Caracas, 26 Abr. AVN.- En un momento del año pasado, el presidente de Estados Unidos Barack Obama, declaró: «creo en el excepcionalismo americano con cada fibra de mi ser». Escuchar eso no es una cosa sorprendente o destacable. En la cultura política, la fe en el «excepcionalismo americano» ha sido durante mucho tiempo una doctrina […]
Caracas, 26 Abr. AVN.- En un momento del año pasado, el presidente de Estados Unidos Barack Obama, declaró: «creo en el excepcionalismo americano con cada fibra de mi ser». Escuchar eso no es una cosa sorprendente o destacable. En la cultura política, la fe en el «excepcionalismo americano» ha sido durante mucho tiempo una doctrina obligatoria para los mejores políticos, legisladores y otras élites. Para aquellas personas el hecho de comprometer su propia lealtad al «excepcionalismo americano», es un acto apenas «más controvertido» que ponerse de pie para entonar el himno nacional o escuchar a un: «Comandante en Jefe» de Estados Unidos decir: «Dios bendiga a América», al final de un importante discurso nacional.
(Para ser claros, el término más preciso sería «excepcionalismo de Estados Unidos» en lugar de «excepcionalismo americano», porque en realidad se refiere a EEUU, no a «América», que técnicamente incluye a Canadá, Centroamérica, las islas y naciones del Caribe y Suramérica.)
«Estados Unidos es bueno»
Pero, ¿qué, exactamente, denota el término? Su significado depende, supongo, de la identidad y los valores de su usuario, así como el contexto en el que se utiliza, entre otros factores. Para mí, observando el uso habitual del término por parte de personalidades norteamericanas, políticos, además de los medios de comunicación y algunos intelectuales, encuentro que la frase al ser empleada por los «líderes» tiene dos significados básicos e interrelacionados. La primera de estas connotaciones sostiene que Estados Unidos es una nación única en la historia mundial de las grandes potencias debido a la intención y la naturaleza de su política exterior, caracterizada por ser fundamentalmente benévola, democrática, humanitaria, e incluso por sus acciones anti-imperiales en el extranjero.
«Estados Unidos es bueno», explicó la secretaria de Estado Madeline Albright, durante la gestión de Bill Clinton en 1999. «Tratamos de hacer lo mejor en todas partes». Tres años antes, Clinton explicó que EEUU era la «fuerza más grande del mundo para la paz, la libertad, la democracia, la seguridad y la prosperidad». Estas fueron reflexiones muy curiosas, entre otras cosas, por las sanciones económicas lideradas por Estados Unidos que causaron la muerte – como Albright reconoció por televisión nacional en 1996 – a más de medio millón de niños iraquíes en la década de 1990 (Albright añadió que ella «sintió el precio» de esas muertes, más sin embargo, fue un precio que «valió la pena pagar» para consolidar el avance de los objetivos inherentemente nobles de la política exterior estadounidenses).
«Más que cualquier otra nación», anunció Obama en West Point en diciembre de 2009, «los Estados Unidos de Norteamérica han respaldado la seguridad mundial durante más de seis décadas. A diferencia de las grandes potencias de la antigüedad, no hemos tratado de dominar al mundo. No buscamos ocupar otras naciones. Todavía somos herederos de una lucha moral por la libertad». El editor jefe de la revista The Progressive, Mateo Rothschild, dio una respuesta históricamente informada:
«Bueno, vamos a ver: Estados Unidos lideró al mundo a los acantilados de la aniquilación nuclear durante la Guerra Fría. Estados Unidos invadió un país latinoamericano tras otro, y subvirtió de manera encubierta otros gobiernos. Estados Unidos ayudó a derrocar a los gobiernos de Ghana y el Congo, apoyó a las fuerzas racistas en el sur de África. Estados Unidos se hundió en la Guerra de Corea, y luego apoyó a un dictador tras otro en Corea del Sur. Estados Unidos mató entre dos y tres millones de personas en Indochina. Estados Unidos apoyó a Suharto en Indonesia, quien mató a casi un millón de personas, algunas por encargo de la CIA, después de tomar el poder en 1965. Estados Unidos también apoyó la invasión de Suharto de Timor Oriental, diez años después, que costó otras 200.000 vidas… Obama, si quiere, puede llamar a eso «seguridad global», pero está goteando rojo… ¿Qué significa entonces tener casi 1.000 bases militares en más de 100 países? Estados Unidos ha invadido o desestabilizado docenas de países en las últimas seis décadas, en ocasiones no necesitan ocupar los países si pueden instalar en su lugar a un régimen títere». (The Progressive, 2 de diciembre de 2009).
