A pesar de que la catalogan de culta y es supuestamente experimentada por ser el Viejo Continente, Europa tiene muy escasa memoria histórica y es ingenua, al no haber visto nunca con luz larga las intenciones solapadas de debilitarla que persistentemente ha tenido Estados Unidos para mantenerla bajo sus botas. Aunque se autoproclamen «aliados», sobre […]
A pesar de que la catalogan de culta y es supuestamente experimentada por ser el Viejo Continente, Europa tiene muy escasa memoria histórica y es ingenua, al no haber visto nunca con luz larga las intenciones solapadas de debilitarla que persistentemente ha tenido Estados Unidos para mantenerla bajo sus botas.
Aunque se autoproclamen «aliados», sobre todo para protagonizar invasiones y agresiones conjuntas contra otros pueblos a través de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), Washington siempre ha pretendido, y lo ha conseguido, someter a los gobiernos de los países europeos.
Lo viene haciendo desde la Segunda Guerra Mundial, cuando los norteamericanos entraron a mediados de esa sangrienta contienda bélica para sacar provechos geopolíticos, económicos, y militares, e imponerse en el mundo.
Décadas después, Washington también logró hacer desaparecer el llamado «Campo Socialista», aprovechándose de la caída del Muro de Berlín y del desmembramiento de la Unión Soviética, para lo cual trabajo sin descanso, y convirtió a los estados de Europa del Este en «satélites espías» suyos, con el objetivo aparente de despojar al Viejo Continente del «Comunismo».
Entonces otra vez los inquilinos de turno de la Casa Blanca les tomaron el pelo a sus «amigos» porque a las antiguas naciones exsocialistas les suministraron multimillonarias sumas de dinero para utilizarlas como marionetas, y conservar su control hegemónico sobre la región.
Ya Estados Unidos veía venir la consolidación de la Unión Europea (UE), materializada en 1993 e integrada en sus primeros años de vida por 15 estados potentes, los cuales en bloque podrían frenar que en nuestro planeta tierra imperara el dominio unipolar, que hoy, sin embargo, parece desvanecerse definitivamente.
Muchos expertos auguraban con esperanzas que la UE podría ser la contraparte al imperio norteamericano, por su fortaleza, y que adoptaría posiciones independientes, desgraciadamente jamás asumidas ante la Casa Blanca.
Por supuesto que Washington comenzó a minar el otrora Grupo de los 15 promoviendo el ingreso de las naciones exsocialistas del Este, serviles a sus aspiraciones, y que lejos de sumarse para hacer más poderosa a esa organización regional, tenían instrucciones de fraccionarla y atenuar su eventual influencia.
La UE cayó en la trampa nuevamente porque su ampliación significó el debilitamiento económico que tiene actualmente, lo que la obliga a someterse a los designios de sus siempre «domadores», asumir gastos de intervenciones militares preparadas en el Pentágono, y repetir como papagayos todo lo que dice su «aliado».
Revelaciones recientes sacaron a la luz pública cómo Estados Unidos ha espiado a sus «socios» europeos, desde la hábil Canciller alemana, Angela Merkel, hasta el débil presidente del ejecutivo español, Mariano Rajoy.
Ninguno de los mandatarios de la UE ha escapado de las escuchas telefónicas ilegales de las agencias de inteligencia norteamericanas, y lo peor de todo es que sus reacciones ante ese vulgar espionaje han sido frágiles y sin mayor trascendencia.
Ahora Washington manipula a Europa para confrontarla con una Rusia, robustecida y unida con China, a través del conflicto desatado en Ucrania, plan que tiene dos aristas principales: intentar cercar a Moscú, a la vez de profundizar las divergencias en el seno del ampliado Grupo de los 28.
Al fuego que se propaga por toda la UE, con la grave crisis económica que padece y las contradicciones entre sus países miembros, no hay que echarle mucha leña para que termine devastando a esa organización regional. Ucrania podría ser el incendio final.
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