Recomiendo:
0

A las playas de Mogadishu: Osama en el país del qat, los clanes y el ganado

El laberinto somalí

Fuentes: CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Apenas había pasado el 11-S de 2001 y ciertas instituciones USamericanas con mentes pequeñas llenas de memorias amargas vieron la posibilidad de utilizar la atmósfera posterior al 11-S para ajustar algunas cuentas pendientes. En la hora de máxima audiencia en la TV, los acostumbrados expertos en sitios donde nunca han estado, con nombres que ni saben pronunciar, insistieron en que Osama recibió gran parte de su tesoro para el terror de simpatizantes somalíes, bien conocidos por sus riquezas clandestinas, que sus agentes (incluyendo los responsables por los atentados contra las embajadas en 1998) se habían aprovechado de la sociedad anárquica de Somalia, de sus largas costas, y fronteras porosas, para contrabandear armas y agentes, y que el propio bin Laden quería convertir el sitio en su escondite. También podía utilizar Somalia para operar chanchullos lucrativos, particularmente en la droga y en dinero falsificado, a fin de reforzar sus finanzas.

Para enfrentar el primer aspecto, el Tesoro de USA bloqueó de inmediato después del 11-S, en un ámbito virtualmente mundial, la transferencia de fondos de la diáspora somalí a las familias en el país -en una época en la que esas remesas, cerca de 250 millones de dólares por año (algunos cálculos llegaban a 500 millones), constituían el único medio que mantenía al país a flote. (Al parecer nadie se preocupó de señalar al Tesoro que si el problema era Somalia como fuente de fondos para el terror, tenía poco sentido bloquear el flujo de dinero al país.) Para encarar el segundo punto, la Armada de USA envió rápidamente un barco de guerra para vigilar la costa no protegida de Somalia, de más de 1.000 kilómetros, que cuenta con los servicios de tantos pequeños barcos contrabandistas que en comparación el sur de Florida podría morir de envidia. Para encarar el tercer problema, los militares desempolvaron planes para una intervención directa, mientras esperaban que la situación en el terreno se hiciera más propicia. Después de todo, ante el fiasco emergente en Afganistán, y el inevitable coste en fuerzas que representaría Iraq, tuvieron suficiente sentido común para esperar hasta que fuerzas que actuaran por encargo pudieran hacer gran parte del trabajo: enfrentar lo más posible del peligro y compartir tanto como fuera posible del oprobio resultante. Después de todo, tenían amargas experiencias en cosas semejantes.

La información sobre la relación íntima de bin Laden con Somalia provenía de la clase de fuentes objetivas y desinteresadas que son utilizadas tan a menudo en la Guerra contra el Terror. Entre ellas, Etiopia sin salida al mar que ojeaba codiciosamente una franja de la costa somalí; señores de la guerra somalíes que, ansiosos de emular a la Alianza del Norte afgana, querían utilizar a los militares de USA contra rivales locales; y el Pentágono, que guardaba su propio resentimiento. Entre las fechorías en Somalia que imputaron conjunta y repetidamente al austero saudí estaban: su papel central en el lucrativo tráfico en qat, el popular «narcótico» local; su financiamiento y/o el entrenamiento de al-Ittihad al-Islamiyya (Unidad Islámica), un movimiento terrorista local que le había devuelto la mano ayudando a atentar contra las embajadas de USA; y su papel en la muerte de dieciocho soldados de USA quienes, en 1993, no habían hecho otra cosa que colaborar con la ayuda en el país azotado por la hambruna. Prueba de esta última ofensa llegó durante la invasión de Afganistán, cuando tropas de USA hallaron en un «baluarte de al-Qaeda» un sistema GPS tomado de un soldado de USA muerto en Somalia – que sin duda había utilizado para ubicar grupos de gente hambrienta que precisaban un lanzamiento de alimentos al estilo afgano. Horas después del anuncio del hallazgo, la compañía que había suministrado el artefacto señaló, de modo poco cooperativo, que había sido fabricado cuatro años después de que la retirada precipitada de las fuerzas USamericanas de Somalia.

¿ESTRATEGIA DE INGRESO?

Sigue siendo una especie de misterio por qué los militares de USA hicieron el disparate de ir a Somalia para comenzar. Hasta el marxista más doctrinario tendría problemas para culpar al imperialismo económico a la antigua. Casi un 75% de la población vivía una existencia pastoral, la manufactura era casi inexistente, y la sequía y la guerra se habían ensañado con la agricultura. Puede ser que como los plátanos son el principal cultivo de exportación, hayan provocado un reflejo condicionado en Washington. Aunque los indicios de depósitos petrolíferos offshore habían excitado a algunas grandes compañías petroleras, los descubrimientos ocurrieron durante una abundancia mundial. Fuera de camellos (que no correspondían exactamente al gusto USamericano antes del 11-S) y de ganado (del que es difícil que USA haya necesitado más), se puede decir que el único producto local por el que los extranjeros mostraban algún interés era la goma de algunos de los singulares árboles de Somalia, que durante más de cuatro mil años han producido incienso y mirto. Aunque un «fundamentalista» cristiano podrá considerarlo como motivo suficiente para el resonar de botas y monturas, en la época en la que se adoptó la decisión de intervenir, USA vivía el reino de George I, no de su hijo vuelto a nacer. En todo caso, los árboles estaban en una parte del país que ya se había separado para cuando las tropas de USA llegaron a Mogadishu, la ciudad capital.

Mirando más allá de lo económico a lo estratégico, en el pasado las instalaciones portuarias en Berbera, que fueron utilizadas brevemente por la URSS, habían constituido una atracción. Pero al final de la Guerra Fría, la vieja flota soviética se oxidaba en los puertos interiores; y otros Estados del litoral daban la bienvenida a la Armada de USA.

Tal vez la respuesta fue simplemente que George I, que acababa de perder su candidatura a la reelección, quería que su último acto en el poder fuera mostrar una vez más el mismo tipo de preocupación humanitaria que había lanzado a su Fuerza Aérea a bombardear las áreas de chabolas de Panamá y a matar a varios cientos (tal vez muchos más) de civiles a fin de salvarlos del mal gobierno de un agente de la CIA vuelto narcotraficante. Una intervención en Somalia (le) parecía barata y legaría a su sucesor el problema de salirse del lío.

