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Entropía imperial

El colapso del imperio estadounidense

Fuentes: CounterPunch

Traducido para Rebelión por Germán Leyens

Es bastante irónico: a sólo cerca de una década desde que la idea de Estados Unidos como una potencia imperial llegara a ser aceptada por la derecha y la izquierda, y que la gente pudo llegar a hablar realmente de un imperio estadounidense, este último muestre múltiples indicios de su incapacidad de continuar. Y, por cierto, ya es posible imaginar su colapso, y especular abiertamente al respecto.

Los neoconservadores que están en el poder en Washington, y gustan de hablar de EE.UU. como el único imperio del mundo después de la desintegración soviética, se negarán, por supuesto, a creer en un colapso semejante, tal como ignoran las realidades de la guerra imperial en Irak. Pero creo que es nuestro deber examinar seriamente cómo el sistema de EE.UU. se está poniendo tan drásticamente en peligro que causará no sólo el colapso de su imperio mundial, sino que cambiará drásticamente a la nación en el frente interno.

Todos los imperios terminar por derrumbarse: Akkad, Sumeria, Babilonia, Ninevah, Asiria, Persia, Macedonia, Grecia, Cartago, Roma, Mali, Songhai, Mongol, Tokugawa, Gupta, Jemer, Habsburgo, Inca, Azteca, Español, Holandés, Otomano, Austriaco, Francés, Británico, Soviético, todos, todos cayeron, y la mayoría en unos pocos siglos. Las razones no son demasiado complejas. Un imperio es una especie de sistema estatal que inevitablemente comete los mismos errores simplemente por la naturaleza de la estructura imperial y que inevitablemente fracasa por su tamaño, su complejidad, su extensión territorial, su estratificación, su heterogeneidad, su dominación, jerarquía y desigualdades.

En mi interpretación de la historia de los imperios he llegado a cuatro motivos que casi siempre explican su colapso. (El nuevo libro de Jared Diamond «Collapse» también contiene una lista de razones para el colapso social, que se traslapan ligeramente, pero habla de otros sistemas que los imperios.) Considerémoslos, sobre todo como referencia al actual imperio estadounidense.

Primero, la degradación medioambiental. Los imperios siempre terminan destruyendo las tierras y las aguas de las que dependen para su supervivencia, sobre todo porque construyen, cultivan y crecen sin límites, y el nuestro no es una excepción, incluso si aún nos queda por vivir la peor parte de nuestro ataque contra la naturaleza. La ciencia está de acuerdo en que todos los indicadores ecológicos importantes están en baja y lo han estado durante decenios: la erosión de las capas arables y de las playas, el agotamiento de las reservas de pesca, la deforestación, el agotamiento del agua dulce y de los sistemas acuíferos, la contaminación del agua, de la tierra, del aire y de los alimentos, la salinización del suelo, la superpoblación, el superconsumo, el agotamiento del petróleo y de los minerales, la introducción de nuevas enfermedades y la vigorización de las antiguas, los extremos cambios climáticos, el derretimiento de los casquetes glaciares y el aumento del nivel del mar, la extinción de especies, y el excesivo uso humano de la capacidad fotosintética de la tierra. Como ha dicho el biólogo de Harvard, E.O. Wilson, después de un prolongado examen del impacto humano sobre la tierra, nuestra «huella ecológica es demasiado grande para que el planeta la tolere, y está creciendo». Un estudio del Departamento de Defensa del año pasado predijo que «un abrupto cambio climático», que probablemente ocurrirá dentro de una década, provocará una escasez «catastrófica» de agua y energía, «trastornos y conflictos» endémicos, guerras que «definirán la vida humana», y una «caída importante» en la capacidad del planeta de mantener a su actual población. El fin del imperio es seguro, tal vez lo sea el fin de la civilización.

