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A partir de Michael Lowy

Ecosocialismo o neobarbarie

Fuentes: Rebelión

I. «Eco» y «socialismo» El término «Ecosocialismo» pretende unir dos palabras -«ecología» y «socialismo»- para crear un nuevo significado, un concepto diferente, un pensamiento cargado de reflexión, de análisis, de crítica y, también de utopía. El «eco» de la primera parte de este neologismo alude al oikos, a la casa humana, es decir: a la […]

I. «Eco» y «socialismo»

El término «Ecosocialismo» pretende unir dos palabras -«ecología» y «socialismo»- para crear un nuevo significado, un concepto diferente, un pensamiento cargado de reflexión, de análisis, de crítica y, también de utopía.

El «eco» de la primera parte de este neologismo alude al oikos, a la casa humana, es decir: a la Naturaleza y a la Sociedad, a la relación del ser humano con la Naturaleza. La prioridad de este oikos en el nuevo término subraya, de entrada, la centralidad de los problemas ecológicos en cualquier reflexión sobre un proyecto social global. La segunda parte de este nuevo término, «socialismo», remite a un proyecto social que pretende trascender al capitalismo, instaurando una sociedad más libre, justa e igualitaria. Sin embargo, el que se le coloque después del «eco» significa que ese «socialismo» quiere ser diferente y subordinado al cuidado del oikos.

El «eco» remite a lo que es (al oikos que habitamos), en cambio «socialismo» apunta a lo que no es pero debe ser (a la utopía); la palabra «ecología» alude a problemas, desastres, crisis ambiental; «socialismo» quiere significar a una sociedad capaz de superar los problemas (sociales y ambientales) que el capitalismo no puede solucionar. El ecosocialismo quiere plantearse como una propuesta de solución global de los problemas ambientales y como una alternativa al capitalismo.

Uno de los forjadores de este proyecto de Ecosocialismo, Michael Lowy, dice: «Cuando el tema es ecología y socialismo, lo primero a considerar es hasta qué punto la razón capitalista está llevando a nuestro pequeño planeta -y a los seres vivos que lo habitan- a una situación catastrófica desde el punto de vista del medio ambiente, de las condiciones de supervivencia de la vida humana y de la vida en general.» (1)

Para él, como para otros ecosocialistas, el oikos que habitamos los animales humanos y el conjunto de seres vivos no humanos, nuestra «Patria-Tierra» como la llama Edgar Morin, está siendo saqueado, destruido y desequilibrado por la «racionalidad capitalista» a un ritmo tan intenso y en proporciones tan vastas que puede conducirnos a un suicidio (de la especie humana) pero también a un ecocidio (como ya ocurre en amplias regiones del planeta), e incluso a un «terricidio». Para los ecosocialistas, el origen y la causa de la crisis ecológica es el capitalismo. Así lo manifiesta Lowy:

«Actuando sobre la naturaleza y su equilibrio ecológico, el régimen, con su imperativo de expansión constante de la rentabilidad, expone los ecosistemas a contaminantes desestabilizadores; fragmenta hábitats que han evolucionado durante eones para permitir el florecimiento de los organismos, despilfarra los recursos y reduce la sensual vitalidad de la naturaleza al frío intercambio requerido por la acumulación de capital.» (2)

II. Crítica ecosocialista al capitalismo

La mayoría de ecosocialistas asume la crítica de Marx al capitalismo, la actualiza y la desarrolla, pero también pretende renovar la perspectiva de una sociedad que supere al capitalismo, ligando los problemas sociales con los ecológicos. Los ecosocialistas no son como esos «verdes» que postran la razón ecológica ante la «racionalidad» del Capital; son «verdes» aunque también son «rojos», y por eso no transigen en su defensa de la naturaleza ni en su crítica al capitalismo. Los ecosocialistas son ambientalistas comprometidos pero se adhieren asimismo a una izquierda radical, anticapitalista, que no se satisface con las insuficientes reformas que no van a la raíz de los problemas actuales, es decir, a la necesidad de trascender el capitalismo.

Los ecosocialistas cuestionan la «lógica» explotadora y depredadora del Capital, concebido éste como una fuerza social anónima y enajenada que, mercantilizando todo y privatizando las riquezas, promueve el consumisno y el productivismo en su impulso de dominar y someter a la naturaleza y al propio ser humano para producir más e incrementar sus ganancias. Michael Lowy, un marxista renovador siempre en diálogo con tradiciones no marxistas, se remite a Karl Polanyi y a Weber para caracterizar críticamente al capitalismo:

«El capital es una formidable máquina de reificación (cosificación). Después de la Gran transformación de la que habla Karl Polanyi, es decir, después de que la economía capitalista de mercado se ha autonomizado, de que se ha -por decirlo así- «desatorado», ésta funciona únicamente según sus propias leyes, las leyes impersonales de la ganancia y de la acumulación. Ésta supone, subraya Polanyi, ‘la transformación de la sustancia natural y humana de la sociedad en mercancías’, gracias a un dispositivo, el mercado autorregulador, que tiende inevitablemente a ‘romper las relaciones humanas y… a aniquilar el hábitat natural del hombre’.» (3)

El mismo Lowy cita al sociólogo Max Weber, crítico de todo socialismo, cuando éste describe a la economía capitalista como reificadora o cosificadora, e incompatible con criterios éticos (humanos): «La reificación de la economía fundada sobre la base de la socialización del mercado sigue absolutamente su propia legalidad objetiva… El universo reificado del capitalismo no deja ningún lugar a la orientación caritativa… En contraste con las otras formas de dominación, la dominación económica del capital, por el hecho de su carácter impersonal, no podría ser regulada éticamente… La competencia, el mercado, el mercado de trabajo, el mercado monetario, remiten a consideraciones objetivas, ni éticas ni antiéticas, simplemente no-éticas… comandan el comportamiento en el punto decisivo e introducen instancias impersonales entre los seres humanos involucrados.» (4)

Con todo, el ecosocialismo no niega su lazo con los aportes críticos y la perspectiva superadora del capitalismo que viene de Marx y de cierto marxismo, ni, mucho menos, los cuestionamientos, las propuestas y elaboraciones teóricas de la ciencia ecológica y del movimiento ecologista:

«El ecosocialismo parte de algunas ideas fundamentales de Marx sobre la lógica del capital y de algunos de los descubrimientos, avances y conquistas científicas del movimiento ecológico y de la ciencia ecológica. Marx no había planteado todavía la cuestión de la ecología en su análisis porque, en su época, la cuestión era muy poco evidente. Pero él afirma, en El Capital, que el sistema capitalista agota las fuerzas del trabajador y las fuerzas de la Tierra. Traza un paralelo entre el agotamiento del trabajador y el agotamiento del planeta. Por lo tanto, el desarrollo del capitalismo acaba con la naturaleza.» (5)

Sea una «economía capitalista autonomizada» (Polanyi) o una «dominación impersonal» (Weber), el capitalismo es explicado por la dinámica de un Capital enajenado (Marx), es decir: ajeno al control humano, que funciona con sus propias leyes, a las que somete a la sociedad y a la naturaleza: producir más para incrementar sus ganancias, acumular y reproducirse como Capital a una escala cada vez más amplia.

