Recomiendo:
0

El eterno retorno de una gastada melodía

Fuentes: El Viejo Topo

Gonzalo Guijarro Puebla (GGP), como tantos ciudadanos y profesores, están preocupado por la calidad de los estudios preuniversitarios. Su situación profesional y sindical en los últimos años, según explica en «Analfabetos funcionales titulados (El Viejo Topo, mayo de 2010, pp. 59-61), le «había ido librando de impartir clases a analfabetos funcionales con el título de […]

Gonzalo Guijarro Puebla (GGP), como tantos ciudadanos y profesores, están preocupado por la calidad de los estudios preuniversitarios. Su situación profesional y sindical en los últimos años, según explica en «Analfabetos funcionales titulados (El Viejo Topo, mayo de 2010, pp. 59-61), le «había ido librando de impartir clases a analfabetos funcionales con el título de secundaria en el bolsillo». Un cambio de ubicación le ha enfrentado a la cruda realidad. Pretendo con esta nota señalar algunas de las aristas que, en mi opinión, subyacen a su escrito al mismo tiempo que abonan su cosmovisión político-cultural; apuntar que no se ve en su terapia casi inexistente ninguna medida que tenga sabor de izquierdas más allá de una crítica general al partido «que diseñó y puso en vigor la LOGSE», y me atreveré a explicar y argumentar una medida, sólo una medida que, de llevarse a cabo, mejoraría, no sé si sustantivamente, los resultados no fácilmente cuantificables de los estudios de secundaria obligatoria.

Presupongo que GGP considera que la realidad que describe no es sólo retrato fiel de lo que sucede en un instituto concreto de secundaria ni siquiera en la totalidad de la educación preuniversitaria andaluza sino que tiene alcance general, con los agravantes y correcciones que sean necesarios para una generalización que siempre exigirá matices.

Empecemos por las palabras. No sé si el lenguaje es la casa del Ser y mucho menos si el ser humano es el guardián de esa casa, pero no se ve qué se gana usando la expresión «analfabetos funcionales» para referirse a nuestros estudiantes de bachillerato. Sus limitaciones son conocidas, como por otra parte las de todos, pero la categoría no es neutra y ayuda poco a dar confianza y a generar deseos de superación. Desde un punto de vista estrictamente analítico que diría el maestro Quine, todos somos analfabetos funcionales en algún campo. GGP se queja de las deficiencias de redacción de sus alumnos. Yo, que llevo como él 30 años dando clases en secundaria, vengo escuchando esa música desde al menos dos décadas. Y repetidamente, como si fuera el brindis de «La Traviata» o la obertura del «Tannhäuser». Siempre nuestros estudiantes de bachillerato han sabido menos de lo que nosotros desearíamos que supieran sin recordar generalmente lo que nosotros y otros sabíamos a su edad. GGP habla ni más ni menos de «su evidente (sic) inepcia para la comunicación de todo lo que no son pulsiones primarias». Antes, hace veinte años, los problemas estaban en primaria; ahora, se afirma, la razón es que la ESO es un coladero que da títulos sin ton, pero, eso sí, con mucho son, diversión y sin esfuerzo.

Más allá del lenguaje pero próximo a este ámbito. GGP afirma que nuestros analfabetos funcionales son víctimas de un sistema perverso. ¿Qué sistema? Un sistema de enseñanza que, según él, «les ha negado con el pretexto demagógico de un falso igualitarismo, un aprendizaje al que tenían derecho». Vuelve a hablar de igualitarismo al final del escrito. Como no concreta la noción de igualdad que defiende o que considera vigente en el sistema educativo, la afirmación es otro lugar común propiciado y abonado interesadamente por la derecha española y grupos afines. ¿De qué falso igualitarismo se habla? El único falso igualitarismo que debería estar en mente de una persona, como el autor, que ha dado clases y se ha dado cuenta de las dificultades que para algunos alumnos representa avanzar en temas lingüísticos o lógico-matemáticos, es el tratamiento desigual de lo que no es igual para alcanzar una situación de igualdad. No son iguales las condiciones para el avance educativo de un alumno que tiene una cargada y dura mochila familiar, que para alumnos que van más ligeros y mucho más cuidados de equipaje. ¿Cómo de cargada, con qué cargas? Con cargas del siguiente tenor: padres que no han tenido éxito en sus estudios; padres, madres o tutores que trabajan horas y horas; mayores que vienen derrotados a casa tras el maltrato que reciben; padres y madres recién llegados a nuestro país con un dominio escaso de nuestros idiomas; padres que no pueden más, que no aciertan a conducir a sus hijos o que no pueden ayudarles aunque así lo deseen. ¿Es posible el avance educativo de ese joven al mismo ritmo y con los mismos medios que el de una joven, sobrina mía, de madre profesora, de padre modélico, lista como el hambre, lectora adicta, devoradora de libros e idiomas, etcétera, etcétera? Parece que no. Sumen a ello, la melodía que nuestros jóvenes, sobre hombrecitos, escuchan día, otro también: Cristiano Ronaldo es un héroe, Alonso es de primera, Gasol es un portento, Nadal es insuperable. Esos son los modelos que los mayores les ofrecemos; el señor Juan Antonio Samaranch solía hacerlo con frecuencia.

