Traducido para Rebelión por Germán Leyens
El nuevo libro: «Guantanamo: What The World Should Know» [Guantánamo: Lo que el mundo debería saber»] es una entrevista entre la autora / editora Ellen Ray, y Michael Ratner, un elocuente abogado de los derechos humanos y presidente del Centro por los Derechos Constitucionales [CCR, por sus siglas en inglés]. Ratner y sus colegas en el CCR tienen la distinción de haber sido los primeros estadounidenses en montar un ataque legal contra las instalaciones kafkianas de detención e interrogación que la administración Bush utiliza en la base militar de EE.UU. en Guantánamo, Cuba, para encarcelar a sospechosos en la guerra contra el terror.
Es un libro compacto y bien organizado. La discusión tiene lugar en un orden lógico y se nos informa de inmediato que Ratner está eminentemente calificado para tratar del tema de los abusos contra los derechos humanos. Tiene años de experiencia en los temas de la tortura y de la detención indefinida, aunque se concentra normalmente en las dictaduras del Tercer Mundo. Su participación en los asuntos relacionados con los derechos humanos en EE.UU., provenientes de la histeria posterior al 11-S, comenzó cuando el CCR decidió representar a ciudadanos musulmanes y árabes que el Ministro de Justicia, John Ashcroft, había detenido en sus redadas sin debido proceso.
Después de representar a refugiados haitianos con VIH positivo detenidos en Guantánamo en los años 90, Ratner también conoce la historia de lo que puede ser descrito correctamente como la Isla del Diablo de EE.UU. El conocimiento de la historia ayuda a poner la situación en su contexto. Como explica Ratner, el gobierno de EE.UU., incluso cuando él representaba a los haitianos, insistió en que ningún tribunal tenía jurisdicción sobre Guantánamo. «Estados Unidos quería que Guantánamo fuera una zona fuera de la ley», dice.
Evidentemente, éste ha sido siempre el caso. Pero el estatus legal especial de Guantánamo, fraguado en el lenguaje ambiguo de la Enmienda Platt de 1903 a la Constitución cubana, está especialmente bien construido para servir los arteros motivos del gobierno en la tenebrosa guerra contra el terror. Guantánamo es un sitio en el que el gobierno de EE.UU. es totalmente impune, aunque los militares de EE.UU. tienen control total. Personas sospechadas de pertenecer a al Qaeda, capturadas en Afganistán y Pakistán, pueden tener algunos recursos legales en esos países. Pero una vez que descienden en Guantánamo, desaparecen en un agujero negro legal, por lo que alguna gente se refiere al lugar como «campo de concentración off-shore».
La experiencia personal y el conocimiento histórico de Ratner lo llevaron a alarmarse cuando, en enero de 2002, la desbocada administración Bush comenzó a llenar las «jaulas-como-para-perros» en el infame Campo X-Ray en Guantánamo con presuntos «combatientes enemigos». Vio las fotos de barbudos de apariencia dura y leyó informaciones que citaban al Secretario de Defensa Donald Rumsfeld que decía que tenían detenidos en Guantánamo a los asesinos más peligrosos, mejor entrenados, más despiadados. Pero no se permitía que ninguno de los detenidos tuviera abogados, y no se sabía, en la época, que entre los encarcelados había muchachos de hasta once años, y por lo menos un anciano de unos noventa.
Sin tener a nadie a quien representar, Ratner objetó primero sólo por principio. El Centro por los Derechos Constitucionales cree que incluso un presunto miembro de al Qaeda no debería ser detenido sin un debido proceso legal. Ratner y el CCR creen que todo el mundo tiene derecho al habeas corpus y a representación legal así como al derecho universalmente reconocido a no ser torturado.
También saben que donde los derechos humanos son denegados, se cometen abusos contra los derechos humanos. Sospecharon de inmediato que Rumsfeld estaba mintiendo, así que Ratner y el Centro reunieron un equipo y esperaron la ocasión de actuar. Vino casi de inmediato, cuando un abogado en Australia tomó contacto con ellos y les pidió que ayudaran a defender a David Hicks, ciudadano australiano detenido en Guantánamo. Desde ese momento, Ratner obtuvo una idea de primera mano sobre las prácticas sádicas y las horrendas condiciones que definen a Guantánamo, y que son relatadas en detalle en el libro.
