El debate presidencial constituye un hito importante en las campañas presidenciales en Estados Unidos. Los candidatos adversarios se enfrentan a las cámaras de televisión y a una audiencia estimada en millones. Esa contienda oratoria decide a los indecisos, otorga argumentos a los partidarios y a veces hasta logra un cambio de opinión decisivo en los […]
El debate presidencial constituye un hito importante en las campañas presidenciales en Estados Unidos. Los candidatos adversarios se enfrentan a las cámaras de televisión y a una audiencia estimada en millones. Esa contienda oratoria decide a los indecisos, otorga argumentos a los partidarios y a veces hasta logra un cambio de opinión decisivo en los electores.
Hasta ahora todas las encuestas conceden a Bush una cómoda ventaja de cinco o seis puntos, con lo cual los comicios parecerían estar resueltos de antemano. La última oportunidad que le resta a Kerry está en ese choque verbal. En el momento en que se escriben estas líneas el encuentro no ha ocurrido aún, solamente podemos pronosticar algunas posibilidades.
Son sobradamente conocidos los escasos recursos intelectuales de Bush. Es un semi-analfabeto. Un mandatario que ha confesado que no lee, no estudia, no discurre. Los complejos informes que llegan a su despacho deben ser traducidos a términos elementales por sus asesores para que pueda comprenderlos.
Pero ese defecto constituye su propia fuerza. Por su propia simpleza mental Bush habla de una manera esquemática, reduciendo a esbozos triviales y escuetos, las pocas ideas que sostiene. De esa manera puede ser comprendido por las grandes mayorías. Hasta ahora ha logrado imponer la imagen, en sus ingenuos adictos, de que es un presidente fuerte y la mejor garantía para salvaguardar la seguridad nacional.
Las grandes masas norteamericanas, envenenadas por unos medios de difusión torcidos y tergiversadores, han sido influidas para apoyar a Bush (y por tanto, a los intereses de las grandes corporaciones). Están preparadas para acoger favorablemente el mensaje fanfarrón y embrutecedor del presidente.
Kerry, en cambio, fue campeón de oratoria en la Universidad de Yale. Maneja con facilidad el concepto, la especulación y la abstracción y por ello mismo su mensaje es de más difícil comprensión. Si a ello se añade que ha sido ambiguo y evasivo ante muchas de las alternativas de gobierno expuestas en su campaña, comprenderemos sus dificultades.
La campaña de Kerry ha sido endeble. No se ha enfrentado a Bush y en algunos temas, como el de Irak, ha coincidido parcialmente con el mandatario. Los electores necesitan definiciones claras: o negro o blanco, el gris no cabe en las campañas. Kerry no ha sabido explotar el ángulo más débil de los republicanos, la guerra en Irak, el millar de muertos estadounidenses, el empantanamiento en que ha caído esa guerra neocolonial. Mientras Bush presenta exitosamente a Irak como una victoria del vigor y la respuesta rápida, Kerry no se atreve a decir la verdad: que esa fue una guerra de rapiña para apoderarse del petróleo del Medio Oriente. Si así lo hiciera recibiría, naturalmente, el fuego feroz de las corporaciones y cancelaría definitivamente sus posibilidades de entrar en la Casa Blanca.
Los debates presidenciales comenzaron en 1960 con Kennedy y Nixon. Muchos analistas consideran que el aspecto fresco, atlético y juvenil de Kennedy fue fundamental en su victoria contra un Nixon que sufría de una barba cerrada que le ensombrecía el rostro y un constante sudor que le otorgaba una apariencia desaseada.
En 1976 el debate entre Carter y Ford fue primordial en la victoria del primero por las insuficientes dotes intelectuales de Ford, de quien se decía que no podía masticar chicle y pronunciar su nombre simultáneamente porque eran actividades demasiado absorbentes para ser compatibles. En el enfrentamiento de 1980 con Reagan, Carter no se presentó. El de Clinton y Bush, en 1992, le dio la victoria al más lozano y vivaz de los candidatos.
La campaña electoral ha sido áspera, las invectivas y la difamación han prevalecido. Los asesores de Bush no han vacilado en escarbar en los antecedentes más equívocos y comprometedores, para debilitar al adversario, teniendo en cuenta que Bush tiene un negro pasado como desertor, alcohólico, evasor de los deberes militares, presunto narcómano y psicópata.
Quizás el debate televisivo de los candidatos, el primero de tres pactados, sea tan importante como los mismos comicios en el futuro de Estados Unidos y la paz mundial.