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El asalto a la Usaid puso en modo pánico a la CIA, la NSA, el FBI y la prensa alquilada

Fuentes: Rebelión

No resulta una novedad enterarnos de las filtraciones sobre la canalización financiera de la agencia en programas y proyectos cuyos objetivos eran la guerra psicológica, las operaciones encubiertas, políticas de cambio de régimen, desestabilización, propaganda y afianzamiento del influjo ideológico de Washington a lo largo y ancho del planeta.

Blitzkrieg de Trump y Musk contra el Estado profundo

La purga ordenada por la administración Trump al interior de la Agencia para el Desarrollo Internacional de Estados Unidos (Usaid, por sus siglas en inglés), desató ondas expansivas en la Unión Americana y muchos países del mundo. Donald Trump, quien había prometido “drenar el pantano” y acabar con el “Deep State” (Estado profundo), ahora lo está cumpliendo con la ayuda de Elon Musk, convertido en un virtual co-presidente en las sombras.

La orden ejecutiva de Trump sobre la Usaid, definida de manera temprana por el flamante secretario de Salud de su administración, Robert Kennedy Jr., como una “fachada” de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y una “siniestra propagadora del totalitarismo y la guerra” en el mundo, parece abrevar en la doctrina militar de shock and awe (conmoción y pavor), basada en el uso de poder abrumador y demostraciones espectaculares de fuerza para paralizar la percepción del adversario y destruir su voluntad de luchar. Sólo que, en este caso, la Blitzkrieg (guerra relámpago) trumpista tiene como objetivo al enemigo interno: el Partido Demócrata, la burocracia estatal federal y sectores de los liberals y progressives en la sociedad estadounidense. Debido a ello, el multimillonario aparato de operaciones clandestinas y políticas de “cambio de régimen” entró en modo pánico, en particular tres de las principales agencias de la llamada ‘comunidad de inteligencia’: la CIA, el Buró Federal de Investigación (FBI) y la Agencia de Seguridad Nacional (NSA), y también la Usaid, principal estructura operativa del deep state (considerado un Estado dentro del Estado que no rinde cuentas a nadie) y de la propagación de la ideología globalista de EE.UU. en el orbe.

Mientras evalúa la eficiencia y coherencia de la agencia con la política exterior de EE.UU., la administración Trump sólo mantendrá unos 600 empleados, de una plantilla que ascendía a 10,000 antes de su llegada a la Casa Blanca, de los que aproximadamente dos tercios prestan servicio en el extranjero. Tras la toma de control de la agencia por Elon Musk y su Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), en cuestión de días cientos de “contratistas internos” fueron puestos de permiso sin sueldo o directamente despedidos.

Trump ha prometido despojar a la Usaid de su independencia como agencia gubernamental y colocarla de manera interina bajo el control del Departamento de Estado y su actual secretario, Marco Rubio, no para ahorrarle dinero a los contribuyentes, sino para gastarlo como considere conveniente en función de la nueva diplomacia de guerra diseñada para aterrizar su lema de campaña “Estados Unidos Primero”. La “pausa” de 90 días para la distribución de fondos destinados al exterior (con excepción de los dos mayores receptores de subsidio estadounidense: Israel y Egipto) podría ser una medida temporal, o el gasto en poder blando podría reorientarse hacia opciones más duras con repercusiones aún más graves en todo el mundo. Aunque como ha dicho Chris Hedges, el objetivo final de la administración Trump no es acabar con el Estado profundo, sino con las leyes, reglamentos, protocolos y reglas, y con los funcionarios que las hacen cumplir, que entorpecen su “control dictatorial”: “El Estado profundo se reconstituirá para servir al culto del liderazgo”.

En realidad, no resulta una novedad enterarnos de las filtraciones sobre la canalización financiera de la agencia en programas y proyectos cuyos objetivos eran la guerra psicológica, las operaciones encubiertas, políticas de cambio de régimen, desestabilización, propaganda y afianzamiento del influjo ideológico de Washington a lo largo y ancho del planeta. Como hemos venido documentando el último cuarto de siglo en este espacio de Rebelión.org, el “lado oscuro” de la Usaid nunca fue un secreto. La diferencia, ahora, es que Trump y Musk le han dado mayor visibilidad como parte de una guerra simbólica para descolocar a los “enemigos del Estado”, en particular, a los de la “izquierda radical”, como llama el magnate inmobiliario a los miembros del Partido Demócrata y sectores de la burocracia federal, lo que de paso ha afectado a millares de contratistas, activistas oenegeros y medios y periodistas “alquilados” que hasta hace pocos días descalificaban como “conspiparanoicos” a quienes se atrevieran a revelar esas verdades.

