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El gran error

Fuentes: Gush-shalom

Traducido para Rebelión por J. M. y revisado por Caty R.

Estoy sentado aquí escribiendo este artículo a 39 años desde el momento en que las sirenas comenzaron a gritar, anunciando el comienzo de la guerra.

Un minuto antes, reinaba total tranquilidad, igual que ahora. No hay tráfico, no hay actividad en la calle, a excepción de unos pocos niños montados en sus bicicletas. La sacralidad del Yom Kippur, el día más sagrado para los judíos, reinaba. Y entonces…

Inevitablemente, la memoria comienza a trabajar.

Este año se liberaron muchos documentos nuevos para su publicación. Abundan los libros y artículos críticos.

Los culpables supremos son Golda Meir y Moshe Dayan.

Han sido acusados ​​ antes, desde el día después de la guerra, pero sólo por los superficiales delitos militares conocidos en ese momento como «El fallo». Así se llamó por el fracaso en la movilización de las reservas, y no mover a tiempo los tanques al frente, a pesar de los muchos indicios de que Egipto y Siria estaban a punto de atacar.

Ahora, por primera vez, se está investigando el verdadero error: el trasfondo político de la guerra. Los resultados tienen una relación directa con lo que está sucediendo ahora.

Se tiene constancia de que en febrero de 1973, ocho meses antes de la guerra, Anwar Sadat envió a su ayudante de confianza, Hafez Ismail, al todopoderoso Secretario de Estado de EE.UU., Henry Kissinger. El delegado ofreció el inicio inmediato de las negociaciones de paz con Israel. Había una condición y una fecha: todo el Sinaí, hasta la frontera internacional, tendría que restituirse a Egipto sin ningún tipo de asentamientos israelíes y el acuerdo tenía que alcanzarse en septiembre, a más tardar.

A Kissinger le gustó la propuesta y la transmitió de inmediato al embajador israelí, Yitzhak Rabin, quien estaba a punto de terminar su mandato. Rabin, por supuesto, inmediatamente informó a la Primera Ministra, Golda Meir. Ella rechazó la oferta rápidamente. Se produjo una acalorada conversación entre el embajador y la Primera Ministra. Rabin, que estaba muy cerca de Kissinger, estaba a favor de aceptar la oferta.

Golda trató la iniciativa en su conjunto como otro truco árabe para inducirla a abandonar la península del Sinaí y eliminar los asentamientos construidos en territorio egipcio.

Después de todo, el verdadero propósito de estos asentamientos -incluida la brillante ciudad blanca nueva, Yamit- era precisamente para evitar el retorno de toda la península a Egipto. Ni ella ni Dayan soñaban con abandonar el Sinaí. Dayan ya había hecho la declaración la famosa que él prefería «Sharm al-Sheik, no a la paz sin Sharm al-Sheik» (Sharm al-Sheik, que ya había sido rebautizado con el nombre hebreo Ophira, se encuentra cerca de la punta sur de la península, cerca de los pozos de petróleo a los que Dayan también estaba poco dispuesto renunciar).

Incluso antes de las nuevas revelaciones, el hecho de que Sadat había hecho varias gestiones de paz no era ningún secreto. Sadat había manifestado su voluntad de llegar a un acuerdo en sus negociaciones con el mediador de la ONU, el doctor Gunnar Jarring, cuyos esfuerzos se habían convertido en una broma en Israel.

Antes de eso, el anterior presidente egipcio, Gamal Abd-al-Nasser, había invitado a Nahum Goldman, presidente del Congreso Judío Mundial (y por un tiempo presidente de la Organización Sionista Mundial) a entrevistarse en El Cairo. Golda había impedido esa reunión, y cuando el hecho se supo se levantó una tormenta de protestas en Israel, incluyendo una famosa carta de un grupo de estudiantes de duodécimo grado diciendo que sería difícil para ellos servir en el ejército.

Todas estas iniciativas egipcias pudieron rechazarse como maniobras políticas. Pero no corrió la misma suerte un mensaje oficial enviado por Sadat al Secretario de Estado. Así, recordando la lección del incidente Goldman, Golda decidió mantener en secreto todo el asunto.

Así se creó una situación increíble. Esta desafortunada iniciativa, que podría haber sido un punto de inflexión histórico, se puso en conocimiento solo de dos personas: Moshe Dayan e Israel Galili.

El papel de este último necesita explicación. Galili fue la eminencia gris de Golda, así como de su predecesor, Levy Eshkol. Conocí a Galili bastante bien y nunca entendí el de dónde vino su fama de brillante estratega. Ya antes de la fundación del Estado fue el máximo representante de la organización militar ilegal Haganah. Como miembro de un kibutz, era oficialmente socialista pero en la realidad era un nacionalista de línea dura. Fue quien tuvo la brillante idea de levantar los asentamientos en territorio egipcio, con el fin de imposibilitar la devolución del norte del Sinaí.

De manera que la iniciativa de Sadat era conocida sólo por Golda, Dayan, Galili y Rabin y el sucesor de Rabin en Washington, Simcha Dinitz, un don nadie que era lacayo de Golda.

Por increíble que pueda parecer, el Ministro de Relaciones Exteriores, Abba Eban, jefe directo de Rabin, no fue informado. Tampoco lo fueron todos los demás ministros, el Jefe de Estado Mayor y los demás líderes de las fuerzas armadas, incluidos los jefes de Inteligencia del Ejército, así como los jefes del Shin Bet y el Mossad. Era un secreto de Estado.

