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Entrevista con Samir Ben Alaya, veinte años de clandestinidad en Túnez

«Durante veinte años he dejado de ser un hombre»

Fuentes: (r)umori dal Mediterraneo

Traducido para Rebelión por Susana Merino

La entrevista es a las 15.30 en Ariana, un suburbio del noreste de Túnez, de aspecto popular y levemente decadente. La voz de Leila es inquietante, apenas eoye que he llegado, cuelga bruscamente el teléfono. Bajo de un taxi y me encuentro frente a su coche, hace un gesto con la mano y me invita a subir.

Leila es la hermana menor de Samir Ben Alaya, un militante de Annadha que permaneció durante veinte años escondido en un refugio subterráneo de la región de El Kef. A pesar de las aperturas realizadas por el Gobierno provisional al partido islámico y a toda la oposición no reconocida del viejo régimen, Leila no está tranquila y prefiere no correr riesgos. «Yo no formo parte del movimiento -aclara pronto la mujer de unos cuarenta años- respeto a mi hermano y a sus compañeros que han sufrido cárcel y represión, pero me considero totalmente laica y distante de su ideología». Leila recorre el lugar durante unos veinte minutos antes de encarar una callecita lateral. El camino, luego de pasar por entre las últimas residencias de la ciudad, termina en una plaza aislada, escondida tras algunos olivos que la separan de unos bloques de casas grises de un vago estilo soviético. Samir nos está esperando. Sentado en una gran piedra, saborea lentamente un cigarrillo.

Samir ante todo quisiera una aclaración ¿Porqué tantas precauciones? Usted es ahora un hombre libre

Eso parece, en realidad todavía me cuesta creerlo y no logro abandonar los viejos hábitos. Por otra parte la legalización del partido, aunque varias veces anunciada, no ha llegado todavía. Sigo siendo un hombre buscado.

¿Cuánto hace que dejó su refugio?

Salí del subterráneo en que estaba escondido el 23 de enero pasado, luego de veinte años y dos meses de clandestinidad. Pero mi historia de perseguido político se inicia un poco antes.

Entonces comencemos por el principio

Tuve el primer contacto con la policía política del régimen en 1984, el año en que estalló, en todo el país, la «revolución del pan». Cuando fui arrestado ya era miembro del Movimiento de Tendencia Islámica (MTI), el padre de Annadha, y participaba en las reuniones del grupo de El Kef. Un día le convidé un yogur a algunas muchachas que llevaban velo y me puse a charlar un poco con ellas. Los agentes las interrogaron y luego vinieron a detenerme. Estaban ya evidentemente sobre mis pasos y buscaban un pretexto. Me tuvieron en la comisaria unos diez días, me torturaron y luego me dejaron libre porque no tenían bastantes pruebas para acusarme. Desde ese momento todos supieron en la ciudad de mi afiliación al movimiento. Comenzaron los controles y el acecho. En 1986 me arrestaron por segunda vez, acompañado por un gran líder del movimiento con el que me había reunido clandestinamente en la casa de un amigo. En el presidio me torturaron y me condenaron a seis meses de cárcel junto a otros compañeros acusado de pertenecer a «un partido ilegal». En ese tiempo era enfermero en el hospital. Después de la condena me echaron de mi trabajo.

Usted habló de torturas ¿puede ser más preciso?

La tortura es una práctica habitual en nuestro país, la utilizó primero Bourghiba y luego Ben Alí. Era lo normal en quién era llevado a un cuartel de policía bajo sospecha de pertenecer a un movimiento político no reconocido, tanto islámico como de izquierda. La policía política se encargaba del trabajo sucio: el submarino, la aplicación de corriente eléctrica en el cuerpo especialmente en los testículos, las quemaduras en el tórax. Cada tanto alguno no lograba resistir, aunque siempre se hallaba presente un médico para estar seguros de que el prisionero continuaba vivo.

