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El día en que dejo, pero no abandono, Cuba

Fuentes: Kaosenlared

Hace ya casi cuatro años, en uno de sus vibrantes discursos, el comandante Fidel Castro dijo: «Nadie puede derrotar a esta Revolución… excepto los propios cubanos».

Hace ya casi cuatro años, en uno de sus vibrantes discursos, el comandante Fidel Castro (al que felicito por sus 83 magníficos años) lanzaba a los cuatro vientos una de las más rotundas verdades de cuantas ha pronunciado a lo largo de medio siglo: «Nadie puede derrotar a esta Revolución… excepto los propios cubanos«. No resulta nuevo destacar que el Comandante sigue dando lecciones de perspicacia, inteligencia y valor, como líder, aunque ya retirado, del pueblo culto, digno e independiente de América Latina, que sabe crecerse ante las promesas incumplidas del mandatario Barak Obama, otro de los trucos políticos más espectaculares del siglo XXI, promovido por brillantes agencias de publicidad neoyoquinas, como es el Brint Institute.

Tras casi 250 jornadas como líder del país más poderoso del mundo, los discursos en los que se comprometía con la realidad, denunciando a una nación de continuado carácter belicista, duermen en el despacho oval de la Casa Blanca. Hoy sonríe y saluda como si las ofertas a la ciudadanía norteamericana, y al mundo entero, no fueran otra cosa que papel mojado. Hay intelectuales que aún le defienden porque Barak se pasea sin la chulería de su antecesor, pero hasta hoy no ha sido capaz de firmar ni una sola de las medidas que Naciones Unidas demandó, ya en diecisiete ocasiones, sobre la conveniencia de poner fin al injusto, ilícito y criminal bloqueo contra la Mayor de las Antillas. ¿Para cuándo la protección sabitaria para 48 millones de compatriotas, en su mayoría afro y latinoamericanos? ¿Para cuándo la libertad para los Cinco Héroes cubanos? Al parecer, el pueblo soberano (a veces soberanamente incauto) olvida el aserto aquel: «Por sus obras les conoceréis«, por lo que cabe afirmar, sin temor a error, que Barak presentó el programa y no lo cumplió ni Obama.

En Cuba, los ciudadanos no olvidan, lo he comprobado a lo largo de mi estancia en la isla, durante casi seis años. Este es un pequeño país, alegre y bullanguero, culto y sensual, inteligente y combativo, donde hay arte hasta en las olas que rompen en el Malecón habanero. Una pequeña isla que ya ha superado, resistiendo con un coraje admirable, medio siglo de asedio. Cuba permanece defendida por una gran parte de sus ciudadanos, a pesar de embargos, deserciones, ataques terroristas, traiciones, blogueras sostenidas con el dinero del narcotráfico, caídas de campos socialistas, ciclones y huracanes, corresponsales de prensa, radio y TV, junto a miles de curiosos sin pizca de ética… y algunos otros pícaros, con descaro y sin vergüenza, disfrazados de revolucionarios.

La ignorancia de innumerables turistas, que suelen llegar a Cuba con el morbo en la mirada y la prepotencia en el gesto, se demuestra en los irónicos comentarios que vomitan, acerca de ciertas carencias que se observan en las ciudades, llegando a su punto más ridículo, cuando esa caterva de chismosos, con la cámara a punto y dispuestos a regatear siempre, no se aperciben de la virtud más formidable que se respira a lo largo de la isla: la serenidad y la calma, siempre latentes, producto de una paz social que la Europa comunitaria (y no digamos los EEUU) jamás ha disfrutado. Un agente de la policía española, nacional o municipal, de la Ertzaintza o del cuerpo de los Mossos d’ Esquadra, no comprenderían en su pajolera vida cómo sus colegas cubanos jamás han esgrimido la cachiporra contra un paisano, por muy agresivo que pareciese. Es obvio que los árboles no permiten a esos miopes voluntarios, disfrutar de una foresta maravillosa.

La extraordinaria mesura con la que la Revolución ha tratado siempre a sus ciudadanos, incluso a la hora de castigar, sancionar y penalizar las actividades contrarrevolucionarias, o las indisciplinas sociales, atentatorias contra el bien común de la población y su derecho elemental a vivir en armonía y paz, en medio de ese infame embargo, me impresionaron profundamente desde aquel día en que llegué a la isla más digna del globo terráqueo, en un lejano 1980.