Por eso, Marx caracterizaba al capitalismo como una sociedad invertida y fetichizada: en ella no es el ser humano el que domina a la economía, sino ésta la que lo domina a él; la creación humana (el Capital como fuerza social productivista) se vuelve ajena y domina a sus creadores, como Fetiche o monstruo con vida y personalidad; la economía, entonces, no sirve para satisfacer las necesidades humanas, ya que, más bien, el ser humano y la naturaleza sirven a la economía (al Capital) para satisfacer su «sed insaciable de ganancias». La Cosa (Mercancía, Dinero, Máquinas) parece viva y potente, mientras los seres vivos (humanos y no humanos) son cosificados, impotentes ante el impulso dominador de la Cosa.

Por cierto, esta Dialéctica de la Enajenación atraviesa todo el pensamiento de Marx, desde sus obras juveniles hasta sus últimos textos:

-«El objeto producido por el trabajo, su producto, se enfrenta a él como algo extraño, como un poder independiente del productor…» (Manuscritos económico-filosóficos de 1844).
-«El capital no consiste en que el trabajo acumulado sirva al trabajo vivo como medio para nueva producción. Consiste en que el trabajo vivo sirva al trabajo acumulado como medio para conservar y aumentar su valor de cambio.» (Trabajo asalariado y capital, 1849)
-«No se pone el acento sobre el estar-objetivado sino sobre el estar-enajenado, el estar-alienado, el estar-extrañado, el no-pertenecer-al-obrero, sino a las condiciones de producción personificadas, id est, sobre el pertenecer-al-capital de ese enorme poder objetivo que el propio trabajo social se ha contrapuesto a sí mismo como uno de sus momentos.» (Grundrisse de 1857-1858)
-«»En la maquinaria el trabajo objetivado se le presenta al trabajo vivo, dentro del proceso laboral mismo, como el poder que lo domina y en el que consiste el capital -según su forma- en cuanto apropiación del trabajo vivo.» (Grundrisse de 1857-1858)
«Los efectos de las cosas, como aspectos materializados del proceso de trabajo, le son atribuidos en el capital, en su personificación, su independencia respecto del trabajo. Dejarían de producir esos efectos si dejasen de enfrentar al trabajo en esa forma enajenada. El capitalista, como tal capitalista, no es más que la personificación del capital, esa creación del trabajo dotada de su propia voluntad y personalidad, que se opone al trabajo.» (Teorías de la plusvalía, manuscritos de 1861-1863)
-«El capital se manifiesta también bajo la forma de trabajo pasado -en la máquina automática y en las máquinas puestas en movimiento por él-, se manifiesta, como es posible demostrar, independientemente del trabajo vivo; en vez de someterse al trabajo vivo, él lo subordina a sí mismo; el hombre de hierro interviene contra el hombre de carne y hueso. El sometimiento del trabajo del hombre de carne y hueso al capital, la absorción de su trabajo por parte del capital, absorción en la cual está encerrada la sustancia de la producción capitalista, interviene aquí como factor tecnológico. La piedra angular está lista. El trabajo muerto puesto en movimiento y el trabajo vivo, que es sólo uno de sus órganos dotados de conciencia, se hacen evidentes. El vínculo vivo de todo el taller no se apoya en la cooperación; ahora el sistema de máquinas forma un todo puesto en movimiento por un primer motor y abarca a todo el taller, un todo al cual está subordinado el taller vivo en cuanto está compuesto de obreros. De esta manera, el todo del sistema de máquinas obtuvo una forma independiente de los obreros y sin ninguna relación con ellos…» (Manuscrito de 1861-1863).
-«La dominación del capitalista sobre el obrero es por consiguiente la de dominación la cosa sobre el hombre, la del trabajo muerto sobre el trabajo vivo, la del producto sobre el productor, ya que en realidad los medios de producción, se convierten en medios de dominación sobre los obreros (pero sólo como medios de dominación del capital mismo), no son sino meros resultados del proceso de producción…. En la producción material, en el verdadero proceso de la vida real social….se da exactamente la misma relación que en el terreno ideológico se presenta en la religión: la conversión del sujeto en objeto y viceversa.» (El Capital, Capítulo VI, manuscritos de 1863-1865)
-«Al transformar el dinero en mercancías que sirven como materias formadoras de un nuevo producto o como factores del proceso laboral, al incorporar fuerza viva de trabajo a la objetividad muerta de los mismos, el capitalista transforma valor, trabajo pretérito, objetivado, muerto, en capital, en valor que se valoriza a sí mismo, en un monstruo animado que comienza a «trabajar» cual si tuviera dentro del cuerpo el amor… De tal manera, los participantes en la producción capitalista viven en un mundo embrujado, y sus propias relaciones se les presentan como propiedades de cosas… El capital que rinde interés se personifica en el capitalista financiero, el capital industrial en el capitalista industrial, el capital que da renta en el terrateniente como dueño de la tierra, y por último, el trabajo en el asalariado. Entran en la lucha competitiva y en el verdadero proceso de producción como esas formas rígidas, personificadas en personalidades independientes que al mismo tiempo parecen ser simples representantes de cosas personificadas. La competencia presupone esta exteriorización… y en la superficie la competencia parece ser nada más que el movimiento de este mundo invertido.» (El Capital I, 1867)

Si el capitalismo se caracteriza por el dominio de la Cosa sobre el ser humano (y la naturaleza viva), por ser un mundo invertido donde lo creado sojuzga al creador; si el Capital es la enajenación de una fuerza social impersonal que enajena vida (humana y no humana) para acrecentar su poder, si es un «valor que se valoriza a sí mismo», el ecosocialismo debe ser una sociedad en donde el ser humano asuma el control democrático de sus fuerzas sociales para reconciliarse consigo mismo y con la naturaleza.
III. Ecosocialismo o catástrofe y barbarie

