Traducido para Rebelión por Silvia Arana
¿Quién no recuerda la Doctrina Monroe formulada durante la presidencia de James Monroe en 1823? Mediante este postulado, Estados Unidos reclama para sí todo el hemisferio occidental, con sus 35 países y 28 territorios.
Sostiene que cualquier intervención de una nación extranjera en los asuntos políticos de las Américas será considerada una acción hostil contra EE.UU., y todo aquel que se interponga o intente competir contra la dominación estadounidense, desde adentro o desde afuera del hemisferio -incluyendo los países europeos-, se enfrentará a la ira de Estados Unidos de América.
En consecuencia, Estados Unidos desarrolló mecanismos para imponer la Doctrina Monroe y garantizar no solo la seguridad de sus fronteras sino también la dominación del hemisferio.
A partir de 1823, y específicamente durante los últimos 125 años desde el fin del siglo XIX, Estados Unidos ha implementado la ejecución y la vigilancia de dicha doctrina, no solo en su “patio trasero” sino también la ha extendido a otras regiones del mundo.
Para dar un ejemplo, en 1980 el presidente Jimmy Carter anunció la Doctrina Carter, la que sostiene que Estados Unidos usará la fuerza militar para defender sus intereses nacionales en el Golfo Pérsico, una región a la que también reclama como propia.
Estados Unidos ha desplegado una diversidad de métodos y operaciones, desde entonces hasta el día de hoy, que demuestran que la Doctrina Monroe es más actual que nunca. Entre esas acciones figuran:
Invasiones y ocupaciones brutales, bombardeos de poblaciones y asesinato de civiles inocentes, violentos golpes de Estado, respaldo a dictaduras fascistas, creación y uso de técnicas de tortura “modernas”, instalación de numerosas bases militares en todo el mundo, penetración y dominación cultural, entrenamiento y entrega de armamento a fuerzas locales y escuadrones paramilitares de la muerte, control de los medios de prensa, y mucho más.
La mayor parte de los gobiernos del continente americano han sido marionetas obedientes de Estados Unidos, que siempre hace lo necesario para mantener en el poder a las élites gobernantes, las que a su turno, sirven lealmente a los intereses estadounidenses en la región.
Cuba, Venezuela y Nicaragua son excepciones a esa regla; se niegan a la sumisión imperialista y exigen respeto a su soberanía nacional. A causa de ello, esos países sufren las mismas sanciones y bloqueos que se les ha impuesto a Rusia y a sus aliados.
Hacia el fin de la Guerra Fría, en 1991, Estados Unidos decidió extender la “jurisdicción” de la Doctrina Monroe al planeta entero en un mundo unipolar, y desde entonces la élite gobernante está celebrando lo que considera una realidad: “¡Ahora nos quedamos con todo!”. Es decir, la élite gobernante de EE.UU. ya no está obligada a compartir la riqueza y el poder, ni con su propia población trabajadora ni con ningún otro país.
Imagen: The Monroe Doctrine (1823): «America belongs to the United States, everyone else keep out.” (América le pertenece a Estados Unidos, los demás afuera).
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