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El imperio contrataca

Fuentes: La Jornada

Ante la irrupción de procesos políticos y sociales de nuevo tipo que desafían la hegemonía y el mito de la invencibilidad del dominio de Estados Unidos en América Latina, la administración Obama/Clinton viene profundizando las estrategias heredadas por George W. Bush, con énfasis en la intervención político-militar abierta y encubierta en áreas consideradas de importancia […]

Ante la irrupción de procesos políticos y sociales de nuevo tipo que desafían la hegemonía y el mito de la invencibilidad del dominio de Estados Unidos en América Latina, la administración Obama/Clinton viene profundizando las estrategias heredadas por George W. Bush, con énfasis en la intervención político-militar abierta y encubierta en áreas consideradas de importancia vital para el imperio. Se trata de la tradicional política del garrote y la zanahoria, con la novedad, ahora -a decir de Pablo González Casanova-, de que opera en redes. Es decir, Washington cuenta con una fuerza de tarea integrada por gobiernos clientes, como los de Álvaro Uribe en Colombia y Felipe Calderón en México.

La actual estrategia regional fue diseñada por el Departamento de Defensa durante el mandato de William Clinton. Su primera fase arrancó en 1999, cuando el Comando Sur del Pentágono tuvo que desmantelar la base Howard en la zona del Canal de Panamá y trasladar sus principales funciones e instalaciones a Florida y Puerto Rico. Ello obligó a cambios profundos en la presencia del Pentágono en América Latina y el Caribe. El nuevo modelo alternativo fue la instalación de una red de bases militares denominadas Centros Operativos de Avanzada (FOL, por sus siglas en inglés), y la selección de Colombia como plataforma para intentar una vietnamización de América del Sur.

Diseñadas como plataformas portátiles de inteligencia en conexión inmediata con el Centro Espacial de Guerra en la Base de la Fuerza Aérea Schriever, Colorado Springs (Estados Unidos), las bases FOL de Manta, sobre el Pacífico ecuatoriano; Comalapa, en El Salvador; Reina Beatriz (Aruba) y Hato Rey (Curazao) en el Caribe, han venido funcionando como infraestructura de apoyo en ruta para las fuerzas expedicionarias del Pentágono encargadas de la guerra de contrainsurgencia en la región. Washington complementó su nueva estructura militar con una red de 17 radares de largo alcance, como el que opera en Tres Esquinas (Caquetá, Colombia), y dos bases de tierra: Guantánamo en Cuba y Soto Cano o Palmerola, en Honduras, donde opera la Fuerza de Tarea Conjunta Bravo, la única del Comando Sur fuera del territorio de Estados Unidos, vinculada con las unidades secretas de Cerro La Mole y Swan Island, indispensables para el funcionamiento de la inteligencia militar estadunidense en el área.

Con Clinton se fue diluyendo la diferencia conceptual entre la lucha contra las drogas y la guerra contrainsurgente. El conflicto interno colombiano fue alimentado con denominaciones tales como narcoguerrilla y narcoterrorismo. Luego, la administración de Bush convirtió el prototipo colombiano, basado en el paramilitarismo y el terrorismo de Estado, en un producto de exportación. Las bases FOL del Plan Colombia sirvieron de modelo para la instalación de pequeñas bases en los países vecinos de Afganistán, y hoy la democracia de escuadrón de la muerte de Uribe aterriza en el México de Calderón, vía la Iniciativa Mérida, financiada por Estados Unidos, que, entre otros propósitos, busca consolidar un bloque de contención militarizado ante los procesos de transformación social que se vienen dando en Nicaragua, Honduras y El Salvador.

Lo anterior ha sido complementado con operaciones encubiertas del Pentágono y la Agencia Central de Inteligencia, y las llamadas guerras por intermediarios que, basadas en el laboratorio de la ex Federación Yugoslava, fomentan la sedición y el separatismo en Bolivia, Venezuela y Ecuador. Las acciones clandestinas incluyen técnicas de penetración como la captación de aliados internos mediando la corrupción, el cohecho o la afinidad ideológica, que son utilizados luego como agentes provocadores, y que, como en el caso de las actividades secesionistas en la Media Luna boliviana, puede incluir acciones de carácter paramilitar y campañas de propaganda negra e intoxicación (des)informativa, que cuentan con apoyo de grandes medios bajo control monopólico privado, alimentados por la USAID y la USIA.

En 2008, el andamiaje militar de Washington fue reforzado con el relanzamiento de la Cuarta Flota de la armada de guerra, que incursiona ahora en los océanos Pacífico y Atlántico y en las aguas marrones del interior de América Latina, en abierta provocación al vacilante Consejo de Defensa de la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur), integrada por 12 países del área.

En su fase actual, la estrategia de reversión Obama/Clinton recurrió al golpe de Estado en Honduras, ante la intención de Manuel Zelaya de convertir la base militar de Soto Cano en un aeropuerto comercial. El presidente depuesto pretendía seguir los pasos de su homólogo de Ecuador, Rafael Correa, quien no renovó el contrato para la permanencia de Estados Unidos en Manta. Sumada a Manta, la eventual pérdida de Soto Cano debilitaba la red de bases FOL del Pentágono. De allí la asonada. No obstante, Washington adelantaba negociaciones secretas con Álvaro Uribe para convertir a Colombia en su gran enclave militar en el corazón de América del Sur, con la mira puesta en los hidrocarburos de Venezuela, Ecuador y Bolivia, y los recursos de la Amazonia.

En el contexto de la doctrina de Guerra Irregular, el Comando Sur sustituirá las funciones de Manta con la base de Palanquero, que será apoyada por otros dos bastiones de la fuerza aérea colombiana en Apiay y Malambo, y las bases navales de Bahía de Málaga y Cartagena. Un nuevo contrato permitirá que soldados, aviones y buques de guerra de Estados Unidos participen legalmente en operaciones contra las guerrillas de las FARC y el ELN. A su vez, Venezuela quedará encerrada en un triángulo de hierro entre Colombia, la Cuarta Flota, Aruba, Curazao y Soto Cano. Y en breve, el papel de México, incorporado de facto a la guerra contrainsurgente regional de Estados Unidos, podría cobrar mayor visibilidad.