Dentro de Guantánamo.
Los combatientes enemigos enviados a Guantánamo fueron alojados inicialmente en Camp X-Ray, un sitio desolado rodeado por alambradas de concertina con filo de navaja y torretas. Las celdas en las que enjaulan a seres humanos están cubiertas por tres lados con mallas de alambre de acero, y están expuestas al abrasador sol del Caribe y a copiosas lluvias. Jóvenes hombres y mujeres típicamente estadounidenses que hacen de guardias pasan ante las jaulas dos veces por minuto, no porque los prisioneros tengan alguna posibilidad de escapar, sino simplemente para atormentarlos. Para ablandarlos para el interrogatorio.
Tomen nota, lectores: el ser humano necesita privacidad para conservar su auto-respeto. Si se le quita la privacidad, si se abusa de sus mentes y su cuerpo, se llega a destruir su sentido de la identidad personal. Y se convierte en masilla en las manos de sus captores.
El propósito de Camp X-Ray, como de todas las instalaciones de detención de Guantánamo, es el lento, calculado, asesinato del espíritu. Es un sitio en el que las personas son sometidas a formas inaguantables, humillantes y degradantes de abuso cada minuto de cada día. Duermen en suelos de hormigón, y se les niegan vestimentas, atención médica y alimento. A menos, desde luego, que cooperen.
Como alardeó una vez el general de división Geoffrey Miller, comandante del campo, muchos detenidos han cooperado durante las horas que pasan en las barracas de interrogatorio, que Ratner describe como «remolques, en realidad».
Guantánamo es también un laboratorio, en el que se están probando constantemente nuevos métodos de destruir el espíritu humano. Por lo tanto, en algún momento a mediados de 2002, una cantidad de prisioneros fue transferida del Camp X-Ray al Camp Delta, que es diferente en cuanto a que separa a los detenidos según su condición. Los que cooperan son segregados de los que no lo hacen, y los que son considerados como alborotadores reciben atención especial en sus celdas aisladas.
Además Guantánamo contiene Camp Echo como instalación separada para los que esperan juicio por comisión militar. (Camp Echo es un nombre adecuado. Fue construido por la subsidiaria de Halliburton, Kellogg Brown Root, que en otra época de su existencia construyó las instalaciones de detención que reemplazaron las infames Jaulas de Tigre en la isla Con Son, a 90 millas de la costa de Vietnam del Sur). Los campos Romeo y Tango consisten de celdas de incomunicación, donde hay hombres musulmanes desnudos, en escenas que recuerdan a Abu Ghraib, acechados por guardias mujeres estadounidenses, como una forma más de asesinato espiritual.
El propósito del ablandamiento continuo de detenidos, y su posterior interrogación, es doble. El primer propósito es compelerlos a confesar para poder condenarlos. El segundo es obtener información para su uso en la guerra contra el terror.
Las condenas son decididas de antemano, pero hasta ahora no existe ninguna evidencia verificable de que se haya obtenido alguna vez inteligencia útil.
Sin embargo, a cambio de la firma de una falsa confesión, o de un falso testimonio contra otro musulmán, o de convertirse en agente doble, la máxima recompensa es un Big Mac. Hay que preguntarse: ¿qué clase de mente enferma es capaz de crear un infierno semejante?
La mente enferma pertenece, desde luego, a George W. Bush, el criminal de guerra extraordinario.
El Estado soy yo
Lo que Ellen Ray logra mediante sus preguntas bien elegidas, y lo que dice claramente Michael Ratner, en lenguaje accesible, es la explicación de por qué Bush y sus cómplices en los crímenes de guerra establecieron Guantánamo como símbolo de su omnipotencia, y cómo sus acciones fuera de la ley y de arrogancia sin límite han debilitado las instituciones democráticas de EE.UU. dentro del país y su autoridad moral en el exterior. Nos dicen cómo y por qué hemos pasado del estado de derecho al estado en el que deciden los decretos del ejecutivo, y cómo este proceso posibilitó lo que es Guantánamo.
