La Organización Meteorológica Mundial determinó (13 de sept., 2012) que, debido a errores en el método de registro, el récord mundial de temperatura ya no pertenece a El Azizia, Libia y que, por tanto, el título lo posee ahora el Valle de la Muerte en California, con 134 grados Farenheit (56.7 grados Celsius) registrado en […]
La Organización Meteorológica Mundial determinó (13 de sept., 2012) que, debido a errores en el método de registro, el récord mundial de temperatura ya no pertenece a El Azizia, Libia y que, por tanto, el título lo posee ahora el Valle de la Muerte en California, con 134 grados Farenheit (56.7 grados Celsius) registrado en Julio 10 de 1913.
El reconocimiento oficial de que el lugar más caliente del mundo se encuentra en Estados Unidos me lleva a reflexionar sobre uno de los más graves problemas que afectan a varias regiones de este país y, en especial, a los estados del Sudoeste: la creciente escasez de agua.
Dos ríos, en otro tiempo caudalosos, atraviesan el territorio: el Colorado y el Río Grande. Ambos nacen en las Montañas Rocosas. El Colorado, con 2,250 kilómetros de longitud, cruza por zonas de muy escasa lluvia hasta su desembocadura en el Golfo de California. El Río Grande, con 2896 kilómetros, fluye a través de New Mexico y sirve de frontera entre Texas y el país vecino.
El Convenio del Río Colorado («Colorado River Compact») de 1922 lo divide en dos segmentos: Cuenca Superior e Inferior-. El punto que los divide («Lee’s Ferry») se encuentra cerca del extremo nordeste del Gran Cañón, en Arizona.
En la Cuenca Superior se encuentran Colorado, Utah y New Mexico. En la Inferior: California, Nevada y Arizona. Mediante el Convenio, cada una de ellas puede apropiarse de unos 2.5 billones de galones de agua por año para usos «domésticos y agrícolas». Se supone, de acuerdo al Tratado de Guadalupe-Hidalgo, que cerca de medio billón pasarían a México, pero Estados Unidos ha ignorado sistemáticamente esta obligación.
La apropiación de las aguas ha sido fuente continua de disputas, principalmente entre las ciudades de Phoenix (Arizona) y Las Vegas (Nevada). Grandes acueductos conducen el agua hacia el oeste pero el dilema es cada vez más pronunciado entre su utilización por las crecientes poblaciones urbanas, como las de Los Ángeles, San Bernardino y San Diego, o con fines de irrigación por empresas gigantes de cítricos y de otros cultivos en el Valle Imperial, y de alfalfa y algodón en el condado de San Diego. Tanto el Oeste como el Sudoeste de Estados Unidos han sufrido históricamente largos períodos de sequía, mientras que la demanda de agua se incrementa aceleradamente con el crecimiento demográfico, en particular con la hipertrofia de aglomeraciones urbanas. Estos megacentros de población exigen mayores cantidades de agua que las que les otorga el Convenio de 1922 y otros posteriores, llamados en conjunto Leyes del Río («Laws of the River») y mucho más que lo que el río es ya capaz de dar; sin contar que algo más de un billón de galones se pierden anualmente por evaporación desde los espejos de agua de canales y enormes reservorios construidos a lo largo del río.
Actualmente, cuando el río Colorado entra en México ya no es, como antes, un río caudaloso; el hilo de agua que le resta basta solamente para convertir el área en en un inmenso lodazal. Pocas oportunidades existen de revertir el proceso pues las soluciones dependen del difícil rompimiento de un círculo vicioso. Las leyes que asignan las cantidades de agua son hechas por políticos que dependen, para financiar sus campañas electorales, de ejecutivos de empresas que exigen cantidades cada vez mayores de agua y, en especial, de los que manejan las hidroeléctricas y que, a su vez, pondrán siempre sus intereses por encima de cualquier consideración humanitaria, ecológica o cultural. Los decrecientes volúmenes de agua disponibles se contaminan con los desechos de las agroindustrias, a la par que se construyen cientos de campos de golf y las compañías constructoras continúan extendiendo los suburbios de las ciudades con residencias rodeadas de áreas de césped, jardines y piscinas. La situación se ha vuelto más compleja debido a que, por avaricia, por ignorancia, o por ambos motivos, se han tomado decisiones que han conducido a colosales desastres ecológicos. Varios de ellos alcanzan categoría mundial, como las nubes de polvo tóxico que levanta el viento de los fondos desecados de Salton Sea (1) y de Owens Valley (2). El mayor disparate fue la construcción de una gran ciudad, Las Vegas (Nevada) en medio de una zona desértica. Su población actual es de alrededor de 3 millones de habitantes, a los que hay que sumar 35 millones de visitantes anuales.
En Las Vegas el derroche de agua es fabuloso. Verdadero monumento a la locura humana es, por ejemplo, el hotel Mirage, con sus enormes cascadas decorativas, piscina de 2.5 millones de galones para delfines, tanques para tiburones, etc, con un gasto de aproximadamente 1 millón de galones de agua diarios. Cerca de allí se encuentra la Isla del Tesoro, rodeada por un río artificial donde se ofrece el espectáculo de un combate naval entre un barco pirata y una fragata británica. Todo en tamaño real. En el Bellagio, en un lago artificial de 4 hectáreas, cientos de fuentes lanzan chorros de agua a 200 pies de altura.
