Nueve años después de que el Pentágono trasladara de Afganistán a la prisión de Guantánamo al primer grupo de prisioneros de la «cruzada contra el terror» de Bush que vivirían durante años en esa suerte de campo de concentración del siglo XXI, nuevas filtraciones de Wikileaks revelan detalles aún desconocidos de aquel infierno. Wikileaks ha […]
Nueve años después de que el Pentágono trasladara de Afganistán a la prisión de Guantánamo al primer grupo de prisioneros de la «cruzada contra el terror» de Bush que vivirían durante años en esa suerte de campo de concentración del siglo XXI, nuevas filtraciones de Wikileaks revelan detalles aún desconocidos de aquel infierno. Wikileaks ha filtrado ahora casi 5.000 páginas con las fichas militares secretas de 758 de los 779 presos que en total han pasado por la prisión de la base estadounidense.
A pesar de que en estos años organismos humanitarios lograron desclasificar documentos internos del Pentágono y el FBI sobre las torturas y condiciones infrahumanas en las que se tenía a los detenidos, y se contaba también con el testimonio de muchos ex prisioneros, estas fichas son las pruebas más contundentes de la barbarie cometida por EEUU en esa prisión, ante la pasividad de sus aliados.
El cierre de esa prisión fue una de las primeras promesas hechas por el presidente Barack Obama al llegar al poder en Enero de 2009. Sin embargo, todavía permanecen allí 171 de los 242 prisioneros que «heredó» de Bush. El portavoz de la Casa Blanca, Jay Carney, protestó días atrás por las nuevas filtraciones de Wikileaks y criticó a los medios que se hicieron eco de ellas.
Las 758 fichas secretas, que pueden ser consultadas en «Guantanamo Files 2011», en www.wikileaks.info , fueron elaboradas entre 2002 y 2008 y están firmadas por las máximas autoridades de la base, por los mandos de la Fuerza de Tarea Conjunta (JTF-GTMO, en sus siglas en inglés) y dirigidas a sus superiores, al Comando Sur del Pentágono, situado en Miami, Florida, desde el que se controla toda América Latina y el Caribe. Aunque las fichas, escritas con forma de memorandos, con descripciones detalladas sobre cada preso, divididos entre los de «bajo», «medio» o «alto riesgo», están escritas con un lenguaje supuestamente ascéptico, «objetivo», pero son suficientemente reveladoras de por sí de las graves violaciones a los derechos humanos cometidas contra ellos. En ellas se reconoce, por ejemplo, que en Guantánamo se mantuvo detenidos a al menos 30 enfermos mentales, con problemas de esquizofrenia, psicosis, paranoias graves, a un anciano de 89 años con demencia senil; que el saudí Alharabiri continuó en prisión a pesar de haber sufrido graves daños cerebrales después de intentar ahorcarse; que varios se suicidaron al no poder soportar más el cautiverio.
En algunos casos, como el del uzbeko Zakir Yan Hasan, los psiquiatras militares norteamericanos justifican la necesidad de mantenerlo detenido a pesar de la inexistencia de cargos contra él, porque «sus alteraciones psicológicas le hacen vulnerable al reclutamiento y manipulación de las organizaciones extremistas, que explotarían su vulnerabilidad para usarlo en actividades terroristas».
A muchos de los prisioneros con enfermedades mentales o fuertes depresiones se los consideraba útiles como confidentes, para que se acercaran a otros presos considerados peligrosos y trataran de sacarles información. Las acusaciones contra numerosos prisioneros utilizaron precisamente como «pruebas» los testimonios de esos otros compañeros. Las fichas muestran que los presos eran sancionados y posiblemente lo sean todavía, por «delitos» tales como rechazar la comida, por pretender ayunar, o por quererle pasar alimento a un compañero, o por intentar tapar la cámara de la celda que los vigila constantemente; por colgar una camiseta fuera del lugar previsto o por llevar el elástico del pantalón fuera de la cintura. La acumulación de sanciones de ese tipo en un individuo implicaba el cambio en su nivel de «riesgo», pudiendo pasar al cabo de los años de cautiverio de un nivel de «riesgo bajo» a uno de «alta peligrosidad» simplemente por ello.