VALORES DE FAMILIA

Aunque Somalia es étnica y religiosamente más uniforme que casi cualquier otro país en África, está profundamente dividido en clanes (seis principales) sub-clanes (muchos cientos). Una división geográfica coincide en parte con la étnica. Gran Somalia, como entidad política, nunca ha existido. Antes de la era colonial el interior era en su mayor parte nómada, mientras las áreas costeras eran comerciales, y el árabe era la lingua franca entre los que comerciaban con marfil, plumas de avestruces, esclavos e incienso. Durante la colonización, Somalia cayó bajo cinco jurisdicciones – los franceses gobernaban en Djibouti; los británicos agarraron el norte de la actual Somalia propiamente tal, que volvió a separarse de nuevo en 1993 para formar la República de Somalilandia; otro trozo del sur fue incorporado por los británicos a Kenia; y después de que Etiopía derrotara una invasión italiana a fines del Siglo XIX, los británicos la alentaron a que se apoderara del Ogadén, habitado por somalíes, antes de que los italianos pudieran incorporar la región.

Aunque, para responder a la opinión interior, políticos somalíes ocasionalmente llamaban a la «reunificación,» al llegar la independencia los trozos italiano y británico fueron unidos en la República de Somalia, que aceptó oficialmente el consenso general africano de no cuestionar las fronteras de la era colonial, para no abrir una Caja de Pandora de reivindicaciones en competencia. Ésa fue la teoría. En la práctica, diferentes Estados respaldaron secretamente insurgencias étnicas en el campo del otro, en la esperanza de que un movimiento secesionista exitoso optaría, una vez reconocido internacionalmente, por unirse a su país. Somalia, por ejemplo, agitó a los somalíes étnicos que forman un 60% de la población en el noreste de Kenia; y equipó a rebeldes anti-etíopes en el Ogadén. Era algo normal en el África poscolonial, hasta que Somalia decidió cambiar las reglas.

El 1969 el país cayó bajo la dictadura militar de Mohammed Sayed Barre, con el apoyo de elites urbanas cansadas de la política tradicional basada en clanes. Frente a Etiopía fuertemente apoyada por USA, Barre reaccionó con consignas sobre el «socialismo científico» que combinó con elementos del Qur’an, con ideas al azar de Marx, Mao, e incluso Mussolini. Nacionalizó bancos, compañías de seguros, centrales eléctricas, la distribución de petróleo, plantaciones azucareras, y refinerías, pero no las plantaciones de plátanos, el único sector que tenía sustanciales intereses extranjeros. Los sectores expropiados fueron subsiguiente convertidos en agencias estatales dirigidas por sus parientes y compinches. También abrió sus puertos a barcos soviéticos y su ejército al armamento soviético.

En 1974 la monarquía etíope fue derrocada por un golpe pro-comunista. Por un tiempo, la URSS trató de equilibrar a sus aliados regionales. Pero en 1977, Barre, sintiéndose débil cuando Etiopía combatió a insurgentes locales, invadió el Ogadén. La Unión Soviética abandonó su apoyo a Somalia y envió cantidades masivas de armas a su nuevo protegido. Cuba siguió con tropas y consejeros. A pesar del apoyo inicial de Washington, el nuevo ardiente capitalista Barre sufrió la expulsión de sus fuerzas del área, luego tuvo que encargarse de medio millón de fugitivos ogadenis. Somalia tuvo su primera, pero no su última, crisis moderna de refugiados, seguida por su primera, pero de nuevo no su última, infusión de ayuda alimentaria extranjera, que jugaría posteriormente un gran papel en el colapso del Estado, la sociedad, y la economía.

Barre sobrevivió la debacle del Ogadén por tres motivos. Primero, todavía tenía el respaldo de Washington, que se alegraba de inundar Somalia con sus propias armas para reemplazar las soviéticas, algunas de las cuales pueden haber terminado en Afganistán. La disposición de Barre de otorgar concesiones petroleras a cuatro compañías USamericanas e instalaciones portuarias a la Armada de USA aumentó aún más el grado de aprobación. Luego vino ayuda al desarrollo, aunque el mayor desarrollo tuvo lugar en las cuentas bancarias de los parientes del presidente.

Segundo, Barre manipuló rivalidades locales, provocando choques en un país en el que las lealtades familiares aseguraban que las vendettas durarían décadas. Animó a los refugiados del Ogadén a usurpar territorio de clanes menos dóciles mientras él mantenía el barniz de su compromiso con el Ogadén armando a refugiados (unidos en el Frente de Liberación de Somalia Occidental) con viejas armas soviéticas. Mientras tanto mantuvo feliz a su propio entorno otorgando préstamos fraudulentos y adelantos en divisas extranjeras de bancos estatales, combinados con «contratos» para proveer servicios inexistentes al Estado, y haciendo la vista gorda ante su contrabando.

Tercero, usó la crisis de refugiados para sus propios fines. Infló las cifras, luego desvió ayuda alimentaria de los donantes internacionales para mantener alianzas o para venderla en el mercado negro. Más tarde, una investigación por la Oficina General de Contabilidad de USA estableció que tal vez un 20% de la porción USamericana de la ayuda alimentaria terminó en las bocas de los auténticos refugiados.

Aunque la economía formal se redujo, el país fue mantenido a flote por el contrabando, tanto de dinero como de bienes. Remesas de decenas de miles (tal vez muchos más) trabajadores emigrantes en el Golfo circunvalaron el sistema bancario formal para llegar al país por canales subterráneos. Los comerciantes en ganado ocultaron la verdadera dimensión de sus exportaciones para traer las ganancias de vuelta al país a través del mercado negro. La mayor parte del incienso fue escamoteada hacia el Golfo, evadiendo licencias e impuestos – la divisa fuerte ganada podía ser guardada en el extranjero o llevada al interior del país sin ser detectada. Los salarios para el servicio público eran una miseria, pero los puestos representaban una licencia para cobrar sobornos y operar negocios ilegales. En efecto, la economía pasó de la producción y el comercio formales al tráfico y el contrabando. Sólo cuando Barre trató de tomar medidas enérgicas contra una de las partes más importantes de la economía clandestina comenzó a perder el control de sus problemas.

