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Entrevista a Marta Román, geógrafa y asesora de urbanismo y medio ambiente desde una perspectiva feminista y de participación social

«El frenesí de la construcción no ha logrado hacer ciudad»

Fuentes: Pikara magazines

Aboga por entretejer los espacios público y privado (la «calle» y la «casa»), como única forma de «hacer ciudad»; calles y casas en las que fluyen las relaciones sociales, la crianza se hace más fácil y los barrios tienen vida. Calles y casas que facilitan la integración social, la autonomía personal y la igualdad entre […]

Aboga por entretejer los espacios público y privado (la «calle» y la «casa»), como única forma de «hacer ciudad»; calles y casas en las que fluyen las relaciones sociales, la crianza se hace más fácil y los barrios tienen vida. Calles y casas que facilitan la integración social, la autonomía personal y la igualdad entre mujeres y hombres. Calles y casas que no se han derivado del «frenesí de la construcción de las últimas décadas».

Marta Román (Madrid, 1962) es geógrafa y forma parte de gea21 , una consultora dedicada al asesoramiento en diversos temas, desde el urbanismo y el medio ambiente, hasta la igualdad de oportunidades o la economía social. Ha dirigido varios proyectos de investigación acerca de la situación social y laboral de las mujeres y ha participado en otros que tienen como objetivo introducir la perspectiva feminista en la planificación urbanística. Además del enfoque de género, los procesos de participación social son, a su entender, otra clave para construir viviendas, barrios y ciudades.

La vivienda puede jugar un papel a favor de la integración social, la autonomía personal y la igualdad entre mujeres y hombres… o todo lo contario.

La vivienda debería jugar a favor de todo eso. Cuando se construyen viviendas considerando que no hay diferencias en la capacidad de acceso a las mismas o que ya están superados los roles de género, lo que se consigue es perpetuar y acrecentar las diferencias. Las viviendas pueden dejar de ser una carga económica inmensa y dejar de ser inaccesibles para muchas mujeres -que de promedio ganan un 30% menos que los varones por trabajos similares-, si se realiza una política decidida de alquiler. También se pueden plantear otras formas de vivienda con servicios comunes, como lavandería, guardería, espacios de trabajo o comedor, para aquellas personas o colectivos que lo puedan necesitar: personas jóvenes, mayores, madres solteras o separadas, etc. Otra cuestión sería atender las necesidades del trabajo doméstico y dotar a las viviendas de los espacios adecuados para que se desarrollen con facilidad y se puedan compartir: cocinas soleadas y en las que quepan varias personas, tendederos accesibles, zonas de almacenaje, despensas o espacios para guardar carritos de compra o bebé, bicicletas o sillas de ruedas.

Pero una vivienda diseñada bajo los parámetros de género no parece muy compatible con ese auge desmedido de la construcción

Las viviendas construidas bajo parámetros de equidad de género y generación están integradas en la trama urbana o en las proximidades de los núcleos, esto es, no crecen como setas en mitad de la nada. Las viviendas construidas o rehabilitadas bajo los parámetros de género pertenecen a un barrio que es parte fundamental de su propia existencia, con sus espacios públicos, sus equipamientos o el comercio local con el que van a interactuar. El frenesí de la construcción, hecho de forma rápida y estandarizada, ha conseguido urbanizar una parte inmensa del territorio, pero no ha logrado hacer ciudad. Este inmenso parque de viviendas «ensimismadas», donde el espacio público carece de interés porque las casas se vuelcan hacia los espacios privados y abandonan la calle, no contribuye en absoluto ni a la seguridad, ni a la conciliación, ni a la socialización de las mujeres.

¿De qué forma puede el diseño de una vivienda facilitar el reparto de tareas entre quienes viven en ella?