¿Qué implicaciones ecológicas tiene el desarrollo de esta fuerza social enajenada y enajenante que es el Capital que busca producir, dominar y acumular? Michael Lowy es muy tajante al respecto:

«El crecimiento exponencial de la contaminación del aire en las grandes ciudades, del agua potable y del ambiente en general; el calentamiento del planeta, el principio de la fusión de los glaciales polares, la multiplicación de catástrofes «naturales»; el principio de la destrucción de la capa de ozono; la destrucción, a una velocidad creciente, de los bosques tropicales y la rápida reducción de la biodiversidad por la extinción de miles de especies; el agotamiento de tierras, su deseritficación; la acumulación de basura, principalmente nuclear, imposible de manejar; la multiplicación de accidentes nucleares y la amenaza de un nuevo Tchernobyl; la contaminación de la comida, las manipulaciones genéticas, las «vacas locas», la carne con hormonas. Todas las luces están rojas: es evidente que el curso enloquecido de las ganancias, la lógica productivista y la mercantilización de la civilización capitalista/industrial nos conduce a un desastre ecológico de proporciones incalculables. No es ceder al «catastrofismo» el constatar que la dinámica del «crecimiento» infinito inducido por la expansión capitalista amenaza los fundamentos naturales de la vida humana en el planeta.» (6)

Como puede apreciarse la crítica ecosocialista es muy amplia y diversa; en su perspectiva crítica se abarcan:
-los problemas generados por los grandes desequilibrios planetarios (el «efecto invernadero» y los cambios climáticos, el empobrecimiento de la capa de ozono que nos ha protegido de las radiaciones solares, etc.);
-los diversos desequilibrios regionales en determinados ecosistemas (la contaminación y desecación de lagos y mares interiores, la deforestación creciente de selvas y bosques, la desertización de tierras, etc.);
-las recurrentes catástrofes ecológicas (provocadas por las plantas de energía nuclear, los derrames de petróleo, etc.);
-los problemas que tienen que ver con la contaminación del aire y del agua, o con el agotamiento de la tierra;
-la acelerada destrucción de la biodiversidad (cada día desaparecen para siempre 10 especies de seres vivos);
-el creciente peligro que implican las biotecnologías y los organismos genéticamente modificados;
-lo peligroso y nocivo que cada vez más resultan las principales fuentes energéticas del capitalismo (petrolera y nuclear) y la necesidad de desarrollar otras, como la energía solar, inhibidas por los intereses económicos creados.

Para los ecosocialistas todos esos problemas tienen su raíz en el industrialismo y el productivismo que promueve la sed de ganancias del Capital, por lo que insisten en la necesidad de acabar con él para frenar la prolongación de estos problemas y empezar a solucionarlos.
La posición ecosocialista supone que el capitalismo es incapaz de resolver los problemas sociales y ecológicos que genera porque éste nunca atentará contra su propia esencia productivista enajenada, y ello se reafirma con la propia actitud de las «personificaciones» del Capital, los voceros de las grandes transnacionales, que no están dispuestos a tomar medidas de fondo contra el desastre ecológico en curso. Un ejemplo de ello es el llamado Protocolo de Kyoto: las «personificaciones» del Capital con cierta conciencia ecológica del desastre que cada vez se aproxima más por el efecto invernadero (cambios climáticos, derretimiento de las zonas glaciales, hundimiento de las ciudades costeras), acordaron una medida totalmente insuficiente e incluso contraproducente para los países dependientes y semicoloniales:

«El Protocolo de Kyoto busca, eventualmente, estabilizar el efecto invernadero para dentro de 10 ó 15 años -explica Michael Lowy-, con base en un mecanismo absurdo llamado «mercado de los derechos de contaminar». Los países más ricos siguen contaminando el mundo, pero basados en la posibilidad de comprar de los países más pobres el derecho de contaminar lo que ellos no utilizan. Transforman el derecho de polución en mercadería. De este modo, las naciones continúan contaminando: tanto cuanto puedan o estén dispuestos a pagar. Eso es lo más avanzado que la elite dominante consiguió producir. Ese acuerdo mínimo, vacío, fallido, es perfectamente incapaz de responder al problema: los Estados Unidos, que son el país más contaminador del mundo, se niegan a firmarlo y, mientras tanto, siguen desarrollando su economía con la lógica de la destrucción y de la contaminación.» (7)

Las «personificaciones» del Capital que hablan por él (empresarios, políticos, economistas) incluso se disfrazan de «ecologistas» y prometen «desarrollo social», «equilibrado», «integral», ¡»humano»!, y, últimamente, cuestionados por los movimientos ecologistas, ofrecen «desarrollo sustentable.» Sin embargo, en el documento base de esta nueva mitificación («Nuestro futuro común», 1992) se reconoce la «degradación del ambiente», pero provocada por los pobres y como freno del desarrollo económico, lanzando la zanahoria de la ‘sustentabilidad’ a los ecologistas para integrarlos a sus discursos «desarrollistas», como lo denunció el antidesarrollista Jean Robert.

Uno de los economistas más importantes de nuestros tiempos, Wallerstein en su reflexión sobre «Ecología y Costes de Producción Capitalistas» ha argumentado con rigor que, dado el descenso de la tasa media de ganancia, «la puesta en práctica de medidas ecológicas significativas y seriamente llevadas a cabo, podría ser el golpe de gracia a la viabilidad de la economía-mundo capitalista.» Por eso, dice, podemos esperar que compren tiempo (desplazando los problemas ambientales a los países periféricos) pero no a que se tomen medidas serias contra la degradación ecológica. El ecosocialista Michael Lowy lo vuelve a plantear en términos muy claros:

«Creemos que el actual sistema capitalista no puede regular, y mucho menos superar, las crisis que ha desatado. No puede resolver la crisis ecológica, porque hacerlo requiere poner límites a la acumulación -una opción inaceptable para un sistema cuya prédica se apoya en la divisa: ¡crecer o morir! Y no puede resolver la crisis planteada por el terror y otras formas de rebelión violenta porque hacerlo significaría abandonar la lógica imperial, lo que impondría límites inaceptables al crecimiento y a todo el «modo de vida» sostenido por el ejercicio del poder imperial. Su única opción restante es recurrir a la fuerza bruta, incrementando así la alienación y sembrando las semillas del terrorismo… y del antiterrorismo que lo sigue, evolucionando hacia una variante nueva y maligna de fascismo… En suma, el sistema capitalista mundial está en una bancarrota histórica. Se ha convertido en un imperio incapaz de adaptarse, cuyo propio gigantismo deja al descubierto su debilidad subyacente. Es, en términos ecológicos, profundamente insustentable y debe ser cambiado de manera fundamental, y mejor aun, reemplazado, si ha de existir un futuro digno de vivirse.» (

Si el capitalismo no puede superar la contradicción entre el desarrollo ilimitado de las fuerzas productivas y su conversión en fuerzas destructivas, ¿las alternativas reformistas «verdes» o social-liberales (todavía autodenominadas «socialistas») son viables? De serlo, el ecosocialismo quedaría automáticamente descartado; sin embargo, los pensadores ecosocialistas consideran, justamente, que la impotencia «reformista» conduce a la necesidad de un cambio radical, anti y poscapitalista.