Con sus parques de agua, sus fuentes, sus campos de golf, sus yacusis en las habitaciones, sus áreas verdes y su enorme gasto de electricidad, parece una ciudad diseñada para el despilfarro de agua en gran escala justo en una región donde su ahorro debiera ser esencial para la supervivencia.
A Las Vegas, el área metropolitana de más rápido crecimiento de Estados Unidos, no le alcanza ya con el agua que recibe del río Colorado y busca afanosamente por todas partes nuevas fuentes. De hecho, ya comienzan a sentirse los efectos de sus acciones. La sustracción de agua de cuencas subterráneas ha desecado numerosos manantiales y corrientes de agua provocando la desaparición de la flora y la fauna locales correspondientes. En algunos lugares, al vaciarse los acuíferos, el suelo se ha hundido seis u ocho pies y los residentes han tenido que abandoner sus viviendas.
No hay peligro, sin embargo, de que esta gran ciudad en el desierto, el centro más famoso del juego y la prostitución, muera de sed. El agua es una mercancía y a Las Vegas le sobra el dinero necesario para comprar las cantidades que necesite y para transportarla por acueductos desde lugares lejanos, aunque el desastre ecológico que ella misma representa se extienda como un cáncer por todo el Oeste y Sudoeste de Estados Unidos.
A diferencia del Colorado, el Río Grande atraviesa una región de lluvias moderadas y se acompaña de otros ríos menores. La Comisión del Río Grande, fundada en 1938 por Colorado, New Mexico y Texas, determina el monto de las apropiaciones de agua y administra las presas y reservorios. De nuevo aquí, las partes requieren y exigen volúmenes mayores que los que puede ofrecer el río.
Las sustracciones de agua a través de su recorrido hacen que largos trechos del cauce -al sur de Albuquerque, por ejemplo- permanezcan secos hasta que las uniones de nuevos afluentes le proporcionan otra vez algún caudal. Lo que fluye hoy a lo largo de la frontera con México es un agua pútrida, turbia, saturada de residuos de pesticidas, herbicidas y fertilizantes que provienen de las tierras agrícolas irrigadas, y a la cual se unen las aguas residuales de las maquiladoras.
Algo más allá del Puente Internacional entre Matamoros (Tamaulipas, México), y Brownsville (Texas), el río desaparece. La expresión «espaldas mojadas» no tiene ya sentido, pues lo que queda del gran río es una zona baja, arenosa y maloliente, que se cruza a pie con facilidad.
El área entre McAllen y Brownsville, por el lado estadounidense, y el área correspondiente en la orilla mexicana entre Reinosa y Matamoros, experimenta un rápido crecimiento demográfico y, por consiguiente, los requerimientos de agua aumentan sostenidamente, lo cual presagia una situación de profunda crisis a corto plazo.
El panorama que presenta el valle inferior del Río Grande es el de un conjunto de ecosistemas destruídos. Brownsville, que era antiguamente un puerto interior internacional, depende ahora de un canal que la conecta con el océano.
Las decisiones sobre los destinos de las aguas del Colorado y del Río Grande, vitales para inmensos territorios de Estados Unidos y de México, se toman a espaldas de la población, a puertas cerradas y siempre de acuerdo con los intereses de las corporaciones. Se dice que en el Sudoeste de Estados Unidos -y no sólo allí- ya el agua de los ríos no corre cuesta abajo hacia los mares sino cuesta arriba hacia el dinero.
Notas:
(1) «Salton Sea» es un lago de 376 millas cuadradas formado accidentalmente en 1905 cuando el río Colorado rompió un muro de contención y fluyó durante 18 meses llenando una depresión llamada «Salton Sink», 227 pies por debajo del nivel del mar. Durante muchos años, las aguas utilizadas en el regadío de las áreas agrícolas del Valle Imperial y saturadas de residuos de fertilizantes, herbicidas y pesticidas, alimentaron el lago. «Salton Sea», ya un 25 % más salado que el mar Pacífico, recibe cada año unas 4 millones de toneladas de sales provenientes del Valle Imperial, lo que unido a la excesiva evaporación lo ha ido desecando y dejando extensas áreas expuestas que originan con el viento nubes de polvo tóxico que contaminan la atmósfera.
(2) En los años 20, el drenaje del lago Owens para abastecer de agua a Los Angeles, lo transformó en una gran taza de polvo tóxico que el viento dispersa por toda la región. La economía del valle se derrumbó y los ranchos quedaron en ruinas y abandonados. De acuerdo con la «Environmental Protection Agency», cuando sopla el viento el lecho seco de este lago es la mayor fuente de contaminación en Estados Unidos. Mantenerlo húmedo para que el polvo -de la consistencia del talco-, no se levante, requiere volúmenes de agua que serían suficientes para abastecer a una población de 250,000 habitante