Nada más risible que observar las densas nubes de incienso con que los defensores del capitalismo norteamericano intentan convencer al mundo de que por la gracia divina, su nación cuenta con el más perfecto sistema político de la Historia. No les basta haber forzado el arrobamiento doméstico ante el altar de esa falsa deidad, sino […]
Nada más risible que observar las densas nubes de incienso con que los defensores del capitalismo norteamericano intentan convencer al mundo de que por la gracia divina, su nación cuenta con el más perfecto sistema político de la Historia. No les basta haber forzado el arrobamiento doméstico ante el altar de esa falsa deidad, sino que también intentan exportarlo como si se tratase de un dentífrico de uso universal.
Según los exégetas del establishment, los Padres Fundadores idearon el más perfecto mecanismo de contrapesos de poderes que jamás haya existido en el universo conocido, a tal punto que la estabilidad de la nación se asienta sobre un lecho de rosas eterno e inamovible. Claro, bastaría rasgar la superficie de este disfraz para hallar lo que Howard Zinn llamó «la otra Historia de los Estados Unidos», y esa ya no es tan placentera ni bucólica. En ella están desde el crimen de la esclavitud y la masacre de los habitantes originales, las expansiones imperialistas, la explotación y la represión salvaje contra los trabajadores, las componendas y la corrupción política más rampante, hasta los asesinatos políticos a los que no han escapado ni los presidentes como Lincoln, Garfieldm, Mc Kinley y Kennedy.
¿Es o no es vulnerable esa Constitución y esa división de poderes cuando un Presidente puede desatar guerras a pesar de la oposición de la nación, lanzar bombas atómicas sobre ciudades indefensas, dictar leyes anticonstitucionales, espiar a sus oponentes, derrocar gobiernos legítimamente constituidos y mandar a asesinar dignatarios extranjeros?
Lamentablemente, las vulnerabilidades y achaques de un sistema que se sueña perfecto y paradigmático no son cosas del pasado, sino de candente actualidad. No hace falta remitirse al detallado reporte del Church Committee, que en los 70 investigó la barbarie del programa Cointelpro, con el cual el sistema restableció su dominio interno tras aplastar, por medios ilícitos, a su propia disidencia. Tampoco hay que releer los documentos de Watergate, ni del Irán-contra, sino la edición de «The New Yorker» del pasado 30 de agosto.
«Covert Operations», así titula su artículo en este semanario la periodista Jane Mayer, quien colabora con «The New Yorker» desde 1995. Es también autora de numerosos artículos de investigación denunciando las «hazañas» anticonstitucionales de Dick Cheney y el uso de la tortura en interrogatorios. Ha publicado tres libros, entre ellos «The Dark Side: The Inside Story of How the War on Terror Turned into a War on American Ideals», del 2008. Ahora le ha tocado el turno a la familia Koch, de petroleros multimillonarios de Wichita, Kansas, que es sometida a un profundo escrutinio en el artículo de Jane Mayer ya señalado. Dudo mucho que los exégetas fundamentalistas de las excelencias del sistema de gobierno en USA queden muy entusiasmados tras su lectura.
Con toda intención la Mayer clarifica sus intenciones desde el subtítulo de su artículo: «The billionaire brothers who are waging a war against Obama», o lo que es lo mismo, la mano poderosa que mece la cuna desde las sombras; que amamanta con sus millones y sus influencias políticas, y a través de su enorme red de centros académicos, lobbystas y tanques pensantes a este remedos de falsa oposición popular al gobierno de Obama que se conoce como Tea Party Movement.