Cuando aparecieron los partidos verdes, sobre todo en Europa, estas agrupaciones portaban una carga anticapitalista, que influyó en la izquierda radical y en la izquierda reformista (pro-capitalismo humano) Sin embargo, en su pugna por el poder y después de unirse para gobernar, «verdes» y «socialistas» se corrieron a la derecha, pasando muy rápidamente del liberalismo al neoliberalismo, ajustando sus proyectos políticos a la lógica del Capital, es decir: a la mundialización de las mercancías, a la privatización de los servicios públicos, al apoyo de las intervenciones militares imperialistas como «guerras éticas» y, por supuesto, al respaldo del Protocolo de Kyoto… La política de los partidos «verdes» abandonó todo tinte anticapitalista y se redujo a la mera «negociación» con las «personificaciones» del Capital transnacional de medidas «proteccionistas» del todo insuficientes que no modifican ni mínimamente el curso del desastre ecológico en proceso.

El desarrollo del capitalismo ha profundizado en estos años las dos crisis que alimenta con su producción, circulación y reproducción cada vez más ampliada:
1) la crisis de la condición humana, que se manifiesta de dos modos: a) como extensión de la miseria material en el mundo (la inmensa mayoría de humanos a nivel mundial sobreviven apenas en la pobreza extrema, mientras aumenta el desempleo, el subempleo y la sobreexplotación de empleos precarios); y b) como profundización de la miseria espiritual por el deterioro de valores y expectativas así como por la generalización de modos de vida enajenados, hetéronomos, vacíos, consumistas y productivistas, que sólo promueven anomia y patologías sociales (violencias, adicciones, suicidios, etc.); y

2) la crisis ecológica, que resulta de la contradicción entre la lógica capitalista (depredadora, rompiendo equilibrios en la búsqueda de ganancias rápidas) y la lógica de los sistema ecológicos (de renovación y equilibrio a largo plazo).

El avance de estas crisis, y la gravedad de sus implicaciones, nos ha llevado a una verdadera crisis de la entera civilización moderna. De no poner un límite a la producción capitalista, de no detener y desarmar la máquina productivista y destructiva del capitalismo, una catástrofe ecológica de proporciones mayúsculas, que nos puede llevar a la barbarie, se aproxima. La diversidad y magnitud de los problemas ecológicos actuales nos ofrece un amplio espectro de posibilidades catastróficas: derretimiento de glaciales que pone bajo el agua a las ciudades costeras; aniquilación de la mayor parte de selvas y bosques; aire irrespirable o generalizada escasez de agua potable en las megalópolis; agotamiento de tierras fértiles y hambrunas masivas; efectos negativos y mortales de los transgénicos en los humanos o en las cadenas ecológicas; cambios climáticos devastadores; uso de armas nucleares o desastres de la industria nuclear; etc. La civilización moderna se encuentra en una encrucijada: o es capaz de terminar con la destructiva y enajenada lógica capitalista, reinventando un ecosocialismo democrático, o corre el riesgo de sufrir catástrofes que la lleven a la barbarie, que bien puede ser la de los despotismos «ecologistas» que impondrán una dictadura que limite las necesidades y consumos, o bien la del tribalismo de los sobrevivientes. Por eso, insiste Lowy, el ecosocialismo es un cambio necesario de civilización:

«Las reformas parciales son completamente insuficientes: es necesario reemplazar la micro-racionalidad de la ganancia por una macro-racionalidad social y ecológica, lo que requiere un cambio real de civilización. Ello es imposible sin una reorientación tecnológica profunda y apuntando al reemplazo de las fuentes actuales de energía por otras, no-contaminantes y renovables, como la energía eólica o la solar. La primera cuestión planteada es, entonces, sobre el control de los medios de producción, y sobre todo por las decisiones de inversión y mutación tecnológica; de modo que deben quitarse de los bancos y de las empresas capitalistas esos medios y esas decisiones para volverse bienes comunes de la sociedad. Ciertamente, el cambio radical no sólo involucra la producción, sino también al consumo… Es el tipo del consumo actual, fundado en el desperdicio y la ostentación, la alienación mercantil, la obsesión pr acumular, lo que debe ponerse en cuestión… Una reorganización en su conjunto del modo de producción y consumo es necesaria, fundada sobre criterios exteriores a los del mercado capitalista: en las necesidades reales de la población… y la salvaguarda del medio ambiente. En otros términos, una economía de transición al socialismo, «re-ajustada»… en el medio ambiente social y natural, porque está fundada en la opción democrática de prioridades y inversiones decididas por la población -y no por leyes del mercado o por un politiburó omnisciente. Todavía en de otros términos, una planificación democrática local, nacional, y, tarde o temprano, internacional, definiendo: 1) qué productos deben subvencionarse o tener una distribución gratuita ; 2) qué opciones energéticas deben, ser permitidas, aunque ellas no sean, en primer tiempo, las «rentables»; 3) cómo reorganizar el sistema de transportes, según criterios sociales y ecológicos; 4) qué medidas se toman para reparar, lo más rápidamente posible, los gigantescos daños al medio ambiente dejados «en herencia» por el capitalismo. Y así en adelante…» (9)

IV. Necesidad de Ecosocialismo

Hay, entonces, una necesidad de ecosocialismo en el mundo actual. Hay una imperiosa necesidad de una política anti-capitalista, pos-capitalista, que ponga un freno al tren del Progreso o Desarrollo devastador; hay una urgente necesidad de evitar la catástrofe y la barbarie a la que nos encamina un Capital enajenado en su producción ilimitada, alienado en el productivismo-consumismo que arrasa con los recursos naturales, enloquecido por su sed de ganancias. Esa necesidad de conectarnos de otro modo con la naturaleza, de cuidar nuestro entorno natural por respeto a la biodiversidad y a la propio humanidad, también ha sido expresada por las corrientes ecologistas. Y es que el ecologismo y el socialismo -como lo señala Lowy- comparten necesidades y valores cualitativos, irreductibles a los valores monetarios o del mercado:

«Entre estas necesidades hay una que toma una importancia siempre más decisiva hoy día -y que Marx no había tomado suficientemente en cuenta (salvo en algunos pasajes aislados) en su obra-: la necesidad de salvaguardar el entorno natural, la necesidad de un aire respirable, de agua potable, de alimentación libre de venenos químicos o de radiaciones nucleares. Una necesidad que se identifica, tendencialmente, con el imperativo mismo de la supervivencia de la especie humana en este planeta, en el cual el equilibrio ecológico está seriamente amenazado por las consecuencias catastróficas -efecto invernadero, destrucción de la capa de ozono, peligro nuclear- de la expansión infinita del productivismo capitalista… El socialismo y la ecología comparten entonces valores sociales cualitativos, irreductibles al mercado. Comparten también una rebelión contra «la Gran transformación», contra la autonomización reificada de la economía en relación con las sociedades y un deseo de «reubicar» a la economía en un entorno social y natural. Sin embargo, esta convergencia no es posible sino a condición de que los marxistas sometan a un análisis crítico su concepción tradicional de las «fuerzas productivas» -regresaremos a este punto- y que los ecologistas rompan con la ilusión de una «economía de mercado» limpia. Esta doble operación es la obra de una corriente, el ecosocialismo, que logró la síntesis entre las dos aproximaciones.» (10)

Cuestionando el productivismo de cierta idea del «desarrollo de las fuerzas productivas» y las ilusiones de una política ecologista compatible con el capitalismo, el Ecosocialismo es una síntesis superadora de ambas tendencias sociales; por un lado, critica las experiencias productivistas del autodenominado «socialismo real» pero, por otro, cuestiona los límites de un ecologismo que no resulta ni anti ni pos capitalista, que desconecta la crítica del consumismo del productivismo impulsado por la lógica del Capital y que culpabiliza a un humanismo antropocéntrico exculpando a un sistema capitalista que promueve un «tipo» humano en el que se le inculca el «modo del tener» posesivo y consumista.

A diferencia de cierta crítica ecologista, los ecosocialistas no consideran que los problemas ambientales se deban al consumismo individual o a un nefasto antropocentrismo.

Si se culpabiliza al individuo consumista parece exculparse entonces al sistema productivista; se sugiere, además, que el consumo debe ser limitado, justificando así a un futuro Totalitarismo ecologista que, probablemente, agudizaría los problemas de desigualdad social. Por otro lado, si se cuestiona al antropocentrismo y se le pretende sustituir por un biocentrismo que descentra al ser humano, se corre el riesgo de caer en un anti-humanismo que desconozca el valor de la propia vida humana así como la posibilidad de otro humanismo. Al respecto, Lowy ha señalado lo siguiente:

«Otra visión equivocada es aquella que declara que la culpa es del ser humano, que mediante el antropocentrismo y el humanismo, se puso en el centro y despreció a los otros seres vivos. Creo que esta concepción causa falsos problemas. Porque es de interés de la humanidad, de la supervivencia de los seres humanos, de los hombres y de las mujeres, preservar el medio del cual dependen inevitablemente. No se trata de contraponer la supervivencia humana a las de las otras especies, se trata de entender que ellas son inseparables y que nuestra supervivencia como seres humanos, depende de que se salvaguarde el equilibrio ecológico y la diversidad de las especies; por tanto, desde el ecosocialismo estaríamos hablando de un humanismo biocentrista.» (11)

Con todo, y pese a esos extremos, la ecología como teoría y sustento de los movimientos ambientalistas tiene el gran mérito de plantear que la actual crisis ecológica -como destrucción acelerada de recursos naturales y ruptura de equilibrios en la naturaleza- es una crisis de la civilización moderna. Apoyándose en los estudios y las investigaciones ecológicas, el ecosocialismo construye su argumentación fundamental:

«1° El modo de producción y de consumo actual de los países desarrollados, fundados sobre la lógica de la acumulación ilimitada del Capital, de ganancias, de mercancías, de despilfarro de recursos, de consumos ostentosos y de destrucción acelerada del medio ambiente, no puede de ningún modo ser extendido en el conjunto del planeta, sino bajo la idea de una importante crisis ecológica; según cálculos recientes, si se generalizara al conjunto de la población mundial el consumo medio de energía de EU, las reservas actuales de petróleo se agotarían en diecinueve años. Este sistema está, por tanto, necesariamente fundado en el mantenimiento y el agravamiento de las escandalosas injusticias entre el Norte y el Sur.
2° En este estado de cosas, la continuación del «progreso» capitalista y la expansión de la civilización fundada sobre la economía de mercado, que funciona bajo una forma brutalmente inequitativa, amenaza directamente, a mediano plazo, (toda previsión sería azarosa), la supervivencia misma de la especie humana. El cuidado de la naturaleza es por tanto un imperativo humanista.» (12 )

El ecosocialismo pretende, ir más allá de cierta argumentación ecologista endeble y encubridora de la raíz del problema, y por ello se propone superar al capitalismo, pero también a los primeros ensayos de sociedades poscapitalistas. Para el ecosocialismo no basta «expropiar a los expropiadores» sino instaurar una nueva sociedad que sea democrática, que cuide los equilibrios naturales y cuestione la tecnociencia capitalista.
V. Antecedentes y tendencias ecosocialistas

Michael Lowy , entre otros, ha examinado en detalle la relación de Marx y Engels con la Ecología. Lowy admite, de entrada, que los temas ecológicos no son centrales en la reflexión de los clásicos de marxismo y que las referencias a esas cuestiones en sus obras son interpretables. Sin embargo, rechaza las acusaciones infundadas contra el pensamiento de Marx y Engels -que los presentan como defensores de un humanismo dominador y de desconocer el papel de la naturaleza en la constitución del valor-, sin negarse a examinar en detalle la cuestión del productivismo de Marx. Al respecto, Lowy acepta que, en ocasiones, Marx y Engels consideran positivo en sí mismo el desarrollo de las fuerzas productivas; no obstante, señala que el proyecto socialista de Marx no puede reducirse al aumento de la producción; no hay en él productivismo

«en la medida que nadie denunció tanto como Marx la lógica capitalista de producción para la producción, la acumulación del capital, de fortunas y de mercancías como un bien en sí mismo. La misma idea de socialismo -al contrario de su miserable caricatura burocrática- es el de una producción de valores del uso, de bienes necesarios para la satisfacción de necesidades humanas. El objetivo supremo del progreso técnico para Marx no es el crecimiento infinito de bienes («el tener») sino la reducción de la jornada de trabajo y el crecimiento del tiempo libre («el ser»).» (13)

