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La esencia del sionismo

El caso contra Israel

Fuentes: CounterPunch

Traducido para Rebelión y Tlaxcala por Germán Leyens

Nota del editor: CounterPunch Books publica este mes «The Case against Israel»[El caso contra Israel], una tonificante, compacta y enérgica respuesta a los contrasentidos propagados por Alan Dershowitz en «The Case For Israel». A continuación reproducimos la tesis esencial de Neumann.

Lo que importa para comprender el conflicto Israel/Palestina es entender lo que significa la expresión ‘un Estado judío’ para cualquier persona razonable. ¿Qué, en particular, podían esperar razonablemente los palestinos al oír que un tal Estado se establecería en Palestina?

El Estado en sí – la comunidad humana – es, en todas partes del mundo, un dictador absoluto que no está constreñido ni por la moralidad ni por la ley. Incluso en la democracia más impecable, es posible instituir cualquier cosa que los seres humanos puedan cometer contra sus prójimos. Frecuentemente, como en el caso de la democrática República de Weimar alemana, basta con invocar una legislación de emergencia para abrir las puertas del infierno.

Por lo tanto, que los sionistas hayan querido un Estado, cualquier Estado, no constituía una nimiedad para todos los que – como los palestinos – fueran a caer dentro de sus futuras fronteras. Pero lo que los sionistas querían era un Estado judío. Si ese deseo tenía que ver racismo o no, no incumbe por el momento. Por un lado, decir que algo es racista no significa, para muchos, que sea automáticamente injusto: hay aquellos, por ejemplo, que aceptan que la acción afirmativa es racismo ‘a la inversa’, pero que la defienden. Por otra parte, el proyecto podría haber comenzado siendo racista, pero haber superado su racismo con la institución de suficientes protecciones para los no-judíos. O podría no haberlo superado en absoluto, pero haber mostrado una forma de racismo que, por reprensible que fuera, no hubiera sido particularmente virulenta. Por lo tanto, no parece particularmente fructífero realizar ahora un examen de si el sionismo era racismo.

Cuando un Estado es descrito en relación con el territorio que controla, su carácter étnico es abierto. El Estado francés no es necesariamente un Estado para un cierto grupo étnico llamado franceses, igual como los Estados belga, o yugoslavo, o jamaicano, no fueron Estados para grupos étnicos de ese nombre. Pero un Estado católico sería un Estado gobernado por católicos; un Estado negro sería un Estado gobernado por negros; un Estado heterosexual sería gobernado por heterosexuales. La cosa no podría ser más clara: ¿qué significaría católico, o negro, o heterosexual, si se hablara de un Estado que no fuera gobernado por lo menos por algunos miembros de esos grupos?

Cuando, en los días después de la Primera Guerra Mundial, la ideología de la autodeterminación se sumó al panorama, aumentaron las expectativas. Los Estados étnicos serían gobernados no sólo por miembros de sus grupos étnicos, sino de cierto modo por los grupos étnicos propiamente tales. Como mínimo, esos Estados serían gobernados en nombre de los miembros de esos grupos en el área. Sería algo más que una formalidad. Por lo tanto, un Estado armenio no tendría simplemente gobernantes armenios. Esos gobernantes regirían verdaderamente en nombre de los armenios. No sólo afirmarían que actuarían en nombre de sus súbditos o ciudadanos armenios, sino que gobernarían genuinamente por su cuenta, es decir, en su beneficio. Los habitantes armenios podrían – y desde el punto de vista de Wilson, lo harían -gobernar democráticamente, ellos mismos. Si no fuera así, habría derecho a esperar y a desear que se gobernaran solos, o en función de los intereses de los armenios en su conjunto.

Un Estado judío, por lo tanto, sería un Estado gobernado por y para los judíos. En un Estado semejante, los judíos serían soberanos. El Estado sería gobernado en función de sus intereses.

Era y es, por lo tanto, perfectamente razonable que los judíos esperaran que esto sucediera. Para disipar esa expectativa hubiera sido necesaria una campaña consecuente, continua, de amplia difusión pública, para explicar que era seguro que no sucedería. No ocurrió nada remotamente parecido. Así que vale la pena estudiar lo que debe significar la vida bajo la soberanía judía.

Significa que los judíos tienen el monopolio sobre la violencia en las áreas que controlan. La legitimidad percibida de este monopolio no tiene que ir más allá de una expectativa establecida, familiar a los entusiastas de Star Trek: toda resistencia es inútil. Un Estado judío es simplemente un Estado en el que los judíos tienen firmemente el control en sus manos, en el que se reconoce este hecho. Dentro de sus fronteras, los judíos tienen el poder de vida y muerte sobre judíos y no-judíos por igual. Es el verdadero significado del proyecto sionista.

Si bien eso es lo que el proyecto es y fue, hay muchas otras cosas que no involucraba. Los judíos que llegaron Palestina como individuos y en pequeños grupos tenían diversos motivos. Pero la dirección general del movimiento sionista, el objetivo en última instancia hacia el que se orientarían todos esos individuos y grupos y el que lograría es, de hecho, algo diferente. La mayoría de los relatos del asentamiento no enfocan este propósito final y son, por lo tanto, engañosos. Los sionistas y los seguidores de su campo no llegaron simplemente para establecerse. No llegaron simplemente para «encontrar una patria», por cierto no en el sentido en que Flandres es la patria de los flamencos, o Laponia la de los lapones. No llegaron simplemente para «ganarse la vida en Palestina». No llegaron simplemente para encontrar un refugio de la persecución. No llegaron para «redimir a un pueblo». Todo esto podría haberse hecho en otro sitio, como señalaron en la época, y una buena parte de ello fue realizada en otro lugar, por inmigrantes judíos individuales en USA y otros países. Los sionistas, y por lo tanto todos los que se establecieron bajo sus auspicios, llegaron [a Palestina] para fundar un Estado judío soberano.

