Erigido para juzgar los crímenes de Alemania durante la segunda guerra mundial, el Tribunal de Nüremberg (Baviera) inauguró sus deliberaciones el 20 de noviembre de 1945 y funcionó hasta el 1º de octubre de 1946. Antes de los efectos jurídicos, las potencias aliadas (Unión Soviética, Estados Unidos, Francia, Inglaterra) convinieron en disolver el Estado alemán. […]
Erigido para juzgar los crímenes de Alemania durante la segunda guerra mundial, el Tribunal de Nüremberg (Baviera) inauguró sus deliberaciones el 20 de noviembre de 1945 y funcionó hasta el 1º de octubre de 1946. Antes de los efectos jurídicos, las potencias aliadas (Unión Soviética, Estados Unidos, Francia, Inglaterra) convinieron en disolver el Estado alemán.
En plenos preparativos del juicio, Winston Churchill arrasó Dresde (135 mil muertos civiles), el general estadunidense Curtis Le May despachó 334 bombardeos B-29, que en una sola noche mataron a 83 mil 793 civiles japoneses e hirieron a otros 40 mil 918, y el presidente Harry Truman festejó el par de bombas nucleares arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki.
Sin reparar en minucias, el fiscal estadunidense Robert Jackson dijo muy suelto de cuerpo: «Esta ley es aplicada aquí y ahora a los agresores alemanes, pero incluye y tiene que condenar también… la agresión que cometa cualquier otra nación, sin excluir a las que aquí se sientan a juzgar».
Con todo, el antiguo baluarte del nazismo se convirtió en sinónimo de crímenes de guerra y su castigo. Por primera vez el mundo asistía en Nüremberg, a un proceso en el que una corte internacional de justicia juzgaba a los responsables de violaciones del derecho de gentes.
El proceso duró 404 sesiones. Hubo 2 mil 700 y 2 mil 630 declaraciones escritas de la defensa y de la parte acusadora; interrogación escrita y oral de 143 y 116 testigos, 300 mil declaraciones bajo juramento, 200 toneladas de papel, 26 mil metros de películas y 7 mil fotografías.
El tribunal sentenció a 185 personas: 39 médicos y abogados, 56 miembros de las escuadras del partido Nazi (SS), de los cuerpos de seguridad en los países invadidos (SD) y de la policía secreta del Estado (Gestapo); 42 grandes industriales y banqueros, 26 jefes militares y 22 ministros o funcionarios de alto y mediano rango. Se dictaron 24 penas de muerte: 12 fueron conmutadas y 12 fueron ejecutadas.
En la horca murieron Hans Franck y Wilhelm Frick («protectores» de Polonia y Bohemia/Moravia -Checoslovaquia-), Arthur Seyss-Inquart (por la deportación en masa de judíos holandeses), Julius Streicher y Alfred Rosenberg (ideólogos racistas), Ernst Kaltenbrunner (jefe de las SS en Austria), Joachim von Ribbentrop (canciller y artífice del pacto germano-soviético), Fritz Sauckel (ministro de trabajo y organizador de la mano de obra esclava); los generales Wilhelm Keitel (comandante general de la Wehrmacht-ejército alemán) y Alfred Jodl (firmante de la rendición y absuelto post-mortem en 1953). Hermann Göring (jefe de la fuerza aérea) se suicidó en su celda. Martín Bormann (lugarteniente de Hitler) fue condenado en ausencia.
Tres altos personajes recibieron cadena perpetua: Rudolph Hess (segundo de Hitler, a quien traicionó), Walter Funk (ministro de asuntos económicos) y Erich Raeder (jefe de la armada). Las condenas de 10 a 20 años fueron para Karl Dönitz (jefe de la guerra submarina), Baldur von Schirach (por deportación de miles de jóvenes de Austria y Europa del este), Albert Speer (arquitecto del Reich) y Konstantin von Neurath (quien participó en la conspiración contra Hitler). Hjalmar Schacht (economista), Franz von Papen (político y diplomático) y Hans Fritzsche (ayudante de propaganda de Joseph Goebbels) fueron absueltos.
¿Qué resta de aquel juicio decisivo en el afán de otorgar nuevas luces al derecho entre los estados, privados hasta entonces de jurisdicción internacional? En Nüremberg, la idea básica de los jueces era que ya nadie podría escudarse en la soberanía del Estado ni invocar un estado de necesidad ante una orden criminal.
El tribunal demostró que los «crímenes contra la humanidad» (genocidio) exigen de la complicidad masiva de personas que a conciencia trabajan, colaboran, hacen la vista gorda o justifican el accionar represivo del terrorismo de Estado. Y luego, cuando las cosas se reviran, repiten como los alemanes de entonces: «yo no sabía», «¡qué horrible!»
Nüremberg desnudó el accionar del fascismo en tanto forma totalitaria de Estado y las consecuencias del odio racial sistematizado como doctrina (nazismo). Dos caras, en fin, de la moneda capitalista en sus trances de crisis y devaluación. No obstante, la casi totalidad de las películas comerciales acerca del tema giran en torno a los «6 millones» de judíos asesinados. ¿No sería más noble señalar que la totalidad del drama bélico fue el auténtico «holocausto» de la humanidad (60 millones de muertos entre civiles y militares; Unión Soviética, 27 millones; Alemania 7 millones; Polonia 6 millones; Estados Unidos 250 mil… etcétera)?
El 9 de julio de 1932, el entonces canciller Adolf Hitler declaró a la revista estadunidense Liberty: «No puede existir un comercio global a gran escala sin un poder a nivel mundial…»
A ocho meses de los atentados a las Torres Gemelas, el 29 de enero de 2001, el presidente George W.Bush dijo en Washington: «Estoy atento no sólo a preservar el Poder Ejecutivo para mí, sino también para mis predecesores» (sic).