condición social están firmando en Internet para apoyarme y apoyar la libertad de cátedra. Los académicos y estudiantes de todo el mundo reconocen que lo que pretende este film de propaganda es suprimir el pluralismo de Columbia y del resto de las universidades estadounidenses de manera que sólo se permita una, y sólo una opinión en los recintos universitarios: la de quienes defienden incondicionalmente a Israel.
No necesito recordar a nadie que esta situación es un terreno resbaladizo, ya que las mismas presiones podrían aplicarse a profesores que han sido críticos con la política exterior de Estados Unidos- en Irak por ejemplo-, apoyándose en que semejantes críticas son antipatriotas.
Es probable que todos estemos de acuerdo en que mientras la universidad apenas pueda defender distintas posiciones políticas sobre asuntos de actualidad, debe preservar la necesidad del debate y la reflexión crítica tanto en público como en las aulas. Todo lo que no sea esto sería el principio del fin de la libertad de cátedra.
Notas
1. Véase: «Rep. Weiner Asks Columbia to Fire Anti-Israel Prof» (El congresista Weiner exige a la Universidad de Columbia que expulse a un profesor anti-israelí», New York Sun, 22 octubre 2004. También: «Depths of bigotry at Columbia» (Fanatismo profundo en Columbia), New York Daily News, 28 octubre de 2004