El alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, acepta el plan de cerrar esta prisión. Allí estuvo encarcelado Kalief Browder, joven afroamericano que tenía 16 años en el 2010, cuando fue detenido en el Bronx por el supuesto robo de una mochila. Siempre lo negó. Estuvo encerrado tres años, gran parte en confinamiento solitario. Nunca hubo juicio. Se suicidó en el 2015.
Rikers Island no es una isla del Caribe. No tiene playa ni cocoteros, ni hamacas, ni camareros que suministran margaritas o cócteles con bengalas.
No, su principal alojamiento no cuenta con habitaciones propias de un hotel de cinco estrellas, sauna y spa incluidos, aunque en la lista de sus huéspedes hayan figurado personalidades distinguidas o de la alta sociedad, como el millonario, financiero y político Dominique Strauss-Kahn. Le invitaron a ese enclave en mayo del 2011, cuando era el máximo responsable del Fondo Monetario Internacional (FMI) y alentaba esperanzas de ganar las elecciones a la presidencia de Francia.
En el East River, entre los distritos neoyorquinos de Queens y Bronx, el presidio de Rikers Island es un verdadero infierno o un agujero negro. Decir ese nombre equivale a mentar uno de los peores centros penitenciarios de Estados Unidos, si no el peor. Este complejo, de 167 hectáreas, formado por varios edificios, se utiliza como sinónimo de brutalidad, incompetencia, corrupción y negligencia, según The New York Times.
El último informe acusa a los carceleros de golpear en la cabeza y patear a los presos
La mala fama le acompaña desde su apertura, en 1932. Las décadas posteriores no han hecho más que alimentar esta historia de la infamia. Las agresiones, habituales dentro de este enclave, son de doble o triple sentido. De reclusos contra reclusos, de reclusos contra oficiales y, todavía más perverso, de carceleros contra internos. La violencia institucional es la que redobló el sonido de las alertas. Que no cesa.
Una investigación de la administración penitenciaria federal insistió este lunes que la brutalidad contra los presos se mantiene con un «índice alarmante». Cita diversas prácticas frecuentes. Los vigilantes les golpean en la cabeza, les hacen impactar contra las paredes o los arrastran y patean una vez encadenados. A todo esto, se suma las falsificaciones en los expedientes para manipular la realidad.
El grito contra este recinto ha subido tanto de tono que hasta el alcalde Bill de Blasio ha dado el brazo a torcer. En el 2016 afirmó que era «una idea noble» el cierre de esta cárcel, pero se negó a respaldar esa iniciativa por el elevado coste de la factura.
Ahora, De Blasio muestra su apoyo, anticipándose a la publicación el pasado domingo, del informe de una comisión independiente, nombrada por un juez a la vista del desastre, en el que se recomienda desmantelar ese complejo y reemplazarlo por penales más pequeños, distribuidos por los cinco distritos de la ciudad. El coste de toda la operación se fija en 10.600 millones de dólares (9.940 millones de euros), en el plazo de un decenio. El alcalde, sin un plan concreto de actuación, se ha alineado con el gobernador Andrew Cuomo y ha dado su bendición a partir de la constante caída en la delincuencia. El informe señala que es posible recortar a la mitad el número de reclusos, a unos 5.000 en el total de todo el sistema en Nueva York. Para esto se recomienda que haya menos gente en fianza, buscar programas alternativos para pequeños traficantes o enfermos mentales, o revisar las leyes estatales para convertir en ofensas leves el poseer marihuana en público o la prostitución».
«Este lugar es una afrenta a la humanidad y la decencia, y una lacra para la reputación de la ciudad», sostuvo Jonathan Lippman, el antiguo magistrado que lidera este informe en el que también se sugiere cambiar la denominación del lugar. Se llama así por Richard Rikers, un negrero que fomentó su negocio secuestrando exesclavos y revendiéndolos en el sur.
Por Rikers Island, además de Strauss-Kahn, han pasado, entre otros, Sid Vicious, bajista de los Sex Pistols, o Mark David Chapman, asesino de John Lennon. Sin embargo, el caso que más avergüenza es el de Kalief Browder. En el 2010, este afroamericano de 16 años fue detenido en el Bronx por el supuesto robo de una mochila. Siempre lo negó. Estuvo encerrado tres años, gran parte en confinamiento solitario. Nunca hubo juicio. Se suicidó en el 2015. Su historia, relatada en The New Yorker, provocó una indignación que no ha dejado de crecer.
Un dato: según las crónicas, Dalí regaló a la cárcel un cuadro en 1965 en compensación por no ir a dar una conferencia. Se colgó en el penal hasta el 2003, que dieron el cambiazo con una copia. Imputaron a tres funcionarios, pero el original no apareció.