No hubo debate al respecto, ni público ni secreto. Septiembre llegó y pasó, y el 6 de octubre, las tropas de Sadat golpearon en el canal y lograron una exitosa sorpresa que sacudió el mundo (igual que los sirios en los Altos del Golán).

Como resultado directo del gran error de Golda, 2.693 soldados israelíes murieron, 7.251 resultaron heridos y 314 fueron hechos prisioneros (junto con decenas de miles de egipcios y sirios muertos).

Esta semana varios comentaristas israelíes lamentaron el silencio total de los medios de comunicación y de los políticos de la época.

Bueno, no tan así. Varios meses antes de la guerra, en un discurso en la Knesset, advertí a Golda Meir de que si el Sinaí no se devolvía pronto, Sadat iniciaría una guerra para salir del callejón sin salida.

Yo sabía de lo que estaba hablando. Por supuesto, no tenía ninguna idea acerca de la misión de Ismail, pero en mayo de 1973 asistí a una conferencia de paz en Bolonia. La delegación de Egipto estaba dirigida por Khalid Muhyi al-Din, un miembro del grupo original Oficiales Libres que hicieron la revolución de 1952. Durante la conferencia me llevó aparte y me dijo en confianza que si no le devolvían el Sinaí antes de septiembre Sadat iniciaría una guerra. Sadat no se hacía ilusiones de victoria, dijo, pero esperaba que una guerra obligara a los EE.UU. e Israel a iniciar las negociaciones para la devolución del Sinaí.

Mi advertencia fue completamente ignorada por los medios de comunicación. Ellos, como Golda, tenían por el ejército egipcio un desprecio abismal y a Sadat lo consideraban un imbécil. La idea de que los egipcios se atrevieran a atacar al invencible ejército israelí parecía ridícula.

Los medios de comunicación adoraban a Golda, igual que el mundo entero, en especial las feministas. (Un famoso cartel mostraba su cara con la inscripción: «¿Pero ella puede escribir?») En realidad, Golda era una persona muy primitiva, ignorante y obstinada. Mi revista, Haolam Hazeh, la atacaba prácticamente todas las semanas, lo mismo que yo en la Knesset. (Me pagó con el cumplido único de declarar públicamente que estaba lista para «montar las barricadas» para sacarme de la Knesset).

La nuestra era una voz que clamaba en el desierto, pero al menos hemos cumplido una función: En su «Marcha de la Locura», Barbara Tuchman estipulaba que una política podría ser calificada como una locura si hubiera habido al menos una voz de alerta en contra de ella en tiempo real.

Tal vez incluso Golda habría reconsiderado si no hubiera estado rodeada de periodistas y políticos que le cantaban alabanzas, celebrando su sabiduría y coraje y aplaudiendo cada una de sus estúpidas declaraciones.

El mismo tipo de personas, incluso algunas de las mismas personas, ahora están haciendo lo mismo con Binyamin Netanyahu.

Una vez más, estamos mirando el mismo magnífico error de frente.

Una vez más, un grupo de dos o tres están decidiendo el destino de la nación. Únicamente Netanyahu y Ehud Barak toman todas las decisiones, «manteniendo sus cartas cerca de su pecho». ¿Atacar o no atacar a Irán? Mantienen a los políticos y a los generales en la oscuridad. Bibi y Ehud lo saben mejor. No hay necesidad de ninguna otra opinión.

Pero más revelador que las amenazas que hielan la sangre sobre Irán es el silencio total sobre Palestina. Las ofertas de paz de los palestinos se ignoran, igual que las de Sadat en su época. Los diez años de la Iniciativa de Paz Árabe, avalada por todos los árabes y todos los Estados musulmanes, no existen.

Una vez más florecen y se expanden los asentamientos con el fin de impedir la devolución de los territorios ocupados. (Vamos a recordar a todos los que decían en aquellos días, que la ocupación del Sinaí era «irreversible». ¿Quién se atrevería a levantar Yamit?)

Una vez más, una multitud de aduladores, estrellas de los medios y políticos compiten entre sí en la adulación de «Bibi, el Rey de Israel». ¡Qué bien puede expresarse en inglés estadounidense! ¡Cómo convencen sus discursos en la ONU y en el Senado de los EE.UU.!

Bueno, Golda, con sus 200 palabras de mal hebreo e inglés primitivo, era mucho más convincente, y le gustaba la adulación de todo el mundo occidental. Y al menos ella tenía el tino de no impugnar al presidente estadounidense en ejercicio (Richard Nixon) durante una campaña electoral.

En aquellos días, llamé a nuestro gobierno «la nave de los locos». Nuestro gobierno actual es peor, mucho peor.

Golda y Dayan nos llevaron al desastre. Después de la guerra, su guerra, fueron echados, no por elecciones, no por ninguna comisión de investigación, sino por las masivas protestas populares que acumuló el país.

Bibi y Ehud nos están llevando a otro desastre mucho peor. Algún día, serán expulsados ​​ por las mismas personas que los adoran ahora, si sobreviven.

 

Fuente: http://zope.gush-shalom.org/home/en/channels/avnery/1348845384/