Ahora ha quedado clara la dependencia de miles de medios y líderes de opinión subvencionados por sucesivas administraciones en la Casa Blanca, como reconoció lastimeramente el director ejecutivo de Reporteros sin Fronteras, Clayton Weimes. Según detalló el director de esa ONG con sede en París, la Usaid financiaba a un ejército de medios en más de 30 países y, tan solo en 2025, destinó 268,3 millones de dólares para 6,200 periodistas; 707 medios de comunicación y 279 ONGs “especiales” creadas para trabajar con periodistas y medios que, ahora, con la decisión de Trump de congelar los fondos, dijo Weimes, caerán en un “vacío” que favorecerá “a los propagandistas y a los Estados autoritarios”. Como si la narrativa y la línea editorial de los medios subvencionados por la Usaid, no formaran parte de un (no tan) sutil mecanismo de neocolonialismo, a través de una guerra mediática dirigida a generar determinados contenidos y percepciones en sus audiencias, en un intento por preservar la declinante hegemonía de EE.UU..

Cabe aclarar que en la Oficina Oval no se habla de la injerencia extranjera como un problema central de las actividades de la Usaid, sino del despilfarro y la corrupción en agendas y programas que ya no interesan a la administración Trump, como por ejemplo la controvertida política de Diversidad, Equidad e Inclusión (DEI), cuyo enfoque estaba dirigido a facilitar el acceso a oportunidades o espacios de poder a comunidades tradicionalmente excluidas como los negros, los lgbti+ y las mujeres, que Trump busca cancelar.

En medio del revuelo causado por las palabras de Elon Musk, quien calificó a la Usaid como un “nido de víboras marxistas radicales de izquierda”, “bola de gusanos” y una “organización criminal” que “es hora que muera” −lo que fue secundado por Trump cuando dijo que la agencia “ha sido dirigida por un grupo de lunáticos radicales”−, el 4 de febrero el sitio web de WikiLeaks relanzó una bomba informativa, que expuso a la agencia como una herramienta de guerra económica según un manual sobre la Guerra No Convencional de las Fuerzas Especiales del Pentágono, de 2010, que subraya la importancia de las Operaciones de Información (OI) para gestionar la percepción pública con independencia de los hechos de la realidad concreta, como medio para avanzar en objetivos estratégicos. (como antecedente, ver Carlos Fazio, “El manual TC-18-01y la subversión en Cuba y Venezuela”, La Jornada, 12 de mayo de 2014).

El documento del Ejército estadounidense califica a la Usaid como una herramienta para aplicar el “poder económico” con el objetivo de persuadir a “adversarios, aliados y sustitutos” (como Canadá, México, Brasil y los países de la Unión Europea en la coyuntura), para que “modifiquen su comportamiento”. Como parte de operaciones multi-agencias donde intervienen de manera coordinada las fuerzas especiales (boinas verdes)del Pentágono, la NSA, la CIA, el FBI, la DEA y los departamentos de Estado y Comercio, la colocación de los fondos por la Usaid en el extranjero ha jugado un papel fundamental. Su misión de interactuar con grupos humanos (gobernantes, partidos políticos, organizaciones empresariales de ultraderecha, sindicatos obreros y campesinos, universidades, fundaciones, ONG de la llamada sociedad civil y un largo etcétera), “proporciona un canal para aprovechar los incentivos y desincentivos económicos, medidos y focalizados”, en apoyo de los esfuerzos de la Guerra No Convencional (o irregular) de Estados Unidos, dice el manual. Añade que la “aplicación directa de las subvenciones de la Usaid a grupos humanos específicos, puede alterar comportamientos negativos o cimentar afirmaciones positivas”.

El manual TC-18-01 de las operaciones especiales promociona, también, el “Mando de evaluación de conflictos” de la agencia como una herramienta eficaz para realizar “el diseño y la planificación a nivel programático, operativo y táctico” para uso militar. Esa revelación plantea preguntas críticas sobre el uso encubierto de la “ayuda humanitaria” y los programas de “desarrollo” bajo la pantalla de la promoción de la “democracia” y la “defensa de los derechos humanos”.

