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Entrevista a Richard Falk

«El fracaso en la aplicación de la resolución 242 es un signo del fracaso de la ONU»

Fuentes: Le Mur a Des Oreilles

Traducción por S. Seguí.

-Frank Barat: Quería preguntarle acerca de ese artículo que ha escrito recientemente en su blog, titulado Nelson Mandela’s inspiration. Ahí menciona que se reunió con él hace 15 años en Sudáfrica. ¿Qué impresión le produjo y qué es lo que significa, en su opinión, su muerte para África del Sur y el resto del mundo?

-Richard Falk: Sí, tuve la feliz oportunidad de conocer a Nelson Mandela. Una vez le pidieron que dirigiera un saludo a una comisión sobre el futuro de los océanos, de la cual yo formaba parte. El vicepresidente de esa comisión era Kader Asmal, que había sido miembro del primer gabinete de Mandela y que también fue uno de los autores de la constitución de Sudáfrica, y además era amigo mío. Me preguntó si podía preparar algunas observaciones para Mandela como saludo a la comisión, cosa que hice. Mandela usó mi texto más o menos como yo lo había escrito. Después de la presentación, que tuvo lugar en el Parlamento surafricano, se acercó y conversó conmigo y con cada uno de los miembros de la comisión. Me impresionó mucho que fuera capaz de decir algo a cada una de las personas, pertenecientes a 40 países, algo específico de la situación de cada uno de sus países. Como he tratado de expresar en mi blog, tenía esta cualidad de radiación moral, de sentido de autenticidad, y una base espiritual que le daba mucha fuerza a su presencia. Su muerte ha sido una oportunidad para tomar en cuenta lo que significó su vida y su influencia en tantos temas, entre ellos el de los palestinos, que es uno en el que estoy particularmente interesado.

Es importante rescatar el verdadero Mandela de la imagen que los medios de comunicación liberales han tratado de proyectar, que es una imagen de reconciliación y no violencia. Lo cual es cierto, en ambos aspectos, en cuanto a la forma de acabar con el apartheid de Sudáfrica sin una lucha sangrienta, pero también hay que tener en cuenta que en realidad nunca renunció a la idea de la violencia como instrumento necesario para el logro de la liberación de una estructura de opresión. Su prioridad principal era cualquier cosa que fuera efectiva en respuesta a una opresión. Su salida de la cárcel fue, por ejemplo, una demostración eficaz de que la campaña contra el apartheid global obligó a la élite afrikaner de Sudáfrica a tener que reevaluar sus intereses y prioridades. Es en este contexto en el que hizo este esfuerzo por encontrar una solución al conflicto que acabaría con el apartheid político. Fue, en cierto modo, un pacto con el diablo, porque la situación de las masas de africanos no ha mejorado económica o socialmente desde la transformación del sistema constitucional, por lo que en cierto modo hay algo de resentimiento en algunos sectores de la población por la forma en que el conflicto terminó. El legado se complica por el hecho de que sus sucesores, como líderes, no completaron realmente el trabajo de crear una sociedad justa. No hay duda de que se trata de una sociedad que ha superado el apartheid, en un sentido político, pero sigue siendo una sociedad en la que la minoría blanca y una pequeña elite negra emergentes dominan la economía, y en la que la masa de la gente sigue soportando muchas de las privaciones que se asocian con el apartheid en sí.

-FB: Usted habló sobre el papel de la violencia en las luchas emancipadoras de liberación. ¿Qué dice el Derecho Internacional sobre esto?

-RF: Como en muchos aspectos del Derecho Internacional, puede interpretarse desde diferentes perspectivas. No obstante, sobre todo en la década de 1970 y 80, surgió un consenso general en el Derecho Internacional según el cual la lucha armada en el curso de la liberación nacional de un régimen colonial era un uso de la fuerza legítimo. Esto no quiere decir que toda violencia sea legítima y legal. Tenía que ser una violencia dirigida hacia un objetivo apropiado. No era una forma de sanear formas de terrorismo de acciones dirigidas hacia civiles inocentes u objetivos protegidos tales como hospitales o iglesias. Por supuesto, en muchas luchas de liberación los instrumentos violentos utilizados incluyeron acciones aleatorias de interrupción de la ocupación o el gobierno colonial. El famoso film «La batalla de Argel» muestra actos de resistencia como hacer estallar bombas en cafeterías de Argel. En este proceso histórico, aquellos que se alinearon con la lucha anticolonial aceptaban este tipo de violencia justificada en algunas circunstancias de gobierno opresor. También se consideró justificable en contra de la ocupación nazi de varios países europeos durante la Segunda Guerra Mundial. Pero incluso aquellos que legitiman la violencia en las guerras de liberación no llegan al extremo de legitimarla per se; sólo lo hacen en casos de objetivos justificados.