En ese Estado, por tolerante, acomodaticio, alegre, liberal que sea, los judíos siempre tienen la última palabra, en todos sus aspectos. Los negocios son realizados en función de los intereses de lo que sus gobernantes o habitantes consideran como los intereses del pueblo judío. Dentro de ese Estado, la decisión final sobre cuánta fuerza se aplica para impulsar esos intereses está enteramente en manos de sus ocupantes judíos. Lo cual no significa forzosamente que los no-judíos no estuvieran representados, que no tuvieran nada que decir. No significa que los no-judíos no tuvieran derechos cívicos, o que sus derechos humanos serían necesariamente violados. Pero significa que – ya que la esencia de un Estado sionista es que sea judío, gobernado por y para los judíos – todo es en todo caso organizado de manera que la soberanía quede en manos judías. Esto podía ser por ley o mediante la manipulación política; podía ser de jure o de facto. Así que son sólo los judíos los que determinan si los no-judíos tienen derechos cívicos, si sus derechos humanos son respetados y, por cierto, si tienen derecho a vida o muerte. El propósito de establecer un Estado judío soberano puede o no haber sido el dominio; no importa. Es, por cierto, el efecto de su establecimiento.

¿Y respecto a las afirmaciones de que el sionismo no significaba necesariamente la exigencia de un Estado judío soberano? Evidentemente hubo personas que se llamaban sionistas y que pedían otra cosa, aunque nunca quedó muy claro que es lo que pedían. Se habló de un Estado; sus mecanismos nunca fueron claramente definidos. Se habló de una patria, garantizada por potencias internacionales, o simplemente una patria. Sería correcto decir que no todos los colonos judíos pedían un Estado judío, y que algunos de estos colonos se consideraban sionistas. Sería incorrecto decir que el proyecto o empresa sionista fue otra cosa que un intento de establecer un Estado judío.

En primer lugar, hemos visto que un Estado judío fue el objetivo de la dirección sionista y del movimiento sionista dominante. Segundo: para cuando el sionismo «no-exclusivo» se hizo visible, en los años veinte, sus nociones de cooperación con los palestinos ya eran irrealizables. Se había derramado demasiada sangre: los disturbios de Jaffa habían costado 200 vidas judías y 120 palestinas. Fueron seguidos, en 1929, por la muerte de 207 judíos y 181 palestinos en Hebrón. Un comentario judío de la época sobre los primeros disturbios antijudíos serios, en 1920, ya establece que existía una idea general de que el sionismo significaría un Estado judío, y que esa idea conduciría a un derramamiento de sangre:

«… todos sabemos cómo fue interpretada la Declaración [Balfour] en la época de su publicación, y cuánta exageración han tratado de introducir en ella muchos de nuestros trabajadores y escritores desde ese día hasta hoy. El pueblo judío escuchó, y creyó que había llegado el fin del galush [exilio], y que dentro de poco habría un ‘Estado judío’. El pueblo árabe también… escuchó, y creyó que los judíos llegaban para expropiar su tierra y hacer con ella lo que quisieran. Todo esto condujo inevitablemente a fricciones y amargura de los dos lados, y contribuyó al estado de cosas que se reveló en toda su fealdad en los eventos en Jerusalén de abril pasado [1920].»(Ahad Ja’Am [Asher Ginzberg], «After the Balfour Declaration», 1920, reproducido en Gary Smith, ed., Zionism: The Dream and the Reality, Londres 1974.)

Los británicos mostraron tan poca capacidad o, por cierto, inclinación, de refrenar la violencia étnica como mostraron en India y en muchas otras de sus posesiones. No conozco un solo caso en el que haya habido cooperación a corto plazo entre comunidades étnicas después de masacres en semejante escala. Tercero, incluso los sionistas ‘no-exclusivos’ no se distinguían por su renuncia explícita a un Estado judío, sino más bien por un compromiso con una partición de Palestina en vez del intento de conseguirlo todo. Para entonces, los palestinos veían correctamente que la tendencia principal del sionismo era la creación de un Estado judío en Palestina; las intenciones de una ínfima minoría no-exclusiva con nebulosos planes para un gobierno poco plausible de dos pueblos no tenían ningún punto de contacto con las realidades políticas.

Es probablemente el motivo por el que los ‘no-exclusivos’ siguieron siendo, como dice Norman Finkelstein, «numéricamente débiles y políticamente marginales.»

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Michael Neumann es profesor de filosofía en la Universidad Trent en Ontario, Canadá. Los puntos de vista del profesor Neumann no deben ser considerados como propios de su universidad. Su libro»What’s Left: Radical Politics and the Radical Psyche» acaba de volver a ser publicado por Broadview Press. Contribuyó su ensayo: «What is Anti-Semitism», al libro de CounterPunch, «The Politics of Anti-Semitism». Este ensayo es un pasaje del nuevo libro de Neumann «The Case Against Israel». Para contactos: [email protected].

http://www.counterpunch.org/neumann01262006.html

Traducido del inglés al castellano por Germán Leyens, miembro del colectivo de traductores de Rebelión y asimismo de Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística ([email protected]). Esta traducción es copyleft.