TIEMPOS DIFÍCILES, BUENA HIERBA

En diciembre de 1992, cuando los Marines de USA atacaron por primera vez en Mogadishu, no cabe duda de que estaban convencidos de que iban a enfrentar a ejércitos de terroristas drogados que conspiraban para inundar el mundo con sustancias alucinantes, y luego invertir las ganancias en gas paralizante y misiles nucleares. Los militares de USA alardearon más tarde que su operación Somalia había sido planificada teniendo en mente los efectos del hábito de droga nacional -los soldados llegaron a las 4 de la mañana, cuando se suponía que los milicianos estarían durmiendo después de su último viaje causado por el qat. En casa, los mandamases se inquietaban por si la disponibilidad general de drogas debilitaría la «disposición al combate» tal como los opiatos lo hicieron en Vietnam dos décadas antes. Sin duda, todos ellos, generales de poltrona y soldados rasos por igual, se sorprendieron de que los infames traficantes de Somalia fueran bonachonas madres que vendían paquetitos de hojas, en su mayor parte inocuas, en mercados abiertos a fin de ganar unos pocos chelines para alimentar a sus niños.

La hoja del «árbol del paraíso» tenía una larga y honorable historia en el ritual religioso y en la farmacología tradicional antes de USA se despertara ante el peligro de otra plaga asesina y se convirtiera en el único país importante en Occidente que la prohibió. Aunque el folklore adscribe al qat muchos milagros medicinales, incluyendo la prevención del cólera, su principal efecto es el de un suave estimulante; la masticación de la hoja fresca libera alcaloides que reducen el apetito y mantienen alerta. Es utilizada a veces por trabajadores manuales que necesitan energía extra (de modo muy similar a la hoja de coca en el caso de los indios andinos) y por pastores que tratan de mantenerse alerta ante depredadores; también fue adoptada por soldados y por santos sufis.

En Occidente, en los siglos XIX y XX, se animaba a los soldados a usar tabaco -la nicotina los mantenía activos incluso cuando estaban hambrientos y cansados. El principal alcaloide en el qat, químicamente comparable con la anfetamina, produce resultados similares. Por ello la droga era apreciada por los milicianos. Tanto en la guerra, como en la oración. Los seguidores de las órdenes sufis decidieron (sacando de juicio a los ulemas ortodoxos) que, ya que el qat no es prohibido explícitamente por el Qur’an, era halal, particularmente ya que masticar qat les ayudaba a permanecer despiertos toda la noche recitando plegarias. En la sociedad laica era utilizado en ceremonias y en reuniones empresariales y políticas. Al aumentar la demanda impulsada por los ingresos repatriados de los trabajadores emigrados, también se convirtió en una droga recreativa de masas. Sin embargo, era asociada con sociabilidad, no con excesos – las buenas maneras fruncen el ceño cuando se mastica qat en privado.

El árbol es indígena en las tierras altas en Yemen, Etiopía y Kenia -y no crece en Somalia. El hogar ancestral de Osama en Yemen es autosuficiente. Allí pequeños agricultores contratan para la cosecha a mano de obra adicional que es pagada con una parte de lo recogido. Ya que el producto es altamente perecible, los comerciantes usualmente compran sólo un día o algo así antes de la cosecha, luego lo llevan en pequeños lotes a los centros urbanos -la extensión de las rutas pavimentadas fue de provecho para su tráfico- para la venta al por menor. Un impresionante (y probablemente exagerado) 90% de la población masculina adulta y una creciente cantidad de mujeres son supuestamente consumidores regulares, mientras que algunas industrias pagan a sus trabajadores en parte en qat. En el antiguo Sud Yemen, un gobierno nominalmente marxista había tratado de prohibir su uso excepto durante los fines de semana, cuando era permitido sólo si era producido en tierras estatales en las que podía cobrar impuestos. Al unificarse con el Norte, las regulaciones fueron abandonadas. Subsiguientemente el gobierno se basó en llamamientos y en un impuesto de un 30% a la venta al por menor, que es pagado por pocos traficantes. Sin embargo, tanto los clérigos ortodoxos como los modernizadores seculares se oponen al uso de la droga -los primeros insisten en que a pesar de la ausencia de una mención explícita en el Qur’an, qat es haram; los segundos culpan al pasatiempo nacional por la baja productividad y por mantener a la población en un estupor apolítico.

En Etiopía y Kenia, ya que los productores son en su mayoría no-musulmanes, no existe una sanción religiosa. Además, la demanda interna es baja excepto entre somalíes étnicos en el Ogadén de Etiopía o en la frontera noreste de Kenia. No existen grandes «cárteles» internacionales que dirijan el tráfico resultante. Desde Kenia, el mayor proveedor, el qat, una vez cosechado, debe ser llevado rápidamente por comerciantes locales al aeropuerto Wilson de Nairobi (que sirve el tráfico interior y regional), en el que compradores somalíes tienen pequeños aviones a la espera incluso a horas en las que el aeropuerto está técnicamente cerrado. Unas pocas coimas bastan para que los controladores del tráfico aéreo ignoren la sobrecarga o la falta de planes de vuelo. Luego los aviones aterrizan en Somalia en varios pequeños aeropuertos y en el principal en la capital. Al llegar, el qat es distribuido a una horda de traficantes que agitan fajos de dinero. El qat también viaja por mar de Mombasa a Somalia, pasando por puertos al sur de Mogadishu así como por tierra pasando por áreas habitadas por somalíes de Kenia, aunque las rutas por tierra son vulnerables a secuestros. Con la diseminación de una población de refugiados somalíes por Europa, también allí se han abierto nuevos mercados.