«El faro para el mundo que guía la vida que debe ser»
El segundo significado de «excepcionalismo americano» sostiene que la «patria» nacional de Estados Unidos es una excelente forma, única e inigualable de modelo global de la democracia política, social, la libertad y la oportunidad. Esto es lo que los políticos estadounidenses quieren decir cuando habitualmente se refieren a EEUU como «la envidia del mundo» (una frase que Obama ha utilizado más de una vez), la «nación más grande en la Tierra», el «líder del mundo libre», y similares. Es lo que la senadora republicana Kay Bailey Hutchinson (Texas) quiso decir cuando llamó a EEUU «El faro para el mundo que guía la vida que debe ser» – esto durante un discurso pronunciado en pleno Senado de Estados Unidos, en apoyo del Congreso que autorizó George W. Bush para invadir Irak si quería.
¿Pero qué sucede si la corriente «Nueva Edad Dorada» de Estados Unidos es ahora la sociedad más salvajemente desigual del mundo industrializado, una nación cada vez más plutocráticamente abierta donde el 1% posee más de 90% de la riqueza y probablemente una proporción comparable en cuanto a las autoridades «electas democráticamente» en esta nación? ¿Y qué si 6 herederos Walmart poseen tanta riqueza entre ellos como el 42% de los ciudadanos de Estados Unidos de sectores pobres, mientras 16 millones de niños estadounidenses viven notoriamente por debajo del nivel de pobreza estandarizado por el gobierno federal, y 1 de cada 7 ciudadanos estadounidenses depende de los bancos de alimentos para garantizar su nutrición básica (por cierto, la mitad de esas personas tienen trabajo) ¿Y a quién le importa si estos y otros numerosos hechos terribles reflejan más de tres décadas de un deliberado diseño de distribución del ingreso y la riqueza hacia arriba: en una concentración despiadada y capitalista de las riquezas y el poder del que ha llevado a la «patria» a una nueva Edad de Oro de la oligarquía abyecta y (en el camino) al borde de la catástrofe ambiental? ¿O que la riqueza promedio de una familia blanca sea 22 veces más que las «riquezas» de los hogares formados por familias afroamericanas, mientras que, justamente los afrodescendientes constituyen más del 40% de los 2,4 millones de presos que existen en EEUU, una cifra que lidera la clasificación mundial de número de encarcelados que mantiene un Estado (¡Un logro curioso para la autodeclarada Tierra de la Libertad!), y 1 de cada 3 adultos afroamericano llevan el estigma de tener antecedentes penales?
Ciudad en una colina
Los dos significados básicos de «excepcionalismo americano» se complementan y refuerzan entre sí, por supuesto. EEUU es «tan bueno y excelente» en el extranjero, porque lo es en casa. Su naturaleza maravillosa en todo el mundo sólo promueve su naturaleza maravillosa en casa. El planeta tiene mucho que aprender del brillante ejemplo que es «América» (EEUU). El país ejemplar, en cambio, no tiene nada que aprender del resto de la humanidad: ¿Qué podrían enseñar otras naciones y personas al «faro para el mundo que guía la vida que debe ser»?, ¿Y qué persona seria podría pensar que un gran modelo de superioridad y brillantez tal, así como benevolencia, podría cometer crímenes imperiales en el extranjero? Esta grandiosa auto-imagen nacional se remonta un largo camino atrás. Tiene sus raíces en los asentamientos de fanáticos religiosos de Nueva Inglaterra, descrito por uno de sus fundadores puritanos como una orden recibida directamente por Dios para la creación de la «Ciudad en una colina».
