Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Una década antes de que mi padre fuera condenado a 65 años de prisión, me entregó un libro poco usual que terminó por cambiar mi forma de percibir el mundo. Se tituaba Magic Eye (El ojo mágico) y contenía páginas que parecían simples formas multicolores. Pero cada página tenía un obsequio oculto, una verdad sensacional. Desviando los ojos, me dijo mi padre, verás una imagen inesperada. Parecía cambiar todo lo que yo había conocido. Yo miraba el diseño plano, deformado, hasta que se transformaba en una silueta difusa y luego en una forma tridimensional como un grupo de delfines o un corazón lleno de rosas. Años después, al hojear por las páginas de la narrativa de mi familia, veo imágenes que son mucho menos caprichosas, y por cierto, dolorosas.
La semana pasada, el abogado estadounidense Jim Jacks presentó una moción solicitando al juez federal del caso de la Holy Land Foundation (Fundación Tierra Santa) que transfiriera a mi padre -Ghassan Elashi, el cofundador de la obra benéfica- y a sus colegas a una prisión que controla estrictamente a los reclusos. Si fuera transferido a una de las llamadas «Unidades de Administración de la Comunicación» en Terre Haute, Indiana o Marion, Illinois, los llamados telefónicos de mi padre serían más limitados que ahora, en Seagoville, Texas. Sus cartas serían controladas, sus tiempos de visitas serían reducidos a cuatro horas por mes, y sus conversaciones serían restringidas al inglés, que es su segundo idioma.
Tal vez esto pueda parecer una ilustración de un sistema efectivo de justicia en funcionamiento. Pero si uno ajusta la vista, la verdad camuflada se revela lentamente, hasta que queda enfocada. Yo, por mi parte, veo a una niña de ojos color miel, de piel pálida y suaves rizos oscuros que pierde su casa cuando se creó Israel en 1948. La joven mujer, ahora mi abuela paterna, me habla a menudo de su destierro de Jaffa, otrora una vibrante ciudad palestina conocida por sus naranjales y su playa color turquesa. También veo a un hombre que fue expulsado de su nativa Ciudad de Gaza en 1967 y no se le permitió retornar. Crecí oyendo historias de ese hombre, mi padre, sobre el sufrimiento de los palestinos, a los que llamaba «una población sin voz» sufriendo por la ocupación, el hambre, casas demolidas, árboles desarraigados, movimientos limitados y una economía devastada.
Al mirar con más intensidad, veo a la Fundación Tierra Santa que se alza al estrellato a los ojos de los activistas por los derechos humanos en todo el mundo que habían presenciado cómo esa organización caritativa aliviaba la pobreza en Palestina Ocupada mediante sacos de arroz, cajas de medicinas, ayuda humanitaria convencional. Veo a mi familia escudriñada durante todos los años noventa debido a informes interesados que vinculaban a mi padre con el terrorismo – informes escritos por individuos que consideraban que la fuerza de la FTS era una amenaza, porque querían que los palestinos siguieran débiles y desolados. Veo al presidente Bush clausurando la Fundación Tierra Santa tres meses después del 11 de septiembre de 2001 y calificando la acción de «otro paso importante en la lucha financiera contra el terror.»
Veo a mi padre y sus colegas juzgados en 2007 y casi vindicados. Lo veo juzgado por segunda vez y condenado en 2008, recibiendo una condena perpetua. En ambos juicios, los fiscales argumentaron que la FTS daba dinero a comités palestinos de zakat (caridad) que afirmaban que estaban controlados por Hamás, que EE.UU. denominó organización terrorista en 1995. Para probarlo, los fiscales llamaron a declarar a un agente de inteligencia israelí que testificó bajo el seudónimo de Avi y afirmó que podía «oler a Hamás.» Los fiscales intimidaron al jurado mostrándole escenas de atentados suicidas que no tenían nada que ver con la FTS, y utilizaron la culpa por asociación vinculando a mi padre y a los demás acusados a parientes que son miembros de Hamás. El argumento de los abogados de la defensa fue simple: Los Cinco de Tierra Santa dieron dinero a los mismos comités de zakat a los que apoyaba la agencia gubernamental estadounidense USAID (Agencia de EE.UU. para el Desarrollo Internacional). Además, ninguno de los comités de zakat incluidos en la acusación contra FTS había sido nombrado en alguna de las listas de organizaciones terroristas del Departamento del Tesoro de EE.UU.
Profesores respetados de leyes de derechos humanos como David Cole han asociado el caso de Tierra Santa con el macartismo, y otros expertos lo han calificado de error judicial. El libro que mi padre me dio tenía el subtítulo: «Una nueva manera de ver el mundo.» Si uno mira a nuestro mundo con un nuevo enfoque, verá que la solicitud de Jim Jacks pidiendo condiciones de prisión más duras es innecesariamente cruel, y que el apoyo al proceso de apelación es la única manera de lograr justicia. Verá también que los Cinco de Tierra Santa son prisioneros políticos, y que vivimos en una época malévola, una época en la cual los humanitarios son perseguidos implacablemente por motivos políticos.
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Noor Elashi es una escritora palestina-estadounidense que vive en la Ciudad de Nueva York.