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El color robado

Fuentes: Rebelión

¿Qué pensaríamos si en Italia reinara un monarca impuesto por Mussolini, y ese rey dijera públicamente: «No permito que en mi presencia se hable mal de Benito, a quien debo todo lo que soy»? ¿Qué pensaríamos si en Alemania siguieran ondeando las banderas y los pendones con la cruz gamada? ¿Qué pensaríamos si las supuestas […]

¿Qué pensaríamos si en Italia reinara un monarca impuesto por Mussolini, y ese rey dijera públicamente: «No permito que en mi presencia se hable mal de Benito, a quien debo todo lo que soy»? ¿Qué pensaríamos si en Alemania siguieran ondeando las banderas y los pendones con la cruz gamada? ¿Qué pensaríamos si las supuestas izquierdas italiana y alemana aceptaran a ese rey y esa insignia?

Pues bien, la izquierda parlamentaria española acepta sin rechistar (cuando no con entusiasmo) al rey impuesto por Franco y su bandera mutilada. Las banderas bicolores son incluso cada vez más grandes, como para compensar el enanismo de los gobernantes, y en Madrid y otras ciudades sigue habiendo calles, plazas y hasta colegios que llevan el nombre de uno de los más sanguinarios dictadores del siglo XX (¿qué pensaríamos si en Roma hubiera una plaza Benito Mussolini, si en Berlín hubiera un Colegio Público Adolf Hitler?). Ni siquiera las grotescas estatuas ecuestres del carnicero del Pardo han desaparecido por completo.

Agradezcámosle, pues, a la seudoizquierda española, la que históricamente nos traicionó con el Pacto de la Moncloa y sigue traicionándonos todos los días, que haya hecho tan evidente su vileza, que nos haya facilitado tanto la identificación de los felones, que no son otros que quienes pactan con los herederos del franquismo y asumen sus señas de identidad. Ello nos permite visualizar de forma inmediata en la bandera tricolor nuestro emblema y nuestro camino, el sentido final (o inicial) de nuestra lucha.

Cada vez más personas (entre ellas muchos jóvenes, lo cual es sumamente esperanzador) lo entienden así. Cada vez más banderas republicanas ondean en las manifestaciones y en las marchas, junto a las insignias revolucionarias e independentistas, frente al enemigo común, que, en última instancia, sigue siendo el fascismo, el mismo fascismo que proscribió o mutiló todas las banderas.

Tal vez sea casual que el color que los fascistas le robaron a la bandera republicana sea el morado, el emblema del feminismo. En cualquier caso, su reinstauración se traduce también en una reivindicación del papel de las mujeres, en un signo ostensible de su creciente incorporación a las movilizaciones sociales, a los ámbitos de acción y de decisión. Una razón más para que la tricolor vuelva a ser nuestra bandera, para que nunca haya dejado de serlo.