El mérito principal de este artículo de la Mayer es poner sobre el tapete las pruebas irrefutables de lo que sospechábamos, pero nadie había demostrado: que la despiadada guerra mortal contra Obama, especialmente la de «la base», no es el fruto espontáneo del descontento popular contra sus políticas, sino del despliegue de una estrategia del clan de poder neoconservador y de conservadores libertarios(o sea, neoliberales) para recortar el poder del gobierno federal, evitar que adopte leyes ni siquiera tímidamente reformistas, y ponerlo de rodillas ante el gran capital, de manera tal que no interfiera en sus enormes ganancias. No importa si esto signifique ir en detrimento de los verdaderos intereses de la nación y a costa del medio ambiente.
Los cuatro hermanos Kochs son dueños de Koch Industries, un emporio cuyo cuartel general radica en Wichita, el lar natal, y que produce anualmente dividendos superiores a los $ 100 billones de USD. Posee refinerías de petróleo en Alaska, Texas y Minnesota, y controla cerca de 4 mil millas de oleoductos. También son dueños de industrias de papel, textiles y madereras. Según «Forbes», siempre tan bien enterada de dónde está el dinero fuerte de las corporaciones yanquis, la Koch Industries es la segunda mayor empresa privada del país, solo superada por Cargill, lo cual ha situado a dos de los hermanos, a David y Charles, entre los hombres más ricos del país. Sus fortunas combinadas alcanzan la astronómica cifra de $ 35 billones de USD, sólo superada por las fortunas de Bill Gates y Warren Buffett.
Más allá de los alardes filantrópicos de David H. Koch, por ejemplo, al donar hace dos años $100 millones de dólares para modernizar ( y ser rebautizado con su nombre) el teatro del Lincoln Center, de New York, o los $20 millones entregados al American Museum of Natural History, para crear( y ser bautizada con su nombre) la sala de los dinosaurios, se esconde una oscura trama de sobornos políticos y manipulaciones ilegales, a través de organizaciones fantasmas, con el objetivo de imponer una agenda política conservadora y neoliberal al país, y por extensión, al resto del mundo. Y esta red corruptora y anticonstitucional es de tal magnitud y extensión que ha sido comparada con un pulpo gigante, que extiende ya sus tentáculos por todas partes, y ha centrado su odio ideológico en Obama y su agenda de gobierno. De ahí el nombre de Kochtopus, con la que se le empieza a conocer.
Por lo pronto, Jane Mayer ha demostrado en su excelente artículo en «The New Yorker» las rutas sinuosas de ese otro oleoducto secreto a través del cual los Koch y el clan neoconservador y libertario que representan está bombeando millones para acabar con las tímidas esperanzas de cambio encarnadas en la presidencia de Barack Obama, contra el que han desatado su jihad particular.
Esta, la del Kochtopus, es la mejor oposición política que el dinero puede comprar en un país donde todo se compra y se vende. Es despiadada, como sus promotores, y violentamente totalitaria y protofascista. Con la movilización de las turbas racistas e ignorantes del Tea Party Movement, el machaque doctrinario de esos radio y tele-evangelistas políticos al estilo de Glenn Beck, Newt Gingrich, Sean Hannity y Rush Limbaugh se va logrando frenar la de por si lenta locomotora «del cambio y la esperanza». Recientes encuestas, citadas por la Mayer, arrojan que más del 55% de los encuestados consideran que «Obama es socialista». No se ha usado en vano el dinero de los Koch.
Pero todo lo dicho y lo que analizaremos en la segunda parte de este artículo debe ser un espejismo creado por lo que el semanario conservador «The Spectator» ha calificado como «violento asalto de Jane Mayer sobre los Koch». Esto no puede estar ocurriendo. No puede ser que desde las sombras y a punta de billetes unos oscuros personajes estén torciendo el rumbo de la nación, burlando su Constitución y cancelando las ansias de reformas expresadas por millones en las urnas.
Esto sencillamente no debería estar pasando en la nación que goza del más perfecto e invulnerable sistema político de la Historia humana, según sus promotores. Pero está pasando.
Fuente: http://www.cubadebate.cu/opinion/2010/09/21/el-kochtopodus-depredador-politico-i/