Estos analfabetos son además carísimos según GGP. Si no está mal informado, afirma con toque de falsa modestia, cada plaza escolar «nos sale a los contribuyentes por unos dos mi euros al año». Al acabar la secundaria cada «analfabeto funcional», una expresión que repite ad nauseam una y otra vez, «nos habrá salido al menos por veinte mil euros». Dejo aparte el cálculo y «el coste». ¿Qué lenguaje es ése?, ¿qué subyace a una visión así? ¿No estábamos de acuerdo en que la educación era un servicio social, no sólo un servicio para formar trabajadores útiles a las empresas e instituciones afines? ¿Qué es eso de que a «los contribuyentes nos sale»? ¿Qué ideología mueve los hilos de esa aproximación? La etiqueta parece obvia: zafio neoliberalismo de segunda y trasnochada edición sin matices de interés. Casi un insulto, si quien escribe es un educador como es el caso.

Lo apuntado por GGP sobre la asignatura «Ciencias para el mundo contemporáneo» va en la misma dirección. La idea es impecable pero «está blindada por las apariencias» y no resiste el mínimo análisis sostiene. ¿Por qué? Porque lo esencial es que los titulados de secundaria sean capaces de escribir bien y entender lo que leen y no que los muchos analfabetos funcionales que ostentan (¿ostentan?) el título de secundaria «adquieran una pátina de cultura científica». Dado que no se puede cumplir la finalidad de la asignatura, prosigue GGP sin argumentar por qué más allá de la cantinela del analfabetismo funcional, el profesor se enfrenta a la tesitura de denunciar la superchería o aprobar a todo el mundo. «La supresión del tratamiento matemático en la ciencia promueve la segunda opción» concluye feliz de conocerse a sí mismo y de haber estudiado alguna carrera de ciencias naturales matematizadas. ¿Y eso por qué? Pues porque lo afirma él que es físico y, como sabe o creer saber mucha matemática, sabe de que habla. Los millares de artículos de ciencia divulgativa, sustantiva y de interés, los centenares de libros donde no aparece ni una sola fórmula matemática, o aparecen tres, cinco, diez o veinte, no cuentan. Es decir, que uno no puede explicar las grandes tendencias de la física del XX, ya no de la química, la biología, la geología, la ecología, la economía, la sociología o la psicología, sin saber derivadas, integración, topología algebraica, cálculo matricial o lógica de orden superior. Será eso. GGP debería leer cualquier volumen de los publicados en la Biblioteca Buridán, por ejemplo, para calibrar la profundidad abisal y poco informada de su error.

No me alargo, no pretendo superar la extensión de la nota comentada. ¿Cómo avanzar, como dar pequeños pasos en el ámbito de la enseñanza secundaria, conscientes de que el marco grande, el social, el económico, el político servil, marca compás, ritmos y posibilidades? Sin extenderme: reconsiderando de arriba abajo, y de derecha a izquierda, el cuello de botella que actualmente representa la enseñanza secundaria obligatoria, y dotando a los ciclos formativos de aristas que los reconviertan en algo más que en enseñanzas técnicas al servicio, y a la voluntad despótica insaciable, de supuestas necesidades empresariales. Bastaría, en el caso de la ESO, con aceptar que es imposible instruir, formar, que se pueda impartir clase a más de treinta alumnos, en numerosos casos con enorme diversidad de orígenes geográficos y sociales, con currículums muy diferenciados, con dificultades básicas, sustantivas, no secundarias, para seguir una explicación en un idioma que no es el suyo y que están aún lejos de conocer y manejar con soltura. ¿Qué hacer? Dotar esa franja educativa de muchos más medios: 15 alumnos como máximo, por ejemplo; atención individual en algunos casos; ayudantes de aula. Etcétera. ¿De dónde esos medios? Con mayor presupuesto en Educación y dejando de financiar en la medida en que se sigue haciendo los negocios privados, muchos de ellos religiosos, en el ámbito educativo.

Y sin olvidar lo esencial. Un mero apunte sobre este vértice. Una gran parte de lo que ocurre en nuestras aulas tiene que ver con el maltrato frecuente, la explotación creciente, la desesperanza, la pérdida de horizontes y la desorientación programada de amplios sectores de las clases trabajadoras, del precariado ibérico. Sumado a ello, una subcultura popular, construida y generada por los media de las clases dirigentes y dominantes, que tiene como objetivo esencial, explicitado o no, el adoctrinamiento en la servidumbre, el carpe diem adolescente y la interiorización de la divisa «todo vale para ser famoso o famosa y a ti, un día no lejano, te llegará la hora». En esas coordenadas, niños, adolescentes y jóvenes, objetos que no sujetos de continuas campañas de atontamiento consumista, masculino, violento y soez, no parece que puedan surgir fácilmente caminos alternativos, muy presentes décadas atrás en la cultura obrera, que tengan como norte finalidades tan trasnochadas, pero tan nucleares, como la justicia, el conocimiento, la dignidad, el buen hacer, la solidaridad, la ayuda a los más desfavorecidos o el simple esfuerzo. Warren Buffet, quien desde luego sabía muy bien de qué hablaba, lo apuntó en 2006: «Hay lucha de clases, de acuerdo, pero es mi clase, la de los ricos, la que está haciendo la guerra, y estamos ganando». No ha habido rectificación del señor Buffet hasta la fecha. ¿Por qué iba a haberla?

 

PS. Además del analfabetismo funcional, existen el mal gusto y la descortesía innecesaria aunque significativa. El paso siguiente de GGP transita por este sendero tan funcional al sistema: «Supongo que jurídicamente no podrá hablarse de malversación de fondos públicos, pero producir (sic) analfabetos funcionales a veinte mil euros por unidad (sic) a mí me lo parece». ¿Así debe escribir un profesor? ¿No es esto otra forma de analfabetismo?

Fuente: El Viejo Topo, junio de 2010.