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Malí

El caso Rokia Traoré, sintomático de una exasperación postcolonial

Fuentes: Umoya

Rokia Traoré en Zurich en el espectáculo 'Dream Mandé Djata'. Foto: Danny Willems (recuperada de Le Monde Diplomatique).

Rokia Traoré en Zurich en el espectáculo ‘Dream Mandé Djata’. Foto: Danny Willems (recuperada de Le Monde Diplomatique).

La cantante maliense ha sido «largada» de la prisión de Fleury-Mérogis, donde ha pasado quince días (e hizo huelga de hambre) a causa de una orden de detención europea dictada contra ella por Bélgica en octubre de 2019 por secuestro, rapto y toma de rehenes de su propia hija -su hija Uma, de 5 años, que vive con ella en Bamako-. Una puesta en libertad que «le va a permitir luchar a la vez por el levantamiento del control judicial del que todavía es objeto en París y contra la propia orden de detención en sí», precisa su abogado Kenneth Feliho. Para ello, recurrirá en casación en Francia.

El asunto enfrenta a Rokia Traoré con su excompañero Jan Goossens, antiguo director del prestigioso Teatro Real Flamenco de Bruselas (KVS), actual director del Festival de Marsella. Un año después de su separación en agosto de 2018, y una primera denuncia presentada en Bruselas por Rokia Traoré por abusos sexuales del padre sobre la hija, el padre ha obtenido la custodia principal de su hija (60 % del tiempo) en primera instancia en Bélgica. Una decisión que Rokia Traoré ha apelado -apelación en curso por la que ha viajado a París, donde ha sido detenida-. Desde entonces, ha presentado otras dos denuncias por abusos, y no «presenta» a la niña ni a su padre, ni a la justicia belga, que ha archivado su denuncia. Ahora bien, el artículo 432 del Código Penal belga considera que retener a la niña en un país «extranjero» constituye una circunstancia agravante, sancionable con una pena de uno a cinco años de prisión.

La escena artística e intelectual remontada

El contencioso privado se ha extendido al espacio público, donde las reacciones han sido sintomáticas de un extenso «hartazgo» postcolonial, que supera ampliamente este hecho en concreto. El encarcelamiento de la diva maliense ha hecho hervir el mundo artístico, intelectual así como a una parte de la opinión africana y afrodescendiente. Felwine Sarr, escritor y economista senegalés, ha sido el primero en alzar la voz por «el escándalo» en su página de Facebook. Youssou N’DourSalif Keita y Angélique Kidjo le han seguido.

Una petición lanzada por la asociación belga de madres monoparentales, Les mères veilleuses («las madres vigilantes», en castellano), ha recogido 30.000 firmas, mientras que un artículo de opinión publicado por Libération ha estimado «inaceptable que, en un momento en el que es bueno distinguir al hombre del artista, la madre, la mujer, la negra y la música sufran sin consideración un destino de tal violencia». Este texto ha sido firmado por Edgar MorinBarbara CassinAchille Mbembe y Souleymane Bachir Diagne, entre otras autoridades.

«¿Qué pesa África en la conciencia del antiguo colonizador?»

Simon Njami, comisario de exposición de renombre, antiguo director de los Encuentros Fotográficos Africanos de Bamako y maestro de obra de la Bienal de las Artes de Dakar en 2016 y 2018, transmitió en Le Monde diplomatique esta opinión: «Este año 2020, o a petición del Presidente de la República debería abrirse África 2020, la Temporada Artística Africana, el mensaje que se acaba de dar a los artistas africanos es, por lo menos, claro: seréis tratados menos que nada. Y la flagrante contradicción entre los discursos y los hechos me obliga a preguntarme qué espera Francia de África y de los africanos. Imaginen por un momento a Elisabeth Huppert o a Catherine Deneuve acogidas así en cualquier país. El acontecimiento provocaría un escándalo planetario. Pero ¿qué peso tiene África en el debate internacional? ¿Qué pesa África en la conciencia del antiguo colonizador? Muy poco parece».

Dos pesos, dos medidas (doble rasero)

Las madres africanas se han reconocido en este caso emblemático de un doble rasero en la solución de los litigios entre las parejas mixtas. El caso Rokia Traoré irrita tanto más en Bélgica cuanto que uno de los abogados de Jan Goossens se ha forjado una reputación de misógino notorio. Sven Mary ha dicho a la prensa en marzo de 2019 que no contrataría a más mujeres en prácticas en su despacho. ¿La razón? Una mala experiencia con una joven «que pretendía haber tenido una mala evaluación por el hecho de no haber cedido a mis insinuaciones, y no quiero exponerme más a este tipo de riesgo». Y precisar: «Evidentemente, ha fracasado porque su queja no estaba basada en nada». Por su parte, una antigua empleada del KVS, en Bruselas, no está sorprendida de la intransigencia o del extremismo de Jan Goossens, al que describe como un «dictador que hacía reinar el miedo en el teatro» y cuyo «solo comportamiento ha llevado a muchos colegas a firmar la petición para Rokia Traoré, aunque no la conocemos».