Pese a la idea de la mutación de las fuerzas productivas en fuerzas destructivas, ésta no es desarrollada como para derivar una crítica ecológica global; sin embargo, afirma Lowy, sí existe en Marx una «teoría de la ruptura del metabolismo entre las sociedades humanas y la naturaleza, como resultado del productivismo capitalista», aunque principalmente referida a la agricultura capitalista y al agotamiento de la tierra. De esta manera se encuentra en Marx el concepto de un Progreso (económico) que puede ser destructivo para el ser humano y también para la propia naturaleza. En la crítica económica de Marx hay espacio para la crítica ecológica: se cuestiona la explotación humana pero también la destrucción irracional de las fuerzas naturales (tierra, bosques, contaminación) por la lógica del Capital enajenado. Por eso, como lo ha probado Lowy, Marx llega a considerar el cuidado ecológico como tarea de una sociedad socialista:

«Por ejemplo, el volumen III de El Capital opone a la lógica capitalista de la gran producción agrícola, fundada en la explotación y el agotamiento de las fuerzas de la tierra, otra lógica, de naturaleza socialista: «el tratamiento conscientemente racional de la tierra como propiedad comunal eterna, y como condición inalienable de la existencia y de la reproducción de la cadena de generaciones humanas sucesivas». Un razonamiento análogo se descubre algunas páginas más adelante: «Incluso una sociedad entera, una nación, en fin, todas las sociedades contemporáneas juntas, no son dueñas de la tierra. Ellos sólo la ocupan, los usufructuarios, y ellos deben, como buen padre de familia, de dejar en buen estado a las generaciones futuras». En de otros términos: Marx parece aceptar «el Principio de Responsabilidad» estimado por Hans Jonas, la obligación de cada generación de respetar el ambiente -la condición de existencia para las generaciones humanas futuras.» (14)
Para Lowy es posible encontrar en Marx (y en el marxismo del siglo XX) una dialéctica cerrada, determinista y finalística del Progreso, pero también se puede descubrir y desarrollar en Marx (y cierto marxismo) una dialéctica abierta, no determinista ni teleológica, del Progreso. De acuerdo a esta dialéctica, la historia está abierta a posibles y, en el caso del capitalismo, el Progreso económico lleva consigo catástrofes humanas y naturales (15). Uno de los primeros marxistas que hizo la crítica a la ideología del Progreso -retomada después como Dialéctica de la Ilustración por la primera Escuela de Frankfurt, por Adorno y Horkheimer- fue Walter Benjamin.

Walter Benjamin es un marxista singular, alimentado por una tradición romántica justamente revalorada por Michael Lowy como crítica al capitalismo (16), quien la conecta directamente con la crítica ecológica: «El socialismo y la ecología… son los herederos de la crítica romántica. Sus objetivos comunes implican la superación de la racionalidad instrumental, de la autonomización de la economía, del reino de la cuanificación, de la producción como fin en sí, de la dictadura del dinero, de la reducción del universo social al cálculo de los márgenes de rentabilidad y de la necesidad de acumulación del capital. Tanto el socialismo como la ecología reivindican valores cualitativos: el valor de uso, la satisfacción de las necesidades, la igualdad social, para el primero; la salvaguarda de la naturaleza y el equilibrio ecológico para la segunda.» (17)

Nutrido por la crítica romántica, Walter Benjamin cuestionó las ideas simplistas del marxismo de la 2° y 3° Internacional sobre el Progreso económico y el desarrollo de la Técnica (sin dialéctica destructiva), advirtiendo de los peligros del modo capitalista del desarrollo del Progreso y de las tecnologías, sobre todo en cuanto al aumento de su poder destructivo en las guerras y en la relación con la naturaleza. En uno de sus primeros escritos marxistas de Benjamin, (Sentido único, 1923), ya se prendía el aviso de alarma: si la revolución socialista no se produce a tiempo, el Progreso y la Técnica del capitalismo llevarán al mundo al desastre. En su último texto (Tesis sobre el concepto de historia, 1940), escrito casi veinte años después del primero, Benjamin sigue cuestionando la idea del Progreso y pensando en una revolución socialista que lo detenga: «Marx dijo que las revoluciones son las locomotoras de la historia. Pero quizá sea diferente. Puede ser que las revoluciones sean la mano de la especie humana que viaja en ese tren y que tira el freno de emergencia.» (18)

Con más de treinta años de elaboración, el ecosocialismo cuenta ya con importantes pensadores que desde el marxismo han reflexionado sobre la ecología en una perspectiva anti-capitalista, destacando James O’Connor, John Bellamy Foster, Joël Kovel, Francisco Fernandez Buey, Elmar Altvater, Michael Lowy y muchos otros. Pese a la diversidad de planteamientos, comparten su crítica al productivismo y a la ideología del progreso, su intento de formular una propuesta global de socialismo que retome la crítica ecológica. James O’Connor considera ecosocialistas a quienes tratan de «subordinar el valor de cambio al valor de uso», de organizar «la producción según las necesidades sociales y los requisitos para la protección del medio ambiente natural», para construir un «socialismo ecológico», fundado «ecológicamente en el control democrático, la igualdad social y el predominio del valor del uso.» Lowy agregaría la propiedad colectiva de los medios de la producción y una planificación democrática.
VI. Programa de lucha ecosocialista

El ecosocialismo no es, pero debe ser: como aún no tiene lugar en el mundo es una utopía, pero sustentada en razones y en movimientos reales que desde hoy luchan por ella. La utopía ecosocialista supone terminar con el poder enajenado del Capital y propone una sociedad desenajenada en la que la economía sirva al ser humano y cuide a la naturaleza, en donde la producción sirva al Bien común y a los ecosistemas, en donde el ser humano se reconcilie con su entorno natural. El control humano sobre la Cosa supone una organización democrática, libertaria (autónoma) y justa que al mismo tiempo que termina con toda forma de opresión y dominio humano (clase, género, raza), le pone límites al productivismo/consumismo, promueve nuevas fuentes energéticas y soluciona los problemas sociales y ecológicos generados por el capitalismo. Se trata de reconciliar el impulso emancipatorio y libertario del socialismo con las necesidades ecológicas que den sustentabilidad a toda sociedad humana, por eso es necesario evitar tanto el despilfarro productivista como toda tiranía ecologista que imponga «escasez, privación y represión». En ese sentido, el ecosocialismo retoma la consigna auténticamente revolucionaria de «cambiar el mundo y transformar la vida» pues la limitación al productivismo/consumismo no sólo debe ser verdaderamente justa y democrática sino que debe apuntar a la transformación de las necesidades, de los valores, de los modos de vida, sustituyendo el «modo del tener» por el «modo de ser», valorizando el valor de uso sobre el valor de cambio. Para atacar los problemas derivados del productivismo capitalista y no llegar a una tiranía que administre la escasez de recursos, es urgente desarrollar nuevas fuentes de energía que no sean destructivas ni contaminantes, y que sean renovables. Michael Lowy ya se imagina un ecosocialismo fundado en la energía solar, un «comunismo solar»:

«Obviamente, desde el punto de vista socialista, es absolutamente prioritaria la investigación científica y el desarrollo tecnológico de la energía solar. No es la única pero, con seguridad, tendrá un papel central en el proceso de transformación radical del proyecto ecosocialista. Por eso, algunos viejos socialistas relacionan directamente nuestra utopía revolucionaria, el socialismo, el comunismo, con el Sol, con la energía solar. Esa expresión de «comunismo solar» ya aparece en algunos trabajos de ecosocialistas. Habría una especie de profunda afinidad entre la energía solar y el proyecto comunista.» (19)

La utopía ecosocialista es un deber ser que sólo puede volverse realidad con el hacer en el presente; el futuro ecosocialista debe conquistarse en las luchas del presente. Michael Lowy insiste en ello: «Es necesario participar en todas las luchas, inclusive de las más modestas; como, por ejemplo, la de una comunidad que se defiende contra una empresa contaminadora; o la defensa de una parte de la naturaleza que esté amenazada por un proyecto comercial destructivo.» Para él es importante, además, relacionar las luchas sociales con las ambientales, encontrando y resaltando sus objetivos comunes, como lo hacen «las comunidades indígenas o campesinas que enfrentan a las multinacionales», librando «un combate antiimperialista, pero también social y ecológico.» (20) En este sentido, Lowy ha recuperado «el combate de Chico Mendes» (21), el sindicalista socialista y ecologista defensor de los derechos laborales y de la selva del Amazonas, como ejemplo de lucha ecosocialista.
No ilusionarse con la posibilidad «de ‘ecologizar’ al capitalismo no significa que no debe comprometerse con el combate por reformas inmediatas.» Lowy señala algunas demandas ecosocialistas que deben ganarse ahora:

«Por ejemplo, algunas formas de ecoimpuestos pueden ser útiles, a condición de que sean portadores de una lógica social igualitaria (hacer pagar a los contaminadores y no a los consumidores), y que se quite de encima el mito de un cálculo económico del «precio de mercado» por el daño ecológico: esa es una variable incomensurable desde el punto de vista monetario. Tenemos necesidad desesperadamente de ganar tiempo, de luchar inmediatamente por la prohibición del CFCS que destruye la capa de ozono, por una prohibición de los OGM, por una severa limitación de los gases responsables del efecto invernadero, por privilegiar a los transportes públicos por encima del uso del automóvil individualista, contaminante y anti-social.» (22)

De hecho, Lowy propone una serie de demandas inmediatas que pueden dar lugar a una convergencia entre movimientos sociales y ecologistas, entre las tendencias verdes y las rojas, a saber:

« La promoción del transporte pública -trenes, metros, camiones, tranvías-, bien organizado y gratuito, como alternativa a los embotellamientos y la contaminación de ciudades y campos gracias al uso del automóvil individual y al sistema de caminos y transporte.
 La lucha contra el sistema de la deuda y los «ajustes ultra-neo-liberales» impuesto por el FMI y el Banco Mundial a los países del Sur, con consecuencias sociales y ecológicas dramáticas: el desempleo masivo, la destrucción de las protecciones sociales y de las culturas vivientes, la destrucción de los recursos naturales por la exportación.
 La defensa de la salud pública contra la polución del aire, del agua (mantos acuíferos) o de la comida, por la avaricia de las grandes empresas capitalistas.
 La reducción del tiempo de trabajo como respuesta al desempleo y como visión de la sociedad que privilegia el tiempo libre respecto a la acumulación de bienes y posesiones.» (23)

Con todo, el ecosocialismo no debe quedarse en el plano de la utopía o en el de las demandas inmediatas; entre uno y otro plano, media la lucha simbólica, la de los Ideales y Valores, que apuesta a la transformación interior humana. Por eso Michael Lowy ha propuesto unos «Valores para una nueva civilización» y ha escrito «Por una ética ecosocialista».

Los «Valores para una nueva civilización» se contraponen diametralmente con los «valores» promovidos por la «civilización» capitalista: el Dinero, el Mercado y el Capital, fetiches que son «objetos de un culto fanático y exclusivo, intolerante y dogmático». Un culto, aclara Lowy, que tiene sus Iglesias en las Bolsas de Valores y sus Santos Oficios en el FMI y la OMC, que castiga y tortura a los herejes. El culto exige «terribles sacrificios humanos» (miseria, desempleo, devastación de la naturaleza…) así como la mercantilización de todo (incluso humanos) y la privatización de las riquezas.
A esos verdaderos antivalores, que reducen el valor de uso al de cambio, el ser al tener, lo cualitativo a lo cuantitativo monetarizado, Michael Lowy les contrapone los «valores cualitativos, éticos y políticos, sociales y culturales, irreductibles a la cuantificación monetaria.» Como ejemplos de este tipo de Valores, el ecosocialista simplemente recuerda los siempre subversivos valores de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad, la Democracia -preferencias universalizables que nutren la tendencia libertaria de la Modernidad (24). Ese conjunto de valores se condensa en un término resignificado: ecosocialismo. La utopía ecosocialista es la heredera de las primeras formas de resistencia social contra la economía capitalista de mercado, de esa «economía moral» de las clases populares, del humanismo de un Marx que coloca en el centro de su proyecto revolucionario el despliegue de las potencialidades humanas.