No obstante, esa increíble virtud con que los medios de comunicación tratan a sus artistas, trabajadores y obreros de mil áreas diferentes, además de profesionales de todo tipo, suscitó una reacción en algunos de los primeros (considerando como tales a actores, escritores, plásticos, etc.) que no puedo por menos comentar brevemente, hoy que me despido de la isla y, sobre todo, de mi centro laboral, donde he compartido miles de horas con compañeros de las más variadas ideologías. Durante casi seis años, pude constatar que algunos de ellos daban diario ejemplo de coraje y sentido cívico, de compañerismo y solidaridad, pero también he conocido a quienes se mantendrían callados ante la caída del sistema más justo de América. Por fortuna, son una minoría más que escasa y pusilánime. Resulta cómico ese pequeño sector de la sociedad cubana, en el que sus miembros imaginan que en el primer mundo serían más ricos, su trabajo mil veces más apreciado, y si se tratara de artistas, cien veces más publicitados, entrevistados o alabados que en su propio país. Creen que el refrán «Nadie es profeta en su tierra» se hace en ellos carne y espíritu.

Ese tipo de personaje al que aludo, destaca por una infantil megalomanía, que alcanza su punto más ridículo cuando se trata de artistas sin el menor sentido de la autocrítica, dado que, ante la ausencia en los medios de comunicación de análisis agresivos, o de tono peyorativo acerca de una obra, imaginan que el dedo del Señor les ha señalado como elegidos. En la prensa, radio, TV y webs cubanas, una buena parte de los periodistas destacan habitualmente los aspectos positivos de cualquier hecho cultural, alabando lo defendible, lo plausible de una obra, huyendo de un análisis siquiera irónico, sin tapujos, acerca de novelas, poesía, cine, teatro, de todo tipo y pelaje que se producen constantemente en esta formidable sociedad.

Bajo esa paradisíaca situación, escultores, pintores y dramaturgos, actores y realizadores cubanos, pero sobre todo los poetas, exhiben sus creaciones bajo un inmenso palio protector, imaginando que ha venido a verles, como musa, la misma Virgen de la Caridad del Cobre. Los menos exitosos suelen citarse a sí mismos en tono halagador como algo normal, olvidando que «Quien habla constantemente sobre uno mismo, es porque nadie suele hablar de él«, sentencia que cuadra a algunos ciudadanos, dedicados a esa tarea tan inmensa y controvertida, como es el arte, que nunca resulta neutral. Sin embargo, resulta maravilloso que en Cuba, cualquier ciudadano puede llegar a ser aquello que anhela, Esa es la gran prueba de la libertad.

Cierto día, algo cabreado por la pertinaz abulia y vaguería de los que llamé pijos habaneros (allegados y familiares de centenares de afamados artistas, que no trabajan en lo absoluto), escribí un artículo que enojó al ministro de Cultura, Abel Prieto, quien a través del poeta Waldo Leiva, director del centro musical y poético donde he trabajado hasta ahora, me enviaba una cariñosa reprimenda, porque consideraba que, en el citado escrito, se vertían conceptos peyorativos hacia la gran familia de la cultura cubana.

El sesgo en la lectura no me pareció justo, ya que hoy me reafirmo en que sigo teniendo gran parte de razón. Los pijos y pijas, los Mickey cubanos, revolotean con todo descaro en el plácido ambiente de la cultura, denostando sobre la Revolución, mientras se dedican a lo único que saben: machacarse el cerebro para no conseguir un trabajo, pero vivir y beber a costa de los demás. Bajo ningún concepto afirmé que el mundo de los creadores fuera caldo de cultivo para esta clase de vagos, pero sí advertía de la alegría con que muchos autores entregaban sus favores y dinero a esta clase de parásitos, sin sugerir el valor que tiene, o el placer que supone recibir un salario o recompensa no pecuniaria, por una obra bien hecha. Paso página.

En toda Europa, la verdadera izquierda se pregunta el por qué de su falta de atractivo, de su complicadísima presencia en los medios, y no digamos en las instituciones. Está claro que se carece de plataformas de comunicación, de empresas o dinero para defenderse de los libelos y la manipulación constante. Estoy convencido de que la única respuesta debe ser la serenidad, actitud igualmente espinosa, habida cuenta de que cuando las Fuerzas Armadas de una nación, y las llamadas de Seguridad, se ponen al servicio del neoliberalismo, es casi imposible callar a las armas con las ideas.

