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El dominio de los plutócratas continúa bajo el gobierno demócrata

Fuentes: Progreso Semanal

Una cosa es que Estados Unidos emule los niveles de desigualdad económica en el Brasil anterior a Lula con un conservador compasivo como George W. Bush en la Casa Blanca y un Congreso controlado por la derecha republicana. Otra cosa muy diferente es cuando la piñata de los plutócratas sigue con todo entusiasmo después de […]

Una cosa es que Estados Unidos emule los niveles de desigualdad económica en el Brasil anterior a Lula con un conservador compasivo como George W. Bush en la Casa Blanca y un Congreso controlado por la derecha republicana. Otra cosa muy diferente es cuando la piñata de los plutócratas sigue con todo entusiasmo después de dos años del demócrata Barack Obama residiendo en Ave. Pennsylvania, No. 1600 y el control demócrata de ambas cámaras del Congreso (hasta enero de 2011).

Las estadísticas que muestran en detalle el aumento impresionante de la desigualdad de ingresos y riqueza en EE.UU. durante la última generación son bien conocidas e incontrovertibles. No hay que probar que la guerra de clases en beneficio de los ricos y contra todos los demás se ha estado llevando a cabo en este país durante más de tres década, tanto bajo presidentes republicanos como demócratas. Y no fue sorpresa para nadie que haya alcanzado su apoteosis bajo George W. Bush.

Las reducciones de impuestos logradas por Bush en 2001 y 2003 beneficiaron enormemente a los muy ricos mientras brindaban una magra ayuda a la clase media. Para poner un signo de exclamación a la cuestión, Bush (con la ayuda del propagandista del Partido Republicano Frank Luntz, el cual inventó el término «impuesto de la muerte») abolió el impuesto de sucesión que se aplicaba a solo 1 a 2 por ciento de la población con la suficiente suerte como para heredar una inmensa fortuna.

En cuanto al famosos «conservadurismo compasivo» que iba a promover el bienestar de los menos prósperos, no fue más que una broma cruel y un tema conveniente de conversación. «¿Cómo nos va en la compasión?», oyeron a Bush preguntar a sus asesores en una escena de un filme de Michael Moore. Como si la compasión fuera algo recordado a último momento, y que debía tratarse después de los ítems realmente importantes de la agenda, como los recortes de impuestos y las guerras de agresión. En el mejor de los casos, el «conservadurismo compasivo» de Bush significaba continuar pisoteando a las personas de pocos o medianos recursos, pero tratar de no hacerlo con zapatos de golf.

Pero eso fue entonces y esto es ahora, y lo que debiera estar sucediendo ahora debiera ser muy diferente de lo que sucedió durante los últimos ocho (o treinta) años. Pero no es así. Bush representó muy bien los intereses de casi todas las fuerzas reaccionarias del Partido Republicano (bajos impuestos para los ricos/electores entre los grandes negocios, halcones neoconservadores, fundamentalistas religiosos, fanáticos de las armas de fuego). Por el contrario, Barack Obama, llevado a la victoria por las fuerzas más progresistas en el seno del Partido Demócrata, incluyendo a los negros, latinos, electores jóvenes, la comunidad gay y los blancos liberales de todas las edades y preferencias sexuales, no ha cumplido con su base.

Esto es sorprendente, ya que a diferencia de Bill Clinton, quien como parte del Consejo de Liderazgo Demócrata (DLC) favorable a los grandes negocios ayudó a llevar al Partido Demócrata hacia la derecha, Obama -como legislador estatal y senador de EE.UU.- había mantenido posiciones progresistas sólidas.

Sin embargo, durante su campaña presidencial, Obama redujo en algo algunas de esas posiciones progresistas y, a diferencia de John Edwards, nunca subrayó realmente los graves problemas de la desigualdad y la pobreza y en su lugar centró su atractivo en lugares comunes como «cambio» y «esperanza». Eso quizás debió habernos dado un indicio de lo que nos esperaba. Que en sus dos primeros años como presidente, Obama (a diferencia de Bush), en gran medida no ha servido de consuelo a sus partidarios más leales.

El debate de hasta dónde las propias decisiones de Obama son culpables en contra del constante obstruccionismo de la minoría republicana en el Senado, además del impresionante poder de un puñado de grupos de interés -el complejo militar/industrial/de inteligencia, el complejo farmacéutico/compañías de seguros/médico, el complejo Wall Street/las finanzas de campaña de Washington- será largo y acalorado.

Pero los hombres y mujeres sí hacen su propia historia, aunque casi nunca bajo condiciones determinadas por ellos mismos. Sin embargo, al menos sí se puede culpar a Obama por las decisiones que solo él ha tomado, desde su primer día en el cargo hasta hoy. Entre las decisiones emblemáticas tomadas por Obama, dos descuellan como ejemplos. Una fue en los primeros días de su administración y la otra es mucho más reciente.