-FB : En 2001 usted tuvo que responder a esta pregunta en el contexto de la lucha palestina, durante su mandato como Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. ¿Cuál fue su respuesta o sus conclusiones en ese momento?

-RF: Una vez más, hay que reconocer que el Derecho Internacional (DI) no es claro en este aspecto. No existe un tratado de autoridad o norma consuetudinaria de DI, o una resolución judicial que resuelva esta cuestión de una manera definitiva. Lo que yo propuse fue en cierto modo similar a lo que he estado diciendo sobre la visión que tuvo Mandela de la violencia y la relación de la violencia con las guerras de liberación nacional. La gente en efecto tienen derecho a su legítima defensa, no sólo los gobiernos. Cuando hay un conjunto opresivo de circunstancias existe el derecho implícito de autodefensa por parte de la sociedad, aunque limitada al uso de la violencia contra los que están asociados con la estructura opresiva. Todo esto no ha sido codificado o aprobado por una autoridad, pero me parece que expresa la ley viva de la sociedad internacional en relación con este tipo de cuestiones.

-FB: ¿Por qué cree usted que esta pregunta acerca de la violencia siempre se le hace a los oprimidos -afroamericanos, pueblos indígenas, palestinos- cuando en realidad la mayoría de la violencia es perpetrada por el opresor, los EE.UU. o Israel en este caso?

-RF: Creo que se remonta a la idea misma del Estado moderno. El Estado moderno, según diferentes definiciones convencionales, tiene el monopolio del uso legítimo de la violencia. Por lo tanto, aquellos que no son agentes estatales implicados en la violencia tienen una especie de presunción de inmoralidad e ilegalidad que se les otorga si el Estado tiene la obligación de mantener el orden, el establecimiento de un entorno social en el que la violencia sólo se utilice para mantener el orden establecido. Creo que esa distinción es muy importante como parte de las percepciones alimentadas por los medios de comunicación de masas sobre estos conflictos. La terminología del terrorismo se utiliza normalmente sólo para la violencia contra el Estado; la violencia del Estado está generalmente saneada a través de diferentes procedimientos. Los que no están satisfechos con este tipo de uso discriminatorio del lenguaje hablan de terrorismo de Estado. Pero es un discurso relativamente raro sobre la naturaleza de la violencia permitida y no permitida. Por eso es importante, en mi opinión, no caer en ese tipo de trampa estatista de considerar la violencia estatal como presuntamente legítima y la violencia contra el Estado como presuntamente ilegítimo.

-FB: ¿Qué papel real juega el Derecho Internacional para traer la paz y la justicia al mundo? Algunos palestinos tienden a reírse cuando les dices que el DI está de su lado, porque para ellos el DI es responsable de lo que les ha sucedido.

-RF: Bueno, es complicado avanzar una respuesta completa. No me cabe ninguna duda de que en relación con los principales problemas sin resolver -se trate de los asentamientos, el estatus de Jerusalén, las fronteras, el derecho a los recursos y la tierra o los derechos de los refugiados- el DI se entiende que está del lado palestino. Y esta interpretación ha sido adoptada y confirmada por los principales órganos de las Naciones Unidas, en especial la Asamblea General, en repetidas ocasiones. Asimismo, también fue reforzada en gran medida por la Corte Internacional de Justicia en el dictamen consultivo relativo al muro de separación, de 2004. Al mismo tiempo, es comprensible que los palestinos se sientan desilusionados. El DI y las autoridades de la ONU están de su lado, pero su situación es cada vez peor. Los israelíes gozan de impunidad por sus crímenes. Así pues, pareciera que el hecho de que tanto el DI como las autoridades de la ONU estén de su lado no ha sido sino una especie de cobertura que ha permitido comportamientos en contra de los palestinos. Esto explica esa percepción. Lo que creo que se olvida, y ha sido el elemento más importante de mi propio pensamiento reciente, es que en la fase actual de la lucha y el movimiento nacional palestinos, se ha producido un cambio de tácticas, de distanciamiento de una acción centrada principalmente en la lucha armada en favor de una campaña mundial para desacreditar la ocupación y el enfoque general israelíes hacia ese conflicto. En otras palabras, una movilización social de la sociedad civil global ha tenido lugar en los últimos años, incluyendo las sesiones de su tribunal. Todo esto es parte de lo que llamo librar una guerra de legitimidad, que da mucha importancia al DI porque donde es persuasivo y afecta realmente la conducta es en el nivel de las personas, de las sociedades, ya que moviliza a la gente en torno a la idea de que los palestinos han sido víctimas de políticas injustas y estructuras igualmente injustas.