Por tanto, cuando una mal llamada democracia sólo brinda las urnas para votar cada equis años, con recuentos manipulados y partidos ilegalizados con leyes aberrantes, sin la certeza de que las cosas pueden cambiar con un papel, la confianza ciudadana en el sistema queda anulada de golpe y porrazo, que curiosamente son los argumentos preferidos, mira por dónde, por quienes blasonan acerca de la palabra y el poder de las urnas, diciendo que ambas deben colocarse por encima de la violencia. Como escribí en cierta ocasión: En España se condena a una mujer por pegar un cachete a su hijo, pero se condecora a un torturador. O se le ensalza, a pesar de haber sido un canalla de primera magnitud, como al agente franquista Melitón Manzanas, a quien ETA ejecutó en Junio de 1968, en una de sus primeras acciones armadas.

Las FAR cubanas se pusieron, desde el 1º de enero del 59, a las órdenes de su pueblo. Por eso Cuba es atacada, vilipendiada, cercada y asediada. Porque su ejército se siente parte de la ciudadanía y no, como en estas democracias en constante rebaja, una privilegiada clase social, armada además, para colocarse al servicio de la banca privada. En la mayor de las Antillas, en la tierra de Martí, ocurre lo contrario de lo que ha sucedido y acontece en una amplia franja de la geografía mundial, donde imponen su dictadura narcotraficantes como el hondureño Roberto Micheletti, su Cardenal golpista Oscar Andrés Rodríguez, el amigo delincuente general Romeo Vázquez, continuando la saga de imitadores de Tony Blair, George W. Bush, Aznar, Alán García, Felipe González, Álvaro Uribe, Kissinger, Posada Carriles, Berlusconi, Barrionuevo, Julián San Cristóbal, Enrique Rodríguez Galindo, Vlàcav Havel, La Conferencia Episcopal, Zoe Valdés, Andy García, Emilio Estefan, Juan Luis Cebrián, Esperanza Aguirre, Raúl Rivero, Carlos Alberto Montaner, Orlando Bosch, Armando Valladares, Federico Jiménez Losantos, Luis María Ansón, Patxi López, Rosa Díez, Javier Villán, Vicente Molina Foix, etc. Son millones los tramposos que prefieren el fascismo a la justicia social, la dictadura a la democracia. Todavía apuestan por la injusticia ante el caos.

Ahora que Raúl Castro aconseja y demanda más producción agraria, espero que mis amigos y compañer@s cuban@s no hagan oídos sordos. Los tiempos exigen soluciones drásticas, y entre ellas la de plantar millones de árboles y plantas para que, en esta etapa esperanzadora en la que América Latina se va liberando de algunos grilletes, no se caiga en la sinrazón de remedar a Europa o dar resueltos los problemas, tras la elección del pusilánime Obama, que no ha sido otra cosa que una artera trampa de la democracia oligárquica empresarial en tiempos de vacas flacas. Y ya lo aseguré en Enero de este mismo año.

Hoy, como ciudadano jubilado, dejo la isla y mi puesto de trabajo, pero sigo convencido de que es el pueblo cubano (y por tanto sus Fuerzas Armadas), el verdadero garante de la Revolución, y no otro. Es a la población cubana, a los sinceros revolucionarios, y no a los presuntos amigos de Cuba (y aún menos a los enemigos), a quienes compete criticar, cambiar y redirigir su Revolución. La soberanía e independencia deben ser intocables.

Cuando desde La Casa Blanca se siguen mostrando los dientes a los Cinco Héroes, cuando no se alivia o suprime el infame bloqueo, es poco inteligente dar un voto, siquiera de confianza, al gobierno de los USA. Seis años junto a vosotros me han enseñado la enorme belleza y la grandeza de vuestros sacrificios, de vuestra sonrisa y valor, firmes ante el estado de sitio que padecéis, o a esos brutales ciclones que azotan la isla casi anualmente: pero debo recordar, para algunos, aquello que un día comenté durante una jornada de trabajo voluntario: Sabéis muy bien lo que no tenéis, pero muchos de vosotros no sabéis lo que tenéis.