Sólo cuando los mandos de la base consideran que un prisionero ha dejado de ser útil, se propone su entrega a su país de origen, siendo muchas veces sometido allí a malos tratos y prisión, por lo que su pesadilla no termina.
Según la documentación revelada, ante el crecimiento de la población reclusa en Guantánamo, sus mandos decidieron transferir a un total de 163 de prisioneros que aún seguían siendo «sospechosos», a sus países de origen, en la mayoría de los casos países árabes antidemocráticos, para que siguieran detenidos y que pudieran ser interrogados por agentes estadounidenses en cualquier momento. Varios países árabes se prestaron solícitos a satisfacer los deseos de EEUU.
El Gobierno de Muamar el Khadafi, por ejemplo, suministró información clave para mantener en prisión durante cinco años al libio Abu Sufian bin Qumu, a quien en realidad sólo se le pudo probar que había colaborado unos meses con la ONG Wafa, a la que se le atribuía algún tipo de relación con Al Qaeda. EEUU terminó entregando al preso a Libia en 2007, donde permaneció otro año prisionero. Según Khadafi, Bin Qumu se ha unido a las fuerzas rebeldes que combaten ahora en su contra. Para Khadafi, es una muestra de que los rebeldes están dirigidos por Al Qaeda, pero, paradójicamente, esas fuerzas rebeldes que luchan contra el régimen libio están apoyadas, y posiblemente armadas, por EEUU.
Según asegura siempre el Pentágono para justificar la retención de los presos, entre un 5% y un 13% de los que ha ido liberando de Guantánamo han empuñado las armas en algún país posteriormente. Lo que omite decir es que al menos contra la mitad de ellos no existía ninguna prueba de que las hubieran empuñado antes de su detención. Fueron las torturas, las vejaciones y detención arbitraria durante años, las razones que les hicieran asumir posiciones cada vez más extremistas, al punto de unirse a grupos de la órbita terrorista de Al Qaeda.
A pesar de la gravedad de las revelaciones, no parece que estas puedan llegar a ser objeto de debate ni en el Congreso de EEUU ni en ningún organismo mundial influyente. Precisaqmente estos días fue trasladado a una cárcel de Kansas el soldado Bradley Manning, acusado de filtrar a Wikileaks miles de documentos secretos del Pentágono en Irak, con pruebas de los abusos cometidos allí. Manning, detenido en mayo de 2010 en Irak, permaneció aislado y en condiciones durísimas en una base de Virginia, lo que provocó denuncias de numerosas organizaciones humanitarias. La Administración Obama ha querido sentar un precedente con él para evitar nuevas filtraciones.
En un sentido exactamente contrario, «The New York Times» proponía estos días en un editorial que Obama rindiera homenaje a todos aquellos militares que durante la era Bush se opusieron a la tortura y los abusos y los denunciaron.
Los partidarios de mantener la línea dura con los prisioneros de Guantánamo encontrarán sin duda ahora un argumento a su favor, tras el atentado terrorista de este jueves pasado en Marraquech, que produjo 16 muertos, la mayoría de ellos turistas.
En 2003, pocods días después de producirse una cadena de atentados suicidas en otra ciudad de Marruecos, en Casablanca, con un saldo de 45 personas muertas, la monarquía aprobó una ley antiterrorista que sirvió de paraguas para miles de detenciones, mayor cercenamiento de las libertades y la aplicación sistemática de la tortura.
El atentado de este jueves se produce en momentos en que la monarquía de Mohamed VI parecía dispuesta a iniciar una serie de reformas reclamadas en tumultuosas protestas populares, como las que vienen teniendo lugar en numerosos países árabes. Este atentado, haya sido o no realizado por Al Qaeda, sólo puede ayudar precisamente a los que quieren impedir a toda costa que se avance en un proceso democrático.
* Roberto Montoya es miembro de la redacción de Viento Sur.
Fuente: http://sur.elargentino.com/notas/el-infierno-de-guantanamo