Cuando la vivienda cuenta con unos espacios de trabajo adecuados para poder realizar las tareas domésticas -principalmente las relacionadas con la cocina y con el lavado y el cuidado de la ropa- es más fácil, cómodo y sencillo que esas tareas se visibilicen y se compartan. En una cocina aislada al fondo del pasillo, ajena a los espacios de relación y donde sólo cabe una persona, es más complicado que todos los miembros de la familia contribuyan al trabajo doméstico.

 

A la hora de construir una vivienda, ¿el sector inmobiliario tiene en cuenta la multiplicidad de modelos familiares o sigue ciñéndose a las necesidades de la familia tradicional?

El sector inmobiliario tiene una fuerte inercia y no acompaña al cambio social. La composición, estructura y tamaño de los hogares ha variado drásticamente en estas últimas décadas y las mujeres han entrado de forma masiva en el mercado laboral. Mientras tanto, se construyen viviendas muy similares a las de hace treinta años, cuando había un ama de casa dedicada a tiempo completo a su cuidado y mantenimiento.

Buenas prácticas

¿Existen ejemplos de iniciativas que ponen el foco en el bienestar de las personas, en lugar de hacerlo en el superávit de los promotores inmobiliarios?

Las cooperativas de vivienda de países del norte y del centro de Europa llevan años innovando en vivienda. Para empezar, innovan en la propia forma de tenencia, que permite adquirir no una vivienda concreta, sino un «derecho» a tener una vivienda adecuada, que irá cambiando conforme vayan transcurriendo las distintas etapas de la vida. En el marco cooperativo se han ensayado nuevas soluciones y usuarios y usuarias participan en su diseño. También se presta una gran atención a los espacios y servicios comunes. Cuentan que la gente se adhiere a las cooperativas por el menor coste de la vivienda y que permanecen en ellas por esa forma de vida más comunitaria que propician.

¿A qué te refieres cuando dices que tiene que haber un «matrimonio entre la casa y la calle»?

En las últimas décadas se ha conseguido construir vivienda de mucha calidad, con buenos materiales y con un diseño cuidado, pero se han olvidado de que no tiene sentido hacer un precioso piso en un entorno vacío. Siguiendo el símil del matrimonio, cada miembro de esta pareja tiene que aportar algo a esta unión: la calle debe ser atractiva, ambientalmente agradable, tener interés y estar cuidada. No puede ser una vía pensada únicamente para la circulación y el aparcamiento de coches, porque genera ruido y contaminación y no permite usos estanciales.

¿Y la casa?

Debe tener sus ojos y oídos abiertos al espacio público, no debe enclaustrarse tras rejas y vallas. En los bajos debería permitirse la instalación de comercio y otras actividades que doten de vida al espacio público. Esta es la única forma de hacer ciudad, cosiendo y entretejiendo lo público y lo privado y aunando intereses. Los «divorcios» entre estas dos esferas son un desastre para la vida cotidiana.

¿En qué consisten los «espacios intermedios», de los que habla el urbanismo feminista?

Son, justamente, esos lugares de sutura entre la casa y la calle, entre el «dentro» y el «fuera», entre lo público y lo privado. Espacios cuya titularidad no importa, pero que juegan un papel privilegiado para fomentar las relaciones sociales, para facilitar la crianza y para alimentar la vida del barrio. Son esas aceras anchas frente a las fachadas, esos pequeños jardincillos que tienen un banco y que sirven para encontrarse con el vecindario, para que descanse una persona mayor que no puede recorrer largas distancias o para que niñas y niños jueguen con autonomía, sin que haya que estar vigilándolos de cerca.

Un barrio propio

¿Somos dueñas y dueños de nuestras propias ciudades?

No quiero ser injusta y tirar por tierra el trabajo de muchas personas que intentan humanizar y dar vida a las ciudades. Sin embargo, es cierto que, si analizamos lo construido, vemos que se prioriza a los coches, antes que a quienes van a pie, y que muchas decisiones se basan en que les salgan las cuentas a los promotores inmobiliarios, antes que en fomentar la vida vecinal.