¿Cuántos miembros tenía el MTI en la ciudad en esa época?

En El Kef había alrededor de quinientos activistas. Habría que añadir los simpatizantes, es decir aquéllos que no participaban en las reuniones y que no se comprometían directamente en la propaganda clandestina, compartían nuestras ideas y nos proporcionaban ayuda logística. En total unos dos o tres mil, muchos para una ciudad tan pequeña como El Kef.

¿Qué hizo cuando salió de la prisión?

No tenía trabajo, de modo que me apoyé en las redes de nuestro movimiento y dejé El Kef para trasladarme a la capital. Fue a principios de 1987, pocos meses antes de la destitución de Bourghiba. El viejo presidente había declarado abiertamente la guerra al MTI. Se sentía débil y amenazado. En aquel tiempo y en todo el país los enfrentamientos entre nuestros militantes y la policía eran frecuentes. Había huído de mi ciudad junto a otros compañeros para escapar del acoso cada vez más sofocante del régimen. Pero no fue suficiente, nos arrestaron a todos durante una manifestación y nos trasladaron a Bushsusha, un centro de detención que cobró notoriedad por las torturas y el tratamiento inhumano dado a los prisioneros políticos que en aquellos tiempos colmaban las cárceles. Bushsusha continúa siendo un símbolo de la dictadura, de la violencia y de las atrocidades cometidas contra los opositores, tanto con Bourghiba como con Ben Alí.

¿Volvieron a torturarle?

Por suerte uno de los policías que vigilaban el centro de detención era de El Kef. Se mostró solidario y quiso ayudarme. «Yo también soy de El Kef, me dijo, trataré de darte una mano». Me ahorró las torturas y me hizo salir al mes, firmando una declaración de inocencia. Todavía estoy impresionado por su gesto. No puedo menos que recordarlo con afecto, aunque estuviera implicado en las sevicias a las que eran expuestos todos los días centenares de compañeros.

¿Cambiaron las relaciones entre el MTI y el régimen con la destitución de Bourghiba?

Inmediatamente después del golpe de Ben Alí se respiraba un aire de distensión, de apertura para con toda la oposición, la islámica y la de izquierda. Aproveché para volver a El Kef. Nuestro líder, Rachid Ghannouchi, fue invitado a una reunión privada con el nuevo presidente. Se proclamó una amnistía con muchas y hermosas promesas. En realidad nos esperaban años todavía más terribles. En un primer momento el régimen aceptó legalizar nuestro movimiento, pero para que nos reconocieran como partido político debíamos renunciar al apelativo «tendencia islámica» ( N. de R.:la ley tunecina prohíbe la formación de partidos de carácter religioso). De modo que en 1988 se transformó en Annadha, que en árabe significa «el renacimiento». Annadha participó en las elecciones legislativas de 1989, con candidatos oficialmente propios y con el apoyo de candidatos independientes, pero cuando el régimen se dio cuenta de que habíamos ganado invalidó las elecciones. Viendo nuestra fuerza Ben Alí tuvo miedo. Desde ese momento comenzó una nueva etapa de represión hacia nosotros, una verdadera cacería a los islamistas secundada por una gran parte de la oposición de izquierda, que terminó en la condena y la disolución oficial del partido en 1991.

¿Fue en ese momento cuando decidió pasar a la clandestinidad?

La mía fue una elección obligada. El 22 de diciembre de 1989 las autoridades emitieron una nueva orden de captura por haber distribuido volantes de propaganda. Los hacíamos a escondidas, de noche, y los dejábamos por debajo de las puertas. Tratábamos de explicarle a la gente nuestro punto de vista, nuestro pensamiento, dado que nos prohibían hacerlo públicamente. En aquel momento entré en la clandestinidad e hice que se perdieran mis huellas. Si hubiera hecho otra cosa todavía estaría preso. Sumando los diferentes procesos en que estuve involucrado entre 1989 y los primeros años noventa, he acumulado en total una condena a veinte años de cárcel.