Del golpe de Estado en Chile al ZunZuneo cubano

Considerada el principal aparato del poder blando (soft power) estadounidense al servicio de las guerras de contrainsurgencia y las operaciones psicológicas (OpSic) del Pentágono y la CIA, la participación de la Usaid en actividades injerencistas, encubiertas y subversivas a lo largo y ancho del mundo es profusa. Desde su fundación en 1961, tras el triunfo de los barbudos de la Sierra Maestra en Cuba dos años antes, la Usaid fue un instrumento de la Alianza para el Progreso (Alpro) del presidente John F. Kennedy, que funcionó como la “zanahoria” de la Doctrina de la Seguridad Nacional y el combate al “enemigo interno” (el “garrote”), enseñados por el Pentágono y la CIA en la Escuela de las América del Canal de Panamá a oficiales latinoamericanos; es decir, fue un elemento clave de las “estrategias contrainsurgentes no armadas”, canalizando fondos encubiertos para los programas de acción cívico-militares de las dictaduras castrenses.

Por lo general, desde su creación en plena guerra fría contra el comunismo “ateo y apátrida” y como un continuum hasta el presente, el grueso de los fondos millonarios de la Usaid ha fluido hacia las arcas de partidos y organismos corporativos ultraconservadores y una legión de organizaciones no gubernamentales en los países considerados “enemigos” por Washington. Pero también han servido para financiar tareas de propaganda y acciones de contrainsurgencia de los ejércitos adiestrados por EE.UU., sus escuadrones de la muerte (paramilitares) y compañías militares y de seguridad privadas, un eufemismo para enmascarar a los perros de la guerra, como se denominaba antaño a los mercenarios.

De manera concurrente y complementaria, en las distintas fases de la agencia desde su creación, esos recursos han servido para financiar golpes de Estado, como en el Chile del presidente Salvador Allende y su vía pacífica al socialismo (1970-73), cuando la Usaid canalizó millonarios recursos de la CIA y la DIA (la agencia de inteligencia del Pentágono) a la huelga del sindicato de los camioneros, al diario El Mercurio de Agustín Edwards y a organizaciones de la oligarquía momia como el frente ultranacionalista Patria y Libertad, siguiendo las directivas del Comité Cuarenta de Henry Kissinger y de Tricky Dick Nixon (Dick, el tramposo), como apodaban entonces al titular de la Casa Blanca por sus “trucos sucios”; lo que a la postre derivó en la sangrienta asonada pinochetista contra el Palacio de la Moneda del 11 de septiembre de 1973.  

Por esos días, la unidad de Seguridad Pública de la Usaid también aportó fondos para la formación de policías y militares en la tortura científica (el caso de Dan Mitrione en Montevideo es emblemático) y las técnicas de la detención/desaparición de personas como ejes del terrorismo de Estado en Guatemala, Brasil, Uruguay, Argentina y El Salvador, con su secuela, en el Cono Sur: la Operación Cóndor o internacional de las espadas, como se conoció a la alianza criminal multinacional castrense de las dictaduras del área.

Ya a comienzos de este siglo XXI, la Usaid ha canalizado recursos millonarios para organizar revoluciones de colores (golpes suaves), operaciones de cambio de régimen y las distintas modalidades de la guerra actual (guerra no convencional o irregular, a las drogas, económica-financiera, jurídica (lawfare), de cuarta generación, híbrida, asimétrica, cognitiva, cibernética, etcétera), para lo cual, en fechas más recientes, era esencial contar con fines de manipulación y propaganda, con una red de redes de plataformas digitales como X (antes Twitter), Meta (Facebook, Instagram, WhatsApp), Callin, etc. y medios de prensa hegemónicos a su servicio, entre ellos, como se exhibe ahora, Politico, The New York Times, Associated Press, Bloomberg y el programa “humanitario” de la BBC Media Action, a lo que se suman los “misteriosos pagos” del Pentágono (Elon Musk dixit) a la agencia británica Reuters por un programa de “ingeniería social” y el financiamiento del Estado y 90% de los medios oficialistas de Ucrania, además de ONGs y estructuras ideológicas paralelas.