Segundo: sobrecarga económica. Los imperios siempre dependen de una excesiva explotación de los recursos, derivados generalmente de colonias que se hallan más y más alejadas del centro, y en su momento se derrumban cuando los recursos se agotan o cuando se hacen demasiado caros para todos, con la excepción de la elite. Es exactamente el camino en el que nos encontramos: se predice que el pico de la extracción de petróleo, por ejemplo, ocurrirá en uno o dos años, y nuestra economía se basa enteramente en un frágil sistema en el que todo el mundo produce y nosotros, en general, consumimos (la producción de EE.UU. es sólo un 13 por ciento de su PIB). Actualmente mantenemos un déficit comercial de casi 630.000 millones de dólares con el resto del mundo, ha aumentado en increíbles 500.000 millones de dólares desde 1993, y en 180.000 millones desde que Bush se hizo cargo en 2001 – y para pagarlo tenemos que tener un influjo de dinero del resto del mundo de unos 1.000 millones de dólares por día, que había disminuido a la mitad a fines del año pasado. Ese tipo de exceso es simplemente insostenible, especialmente si se piensa en que el otro imperio mundial, China, que es crucial para mantenerlo, tiene unos 83.000 millones de dólares prestados al tesoro de EE.UU.

Súmese a esto que una economía que se apoya en un déficit del presupuesto federal de casi 500.000 millones de dólares, lo que forma parte de una deuda nacional total de 7,4 billones de dólares en el pasado otoño, y la continua sangría de la economía por lo militares de por lo menos 530.000 millones de dólares al año (sin contar la inteligencia militar, cuyo coste nunca conoceremos). No hay quien piense tampoco que sea sostenible, por eso el dólar ha perdido su valor en todas partes – hasta un 30 por ciento respecto al euro desde 2000 – y el mundo comienza a perder confianza en las inversiones en este país. Preveo que en sólo unos pocos años, el dólar habrá sufrido tanto daño que los estados petroleros ya no querrán operar en esa moneda y se volcarán hacia el euro en su lugar, y que China dejará que el yuan flote frente al dólar, llevando efectivamente a esta nación a la bancarrota y a la impotencia, incapaz de controlar la vida económica dentro de sus fronteras y mucho menos en el extranjero.

Tercero: la sobre-extensión militar. Los imperios, porque son colonizadores por definición, se ven obligados a extender el alcance de sus fuerzas armadas más y más lejos, y a ampliarlas cada vez más contra colonias mal dispuestas, hasta que las arcas del estado se agotan, las líneas de comunicación se sobre-extienden, las tropa se hace poco fiable, y la periferia resiste y termina por sublevarse. El imperio estadounidense, que comenzó su alcance mundial mucho antes de Bush II, tiene ahora unos 446.000 soldados activos en más de 725 bases reconocidas (y un sinnúmero secretas) en por lo menos 38 países en todo el mundo, más una «presencia militar» formal en no menos de 153 países en todos los continentes con la excepción de la Antártica – y casi una docena de flotas perfectamente armadas en todos los océanos. Y eso significa sobre-extensión: EE.UU. tiene menos de un 5 por ciento de la población del mundo. Y ahora que Bush ha declarado una «guerra contra el terror», en lugar de una guerra más factible contra Al Qaeda que deberíamos haber lanzado, nuestros ejércitos y agentes se encontrarán en un campo de batalla universal y permanente que es posible controlar o limitar.

Hasta ahora la red militar no se ha derrumbado, pero como lo indica Irak es puesta fuertemente a prueba y bastante incapaz de establecer estados clientes que hagan lo que se nos antoje y protejan los recursos que necesitamos. Y como el sentimiento anti-estadounidense sigue extendiéndose y profundizándose en todos los países musulmanes, en gran parte de Europa y de Asia – y a medida que más países rechazan los «ajustes estructurales» que necesita nuestra globalización dirigida por el FMI, es bastante probable que la periferia de nuestro imperio comience a resistir nuestro dominio, militarmente si es necesario. Y lejos de tener la capacidad de librar dos guerras simultáneas, como lo esperaba el Pentágono, estamos demostrando que ni siquiera podemos sostener una.