No obstante, terminamos por apropiarnos de cualquier espacio…

Los seres humanos tenemos tanta necesidad de vincularnos, que muchas veces terminamos amando nuestro barrio, por muy feo que sea. En las experiencias que tengo de procesos de participación vecinal, es curioso comprobar cómo la gente consigue, en sitios insospechados y a pesar de los desastres urbanísticos, darle un sentido al espacio en el que habita y apropiarse de él. ¡Imagínate lo que se consigue cuando se cuenta con un espacio urbano cuidado y pensado para la población!

Hoy en día buscamos una casa para toda la vida. Tal vez esto no sea lo más práctico a medio y largo plazo.

Queremos que la casa que adquirimos sea versátil para las distintas etapas de la vida, que cubra desde la etapa joven de la emancipación, pasando por una vida familiar más o menos extensa, hasta la vejez. Eso es pedirle al hormigón que sea más flexible que nuestra gestión. Si la forma de propiedad fuera el alquiler o cualquier otra que no nos atara de por vida a un espacio concreto, sería más sencillo cambiar cuando la familia crece o decrece o cuando hay un traslado de trabajo, por ejemplo. Creo que innovar en fórmulas de tenencia y mejorar la gestión del parque construido es el camino para dar salida a los problemas de vivienda.

En un barrio con vida urbana

¿Cómo es la vivienda que ha elegido una experta en el tema?

Mi pareja y yo -él también es geógrafo- tardamos casi un año en encontrarla. Teníamos claro que queríamos una casa en el interior de la ciudad, en un barrio consolidado que tuviera vida urbana, comercios y equipamientos próximos. Era fundamental que tuviese buen servicio de transportes públicos porque no tenemos coche. La vivienda está en el borde de un barrio populoso de Madrid, Prosperidad, pero en el interior de una colonia de casas bajas de los años 20, un espacio silencioso y tranquilo. Es un piso situado en un bloque de tres plantas, que a mí me cautivó porque todas sus habitaciones tienen luz exterior. La distribución era muy clásica, pero hace unos años hicimos reforma y convertimos la cocina en el epicentro de la vivienda.

¿Cuál es el espacio de tu casa que más disfrutas?

La cocina, sin duda, porque sirve para prácticamente todo: cocinar, charlar, trabajar, jugar, escuchar música… Ahora mismo estoy escribiendo en la mesa central. El sol entra a raudales por las ventanas, hay una vista preciosa de casitas bajas con pequeños patios y hasta puedo escuchar a los pájaros.

¡Es la casa perfecta!

Le faltaría un trocito de tierra. Me encantan las plantas y una de mis aficiones es plantar semillas. He «criado» un almendro, varias encinas y ahora estoy viendo nacer unos algarrobos. Mi ojito derecho es un mandarino que nació de un pipo casual que alguien tiró en una maceta de casa. Ahora mide metro y medio y está en una maceta grande pero en una pequeña terraza. Me encantaría encontrar un pequeño patio orientado al sur para plantar el mandarino en la tierra y verlo crecer.

En pocas palabras

Lo sugerente: una conversación en un lugar tranquilo con una copa de vino

Lo deserotizante: la apatía

Un éxito: hablar de feminismo en el ámbito del urbanismo

Algo como para tirar la toalla: lanzarme al mar a nadar

Una feminista: esas mujeres anónimas que han permitido con su lucha, tesón y esfuerzo que podamos ser mujeres libres, que podamos formarnos y estudiar, que tengamos derechos ciudadanos y capacidad de decisión sobre muchos aspectos de nuestras vidas

Una época: La actual, porque es la que me ha tocado vivir y, como mujer, veo que nos toca protagonizar un cambio

Un lugar en el mundo: mi barrio, un trocito de la ciudad de Madrid, sin más, con sus miserias y sus grandezas, el lugar donde he tejido mis redes y mis lazos de pertenencia

Fuente: http://www.pikaramagazine.com/?p=3408