La guerra asimétrica resultó exitosa en Serbia, Ucrania y Georgia, donde, con recursos encubiertos del Pentágono y la CIA canalizados a través de la Usaid, la Fundación Nacional para la Democracia (NED) y el Instituto Republicano Internacional, y el apoyo de la Open Society de Georges Soros y la Institución Albert Einstein de Gene Sharp, se produjeron las llamadas “revoluciones de colores” de comienzos del siglo XXI.

Pese a los sucesivos afanes desestabilizadores el modelo no ha podido fructificar en Cuba y Venezuela. En abril de 2014 se dio a conocer que la Usaid diseñó y operó desde 2009 una red de comunicación horizontal vía Internet, ilegal y secreta, denominada ZunZuneo, para impulsar un Twitter cubano y manipular a sectores de la población, mayoritariamente usuarios jóvenes, con mensajes políticos cuyos objetivos eran generar una disidencia interna y provocar acciones subversivas que llevaran a un “cambio de régimen” en la isla.

Inscrita en los parámetros de la Guerra No Convencional (en su variable de guerra cibernética), para evadir las restricciones soberanas cubanas, la operación clandestina incluyó la creación de empresas de fachada en España y contó con financiamiento desde bancos en Islas Caimán. Como parte de la trama, el contratista de la Usaid, Alan Gross, fue arrestado en Cuba en 2009, cuando intentó ingresar a la isla con una tarjeta SIM (entonces no disponible en el mercado, pero usada por la CIA), necesaria para activar un servicio de comunicación satelital, supuestamente para la comunidad judía en Cuba.

En forma simultánea, la Usaid supervisó un aparentemente inocuo programa juvenil de educación sobre prevención del VIH en la isla, para el cual se envió casi una docena de inexpertos jóvenes venezolanos, costarricenses y peruanos como “agentes encubiertos”, con el objetivo de reclutar opositores en universidades y forzar un cambio político. Pero en 2012, ambas intentonas por desencadenar una “primavera cubana”, fracasaron.

Venezuela: la guerra permanente

Venezuela es otra víctima de una guerra no declarada según los cánones del manual TC-18-01. El objetivo de las ultimas administraciones en la Casa Blanca ha sido derrocar al gobierno legítimo de Nicolás Maduro vía un golpe de Estado o una guerra civil que abra las puertas a una “intervención humanitaria” de la OTAN y/o a la injerencia militar directa del Pentágono. En febrero de 2014, la escalada sediciosa financiada por la CIA, la Usaid y la NED cobró alta visibilidad mediática, cuando partidos y movimientos de extrema derecha como Voluntad Popular, de Leopoldo López, la ONG Súmate de la desaforada legisladora María Corina Machado, y Gustavo Tovar, de la ONG Humano y Libre, llamaron a “salir a la calle sin retorno”, hasta lograr la renuncia o caída del mandatario. La “rebelión de los ricos”, como la llamó entonces The Guardian, fracasó, pero dejó un saldo de 41 muertos.

No obstante, la injerencia de Washington en Venezuela vía la Usaid data por lo menos desde el golpe de Estado ejecutado contra el presidente Hugo Chávez el 11 de abril de 2002. En 2006, se reveló que la Oficina de Iniciativas de Transición de la Usaid había supervisado subvenciones por más de 26 millones de dólares a diversos grupos en Venezuela desde 2002. En uno de los cables de la agencia filtrados por WikiLeaks se explicaba la estrategia de EE.UU. en Venezuela entre 2004 y 2006, que incluía las siguientes disposiciones: “1) fortalecer las instituciones democráticas, 2) penetrar en la base política de Chávez, 3) dividir al chavismo, 4) proteger los negocios vitales de EE.UU. y 5) aislar internacionalmente a Chávez”.

Desde entonces, la injerencia de EE.UU. se ha mantenido bajo distintos formatos que van desde revoluciones de color (año 2014 y 2017) y la guerra híbrida o cognitiva hasta el financiamiento a ONG bajo la narrativa fabricada de la violación de derechos humanos y la crisis humanitaria, apuntalada por una constelación de medios de comunicación y organizaciones políticas bien financiadas por la agencia. Con esas excusas, se fraguaron diversos intentos de incursión extranjera de mercenarios y paramilitares al territorio venezolano (como la Operación Gedeón) e intentos de magnicidio, pero también buena parte del llamado Plan Guaidó, que consistió en una red de corrupción y saqueo de activos nacionales mediante el patrocinio de Washington a un falso gobierno interino. Ese intento de cambio de régimen contó con todo el apoyo de Trump durante su primer mandato, a través de la Usaid. Sin embargo, una fuente dijo ahora a Financial Times, que el mismo magnate “considera que los opositores (venezolanos) son unos perdedores” y que “les dio mucho y fracasaron. No hay forma de que vuelva a tomar ese camino”.