Si nos fijamos en la tendencia histórica desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, la parte que ha ganado la guerra de la legitimidad, en general, se ha impuesto políticamente. Aunque no sin alto costo se paga en vidas y destrucción. Pero en todas las guerras y las luchas entre regímenes y sociedades, no es la parte más fuerte militarmente la que ha prevalecido, sino que más bien lo ha hecho el lado que tiene los instrumentos de poder blando superiores de resolución de conflictos. Todas las guerras anticoloniales, la liberación de las sociedades de Europa del Este de los regímenes bajo los que se encontraban, la propia campaña contra el apartheid de Sudáfrica, como ejemplo destacado, y la liberación de la India del poder británico; todos estos conflictos fueron ganados por aquellos que eran decididamente más débiles desde una perspectiva realista de poder duro, y también fue cierto en la guerra de Vietnam, en la que EE.UU. ganó todas las batallas pero perdió la guerra. Debemos preguntarnos, ¿qué pasa para que esto suceda así? Una de las cosas que suceden es que el lado más débil militarmente, si puede hacerse con las alturas del discurso jurídico y moral, cambia el equilibrio de fuerzas de una manera que es muy eficaz al final del conflicto y produce resultados inesperados. Los afganos tienen un dicho: «Ustedes tienen relojes, nosotros tenemos el tiempo». Esa distinción entre la tecnología y la gente, y el tiempo que la gente tiene para liberar a su propio país representa la característica decisiva de la atmósfera política poscolonial. No era así en la época colonial, cuando un pequeño grado de superioridad militar podía transformarse en control político. La movilización nacional de las sociedades y la sensación de poder popular realmente alteraron todo esto, y parte de lo que moviliza el poder popular es el DI, la autoridad de la ONU, la persuasión moral internacional, todos estos elementos.

-FB: Israel ha estado ocupando parte de Palestina por más de 65 años. ¿Podemos llamar a esto hoy, legalmente, una ocupación, y si no es así qué nombre debemos darle?

-RF: Es una pregunta importante. En mi papel como relator especial he argumentado que cualquier ocupación que dure más de cinco años entra en una fase diferente de relación entre la potencia ocupante y la población ocupada, y que necesitamos un tipo diferente de marco legal para ello. Los Convenios de Ginebra han sido diseñados para las ocupaciones temporales que tengan cinco años o menos. En el caso concreto de la ocupación israelí es muy engañoso usar el lenguaje de la ocupación. Sería más descriptivo hablar de anexión insidiosa o de una política de ocupación permanente. Algo que indica una falta de voluntad de retirarse del territorio y respetar el carácter de la sociedad, tal como existía cuando fue ocupada inicialmente. El fenómeno de los asentamientos, en su totalidad, es flagrantemente incompatible con cualquier noción de que se trate de algo temporal o de que Israel contemple la posibilidad de retirarse completamente y cumplir con la resolución 242 de la ONU, aprobada en 1967 y que exigía la retirada, a la vez que recordaba a Israel y al mundo que uno de los principios básicos sobre los que descansa la Carta de las Naciones Unidas es la no adquisición de derechos territoriales por conquista o por el uso de la fuerza. Así que el fracaso en la aplicación de la resolución 242 es un signo del fracaso de la ONU para poder imponer el tipo de obligaciones que esta misma organización había expresado como núcleo de un mundo justo y pacífico.

-FB: John Dugard, su predecesor, formó parte de un equipo que redactó un informe en el año 2009, en el que calificó lo que estaba sucediendo en la Cisjordania de apartheid. ¿Qué piensa usted acerca de este concepto, que se utiliza cada vez más en diversas campañas en todo el mundo?

-RF: Creo que es más descriptivo que cualquier otra forma de hablar de la situación. Cada contexto de subyugación de un pueblo tiene su propia originalidad. Hay una especie de tentación por parte de los críticos que invocan la idea de apartheid que decir que no es como en Sudáfrica, que no se basa en la raza, que hay diferencias. Pero si se mira más de cerca se ve que en ciertos aspectos es peor que en la Sudáfrica del apartheid. Por ejemplo, este país nunca tuvo carreteras para uso único de los colonos. Nunca crearon una estructura generalizada de discriminación como la que existe en Cisjordania. La estructura legal dual es muy expresiva de una forma de dominación de base étnica que priva a los palestinos de sus derechos, a la vez que concede a los colonos ilegales israelíes toda la panoplia de derechos que otorga la ley israelí. Los palestinos ni siquiera tienen el derecho a tener derechos, por una parte, y los israelíes que están presentes en los territorios ocupados, de una manera que la Corte Internacional de Justicia casi por opinión unánime calificó de ilegal, gozan de protección legal completa del Estado de derecho que prevalece en Israel para los israelíes.

[1] Versión abreviada de una grabación realizada en diciembre de 2013 en Londres para Le mur a des oreilles. http://lemuradesoreilles.org/ En Facebook: https://www.facebook.com/LeMurADesOreilles (N. del t.)