Esta nueva ciudad estaría constituida además, en buena parte, por los dueños ricos de esclavos «saludables». Los «arquitectos de EEUU» se jactaron de su determinación e independencia nacional para «hacer el mundo nuevamente» . Se construyó un «imperio de la libertad» que expandió sus fronteras a través del sometimiento y tortura de amerindios y negros, obligados a realizar trabajos forzados en los campos de los blancos ricos de la época. Los «fundadores» se miraron pasmados entre sí, pues estaban escribiendo las primeras líneas de un nuevo proyecto para la libertad de los ricos en suelos «vírgenes», más allá del alcance de la vieja y embrutecida Europa feudal, caracterizada por sus aires aristocráticos, monárquicos y un campesinado saturado. Tomaron la muerte de los pueblos nativos infectados por gérmenes europeos como un mensaje divino que significaba su esplendor sin igual.
«Para encubrir crímenes que avergonzarían a una nación de salvajes»
Las élites estadounidenses se jactaron del gran éxito que obtuvieron en la ejecución de su magnífica misión en la Guerra de Independencia. Esto no impresionó al esclavo escapado y líder abolicionista Frederick Douglass, quien lo refleja de la manera siguiente en el verano de 1852:
«¿Qué es para el esclavo estadounidense el 4 de julio?… Un día que le revela, más que todos los otros días del año, la gran injusticia y la crueldad de la que es víctima constante. Para él, su celebración es una farsa; su libertad jactanciosa, una licencia impía; su grandeza nacional, su abultada vanidad; sus sonidos de regocijo están vacíos y sin corazón; sus denuncias de los tiranos, sus gritos de libertad e igualdad, la burla hueca; sus oraciones e himnos, sus sermones y acciones de gracias, con todo su desfile religioso, y la solemnidad, son, para él, la mera grandilocuencia, el fraude, el engaño, la impiedad, y la hipocresía – un fino velo para encubrir crímenes que avergonzarían a una nación de salvajes. No hay
en la tierra una nación más culpable de prácticas impactantes y sangrientas, que las personas de estos Estados Unidos, en este mismo momento…»
«…¡Americanos! (estadounidenses)… ¡Ustedes se jactan de su amor a la libertad, su civilización superior y el cristianismo puro, mientras que todo el poder político de la nación (que se concreta en dos grandes partidos políticos) se comprometió solemnemente a apoyar y perpetuar la esclavitud de tres millones de sus compatriotas! Todos ustedes se encienden ante la mención de la libertad para Francia o para Irlanda; pero son tan fríos como un témpano de hielo ante la idea de libertad para los esclavos de América. Tienen un discurso elocuente sobre la dignidad del trabajo; sin embargo, sostienen un sistema que, en su esencia misma, arroja un estigma sobre el trabajo. Ustedes pueden exponer su pecho a la tormenta de artillería británica sólo para librarse de un impuesto de tres centavos en el té; no obstante, estrangulan hasta el último centavo ganado con el sudor de la frente de los trabajadores negros de su país… Ustedes declaran, ante el mundo, y así son comprendidos: «Sostenemos que son verdades evidentes por sí mismas, que todos los hombres son creados iguales; y son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; y que, entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; y sin embargo, ustedes mantienen de forma segura una servidumbre que, según su propio Thomas Jefferson, «es peor que las épocas cuando tus padres se levantaron en rebelión a oponerse contra una séptima parte de los habitantes de su país».