Según consignó la página web de Misión Verdad, en abril de 2021 un inspector de la Usaid elaboró un informe donde “duda” sobre las motivaciones que tuvo el gobernante republicano en 2019, debido a que la “ayuda humanitaria” no fue implementada bajo “los principios humanitarios de neutralidad, independencia y basada en evaluaciones de necesidades”, sino que respondió en parte a la campaña del propio Trump para derrocar al presidente Maduro.

La publicación señala, asimismo, que Anthony Daquin, un experto en asuntos de seguridad que se encuentra en EE.UU., acusó a figuras del gobierno fake de Guaidó, como Carlos Vecchio, Leopoldo López y Julio Borges (todos residiendo en el exterior) de desviar fondos otorgados por la Usaid junto a decenas de ONG. Los desembolsos habrían ascendido a más de 856 millones de dólares. El analista reveló que, en 2019, Vecchio firmó un desembolso con Mark Green, entonces director de la Usaid, por 116 millones de dólares y que estos fueron desviados. En octubre de ese año fueron desembolsados otros 98 millones de dólares mediante un presunto “acuerdo de cooperación”. Otro registro audiovisual detalla que otros 56 millones le fueron entregados a Vecchio y Borges con el fin de “restaurar la democracia” en Venezuela.

Además, el exsecretario de Estado de Trump, Mike Pompeo, declaró en 2020 que la Usaid entregó al gobierno de Guaidó 200 millones de dólares. De acuerdo con Misión Verdad, la coalición oenegera Foro Cívico, conformada en torno a la agenda de cambio de régimen en Venezuela, jugó un rol estelar en la vinculación con la Usaid, de la mano de la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA, por sus siglas en inglés). Allí concurren otras organizaciones: Movimiento Ciudadano Dale Letra, Acción Solidaria, Fetrasalud, Monitor Salud, Observatorio Electoral Venezolano, Academia Nacional de Medicina, Movimiento de Sindicatos de Base (Mosbase), Unión Vecinal junto a otros académicos y activistas.

La Usaid también participó en la coordinación directa e inyección de recursos para las elecciones primarias de la oposición realizadas en octubre de 2023, como punto de partida de la llamada “ruta electoral” hacia los comicios presidenciales y legislativos del 28 de julio de 2024, según lo formuló desde finales de 2022, la entonces administradora asistente para América Latina y el Caribe, Marcela Escobari. La funcionaria de la Usaid reiteró entonces la necesidad de elevar la “presión” contra las autoridades de Venezuela. De allí que el sector extremista de la oposición, liderado por María Corina Machado, que históricamente se había negado a ir a elecciones, optó por incorporar su plan golpista en el proceso electoral de 2024, lo que se demostró luego de que no aceptara los resultados favorables a Maduro como paso previo para una nueva jornada de golpismo y violencia política insurreccional.

La Usaid y su red de intoxicación mediática en el orbe

Además, la Usaid sufragó a miles de quintacolumnistas en EE.UU. y el extranjero, verdaderos agentes del caos, pero definidos eufemísticamente como conductores y reporteros de prensa escrita, radio y televisión “independientes”, pese a que fueron capacitados y comprados para manipular y difundir matrices de opinión, (des)información y reportes acríticos en relación con la diplomacia de guerra del Departamento de Estado. Al respecto, el abordaje y/o silenciamiento mediático sobre la complicidad de las administraciones de Joe Biden y Donald Trump en la guerra de exterminio, el genocidio y el castigo colectivo de Israel en Gaza, reniega de los códigos deontológicos del periodismo y exhibe el escandaloso cinismo de su doble moral.