La expansión del comercio del qat hizo sonar antiguas alarmas. Durante la larga lucha de Gran Bretaña por imponer su voluntad a los revoltosos clanes somalíes, culpó a Muhammed ibn Abdullah Hassan, el así llamado Mulá Loco, un líder sufi y poeta que, afirmaron los británicos, financió su prolongada insurrección mediante los ingresos del qat -que los británicos habían tratado en vano de regular y gravar con impuestos. Su insurrección fue el primer esfuerzo de importancia de los somalíes por expulsar a la dominación extranjera. Enormemente costosa en muertes y destrucción, la rebelión sólo fue aplastada en 1920 una vez que los británicos desplegaron el poder aéreo desarrollado en la Primera Guerra Mundial. En cuanto al tristemente célebre Osama como reencarnación del Mulá Loco, aunque siguen abundando las historias sobre él y sus seguidores, en cooperación o competencia con el así llamado crimen organizado, abriéndose camino a las fuerza en el lucrativo tráfico internacional, si fuera realmente un «fundamentalista wahabí,» sería extraño que vendiera una sustancia haram a seguidores musulmanes de la línea dura que supuestamente abundan en Yemen y Somalia. Además, la noción de que un extraño pueda imponer su voluntad al tráfico es otra fantasía causada por la droga.

Ni siquiera el gobierno Barre, con su poder militar y policial, pudo hacerlo. En 1983 el régimen prohibió el comercio, arrestó a cientos de personas, incautó docenas de vehículos, y confiscó (por lo menos así lo afirmó) decenas de miles de kilos. Presumiblemente la mayor parte de lo que confiscó volvió rápidamente al mercado antes de que perdiera su efecto. El gobierno justificó sus enérgicas medidas con la necesidad de detener el abuso de la droga. Es más probable que las razones hayan sido: que el tráfico no pasaba por el sistema bancario nacional, que el régimen manipulaba para sacarle provecho; que gran parte de las ganancias iban a grupos de oposición; y que los compinches del presidente consideraban la prohibición como una manera de lanzar al ejército y a la policía contra sus competidores.

¿QUE SERÁ, SERÁ?

El disenso aumentó a pesar del éxito de Barre en la movilización del apoyo externo y en la manipulación de la política interna. En 1978, altos oficiales descontentos pertenecientes al clan que dominaba el noreste huyeron a Gran Bretaña para formar el núcleo del Frente Democrático de Salvación Somalí [SSDF, por sus siglas en inglés]. El financiamiento de la rebelión no provino de un tesoro islámico internacional para el terror sino de contribuciones de la diáspora y de «impuestos» a los contrabandistas que llevaban café y qat de Etiopia al norte de Somalia. (A fines de los años ochenta, Somalia exportaba quince mil toneladas de café al año sin la inconveniencia de cultivarlo.)

Barre logró apartar mediante el soborno a algunos de los líderes del SSDF. Pero en 1981 apareció el Movimiento Nacional Somalí, basado en el clan que controlaba la antigua Somalilandia británica en el norte. Esa región tenía un poderío económico especial. Era el sitio de origen de la mayoría de los somalíes que trabajaban en el Golfo y enviaban sus ingresos a casa mediante el mercado monetario paralelo. Y allí se encontraban las plantaciones de incienso. Al aumentar la intranquilidad en el área, Barre lanzó una campaña de guerra económica. Cuando determinó que todas las exportaciones de incienso requerirían una licencia especial, otorgada sólo a sus partidarios del sur, los propietarios de árboles sólo contrabandearon más o descargaron goma cargada con piedras y rocas a los compradores oficiales. Cuando Barre encarceló a algunos de los propietarios, miembros del clan en el Golfo invirtieron en embarcaciones rápidas para llevar armas a Somalia y sacar incienso. Entonces Etiopía, para hacer pagar a Barre por su apoyo a los insurgentes del Ogadén, permitió que el Movimiento Nacional Somalí estableciera campos de base.

En una suerte de ensayo final para la política del dólar contra el terror de Washington en la región, Barre trató (en vano) de conseguir que Arabia Saudí cortara el flujo subterráneo de dinero de los trabajadores emigrantes al norte; y trató de asfixiar localmente a los rebeldes congelando cuentas bancarias e impidiendo que los bancos estatales dieran créditos a norteños sospechosos de deslealtad. Cuando se extendió la insurrección, contrató a mercenarios blancos para bombardear la capital regional; y trató de atacar a la mini-armada del Movimiento Nacional Somalí. Su único éxito fue un acuerdo con Etiopía, que clausuró los campos del SNM a cambio de que Barre cesara su ayuda a los rebeldes del Ogadén. Pero eso resultó ser la perdición de este último. Los refugiados del Ogadén denunciaron su traición y se vincularon con los disidentes de su propio clan para formar el Movimiento Patriótico Somalí. Luego, en el área en Mogadishu, el más poderoso clan local, alarmado por los esfuerzos de Barre de excluirlo del comercio urbano, creó el Congreso Unido Somalí. A fines de los años ochenta el país había caído en una guerra civil en la que cuatro grupos insurgentes basados en los principales clanes estuvieron temporalmente unidos contra el régimen.

El fin de la Guerra Fría también significó el fin de la utilidad de Barre para Washington. Desaparecido el apoyo exterior, huyó en 1991 a Kenia y después a Nigeria. Dejó tras suyo una población civil asolada por la guerra, la sequía, y el hambre. Cientos de miles terminaron en chabolas urbanas o en campos de refugiados; muchas decenas de miles más huyeron al extranjero. Cerró lo que quedaba de la economía formal, y el sistema bancario se derrumbó. Como en Afganistán, la gente, particularmente en la creciente diáspora, tuvo que basarse en banqueros informales (el sistema hawala que pronto sería tristemente célebre) para remesas hacia y desde el país.