La cantante, que tiene la doble nacionalidad francesa y maliense, y cuya hija tiene la doble nacionalidad belga y maliense, se niega a someterse a una justicia belga a la que las madres afrodescendientes reprochan el peso de un pasado colonial. En Bélgica, el hijo de una pareja mixta suele ser confiado al cónyuge belga de origen, considerado a priori como un progenitor más responsable, denuncian los colectivos.

La historia particular de los mestizos belga-africanos

Hagamos memoria, los niños mestizos de las colonias belgas (República Democrática del Congo, Ruanda y Burundi) fueron objeto de una «segregación específica», no debían mezclarse ni con los colonos belgas ni con los «indígenas». Entre 14.000 y 20.000 de ellos fueron arrancados a sus madres africanas antes de las independencias para ser confiados a religiosos, orfanatos o internados. Entre 1959 y 1962, un millar de mestizos fueron «repatriados» a Bélgica, separados de sus madres y de sus hermanos, para ser colocados en familias de acogida o en instituciones. El 90 % que no era reconocido por su padre no tenían la nacionalidad belga y han tenido que luchar para obtenerla.

El drama no ha sido objeto de disculpas oficiales de Bélgica hasta abril de 2019, por voz del primer ministro Charles Michel. François d’Adesky, cofundador de la asociación Métis de Bélgique («Mestizos de Bélgica», en castellano), nacido en 1946 de un padre belga empleado de una sociedad minera y de una madre ruandesa, ha visto finalmente reconocido su largo combate.

«También quiero expresar nuestra compasión por las madres africanas, cuyos hijos les han sido arrebatados», declaró en esa ocasión el Primer Ministro, deseando que «este momento solemne sea un paso más hacia una toma de conciencia de esta parte de nuestra historia nacional».

Sea como fuere, los padres africanos o afrodescendientes que entran en litigios sobre la custodia de sus hijos consideran que tienen dificultades para hacer valer sus derechos. Un investigador italiano, Maurizio Ambrosini, ha puntualizado en la Revista europea de migraciones internacionales la «complejidad» por naturaleza de las situaciones familiares transnacionales. En Francia, la recurrencia de litigios de hijos de parejas franco-argelinas ha dado lugar a convenios entre las autoridades de ambos países. Pero faltan estadísticas e investigaciones sobre el tema preciso de las parejas mixtas afroeuropeas, un sentimiento de injusticia difuso emerge en el debate público en Bélgica.

Hay un patriarcado y un racismo todavía en gran parte inconscientes en los tribunales belgas, incluso entre los abogados e incluso cuando el padre es africano, testimonia así una madre belgo-beninesa que está luchando por obtener una pensión alimenticia. He tenido que justificar ante el juez la utilidad de los gastos para el ocio de mis hijos, como si no lo necesitaran. Me impresionó escuchar en el Tribunal un supuesto «modelo de familia africana» en el que el padre estaría del todo ausente. «Es muy humillante».

Pasaporte diplomático maliense

Algunos se preguntan por qué Rokia Traoré eligió hacer escala en París, donde sabía que se metía en la boca del lobo, incluso con su pasaporte diplomático maliense -que la policía francesa le dijo «no tiene valor» en su caso- en lugar de ir directamente a Bruselas. Ya detenida por primera vez en Dakar, en octubre, había sido liberada tras la intervención de las autoridades senegalesas ante la Interpol. Luego pasó dos días bajo custodia policial en París a finales de noviembre, camino a Rusia, tras una escala en Bruselas, donde el juez de instrucción le dio dos meses para «presentar» a la niña a su padre, y luego un mes más en enero de 2020.

Su paso por la cárcel, sonoro, debería cambiar las cosas, y no solo para su caso. La decisión de la justicia belga es puesta en cuestión por los abogados tanto más cuando Mali ha dictado una sentencia sumaria -que no pesa más en Europa que un pasaporte diplomático de Malí- confiando la custodia exclusiva de la niña a su madre.

Aparte de este embrollo, para muchos observadores africanos, todo el asunto eleva una cuestión de principio: para un solo caso simbólico y tan mediatizado como el de Rokia Traoré, ¿qué hay de todas las anónimas africanas que atraviesan este tipo de conflicto? Si la suerte reservada a una embajadora de la cultura del África occidental choca tanto es porque remite a un profundo sentimiento, denunciado en estos términos por Koyo Kouoh, comisaria de exposición y directora de Zeitz-MOCAA – Museo de Arte Contemporáneo de África, en Ciudad del Cabo (Sudáfrica): «No se nos puede celebrar y humillar al mismo tiempo».

Texto original en francés: «L’affaire Rokia Traoré, symptomatique d’une exaspération post-coloniale», en Le Monde Diplomatique.

Traducido por Mª Isabel Celada Quintana para Umoya.

Fuente: https://umoya.org/2020/05/20/rokia-traore-machismo-custodia-postcolonialismo/