Para canalizar o drenar recursos millonarios para sus programas públicos y clandestinos en los países objetivo, la Usaid, que históricamente ha operado en tándem con la Fundación Nacional para la Democracia (NED, por sus siglas en inglés), ha utilizado una oficina clave “disfrazada de empresa privada” (Philip Agee dixit) en muchas embajadas de EE.UU.: Development Alternatives, Inc. (DAI), otra fachada de la CIA. Pero también ha echado mano de Freedom House, organización ligada al aparato de inteligencia  y la guerra psicológica, desestabilización y propaganda de Washington en la lucha contra el comunismo, vía Radio Free Europa (Radio Europa Libre) y Radio Liberty (Radio Libertad), promoviendo desde finales del siglo XX revoluciones de colores (golpes suaves) en la exYugoslavia, Kosovo, Georgia, Ucrania, Venezuela, Cuba, Nicaragua y Bolivia, y del Open Society Institute (Instituto de una Sociedad Abierta), del multimillonario George Soros (miembro de los grupos Carlyle y Bilderberg, del Council on Foreign Relations (CFR) y Human Rights Watch).

Como parte de sus tareas de “ayuda al desarrollo”, los contratistas de la Usaid realizaban un gran trabajo de inteligencia. La información recopilada, como datos personales, privados y reservados de funcionarios gubernamentales, militares, dirigentes de partidos, élites económicas, activistas políticos e intelectuales de cientos de países, fue completada por la Big Data del espionaje digital y terminaba en las mesas de la CIA como insumos para facilitar las operaciones encubiertas.

Según reveló WikiLeaks en su cuenta de X el 8 de febrero, para capacitar medios y periodistas “independientes” y atacar la “desinformación” en el mundo, la Usaid financió de manera secreta con 473 millones de dólares aportados por los contribuyentes estadounidenses, a una sigilosa ONG: Internews Network (IN), dirigida por Jeanne Bourgault, una periodista que trabajó en la Embajada de EE.UU. en Moscú en los años inmediatos posteriores a la “perestroika” (reconstrucción) y “glasnost” (apertura) de Mijaíl Gorbachov en la exUnión Soviética, siendo reclutada después por la Usaid, donde laboró seis años antes de pasar a Internews.

De acuerdo con WikiLeaks, la red de intoxicación propagandística alcanzó a más de 4,200 medios de comunicación en todo el mundo, llegando a una audiencia de 778 millones de personas y adiestrando a más de 9.000 periodistas, todo ello bajo el lema de promover la “libertad de prensa” (sic). Sin embargo, en la práctica, su actividad no es más que una extensión de la política exterior expansionista de EE.UU., destinada a moldear las narrativas con la ideología y los intereses geopolíticos del imperio, con las ONG como vasos comunicantes.

Desde 2008, más del 95% del presupuesto de Internews Network −que también ha apoyado iniciativas de censura en las redes sociales−, ha sido proporcionado por el gobierno de EE.UU. Por lo que no deja de ser un contrasentido, que la prohibición de las cadenas internacionales de noticias moscovitas Russia Today (RT) y Sputnik en EE.UU. y la Unión Europea se haya justificado porque eran medios públicos que recibían fondos del Kremlin; por lo tanto, no eran independientes.

La financiación de IN se duplicó desde el primer mandato de Trump en 2016, ya que el deep state (Estado Profundo), ahora combatido por él, invirtió miles de millones de dólares en la lucha contra la “desinformación”, bajo el pretexto de “salvar la democracia”. Internews Network también recibe dinero de gobiernos europeos y de las fundaciones Ford, Bill Gates y Open Society de George Soros, entre otras, y está muy relacionada con la Fundación Clinton. El conglomerado, que abarcaría 30 países, incluye seis oficinas principales en California, Londres, París, Kiev (Ucrania), Bangkok (Tailandia) y Nairobi (Kenia), y una subsidiaria en las Islas Caimán, un importante paraíso fiscal. Su dirección de facturación principal era un edificio en California, desmantelado en diciembre de 2024 tras la elección de Trump como presidente de Estados Unidos.

En 2024, al participar en el Foro Económico de Davos, Jeanne Bourgault llamó a confeccionar “listas de exclusión” de la publicidad, como forma de presionar a los anunciantes para silenciar lo que ella considera como “desinformación”. Dijo que “la desinformación genera dinero y debemos seguir ese dinero”. De allí que, aplicando la fórmula follow the money (“seguir la ruta del dinero”), la pista investigada por WikiLeaks llegó hasta la oficina de Bourgault. Y los registros destapados muestran que la junta de IN está copresidida por el demócrata Richard J. Kessler y Simone Otus Coxe, esposa del multimillonario de NVIDIA, Trench Coxe, ambos importantes donantes demócratas. Y que 2023, en apoyo de Hillary Clinton, Bourgault lanzó un fondo de 10 millones de dólares en la Clinton Global Initiative (CGI). Por lo que tal vez sea eso lo que alimenta el ánimo revanchista de Trump y una de las principales razones de la purga al interior de la Usaid ordenada a Elon Musk. Como ha sido documentado, la corrupta excandidata a la presidencia de EE.UU., Hillary Clinton, impulsora como secretaria de Estado de Barack Obama del globalismo atlantista, ha tenido como donantes a algunos adversarios de Trump, entre ellos, George Soros, Bill Gates y magnate y delincuente sexual convicto Jeffrey Epstein.