Luego ocurrió algo que también se vio en Afganistán: diferentes facciones comenzaron a imprimir su propio dinero. Al que descubrían con dinero de otra facción, lo fusilaban de inmediato. A medida que comenzaban a agitar las fábricas de propaganda que siguieron al 11-S, acusaban a Osama de las dos cosas -los bancos hawala fueron individualizados, junto con las beneficencias islámicas, como los principales objetivos en la Guerra financiera contra el Terror, mientras el jefe del Comité de la ONU que controlaba las sanciones financieras contra bin Laden señalaba seriamente que: «Sospechamos que al Qaeda ha explotado el comercio de moneda falsificada en Somalia». El funcionario de la ONU se las arregló para tener esa brillante visión en circunstancias que la práctica de imprimir e importar moneda falsificada somalí estaba tan generalizada que la tendencia era aprovechada no sólo por los señores de la guerra sino incluso por ambiciosos empresarios locales.

DIVIDE Y DESGOBIERNA

Una similitud más con Afganistán a inicios de los años noventa fue que la victoria sobre el enemigo común fue seguida por una guerra civil aún más destructiva, por lo menos para la capital. Clanes más pequeños, contentos anteriormente con seguir a los mayores, formaron sus propios grupos de milicia, mientras las antiguas facciones se disputaban el poder y el dinero. El Congreso Unido Somalí, que dominaba el área de Mogadishu, impuso a un hombre de negocios llamado Ali Mahdi como «presidente.» Eso llevó al Movimiento Nacional Somalí en el noroeste a proclamar la independencia. El Movimiento Patriótico Somalí se alzó en armas contra el CUS, luego se dividió en dos sub-facciones antagonistas. Del mismo modo, también, un poco más tarde el propio USC, después que Mohammed Farah Aideed, su líder militar y patriarca de uno de sus dos principales sub-clanes, se enemistó con Ali Mahdi, personaje dirigente del otro. Durante los cinco años siguientes, Aideed insistió en que él, no su rival, era el verdadero «presidente.» El conflicto convirtió a Mogadishu (como Kabul) en una zona de libre fuego. Además la ciudad fue asediada por pandillas formadas por muchachos del campo llevados por Barre para combatir a los clanes, y que quedaron a la deriva después de su partida. Al no deber fidelidad a ninguna facción, se sustentaron mediante saqueos, el tráfico de qat, y la extorsión de agencias de ayuda – cuya presencia puede haber hecho más daño que bien.

Aunque Somalia difícilmente puede haber sido un modelo de paz y prosperidad, históricamente había encarado razonablemente bien los caprichos de la naturaleza, si no aquellos de la política. Los agricultores almacenaban granos en los años buenos mientras, al amenazar la sequía, los nómadas cambiaban animales enfermos o viejos por el exceso de grano de los agricultores. Esta reciprocidad, que sirvió para controlar las tradicionales hostilidades entre agricultores y pastores, era un misterio para los trabajadores de la ayuda extranjera que inundaron el país, junto con el masivo ingreso de ayuda alimentaria. El efecto fue, sin duda, salvar a algunos, tal vez a muchos miles, de una muerte por inanición inmediata, pero amenazó a la agricultura indígena y ayudó a prolongar las guerras al alimentar tanto a las milicias con armas como a los refugiados con nutrición.

En Somalia, el poder político surgió de los cañones de los fusiles hechos en el extranjero y de los sacos de granos producidos en el extranjero. El control de los suministros de alimento por cualquier facción significaba la prioridad de la distribución a los miembros de su propio clan; mientras que la diversión al mercado negro permitía la compra de más soldados y de más armas, lo que, por su parte, permitía que esa facción en particular podía controlar más del suministro de alimento. Las agencias de ayuda, incluyendo a la Cruz Roja y a la ONU, aprendieron: a llegar a acuerdos con los dirigentes de las milicias para obtener acceso a instalaciones portuarias y aeroportuarias; contrataban guardias de seguridad de las milicias para proteger los almacenes de ayuda y para proteger convoyes en camino a los centros de distribución; si resultaba necesario pagaban a operadores independientes. Aunque todavía había emboscadas a camiones que salían del puerto, robos de los sitios de almacenamiento, extorsión en ruta, y negocios ilegales operados por los camioneros – todo lo cual aumentó los gastos de seguridad – los arreglos funcionaron razonablemente bien. Además, la hambruna llegó a su clímax en el verano de 1992: la sequía se había aliviado y la producción local comenzó a mejorar. Parecía que la emergencia había terminado. Y fue el momento elegido por USA para llegar al rescate.

Según el sistema según el cual su programa de ayuda alimentaria había funcionado hace tiempo, el gobierno de USA compraba excedentes agrícolas a un puñado de compañías productoras de granos, pagaba a compañías de navegación USamericanas para que los transportaran, y luego los vendía barato a gobiernos de países «en desarrollo» por moneda local. Ésta la depositaba en cuentas bancarias locales de las que la embajada de USA podía retirarla para influenciar la política o crear problemas. Aunque ahora los regalos han reemplazado las ventas por moneda blanda, el impacto económico es en gran parte el mismo. El influjo de granos reduce los precios de los alimentos producidos localmente y lleva a los pequeños agricultores a abandonar el campo; crea un gusto por (y la infraestructura para procesar) los granos de USA; alienta un cambio a cultivos comerciales de lujo (usualmente sembrados en grandes plantaciones intensivas en capital, que desposeen aún más a la población de pequeños propietarios) para exportarlos a Occidente; y facilita el auge de intermediarios que se enriquecen distribuyendo la ayuda alimentaria de USA y actúan como porristas para las políticas favorables a USA. Todo esto es aplaudido por ONG bienintencionadas que recorren el globo buscando más crisis humanitarias para reafirmar su importancia y para asegurar más fondos, sea directamente de los gobiernos occidentales o de contribuciones deducibles de impuestos de individuos preocupados y de corporaciones del negocio agrícola agradecidas. No cabe duda que algunas personas son salvadas de la muerte por inanición a breve plazo, mientras el país receptor queda más vulnerable económicamente y más dependiente políticamente a largo plazo.