La primera fue nombrar un equipo económico encabezado por Lawrence Summers -un arquitecto clave de la desregulación financiera que provocó la debacle financiera de 2008- y Tim Geithner, el ex presidente de la Reserva Federal de Nueva York, quien durante su mandato no hizo nada por detener la especulación (con el dinero de otras personas) que los grandes bancos y firmas inversionistas estaban realizando debajo de sus narices.

Con tales asesores económicos, sorprende a alguien que mientras los norteamericanos desempleados que no podían pagar su hipoteca eran expulsados de sus hogares, la administración Obama hizo todo lo posible para que el gobierno diera a AIG, la fracasada y gigantesca compañía de seguros, el dinero y la dirección para pagar a sus acreedores -como Goldman Sachs y varias importantes instituciones financieras-100 centavos por cada dólar, en vez de obligar a los titanes financieros a compartir algo del dolor sufrido por decenas de millones de norteamericanos comunes y corrientes a causa de la avaricia e irresponsabilidad de las mismas instituciones financieras que lograron salir indemnes, gracias a la enorme infusión de dinero perteneciente a los contribuyentes?

Y nadie debe escandalizarse de que, a diferencia de los países europeos (cuyo nivel de compensación para los directores generales y especuladores financieros no es ni remotamente tan obsceno como el de Estados Unidos, y donde los altos ingresos son gravados a una tasa mucho mayor que aquí), la administración no haya hecho nada por limitar las astronómicas bonificaciones e inmensos paquetes de pago para los directores generales, incluso a riesgo de perpetuar el tipo de incentivo perverso (un enfoque exclusivo en las ganancias a corto plazo) que contribuyó a la reciente implosión financiera. Como resultado, mientras que el desempleo real aumentó hasta 17 por ciento, Wall Street reanudó sus negocios como acostumbraba, dando a sus empleados bonificaciones récord en 2009 y preparándose para superar esa suma en 2010.

La segunda decisión fatal de la que puede culparse totalmente a Obama fue la creación de una comisión para reducir el déficit fiscal, y luego nombrar como miembros de esa comisión a dinosaurios como el ex senador por Wyoming Alan Simpson, quien es el co-presidente junto con el demócrata Erskine Bowles.

El señor Simpson, que nunca fue conocido por su sensibilidad, respondió a la preocupación del director de la Liga Nacional de Mujeres Mayores con un correo electrónico, ya tristemente célebre, en el que describía a la Seguridad Social -el programa social más exitoso de la historia de EE.UU.- «como una vaca lechera con 310 millones de tetas». Por su parte, el señor Bowles, de Carolina del Norte, es el tipo de demócrata «perro azul» que pudiera pasar por republicano en muchos lugares del país. Su biografía dice: «El señor Bowles comenzó su carrera de negocios en Morgan Stanley & Co. en Nueva York como asociado en el grupo corporativo financiero». ¿No es perfecto?

La semana pasada, los co-presidentes de esta entidad, cuyo nombre oficial es Comisión Nacional para la Responsabilidad Fiscal y la Reforma, emitió un esbozo de sus propuestas, y como era de esperar es una historia de terror para la inmensa mayoría de los norteamericanos y un sueño hecho realidad para las clases más altas.

En un excelente artículo publicado el 11 de noviembre, escrito por el ganador del Premio Nobel de Economía y columnista de The New York Times Paul Krugman, se diseccionan detalladamente los prejuicios de clase de las propuestas de Bowles y Simpson. En la sección dedicada a los impuestos en este conjunto de supuestas propuestas para reducir el déficit, Krugman escribe que «los objetivos de la reforma, tal como la consideran los señores Bowles y Simpson, se presentan en forma de siete puntos. El primero es ‘Tasas Menores’; ‘Reducir el Déficit’ es el séptimo.

Según el señor Krugman, lo que los co-presidentes proponen realmente no es menos impuestos, sino «una mezcla de reducciones e incrementos de impuestos -reducciones para los ricos, incrementos para la clase media».

La conclusión de Krugman es que «bajo el disfraz de enfrentar nuestros problemas fiscales, los señores Bowles y Simpson están tratando de pasar de contrabando los mismos trucos de siempre: reducciones de impuestos para los ricos y erosión de la red social de seguridad». (Ver: «The Hijacked Commission.»)

¿Quién iba a pensar que todo esto iba a pasar bajo un presidente que posee unos antecedentes consistentemente progresistas –ex organizador comunitario en las difíciles calles de Chicago– y un Congreso sólidamente demócrata? Según la experiencia de los últimos dos años, la perspectiva de justicia económica y social -con un Obama debilitado y una sólida Cámara de Representantes republicana, incluyendo a varios extremistas del Tea Party– es ciertamente lúgubre.

Fuente: http://progreso-semanal.com/4/index.php?option=com_content&view=article&id=2851:el-dominio-de-los-plutocratas-continua-bajo-el-gobierno-democrata&catid=3:en-los-estados-unidos&Itemid=4