Los abuelos cimarrones nos enseñaron que la libertad no se mendiga, se construye. Que nuestros pasos deben ser firmes, guiados por la memoria y la certeza de que nuestra dignidad no es dádiva de nadie, sino fruto de lucha y resistencia.
Cada 31 de agosto, el mundo conmemora el Día Internacional de los Afrodescendientes, una fecha proclamada por las Naciones Unidas. Sin embargo, debemos ser claros: esta fecha no es un regalo de ningún organismo internacional, ni una concesión generosa de las potencias que durante siglos nos esclavizaron, saquearon e invisibilizaron.
Este día existe porque nuestros pueblos, en cada rincón del planeta, hemos luchado, resistido y gritado hasta romper el silencio impuesto. Es el resultado de décadas siglos incluso de insurrecciones cimarronas, de fugas hacia los Palenkes, de organización en barrios, comunidades y ciudades donde defendimos nuestra humanidad frente a la barbarie colonial y sus herederos.
La verdadera libertad reside en nuestra capacidad de contarle al mundo quiénes somos y cuánto hemos aportado al desarrollo humano. Los afrodescendientes hemos dejado huella en la ciencia, la medicina, las matemáticas, la filosofía, la agricultura, las artes, la tecnología, la espiritualidad y una cosmovisión que entiende al ser humano en equilibrio con la naturaleza.
Nuestros territorios, ricos en agua, minerales y biodiversidad, han sido a la vez bendición y maldición: bendición porque nos han sostenido, maldición porque la ambición de quienes acumulan y destruyen ha desatado explotación, violencia y muerte.
Y, pese a las barbaries de la esclavitud, la segregación, la exclusión y el racismo, hemos contribuido enormemente a la humanidad. En muchos hogares, sin saberlo, se utilizan inventos creados por afrodescendientes:
- Lewis Latimer perfeccionó el filamento de carbono para bombillas, abaratando y masificando la luz eléctrica.
- Elijah McCoy diseñó el lubricador automático para motores de vapor, tan eficaz que dio origen a la frase “the real McCoy”, sinónimo de calidad.
- Patricia Bath, médica pionera, creó el Laserphaco Probe para tratar cataratas, siendo la primera mujer negra en obtener una patente médica en EE.UU.
Estos logros nacieron en contextos de racismo y exclusión, pero transformaron el mundo.
En 1950, Ralph Johnson Bunche, diplomático y politólogo afroestadounidense, se convirtió en el primer afrodescendiente en recibir el Premio Nobel de la Paz, por mediar en el conflicto árabe-israelí. Su papel en la fundación de la ONU, en procesos de descolonización y misiones de paz, lo consagró como símbolo del liderazgo afro en la arena internacional.
En el Caribe, Alexandre Pétion (1770–1818) encarnó la libertad como práctica política. Tras la Revolución haitiana, lideró el sur de Haití con un proyecto liberal que redistribuyó tierras a los antiguos esclavos, consolidando la independencia frente al colonialismo. En 1815 acogió al libertador Simón Bolívar, dándole armas, recursos y apoyo militar con una sola condición: abolir la esclavitud en los territorios que liberara. Bolívar aceptó, y gracias a Haití las luchas independentistas latinoamericanas hallaron un sustento decisivo.
En 1553, un grupo de 23 africanos naufragó en las costas de Esmeraldas, Ecuador. Liderados por Alonso, crearon un territorio libre, mezcla de cimarrones e indígenas, que los colonizadores llamaron “Reino de los Zambos”. Este palenque resistió casi un siglo; fue laboratorio de reconstrucción social del pueblo afroecuatoriano, selló alianzas con pueblos originarios e incluso obtuvo un acuerdo con la Corona española que reconocía su libertad y autonomía.
En 1997, Ecuador declaró el segundo domingo de octubre como Día del Afroecuatoriano, en honor a Alonso, símbolo de resistencia y dignidad. Por eso, este 31 de agosto no es una fiesta superficial. Es un llamado a romper la invisibilidad y a exigir reparación histórica. En Ecuador, nos reducen al 4,8% de la población según censos sesgados y apresurados, que omitieron barrios y comunidades enteras. Nos quieren borrar de las cifras para borrarnos de las políticas públicas.
Por eso, no celebramos:
reflexionamos, nos comprometemos y nos hacemos preguntas incómodas:
¿Cuántos jóvenes afro ingresan a la universidad?
¿Cuántas escuelas nuevas se levantan en nuestras comunidades?
¿Tenemos acceso a salud digna?
¿Podemos aspirar a ser generales, ministros, científicos, sin que el racismo nos cierre las puertas?
No nos conformamos con actos simbólicos ni discursos vacíos. Este día es un compromiso, un juramento cimarrón: no descansaremos hasta que la justicia deje de ser promesa y sea realidad.
Porque somos herederos de quienes nunca se rindieron.
Y mientras caminemos con su fuerza, no habrá cadena, muro ni silencio capaz de detenernos