Durante todo 1992, los medios occidentales estuvieron repletos de fotos de niños somalíes famélicos y de historias de masivos saqueos de raciones de ayuda – hasta de un 80% en algunas versiones, mientras la propia Cruz Roja informaba sobre pérdidas a un porcentaje controlable de un 10%. Las historias eran usualmente vinculadas con el comercio del qat – milicias se apoderaban de alimentos y los vendían en el mercado negro para comprar qat, que a su vez los llevaba a un frenesí homicida mientras los espectadores inocentes se quedaban hambrientos. Una persona elegida para un oprobio particular fue Osman Hassan Ali, un acaudalado hombre de negocios quien (bajo el título de «ministro de asuntos humanitarios») jugó los papeles de ministro de finanzas y consejero de seguridad nacional en la autodeclarada presidencia de Aideed. Aideed, había supuestamente tomado el control del timo de alquilar guardias armados a las agencias de ayuda, gravar de impuestos el combustible que necesitaban para sus operaciones, y acaparaba las armas y el comercio del qat, pagando por ambos con ayuda alimentaria desviada.

Por lo tanto los USamericanos aplaudieron cuando George I declaró la Operación Restaurar la Esperanza -y las más entusiastas fueron las cuatro grandes compañías petroleras cuyas concesiones habían sido puestas en duda por el fin del régimen de Barre. Conoco incluso puso su complejo a disposición de la recién reconstituida embajada de USA, un regalo aceptado por el Departamento de Estado, con su acostumbrado sentido para buenos relaciones públicas. Entonces llegaron los Marines para iniciar una farsa que pronto se convertiría en una tragedia sangrienta y que costó en un año 2.400 millones de dólares, suficientes para alimentar a todos los somalíes durante mucho tiempo, y más que suficientes para restaurar la infraestructura de manera que el país pudiera volver a alimentarse a sí mismo. En última instancia ni siquiera fue una política hábil -para cuando llegaron las tropas, las elecciones presidenciales habían terminado y George I iba hacia el retiro a velar por su orgullo herido y a conspirar para volver (aunque fuera a través de un testaferro), un impulso que pronto sería compartido por el Pentágono.

Una vez que llegaron las fuerzas de USA, las prioridades cambiaron. Gran parte de la ayuda alimentaria que llegó con ellas ya no era necesaria, y terminó haciendo las delicias de los traficantes del mercado negro y retardando la recuperación agrícola somalí. El objetivo primordial de USA se convirtió no en restaurar la esperanza sino un «gobierno estable.» Por ello, a diferencia de la Cruz Roja o de la ONU, USA decidió dejar de lado la estructura existente del poder. Sin embargo, el general Aideed, que se mostraba cada vez más como un nacionalista que iba más allá de los clanes y se oponía al neocolonialismo, había advertido repetidamente contra una presencia de USA sin su permiso explícito – nunca solicitado ni otorgado. En lugar de hacerlo unos cuatrocientos miembros de los Rangers de elite de USA fueron enviados (además de los soldados ya presentes) con la tarea de «neutralizar» a Aideed. Como en Afganistán, había dos objetivos principales: El propio Aideed (el «señor de la guerra») por cuya cabeza ofrecieron una miserable recompensa de 25.000 dólares, y además Osman Hassan Ali («el financista»). Por lo tanto, USA clausuró el aeropuerto de Aideed, proclamando que trataba de detener el flujo de qat (lo que difícilmente aumentaría la popularidad de USA) y de amas. Cerró una emisora de radio que difundió el mensaje de Aideed, matando a varios manifestantes al hacerlo. Dispararon misiles desde helicópteros a una reunión de miembros del clan de Aideed, matando a cincuenta. Secuestraron a Osman Hassan Ali. Luego partieron a la busca del propio Aideed.

Aideed había causado tanto sufrimiento que a menudo los propios ancianos de su clan junto con sus principales consejeros estuvieron a punto de repudiarlo. Pero cada vez que USA lo enfrentó directamente, la lealtad familiar exigió que los miembros de su clan se unieran. Por lo menos no hubo confusión sobre quién era quién en la pendencia que siguió. Los somalíes tienen cabellos lanudos y piel oscura, mientras las fuerzas de elite de USA eran implacablemente blancas, aunque con un toque de rojo color langosta cocida por el sol somalí. Pero las cosas no funcionaron según el plan. Los milicianos de Aideed derribaron cuatro helicópteros de USA y mataron a dieciocho Rangers -que igualaron la cuenta masacrando a unos mil somalíes, la mayoría de ellos espectadores inocentes y, según se dice, a algunos rehenes asesinados por soldados de USA en represalia. El éxito contra los helicópteros de USA sirvió más tarde para historias (recontadas, por ejemplo, por la fiscalía durante el proceso por los atentados contra la embajada) de que el propio Osama pudo haber suministrado los misiles desde su arsenal de excedentes de Stingers afganos.

La carrera de señor de la guerra de Aideed tuvo un final abrupto unos pocos años después. Pero no tuvo nada que ver con los militares de USA. Primero, Aideed se peleó con su «financista,» que pasó a la oposición. Luego se involucró en otra guerra contra Ali Mahdi por el control del comercio de plátanos. Esa lucha, junto con las pretensiones de Aideed a la presidencia, terminó por ser liquidada de un solo tiro. A diferencia de cuando los Rangers trataron de hacerlo, no hubo «daño colateral» para espectadores inocentes.

Para USA, la abrupta partida de sus fuerzas de Mogadishu se sumó a la historia de su ignominiosa huída de Beirut diez años antes, y tal vez incluso a escenas en la embajada de USA en Saigón una década antes de ese evento, como incidentes que más vale olvidar en público aunque no perdonar en privado. Pero después del 11-S vino el electrizante descubrimiento de la verdadera causa de la humillación de USA, es decir que Osama había creado en Somalia una cruel banda de protegidos.

¿HERMANOS EN LA ORACIÓN, SOCIOS EN EL CRIMEN?