Extraños libertadores y los males triples
La hinchada retórica autocomplaciente del excepcionalismo estadounidense pisotea las feas realidades entrelazadas de Estados Unidos como su «política exterior» (expresada en el imperialismo) y el orden interno. Durante mucho tiempo se ha reforzado el estatus – primero establecido definitivamente a raíz del suicidio de Europa y Japón durante la primera y segunda Guerra Mundial – de Estados Unidos como la nación más poderosa de la Tierra, argumento empleado comúnmente por EEUU para probar de alguna manera su magnificencia.
Otro gran afroamericano estadounidense que rechazó e incluso volteó la narrativa excepcionalista de EEUU fue el Dr. Martin Luther King, Jr., para quien los asesinatos perpetrados por el imperio de Estados Unidos en el extranjero estaban íntimamente relacionados con las desigualdades salvajes y la injusticia en esa nación. En los últimos años de su vida, Luther King se refirió repetidamente a lo que llamó «males triples que están relacionados entre sí»: racismo, explotación económica (capitalismo), y militarismo / imperialismo. Luther King, después de estudiar las acciones de Estados Unidos en Vietnam, (el 4 de abril de 1967), describió a EEUU como «el principal proveedor de violencia en el mundo de hoy» y mencionó algunas de las cosas horribles que había aprendido acerca de las acciones de Estados Unidos en el sudeste asiático:
«(Los vietnamitas) deben ver a los estadounidenses como extraños libertadores… Las personas leen nuestros folletos y reciben promesas regulares de paz y democracia – y reforma agraria. Ahora languidecen bajo nuestras bombas… mientras los sacamos de la tierra de sus padres hacia campos de concentración. Saben que deben moverse o serán destruidos por las bombas. Miran como envenenamos su agua, como destruimos un millón de acres de sus cultivos (con armas químicas). Deben llorar al ver cómo las retro excavadoras destruyen grandes áreas verdes plenas de árboles preciosos. Vagan en los hospitales, con una nefasta cuenta de al menos veinte víctimas de fuego norteamericano por un deceso causado por el Vietcong’ a las tropas estadounidenses. Hasta el momento podemos haber asesinado a un millón de ellos -en su mayoría niños… ¿En qué pensarán mientras nosotros probamos nuestras últimas armas en ellos, al igual que los alemanes probaron nuevos medicamentos y nuevas torturas en los campos de concentración de Europa?»
Luther King cuestionó la versión doméstica del excepcionalismo americano cuya carrera ha estado dedicada a tratar de ubicar a EEUU a la altura de sus falsas promesas de igualdad y democracia, que finalmente todos traicionaron, (lo sabía), por «los males triples que están relacionados entre sí» – males que han estado, a través del tiempo, en el oscuro corazón de una «civilización occidental». En el verano de 1966, Luther King, social demócrata, retó el excepcionalismo norteamericano cuando alertó sobre la gran pobreza que existía en los Estados Unidos en comparación con otros Estados del primer mundo en Europa. «Tal vez algo está mal en nuestro sistema económico (capitalista)», dijo King en una entrevista, puntualizó además sobre la escasa o inexistente pobreza, barrios marginales o desempleo en países «socialistas» como Suecia. El «faro para el mundo» y la «ciudad sobre una colina» tenían algo que aprender de otras naciones, señaló King. Imagine.
La reveladora comparación de Obama
Barack Obama, quien ha afirmado durante mucho tiempo que Luther King ha sido un líder inspirador, tomó un enfoque muy diferente, ahora se ubica más del lado del militante excepcionalista norteamericano, expresado en el repugnante libro de campaña de 2006.
En su libro «La audacia de la esperanza», Obama reflexionó sobre «lo bueno que tienen los pobres de nuestra nación» en comparación con «la verdadera miseria en África y América Latina». Obama tomó esta comparación para utilizarla como evidencia del argumento expuesto en su libro, en el cual el capitalismo de Estados Unidos («la lógica del mercado» y «la propiedad privada en el corazón mismo de nuestro sistema de la libertad» y «nuestro sistema de organización social») había traído la suerte a los ciudadanos estadounidenses así como «una prosperidad que es inigualable en la historia humana».