 En respuesta a un usuario que calificó a Internews Network como una red de “propaganda estatal”, Musk escribió en su cuenta de X un lacónico: “Sí”. Aunque, en rigor, la “cruzada contra la corrupción” de Trump y Musk, tendría como uno de sus objetivos blanquear la imagen de la Usaid y/o eventualmente cambiarle el nombre, así como acelerar sus condiciones organizativas y narrativas para relanzar acciones injerencistas con mayor precisión y eficiencia, y menos “elementos distractores” en dichos objetivos. La disputa interna entre actores políticos estadounidenses, depende de un reordenamiento del flujo de fondos “humanitarios” debido a que el modelo gestionado hasta ahora no ha detenido el declive de la hegemonía de EE.UU. en la geopolítica internacional. Ucrania es un caso palpable de ello.

El hoyo negro ucraniano y el virus corona

Al respecto cabe consignar que, desde el colapso de la Unión Soviética, Estados Unidos ha bombeado miles de millones de dólares en Ucrania para crear e impulsar una oposición fervientemente antirrusa. En 2009, durante una reunión patrocinada por la industria petrolera celebrada en Kiev, la exsecretaria adjunta del Departamento de Estado para Asuntos de Europa Oriental, Victoria Nuland, dijo: “Hemos invertido cinco mil millones de dólares para ayudar a Ucrania” a “crear capacidades e instituciones democráticas” que le permitan alcanzar la “independencia europea”.

Washington inundó de subvenciones a la sociedad civil ucraniana en vísperas del golpe de Estado del Maidán en 2014, dando a luz a una red de medios de comunicación pro-occidentales casi de la noche a la mañana. Según apuntó Kit Klarenberg en The Grayzone, entre ellos se encontraba Hromadske, una radiodifusora liberal que promovió el derrocamiento del presidente Víctor Yanukóvich y apoyó la posterior guerra contra los autonomistas prorrusos en el este del país, glorificando incluso a los nazis que lucharon contra el Ejército Rojo durante la Segunda Guerra Mundial.

Con la orden ejecutiva de Trump que cortó los programas de la Usaid, Hromadske ha sido repentinamente cercenado de su ducto financiero. Igual ha ocurrido con otros medios que surgieron tras el golpe del Maidán, como Ukrinform, Internews y un signatario de la Red Internacional de Verificación de Hechos dirigida por Poynter, llamada VoxUcrania. Asimismo, el Ministerio de Cultura y Comunicación Estratégica y el Servicio del Viceprimer Ministro para la Integración Europea y Euroatlántica, ambos creados para hacer propaganda a favor de la guerra contra Rusia, también se encuentran entre los receptores de fondos de la Usaid, ahora famélicos de efectivo.

A nivel estatal, de 2021 a 2024, durante el gobierno de Biden, Ucrania se convirtió en el mayor receptor de las subvenciones de la Usaid: 31 mil millones de dólares, el 21 % del total de las “ayudas” internacionales. Hasta 2021 Ucrania sólo había recibido el 0,8% del dinero de la Usaid. La mayor parte de esos fondos (24 mil millones) se destinaron a mantener la estabilidad macroeconómica del país en cooperación con el Banco Mundial. En 2022 la mitad del presupuesto de Ucrania se lo llevó el ejército, duplicándose los fondos. En 2024 los gastos de defensa y seguridad alcanzaron el 67% (74 mil millones de dólares de un total de 111 mil millones). El déficit real del presupuesto de Ucrania en 2021-2024 fue del 40 % (144 mil millones de dólares de 358.000 millones), y se cubrió con subvenciones internacionales y préstamos.