Finalmente, el disenso y la agitación interiores. Los imperios tradicionales terminan derrumbándose desde adentro así como a menudo son atacados desde afuera, y hasta ahora el nivel de disenso dentro de EE.UU. no ha llegado al punto de rebelión o secesión, gracias a la creciente represión del disenso y a la escalada del miedo en nombre de la «seguridad de la patria» y al éxito de nuestra versión moderna de pan y circo, una combinación única de entretenimiento, deporte, televisión, sexo y juegos por Internet, consumo, drogas, alcohol, y religión, que insensibilizan efectivamente al público en general, llevándolo al aletargamiento. Pero las tácticas de la administración Bush II muestran que tiene tanto temor de una expresión del disenso popular que está dispuesta a desafiar e ignorar a los grupos ecologistas, de derechos civiles, y progresistas, a sobornar a los comentaristas para que presenten su propaganda, a expandir la vigilancia y las violaciones de la privacidad a través de las bases de datos, a utilizar la supremacía partidaria y las tácticas de negociaciones secretas para no hacer caso de la oposición parlamentaria, a utilizar mentiras y engaños como una parte normal de las operaciones gubernamentales, a violar leyes y tratados internacionales con objetivos a corto plazo, y a utilizar la religión para encubrir todas sus políticas.

Resulta difícil creer que la gran masa del público estadounidense llegue jamás a precipitarse para desafiar al imperio en casa hasta que las cosas empeoren considerablemente. Es un público, después de todo, que, como estableció un sondeo Gallup en 2004, cree en un 61 por ciento que «la religión puede solucionar todos o la mayoría de los problemas de la actualidad», y según un sondeo de Time/CNN en 2002, cree en un 59 por ciento en el inminente Apocalipsis y a considerar toda amenaza o desastre como evidencia de la voluntad divina. Y, a pesar de todo, es también difícil creer que una nación tan intrínsicamente corrupta como ésta – en todas sus instituciones fundamentales, sus partidos, universidades, corporaciones, agentes de bolsa, contables, gobiernos comprados, y que reposa sobre una base social y económica de ingresos y propiedades intolerablemente desiguales, que se hacen cada vez más desiguales, pueda mantenerse durante mucho tiempo. El recrudecimiento de la discusión sobre una secesión en la última elección, parte de la cual fue seria en extremo, y que llevó a organizaciones en la mayoría de los estados azules, que por lo menos una minoría está dispuesta a pensar en pasos drásticos para «alterar o abolir» un régimen con el que está en desacuerdo fundamental.

Estos cuatro procesos por los que los imperios siempre terminan por caer, me parecen ineludiblemente vigentes, en diversos grados, en este último imperio. Y pienso que una combinación de varios de ellos producirá su colapso dentro de algo como los próximos 15 años.

El reciente libro de Jared Diamond que describe la forma como se derrumban las sociedades sugiere que la sociedad estadounidense, o la civilización industrial en su conjunto, pueden aprender de sus fracasos del pasado y evitar su suerte, una vez que se den cuenta de los peligros de su orientación actual. Pero esto no ocurrirá, y por un motivo que el propio Diamond comprende.

Porque, como dice en su análisis de la sociedad nórdica en Groenlandia, predestinada al fracaso, que se derrumbó a principios del Siglo XV: «Los valores a los que la gente se aferra de modo más obstinado bajo condiciones inadecuadas son aquellos que fueron previamente la fuente de sus mayores triunfos sobre la adversidad». Si es así, y sus ejemplos parecen demostrarlo, entonces podemos aislar los valores de la sociedad estadounidense que han sido responsables por sus mayores triunfos y saber que nos aferramos a ellos a toda costa. Son, en una burda mezcla: capitalismo, individualismo, nacionalismo, tecnofilia, y humanismo (en el sentido de la dominación de los seres humanos sobre la naturaleza). No existe posibilidad alguna, no importa cuán grave y obvia sea la amenaza, de que los abandonemos como sociedad.

Por lo tanto no hay ninguna posibilidad de escapar al colapso del imperio.

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Kirkpatrick Sale es autor de doce libros, incluyendo: «Human Scale», «The Conquest of Paradise», «Rebels Against the Future», y «The Fire of His Genius: Robert Fulton and the American Dream».

http://www.counterpunch.org/sale02222005.html