Durante un tiempo una facción somalí se había distanciado del fratricidio. El nombre mismo del grupo: al-Ittihad al-Islamiyya (Unidad Islámica), reflejaba las esperanzas de sus miembros de no librar una guerra sagrada global sino de unir a los somalíes (incluyendo a los que están en el Ogadén) sobre la base de una cosa que tenían en común. Inspirados más por los salafíes de Arabía Saudí que por la Hermandad Musulmana de Egipto, mucho menos aún por los islamistas políticos radicales de la cepa de bin Laden, los miembros de al-Ittihad se mantuvieron originalmente fuera de la política pero conquistaron la confianza pública porque evitaron los feudos de los clanes y, utilizando contribuciones de beneficencias islámicas en el exterior, se dedicaron al trabajo de ayuda. El Frente Democrático de Salvación Somalí, en cuyo terreno operaron primero, los dejó hacer. Pero dentro de un año de la caída de Barre, al-Ittihad se alzó contra el régimen de los clanes en varias localidades del noreste. El SSDF contraatacó, enviando el ala armada del grupo al exilio en áreas aisladas cerca de la frontera etíope. En 1996 el grupo fue acusado de tratar de asesinar al ministro etíope de transporte, un somalí étnico que era considerado como traidor a la causa de la reunificación. Etiopía dispersó a al-Ittihad y terminó efectivamente su carrera militar, pero no su utilidad política. Categorizado como grupo terrorista violento islámico que había participado en la «emboscada» a los Rangers de USA en 1993, que compartía instalaciones de entrenamiento con al-Qaeda, que ayudó en los atentados contra la embajada de 1998, y que era un eje en el sistema mundial que bin Laden utilizaba para juntar, mover y utilizar dólares para el terrorismo, al-Ittihad se convirtió en un instrumento de propaganda en manos tanto de USA como de Etiopía. En los hechos, Etiopía trató de utilizar el cuento de las legiones islámicas de al-Ittihad para rectificar su mayor debilidad estratégica.

Como Somalia del sur, Eritrea había sido una colonia italiana. Después de la Segunda Guerra Mundial, los vencedores decidieron que el modo de equilibrar la necesidad de Etiopía de una salida al mar con las exigencias de Eritrea de independencia era vincular Eritrea a Etiopía como una región autónoma. Una década después Etiopía anexó formalmente Eritrea. Aunque gran parte de la población de las tierras altas cristianas de Eritrea está estrechamente relacionada desde el punto de vista étnico con la de partes de Etiopía, una gran porción de los que viven en el área costera está más cercana histórica, cultural y comercialmente al Oriente Próximo -siendo musulmanes que a menudo hablan árabe. Por lo tanto, la anexión llevó primero a la emergencia del Frente de Liberación de Eritrea [ELF], que obtuvo el apoyo de países árabes y del bloque oriental. Luego apareció un grupo escindido: el Frente Popular de Liberación de Eritrea [EPLF], con una dirigencia cristiano marxista. A pesar de los esfuerzos de los donantes de los Estados del Golfo, especialmente Arabia Saudí, por fortalecer el ELF ante el nuevo desafío, después de una guerra civil breve pero sangrienta, el EPLF triunfó para convertirse realmente en la verdadera voz de las aspiraciones eritreas de independencia.

Por un tiempo pareció que la independencia era una propuesta perdedora. La mayoría de los Estados árabes evitaron el nuevo movimiento; y después del golpe pro-comunista de 1974 en Adis Abeba, Moscú y Europa Oriental pasaron a apoyar Etiopía. La principal fuente de apoyo exterior del EPLF pasó a ser Sudán, que aprovechó para hacer pagar a Etiopía por su ayuda a Ejército Popular de Liberación de Sudán. Pero también había una diáspora eritrea cuyos miembros fueron regularmente presionados para que hicieran contribuciones, mientras la Asociación de Ayuda a Eritrea buscaba ayuda contra la hambruna en toda la escena internacional, parte de la cual fue desviada a la lucha. A medida que mejoraba el control del movimiento rebelde sobre el interior, comenzó a cobrar sus propios tributos de tránsito sobre bienes transportados entre Etiopía y los puertos eritreos. El EPLF también creó fábricas subterráneas para producir de todo, desde armas a medicinas a bienes de consumo, mientras seguía llegando un apoyo encubierto de Siria e Iraq. Finalmente, una alianza táctica entre el EPLF y rebeldes al interior de Etiopía propiamente tal derribó al gobierno comunista y preparó la escena para la secesión de Eritrea.

Aislada del Mar Rojo, Etiopía trató de compensarlo a través de puertos en Djibouti. Pero originalmente eran demasiado pequeños y demasiado mal equipados para procesar el volumen de tráfico. Por lo tanto Etiopía comenzó a soñar con su propia salida al mar. El objetivo más tentador era Puntland, la punta noreste de Somalia ubicada entre el beligerante sur y el norte en secesión. Bajo una facción escindida del Frente Democrático de Salvación Somalí, Puntland había declarado la autonomía. Pero para apoderarse de un trozo de Somalia, Etiopía necesitaba tanto un pretexto plausible y el permiso de Washington. Según la inteligencia milita etíope, tras los secesionistas de Puntland podían encontrarse los complots de al-Ittihad, y detrás de ellos podía encontrarse la mano guía de Osama bin Laden. Puntland, parecía, estaba destinada a convertirse en el nuevo Afganistán y, con sus bien conocidas comunicaciones globales y su infraestructura para el transporte, el punto de partida para ataques terroristas en todo el mundo. En último análisis, probablemente lo único que salvó a Puntland de la anexión por la fuerza a Etiopía fue un golpe interno en 2002 que llevó a que renunciara a su condición autónoma y a volver a Somalia propiamente tal. Para entonces, sin embargo, al-Ittihad al-Islamiyya había logrado un sitio especial en la lista de sentenciados por USA posterior al 11-S, de organizaciones prohibidas cuyos activos debían ser congelados y cuyos donantes debían ser enjuiciados.