Desde luego Obama omitió los contrastes considerablemente menos atractivos de EEUU con Europa Occidental, Japón, y de hecho Cuba, donde las políticas públicas y sociales generan mucho mas igualdad y seguridad social de la existente en naciones mas radicalmente jerárquicas (todas con un alto «coeficiente de Gini » en los indicadores de la desigualdad) tales como Haití, Brasil, Botswana, Chile, Nigeria, Perú, Suráfrica, y por cierto, EEUU.
Reverendo Wright y la Regla de Oro
El título del libro de la campaña de Obama fue robado del nombre de un sermón del predicador afroamericano Jeremiah Wright, en South Side, Chicago, él es un maestro del púlpito en la tradición de la verdad del «cristianismo profético negro» – una tradición compartida por Douglass y Luther King y en la actualidad por Cornell West.
El predicador Wright, como el lector recordará, había sido una vez consejero religioso personal de Obama, a quien debe parte del esfuerzo para lograr una identidad política elegible para los afrodescendientes en Chicago. También fue un duro crítico y cuestionador de Estados Unidos «por la narcisista doctrina excepcionalista estadounidense en sus dos versiones, a nivel nacional, como a escala mundial», fue además quien denunció las «estructuras y prácticas del imperio y la desigualdad interrelacionada de la nación y en el extranjero». En un sermón que incluía la frase «Dios bendiga a América? No, Dios maldiga a América!», Wright tuvo la osadía de señalar que el gobierno de Estados Unidos no fue una excepción especial a la regla de que «los gobiernos fallan». Después de enumerar los fracasos de gobiernos anteriores como el gobierno imperial romano, el gobierno imperial británico, el gobierno ruso, el gobierno alemán, el gobierno japonés, Wright tuvo la audacia de señalar que el gobierno de Estados Unidos también había fracasado a la hora de dar un trato justo y digno a las personas de ascendencia india, japonesa y africana. En un sermón diferente, Wright tuvo la osadía de señalar que EEUU había ayudado a preparar el terreno para los ataques terroristas del 9/11 mediante la participación del terror imperial en todo el Medio Oriente antes del asalto al Qaeda. Él tuvo la insolencia oficialmente imperdonable de señalar que «América» (los EEUU) no colaboró con ninguna exención especial de la ley universal que reza «lo que se siembra se cosecha» o de la Regla de Oro, instruir a la gente a tratar a los demás como a nosotros mismos nos gustaría ser tratados.
Las reglas doctrinales del excepcionalismo americano requirieron que Obama se deshiciera de todas las conexiones con su antiguo ministro si quería una oportunidad en la posición mas alta de la nación. Él diligentemente accedió en marzo de 2008, con un superficial pero instantáneo «discurso sobre la raza» en Filadelfia. La alocución ayudó a allanar el camino para lograr su ascenso a una oficina cuyos ocupantes siempre funcionaron como agentes de anticipos para los «males triples» – y algunos otros (incluyendo el patriarcado, el estatismo policial, y la destrucción del medio ambiente) en el camino – que se interrelacionan. Desde el comienzo del fenómeno Obama, en el discurso que pronunció ante la Convención Nacional Demócrata en julio de 2004, Obama ha hecho publicidad de sí mismo como una realización brillante y epítome del excepcionalismo estadounidense que proporciona cobertura engañosa para esos males, cuya ejecución ha llevado a cabo con avidez mientras que un busto del Dr. King se sienta detrás de él en la Oficina Oval de la vergüenza insondable.
(*) El último libro de Paul Street, es They Rule: El 1% vs. Democracia (Paradigm, 2014).
Original publicado en Counterpunch.
Traducido por Verónica Morales
Original en inglés: American Exceptionalism in the New Gilded Age
Fuente: http://www.avn.info.ve/contenido/excepcionalismo-estadounidense-nueva-edad-dorada