Donald Trump es sólo un ingrediente más de una problemática que viene de lejos. El belicismo norteamericano padece de una prolongada insuficiencia en los terrenos de Marte, impropio de una gran potencia que desde hace tiempo ya posee el gasto militar más alto y el aparato bélico más poderoso, en ambos casos, del planeta.
El pasado martes 21 de abril, Donald Trump publicó en Twitter –una de sus vías habituales de comunicación— lo siguiente: “He ordenado a la Marina de Estados Unidos que derribe y destruya cualquier buque de guerra iraní si acosa a nuestros barcos en el mar”. Dos cosas sobresalen de inmediato en esta declaración. Los barcos se hunden o se destruyen (sink o distroy en inglés); los que se derriban (shoot down, que es la palabra que usa el Presidente de los Estados Unidos) son los aviones. Por otra parte, el mar al que se refiere no es cualquiera. Él alude a las aguas contenidas en el Golfo de Omán y en el Golfo Pérsico, que están conectadas por el estrecho de Ormuz. Toda la costa norte (o noroccidental si se prefiere) de este pequeño espacio marítimo pertenece a Irán.
Los mensajes de Twitter exigen brevedad. Pero la imagen que proyecta Trump al elegir este formato es la de un funcionario de máximo nivel que, en términos de discurso, se muestra como un improvisado, que además ningunea la obvia porción de soberanía que posee Irán en esas aguas. Alguien que menea la guerra de manera poco responsable.
Merece recordarse, además, que en enero de este año autorizó el asesinato del general iraní Gassem Soleimani, que comandaba una poderosa unidad de fuerzas especiales llamadas Quds, en el aeropuerto de Bagdad. Es decir, en un tercer país del que Soleimani era huésped, nada menos. Y que el 20 de junio del año pasado autorizó una amplia operación aérea bélica contra Irán, que fue levantada a último momento por el presidente norteamericano, cuando no pocas aeronaves habían despegado ya rumbo a sus objetivos.
En octubre de 2019, anunció el retiro de las tropas estadounidenses del norte de Siria, zona en la que se encuentra desplegada la mayoría de sus efectivos. La decisión fue criticada en Estados Unidos incluso por legisladores del oficialismo y generó una controversia que frenó parcialmente ese retiro de tropas. Y el mes pasado se estableció un acuerdo entre los Estados Unidos y el movimiento talibán para llegar a un cese del fuego y a un apaciguamiento que permita la salida de las tropas norteamericanas y un acuerdo de gobernabilidad entre las fuerzas políticas afganas, incluidos los talibanes.
Como último botón de muestra puede mencionarse la Operación Orión V, comenzada a inicios de ese mes, básicamente aeronaval, bajo la conducción del Almirante Craig Faller, jefe del Comando Sur, cuyo objetivo fue el desarrollo de operaciones de lucha contra el tráfico de narcóticos. Su teatro fue el Mar Caribe y la porción del Océano Pacífico colindante con Colombia y Centroamérica. Participaron en ella una veintena de países: España, Francia, Brasil, Colombia, El Salvador y Guatemala, entre otros.
Todo esto pinta un cuadro más bien desordenado que mezcla operaciones como el asesinato de Solemani o la última amenaza a Irán, con el desarrollo de conversaciones de paz con los talibanes y con la “guerra” al narcotráfico. Se pone de manifiesto así un confuso, alarmante y discrecional manejo de los asuntos bélicos, que no muestra hasta ahora beneficio alguno para los Estados Unidos. Pero más allá de Trump y de la presente coyuntura la cuestión de la ineficacia del belicismo norteamericano merece ser examinada desde una perspectiva más amplia.
Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial en adelante el ejercicio de la guerra fue prácticamente permanente para los Estados Unidos. Esta apreciación no incluye a la Guerra Fría sino a los conflictos bélicos concretos que se desarrollaron durante la larga fase que sobrevino luego de los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki hasta el día de hoy. El cuadro que sigue contiene a los más significativos y hace referencia al resultado alcanzado por la gran potencia del norte.
Conviene aclarar, antes de pasar al tratamiento de los datos que se acaba de consignar, que entre 1991 y 2001 se desarrolló en Yugoslavía una larga guerra que contuvo en su interior una serie de conflictos secesionistas; que mostró ribetes de contienda civil; y en la que no participaron simultáneamente los distintos actores concernidos, entre otras características que la convierten en muy difícil de clasificar. Es por esto que no se ha incluido en el cuadro precedente. Por otra parte, la decisión de Trump de retirar fuerzas de Siria –hoy postergada en parte— sin haber conseguido el objetivo de derrocar al presidente sirio Bashar al Assad –como fuera prometido- se considera en este caso, como una derrota.
Ahora sí, vayamos al grano. Los casos y números consignados arriba merecerían un tratamiento más elaborado. Se los trae casi en crudo sólo para posibilitar un primer abordaje.
La performance de los Estados Unidos resulta más bien modesta para una gran potencia cuando se balancean sus resultados. Alcanzó en todo el período sólo el 35,71% de los triunfos e igual número de derrotas. Si se clasifican estas contiendas bélicas por su envergadura en guerras mayores y en guerras menores, se encuentra lo siguiente: Estados Unidos en las mayores alcanzó sólo un triunfo (Guerra del Golfo) y cuatro derrotas (Laos, Vietnam, Camboya y Siria). En tanto que en las menores alcanzó tres triunfos (Granada, Panamá y Libia) y una derrota: Bahía de Cochinos. Desde este dos ángulo su desempeño se ve más bien modesto: predominan en las menores sus triunfos y en las mayores sus derrotas. Si además se tiene en cuenta que en las guerras aun en curso de Afganistán e Irak (19 y 17 años de duración, a la fecha, respectivamente) no ha alcanzado a imponer una decisión, lo cual implica que ha habido allí sendos fracasos -aunque no formales derrotas militares- el panorama se pone aún más sombrío.
Así las cosas, queda claro que Donald Trump es sólo un ingrediente más de una problemática que viene de lejos. El belicismo norteamericano padece de una prolongada insuficiencia en los terrenos de Marte, impropio de una gran potencia que desde hace tiempo ya posee el gasto militar más alto y el aparato bélico más poderoso, en ambos casos, del planeta.
George Clemenceau, quien fue simultáneamente Primer Ministro y Ministro de Guerra –y también algo así como el espíritu de Francia— durante la Primera Guerra Mundial acuñó esta célebre frase: “La guerra es un asunto demasiado serio para dejarlo en manos de los militares”. Me parece que no ha sido esto lo que ha sucedido en Estados Unidos sino más bien lo contrario. Cabe decir, en términos generales, que han sido los políticos los que no han dado la talla. No es que los militares hayan avanzado sobre el control de las cuestiones estratégicas y bélicas. Son los políticos los que han fallado y convertido en ineficaz el belicismo norteamericano. Quizá esta sea una de las puntas de ovillo a desenrollar si se quiere explicar este fenómeno. Sin esperar, en cualquier caso, que una problemática de esta envergadura y duración tenga una exclusiva monocausalidad.
Fuente: https://www.elcohetealaluna.com/el-belicismo-ineficaz/