Fue una opción extraña para su inclusión en la lista. Para empezar, no se puede decir que al-Ittihad haya sido el único movimiento «fundamentalista» en Somalia. La Hermandad Musulmana tenía un afiliado local, al-Harakat al-Islah (Movimiento de la Reforma), que no debe ser confundido con al-Islah al-Islamiyya (Reforma Islámica) o con al-Harakat al-Islamiyya (Movimiento Islámico), que también eran activos en Somalia. En el campo de la política también estaba Hizb al-Islami (el Partido Islámico) de Somalia. Por otra parte, Gama’at al-Tabligh al-Isl_mi (Comunidad para Transmitir el Mensaje del Islam) dejaba de lado la política pero hacía campaña para persuadir a las mujeres para que llevaran el velo y a los hombres para que no consumieran qat. Agréguese a estos la Abi al-Sunna wa al-Gama’a (Comunidad de Creyentes Suníes, más o menos), el Hezbolá Somalí (Partido de Dios), la Tahaluf al-Qaba’il al-Islamiyah al-Muwahada (Alianza Unida de Tribus Islámicas), y varias más. Algunas fueron de mucha más importancia que al-Ittihad, especialmente después de su debacle militar.

Además, aparte del tema de Ogadén, al-Ittihad nunca había mostrado ningún interés en eventos fuera de Somalia. Tampoco había contado con más de unos pocos cientos de militantes, a diferencia de gente que apoyaba ampliamente su programa social. (Esta parquedad de las cifras no impidió que USA afirmara que el grupo tenía entre dos y cuatro mil miembros armados, mientras que algunos informes en la prensa occidental le adscribieron hasta setenta mil.)

Además, el repentino descubrimiento de que al-Ittihad había ayudado a al-Qaeda en los atentados de Nairobi y de Dar es-Salaam debe haber sido una sorpresa para los fiscales de USA que ciertamente no habían sido parcos al lanzar acusaciones lo más amplias posibles. También hubo afirmaciones de que al-Ittihad, actuando como auxiliar local de Osama, había ayudado a Aideed en su confrontación con las fuerzas de USA en Mogadishu. Sin embargo, Aideed era un anti-islamista vehemente. Según dicen, cuando un representante comercial de bin Laden llegó a Somalia (probablemente tratando de vender sésamo y sorgo), ese agente tuvo que huir para salvar la vida en un avión transporte de qat de vuelta a Kenia. En cuando a los presuntos campos de entrenamiento terrorista operados en conjunto por al-Ittihad y por al-Qaeda (que, naturalmente, Sadam Husein estaba ayudando a financiar en la preparación para la Segunda Guerra del Golfo), parecían haberse evaporado en el enrarecido aire del desierto.

En última instancia, la afirmación de USA de «vínculos» entre al-Ittihad y al-Qaeda se basaba en tres pruebas. Una era que Osama estaba recuperando tierras y construyendo carreteras en el norte de Sudán, Jartum dio (brevemente) apoyo a al-Ittihad en su disputa (bastante inefectiva) con Etiopía, que por su parte ayudaba a la campaña (considerablemente más seria) de tierras arrasadas del SPLA de John Garang. En breve, al-Ittihad al-Islamiyya era culpable no de asociación con al Qaeda sino con un país anteriormente asociado con el presunto jefe de otra asociación, un notable nuevo concepto en el derecho y la diplomacia.

La segunda piedra angular para la afirmación de que los dos grupos conspiraban juntos era que, durante la Batalla de Mogadishu, USA interceptó comunicaciones en árabe. Aparte del que Osama y sus seguidores son difícilmente los únicos nativos que hablan ese idioma, oír árabe en la radio no sería exactamente algo inesperado en Somalia: durante años el país ha enviado a cientos de miles de trabajadores a los Estados del Golfo; su juventud (cuando las escuelas funcionan) comienzan a estudiar el Qur’an en árabe a los cinco años; las elites de la costa a menudo hablan árabe como su segundo idioma, lo que es un reflejo tanto de sus lazos comerciales con el Oriente Próximo como de la frecuencia con la que fueron educadas en universidades en esa zona; un conocimiento del idioma se hizo aún más deseable después que Somalia, en un intento de obtener dinero de ayuda, desafió a la etnología y se unió a la Liga Árabe, y no hay que olvidar que soldados somalíes fueron rutinariamente entrenados en Iraq, Siria, Libia, o Egipto.

En todo caso, los somalíes difícilmente precisaban de bin Laden para enseñarles los artes de la guerra. Tampoco, después de la matanza de los miembros del clan de Aideed y del secuestro de Osman Ali Hassan, necesitaban a al-Qaeda para enseñarles a odiar a los militares de USA. Y tampoco era claro como el agua porqué un alto, pálido (para los somalíes) saudí podría imponer su autoridad a una sociedad formada por gente que es leal en primer lugar a su familia, luego a un subgrupo, luego a un clan (en ese orden), que sospecha tradicionalmente de extranjeros, y que se niega a aceptar órdenes de cualquier extraño o frecuentemente, en realidad, de un allegado.

A pesar de todo, la historia era demasiado útil para no aprovecharla. En 2002, Hassan Aideed, hijo y heredero del difunto Mohammed Farah Aideed, ofreció a los militares de USA bases militares en Somalia y prometió colocar sus fuerzas a la disposición de USA para ocuparse de todas las viles actividades conjuntas de al-Qaeda y Ittihad, de las que pretendía saberlo todo, en partes del país que aún estaban fuera de su propio control.

Hubo también un tercer factor que mantuvo a al-Ittihad al-Islamiya firmemente en la mira de USA: su supuesto papel por cuenta de al-Qaeda en la transferencia de dólares para el terrorismo a través de beneficencias ficticias y de sistemas bancarios subterráneos. Por lo tanto al-Ittihad, o más específicamente, una serie de instituciones bancarias internacionales «vinculadas» a la organización, se convirtieron en el objetivo más importante durante las primeras salvas de la Guerra financiera contra el Terror.

—–

* R.T. Naylor es autor del trabajo original en grado sumo y radical sobre «Money, Myth and Misinformation,» reunido ahora en «Satanic Purses,» que está siendo publicado por McGill-Queen’s University Press, de donde se ha tomado este ensayo. Naylor es profesor de economía en McGill. Para contactos, escriba a: [email protected]

http://www.counterpunch.org/naylor01092007.html