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El caso de Ferguson: segregación de derechos y militarización de la policía

Fuentes: Guerra Eterna

No he seguido cada detalle de la crisis de Ferguson, Missouri (las vacaciones, ya saben) pero, además de esa gigantesca ironía de ver en Twitter a gente de Gaza o Cisjordania dando consejos a residentes de una ciudad norteamericana sobre qué hacer en caso de ataque con gases lacrimógenos, hay un par de detalles que […]

No he seguido cada detalle de la crisis de Ferguson, Missouri (las vacaciones, ya saben) pero, además de esa gigantesca ironía de ver en Twitter a gente de Gaza o Cisjordania dando consejos a residentes de una ciudad norteamericana sobre qué hacer en caso de ataque con gases lacrimógenos, hay un par de detalles que me llamaron la atención.


La ciudad de Ferguson, de 21.000 habitantes, tiene un 67% de población de raza negra, lo que contrasta con la composición de su élite política y de sus fuerzas policiales. El alcalde, el jefe de policía y cinco de sus seis concejales son blancos, así como más del 90% de sus policías. ¿Hay gente que está demasiado ocupada como para votar en el día de las elecciones?

Si bien el índice de participación en las elecciones es más bajo en EEUU que en Europa Occidental, la diferencia es sencillamente espectacular en el caso de las elecciones locales. En Ferguson fue del 12,3% en 2014 y aún menos en los dos años anteriores (11,7% y 8,9%). Una inmensa mayoría de la población vive a espaldas de los procesos políticos locales y esa falta de interés se paga. En el artículo que da esas cifras, hay una opinión que resulta reveladora:

«Creo que hay una grandísima desconfianza en el sistema», dice Broadnax, una habitante de Ferguson. Muchos negros piensan: «No importa demasiado, y mi único voto no marcará la diferencia», dice. ‘Bueno, si consigues que toda una comunidad se sienta así, colectivamente ya hemos perdido».

Hay razones sociológicas y económicas que ayudan a entender esa actitud. No es tanto una instrucción que llega de arriba ni una conspiración diseñada por las élites, aunque algunas cosas ayudan, como celebrar las elecciones locales en abril en vez de noviembre, cuando hay una movilización general a causa de las elecciones presidenciales o legislativas.

La composición racial de Ferguson es un fenómeno relativamente reciente. En 1990, los blancos eran el 74% de la población. Muchos negros de la ciudad de St. Louis (población: 319.000 habitantes), de la que Ferguson es un suburbio, se han trasladado a esas ciudades dormitorio en las últimas décadas y tienen un arraigo mucho menor. Lo que quiere decir que su tejido social es ‘de menor calidad’, por así decirlo, menos sentimiento de pertenencia, menos participación en actividades públicas, menos asociaciones que defiendan sus intereses y que en los casos necesarios sirvan de motor de movilización.

Como explica este profesor de desarrollo urbano y ex senador del legislativo de Missouri, los blancos mantienen su control de la ciudad gracias a que esa riqueza asociativa, incluidas asociaciones empresariales o profesionales y sindicatos, maneja las subvenciones y presupuestos en favor de sus necesidades (o sus intereses, palabra que siempre tiene peor imagen), y eso crea un efecto multiplicador.

Como ocurre, no ya sólo en EEUU, las clases bajas o medias bajas creen tener pocos incentivos en la participación en un sistema político que les perjudica. Su pasividad contribuye precisamente a perpetuar esa situación.

Los policías que se dedican a vigilar de cerca a los jóvenes negros (es decir, acosar) saben que no recibirán un aviso de sus jefes porque un líder de su comunidad ha llamado al alcalde para protestar por ciertas prácticas policiales.

De hecho, ocurrirá lo contrario. Un aumento de detenciones o sanciones económicas entre los sospechosos habituales será la métrica que se utiliza para valorar su productividad.

Los tribunales municipales operan con la misma mentalidad. Buena parte de los ingresos del Ayuntamiento proceden de las multas de tráfico y los negros de Ferguson sienten que están siendo ordeñados para financiar los presupuestos locales. Enviar a la gente a prisión, o la simple amenaza, es una forma de que la gente pague, incluso cuando se trata de cantidades muy por encima de su patrimonio.

La situación de Ferguson es un caso de segregación en el campo de los derechos, aunque no sea correcto referirse a ese concepto en términos geográficos. No es tanto que blancos y negros vivan en zonas diferentes, sino que en el mundo real sus derechos son diferentes.

El otro aspecto llamativo de esta crisis es fácil de identificar porque lo hemos visto en numerosas imágenes. Los policías de la ciudad aparecen con unos uniformes y armamento que no se diferencia mucho a simple vista de lo que vemos en los soldados norteamericanos desplegados en zonas de guerra. De eso ya se ha escrito bastante en los últimos años, pero ahora en Ferguson hemos visto su aplicación. Y no es sólo una cuestión de que el vestuario hace al hombre.

El proveedor no es otro que el Pentágono. Gracias a una ley de principios de los 90, puede traspasar a las fuerzas policiales estatales y locales de material militar que no necesite y que se pueda utilizar por ejemplo en operaciones antidrogas. Fusiles de asalto, munición de guerra, rifles equipados con visión nocturna, vehículos blindados con capacidad para resistir explosiones provocadas por minas y, cómo no, uniformes de camuflaje. En algunos casos, hasta lanzagranadas.

Inevitablemente, con el material militar, viene también el entrenamiento para su uso y una cierta mentalidad que hay que añadir a la muy escasa tolerancia de las fuerzas policiales de EEUU a las concentraciones no autorizadas, que suelen ser todas en caso de crisis. La militarización del trabajo policial tiene sus consecuencia. Los agentes no tardan mucho tiempo en comportarse como fuerzas de ocupación.

Casi todo este material acaba en los equipos SWAT (esos que hemos visto tantas veces en películas y series), como señala este artículo del NYT con algunos ejemplos singulares: «Los SWAT son desplegados decenas de miles de veces cada año, cada vez más en operaciones policiales rutinarias. Policías enmascarados y fuertemente armados asaltaron un nightclub en Luisiana en 2006 como parte de una inspección sobre bebidas alcohólicas. En Florida en 2010 agentes de SWAT con sus armas listas realizaron redadas en peluquerías (en general propiedad de gente de minorías étnicas) que en su mayoría sólo concluyeron en denuncias por operar sin licencia».

Cuando te montas una guerra particular, no tardas mucho tiempo en creer que la población civil es el enemigo (potencial). Y cuando estalla la crisis, es hora de utilizar esos juguetes tan atractivos que se dedican a coger el polvo el resto del año.

Hay algunas historias de Ferguson que son delirantes. Una policía atizó un puñetazo en 2009 a una persona sospechosa de conducir borracho. Entre las acusaciones a las que tuvo que hacer frente el detenido, de raza blanca, estaba la de «destrucción de propiedad» por haber manchado con su sangre los uniformes de los policías.

Esa policía es hoy una de los concejales de Ferguson.

Fuente: http://www.guerraeterna.com