«El socialismo moderno -afirma Lowy, con razón- es el heredero de esta protesta social, de esta «economía moral». Quiere fundar la producción ya no sobre los criterios del mercado y del capital -la «demanda solventable», la rentabilidad, la ganancia, la acumulación- sino en función de la satisfacción de necesidades sociales, el «bien común», la justicia social. Se trata de valores cualitativos, irreductibles a la cuantificación mercantil y monetaria. Rechazando el productivismo, Marx insistía en la prioridad del ser de los individuos -la plena realización de sus potencialidades humanas- por sobre el tener, la posesión de bienes. Para él, la primera necesidad social, la más imperativa, y la que abría las puertas del «Reino de la Libertad» era el tiempo libre, la reducción de la jornada de trabajo, la realización de los individuos en el juego, el estudio, la actividad ciudadana, la creación artística, el amor.» (25)

La ética ecosocialista, en consecuencia, es social, humanista, igualitaria, democrática y radical: se va a las raíces y por eso es revolucionaria: se propone «un nuevo modelo de civilización». Sin embargo, la utopía ecosocialista, con sus demandas inmediatas y los valores que las sustentan, requiere una fuerza social que discuta, elabore e impulse de manera consecuente una política ecosocialista.

El propio Michael Lowy está comprometido en este proceso, como lo demuestra su participación en el resolutivo «Ecología y Socialismo» del XV Congreso Internacional de la Cuarta Internacional de 2003 (26), el primero que adopta una resolución especial sobre esta cuestión en un extenso documento que describe la realidad de la crisis ecológica (los cambios climáticos, la contaminación del aire, la contaminación del agua y la degradación de los suelos, la destrucción de los bosques, la biodiversidad amenazada y la catástrofe industrial y el riesgo nuclear), plantea las causas estructurales de la crisis (la lógica productivista del capitalismo), los logros y limitaciones del movimiento ecologista y un Programa de acción cuyos ejes centrales son:
1. La defensa del servicio público;
2. La lucha contra la contaminación;
3. Defensa del empleo;
4. La lucha por la tierra;
5. Abolir el sistema de la deuda, y
6. Democracia y largo plazo.

En este documento, y en la concepción entera de Michael Lowy, se reafirma una idea de ecosocialismo que recoge la tradición marxista y busca su sustento último en las luchas de los trabajadores:

«¿Qué es entonces el ecosocialismo? Se trata de una corriente de pensamiento y de acción ecológica que integra los aportes fundamentales del marxismo, liberándose de las escorias productivistas; una corriente que entendió que la lógica del mercado capitalista y de la ganancia -así como la del autoritarismo tecnoburocrático de las difuntas «democracias populares»- son incompatibles con la defensa del medio ambiente. En fin, una corriente que, criticando la ideología de las corrientes dominantes del movimiento obrero, sabe que los trabajadores y sus organizaciones son una fuerza esencial para toda transformación radical del sistema.» (27)

NOTAS
(1) Michael Lowy, «Ecología y Socialismo».
(2) Michael Lowy, «Manifiesto Ecosocialista».
(3) Michael Lowy, «Por una ética ecosocialista».
(4) Idem.
(5) Michael Lowy, «Ecología y socialismo».
(6) Michael Lowy, «¿Qué es el ecosocialismo?»
(7) Lowy, «Ecología y socialismo».
( Lowy, «Manifiesto Ecosocialista».
(9) Lowy, «¿Qué es el ecosocialismo?»
(10) Lowy, «Por una ética ecosocialista».
(11) Lowy, «Ecología y Socialismo».
(12) Lowy, «¿Qué es el ecosocialismo?»
(13) Michael Lowy, «Progreso destructivo: Marx, Engels y la Ecología».
(14) Idem.
(15) Michael Lowy, «Historia abierta y dialéctica del progreso en Marx».
(16) Cfr. Michael Lowy y Robert Sayre. Révolte y melancolie: le romantisme á contre-courant de la modernité. Payot, París 1992.
(17) Michael Lowy, «De Marx al ecosocialismo».
(18) Benjamin, ctdo, en Lowy, «La crítica de la tecnología en Walter Benjamin».
(19) Lowy, «Ecología y Socialismo».
(20) Lowy, «¿Qué es el ecosocialismo?».
(21) Michael Lowy, «El combate de Chico Mendes».
(22) Lowy, «¿Qué es el ecosocialismo'»
(23) Idem.
(24) Lowy, «Valores para una nueva civilización».
(25) Lowy, «Por una ética ecosocialista».
(26) Michael Lowy, «Ecología y socialismo. XV Congreso de la Cuarta Internacional».
(27) Lowy, «¿Qué es el ecosocialismo'»

MICHAEL LOWY

Nació en Sao Paulo (Brasil) el 6 de mayo de 1938, en el seno de una familia de judíos alemanes que emigraron de Viena en 1934. Creció en Brasil y estudió en la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas de la Universidad de Sao Paulo. A principios de los 60 se fue a Francia a continuar sus estudios universitarios.

Bajo la supervisión del importante filósofo marxista francés Lucien Goldmann, quien ejerció una importante influencia en su pensamiento y su problemática, Michael Lowy obtuvo el Doctorado en sociología con una Tesis sobre Marx, publicada pocos años después como La teoría de la revolución del joven Marx.

Después de vivir unos años en Israel, dando clases en la Universidad de Tel-Aviv, regresó en 1968 a Europa, estableciéndose en Francia. En 1969 se integró a la IV Internacional y a su sección francesa, la Liga Comunista Revolucionaria, sin dejar de participar y apoyar el movimiento de trabajadores en Brasil, respaldando la formación del Partido de los Trabajadores y, recientemente, a la corriente de izquierda opositora a Lula.

Michael Lowy ha sido un pensador militante, y tal vez por eso mismo ha realizado diversas y relevantes obras sobre una amplia grama de temas, conectando el marxismo humanista y revolucionario con el Romanticismo y la Utopía, rescatando la herencia del «marxismo olvidado» (el joven Lukács, Rosa Luxemburgo, Gramsci), estudiando y rescatando el marxismo de América Latina (tiene, en ese sentido, un libro clásico sobre el Ché Guevara), investigando tanto la religión como la crítica a la tecnología (rescatando a Walter Benjamin), el nacionalismo y la necesidad del internacionalismo así como la sociología del conocimiento, sin dejar de lado la cuestión del arte (con estudios sobre el surrealismo y Kafka). Una nueva temática que ha desarrollado estos últimos años ha sido la necesidad de replantear al Socialismo como Ecosocialismo. Algunas de sus obras en español más importantes son: La teoría revolucionaria del joven Marx, El pensamiento del Ché Guevara, Dialéctica y Revolución (con ensayos sobre Marx, Luxemburgo, Lenin), Para una sociología de los intelectuales revolucionarios (sobre el joven Lukács), Redención y Utopía, Guerra de dioses (sobre la teología de la liberación en América Latina), ¿Qué es la sociología del conocimiento?, El marxismo olvidado, Walter Benjamin: Aviso de incendio.