Según mpr21, de la financiación exterior total de 118 mil millones de dólares para 2021-2024, los préstamos ascendieron a 80 mil millones, mientras que las transferencias gratuitas totalizaron 38,300 millones. La mayor parte de estas últimas procedieron de Usaid, que financió el 8.5% del presupuesto total y el 21% del déficit del país. Sin embargo, la eficacia de esa ayuda es cuestionada incluso dentro de Ucrania, como demuestra el descenso de la confianza en la administración Zelensky, según las encuestas del Centro Razumkov y SOCIS. El 7 de febrero, el propio Volodímir Zelensky denunció una corrupción multimillonaria al sustituir al jefe de los servicios de control fiscal y financiero.

A principios de febrero, Elon Musk afirmó que el dinero de los contribuyentes estadounidenses se canalizaba a través de la Usaid para financiar la investigación de armas biológicas del régimen de Zelensky, haciendo eco de las declaraciones del teniente general Ígor Kirílov, jefe de las Tropas de Defensa Radiológica, Química y Biológica de Rusia, quien antes de ser asesinado en un atentado terrorista por los servicios especiales de Kiev, había expuesto el programa de armas biológicas del Pentágono en Ucrania.

Datos surgidos ahora indican que desde 2019 la Usaid y su contratista clave, Labyrinth Ukraine, han estado involucrados en el programa biológico militar de EE.UU. Labyrinth Ucrania es una rama de Labyrinth Global Health, cuyos fundadores estuvieron anteriormente en Metabiota, un importante contratista de armas biológicas del Pentágono. Labyrinth Ucrania participó en los proyectos estadounidenses UP-9 y UP-10, que estudiaban la peste porcina africana en Ucrania y Europa del Este. Y según divulgó Sputnik,el 24 de febrero de 2022 patógenos de peste, ántrax, tularemia, cólera y otras enfermedades mortales fueron presuntamente destruidos para encubrir las violaciones por parte de EE.UU. y Ucrania de la Convención sobre Armas Biológicas.

Una carta del jefe de epidemiología militar en Kiev a Labyrinth Ucrania confirmó la cooperación con Usaid en la vacunación de tropas y la recogida de datos para EE.UU. En el marco del Programa de Reducción de Amenazas Biológicas del Departamento de Defensa de EE.UU., los coronavirus y la viruela del mono fueron los focos de investigación clave para Labyrinth Global Health. A su vez, el programa Predict de Usaid, de 2009, estudió los coronavirus emergentes y se cerró abruptamente en 2019. El momento sugiere una posible naturaleza deliberada de la llamada pandemia SARS-CoV2 y la implicación de EE.UU. en su estallido.

Por otra parte, entre 2016 y 2018 la Usaid asignó 110 mil dólares para producir 27 episodios del programa de televisión “Nuestro dinero” (Nashi Groshi, en ucraniano), que habría podido ayudar a Volodímir Zelenski a ganar las elecciones presidenciales de 2019 en Ucrania. El programa emitía regularmente material que dañaba la reputación del expresidente ucraniano Petró Poroshenko, y apoyaba la retórica electoral anticorrupción de Volodímir Zelenski. Los recursos fueron asignados a la productora del programa TOM-14.

Después de que el proyecto U-Media de Usaid finalizara en 2018, la agencia lanzó una nueva iniciativa llamada “El programa de medios de comunicación en Ucrania” (The Media Program in Ukraine), destinada a seguir apoyando a los medios ucranianos hasta al menos 2026.

Tras casi tres años de la guerra por delegación de EE.UU. y la OTAN contra Rusia en Ucrania, la conversación telefónica del 12 de febrero entre el presidente de Rusia, Vladímir Putin, y de EE.UU., Donald Trump, validan la versión de que el régimen de Kiev siempre fue, en realidad, un actor cuyo libreto fue escrito desde Washington. Ambos mandatarios anunciaron el inicio inmediato de negociaciones y según The New York Times, la llamada exhibe el “colapso” de los esfuerzos de Occidente por aislar diplomáticamente al líder ruso, al tiempo que Zelenski y Europa serían los grandes perdedores. Trump ha dicho que Washington ha invertido en Kiev “más de 300 mil millones de dólares”, y si bien el complejo militar industrial y las gaseras estadounidenses amasaron grandes fortunas con la guerra, y el magnate amenaza ahora querer cobrarle a Ucrania en tierras raras, el declive de la hegemonía de EE.UU. sigue profundizándose y Putin sigue invicto en el Kremlin.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.