¿Cómo evalúa hoy en día su elección?

Elegir la clandestinidad me permitió evitar la cárcel, las torturas pero al mismo tiempo me privó de la dignidad. Como le dije, permanecí escondido durante 21 años y dos meses Sin embargo han cambiado muchas cosas hoy en día, todavía tengo miedo, siento presiones y no logro caminar por las calles. Durante veintiún años dejé de ser un hombre. Ya no tenía amigos, ni vida social, ni ningún sentimiento salvo la angustia que todavía me asalta cuando recuerdo aquellos momentos. A veces lograba encontrarme con mi madre, pocos minutos. Nos mirábamos sin hablar, pero me veía al menos y sabía que todavía estaba vivo. Tenía miedo de mostrarme demasiado, me sentía perseguido.

Durante ese largo período, ¿recibió apoyo de su partido?

El partido ya no existía. Sus miembros habían huido al exilio o estaban en la cárcel. Quien se había salvado de ser condenado se cuidaba muy bien de continuar siquiera con la mínima actividad. Pude contar con la ayuda de algunas personas que conocía, entre las que algunas simpatizaban con el movimiento. Al principio, es decir durante los primeros siete u ocho años de clandestinidad, cambiaba a menudo de escondite. Permanecía encerrado en una casa un mes o dos como máximo y luego por la noche me trasladaba a otra parte. La policía continuaba buscándome. Algunas veces logré escapar apenas unos minutos antes de que llegara. Decidí entonces retirarme a un sótano, sin ventanas ni puerta de acceso, era un agujero cavado en la casa de un amigo (que había comenzado a transformar aquel sótano en una despensa) Fue él mismo quién me lo mostró y me llevó agua y comida durante diez años. Los ratones y las serpientes que entraban a veces al refugio eran los únicos que me recordaban que la vida existía aún a mi alrededor.

¿Qué piensa hacer ahora?

Me presentaré a la justicia solicitando la revisión del proceso y la anulación de la condena. No pienso retomar la actividad política, al menos por ahora. Cuando escogí la clandestinidad tenía 27 años, ahora tengo 50. No puedo recuperar el tiempo que me robaron pero antes de volver a ser un militante de Annadha quiero volver a ser un hombre.

¿Ha tenido ocasión de encontrar viejos amigos en los pocos días que ha permanecido en la capital?

He encontrado algunos, aquéllos con los que tenía vínculos más estrechos.

¿Cual será la posición de Annadha en los meses próximos? ¿Participará en las elecciones?

Rachid Ghannouchi ha declarado abiertamente que no se presentará a las elecciones presidenciales. Prefiere reconstruir primero las bases del partido. No sabría decirle cuantos afiliados tenía Annadha antes de la disolución, ni cuantos activistas están dispuestos a salir al descubierto. En todo caso el país nos está preparado ni para un gobierno islámico ni para un presidente islámico. La población tunecina luego de haber echado al tirano, no quiere ciertamente un cambio radical ni tampoco para nosotros es el momento de pensar en la sharia, sólo a la libertad que se nos ofrece.

El nuestro es un movimiento moderado, apegado a los valores del Islam, pero respetuoso con la democracia y la libertad individual. Puede que con el tiempo sea el mismo pueblo tunecino quién premie nuestras ideas. Como sucedió en Turquía con el AKP de Erdogan. El modelo turco es el que Annadha ha adoptado como referente, tanto en el plano ideológico como en el contextual. Ataturk había construido un país laico como el Túnez de Bourghiba, pero esto no le impidió acceder al poder a un partido islámico moderado, aunque luego de muchos esfuerzos y sufrimientos, con un amplio apoyo popular.

Fuente: http://rumoridalmediterraneo.blogspot.com/2011/02/per-ventuno-anni-ho-smesso-di-essere- un.html

rCR