Los autores incluyen en el Apéndice del libro el texto completo de varios documentos que son críticamente importantes para comprender por qué y cómo ocurrió Guantánamo. El más importante es la Orden Militar Nº 1. No es un documento ampliamente difundido, por muy buenas razones. Firmado por Bush el 13 de noviembre de 2001, confirma que utilizó el 11-S como pretexto para proclamar una emergencia nacional, que por su parte le permitió auto-conferirse extraordinarios poderes de tiempos de guerra, sin el contexto del Congreso o del Poder Judicial. Mediante la Orden Militar Nº 1 y otros poderes que tiene como comandante-en-jefe, Bush, en efecto, ha realizado un golpe de estado militar. Ha devuelto a EE.UU. a la época anterior a la Constitución, cuando los militares gobernaban el país.
Mediante la Orden Militar Nº 1, Bush se ha otorgado la autoridad 1) de definir a los terroristas y «a los que los apoyan» y 2) de detener «a individuos sujetos a esta orden» en lugares horribles como Guantánamo. Basta con que la gente sujeta a esta orden haya dado refugio a personas que amenazan con dañar a nuestros «ciudadanos, seguridad nacional, política exterior, o economía». Esto se aplica a cualquier contra el que Bush tenga un rencor personal, como Sadam Husein. Basta con que Bush escriba una nota instruyendo a sus asistentes que agarren a alguien para que esa persona sea condenada a una vida de interminable persecución y / o muerte.
La Orden Militar Nº 1 también permite a Bush la formación de «tribunales» o «comisiones» para juzgar a presuntos terroristas según la ley militar, no civil, a pesar de que el terrorismo «no constituye una violación del derecho militar o de las leyes de la guerra», como explica Ratner. Los tribunales militares tienen «jurisdicción exclusiva», y a los individuos sujetos a la Orden Militar Nº 1 se les niega el debido proceso no sólo en EE.UU., sino también en cualquier corte extranjera o tribunal internacional.
Además de cualquier documento o ley, y en violación de tratados de la ley suprema del país, Bush se ha eximido a sí mismo y a sus asistentes de todo el derecho de la guerra internacional existente, como ser las Convenciones de Ginebra. La razón para esto es simple: le han aconsejado a Bush, con buen motivo, que proteja su persona y la de sus esbirros contra el enjuiciamiento como criminales de guerra. Porque lo son.
«La gente dirá cualquier cosa»
Esto es algo inquietante que no presagia nada bueno para el futuro de EE.UU. Pero, como lo revela el diálogo entre Ray y Ratner. La cosa se pone cada vez peor.
Bush y sus titiriteros corporativos han utilizado el penúltimo punto de la Teoría de la Evolución de Darwin, la supervivencia del más apto, y le han dado un sesgo evangélico, masónico. Al conferirse los poderes de un dictador militar, Bush ha ampliado hasta la infinidad el foso del secreto entre la fortaleza del gobierno y la chusma ciudadana. No sólo mantienen incomunicados del mundo a los habitantes de Guantánamo, muchos por crímenes que no cometieron, sino que nosotros, los ciudadanos de EE.UU., ya no tenemos el derecho de examinar lo que se les está haciendo en nuestro nombre.
Ni siquiera la Cruz Roja puede examinar los centros de interrogatorio.
Como abogado de varios detenidos, Ratner, sin embargo, ha recibido informes de primera mano sobre lo que sucede dentro de Guantánamo, y lo que describe «es como el noveno círculo del infierno de Dante».
La privación del suelo es una forma favorita de «estrés y coacción», el eufemismo oficial para la tortura en Guantánamo. Las golpizas de tipo antiguo son cosa de rutina. El encadenamiento de personas al suelo de una sala de interrogatorio durante horas y que se les obligue a acostarse en sus excrementos es una manera fácil y efectiva de decirle a alguien: «no vales ni mierda». (También tiene el efecto secundario de hacer que sus atormentadores los odien más todavía.)
Que tengan que arrodillarse durante horas tiene el doble efecto de causar dolor a los musulmanes cuando es hora de orar. Luego, además, como sabemos de la lectura de los periódicos y de la televisión, la difamación del Islam es de rigor en EE.UU. actual.
Otra técnica favorita es obligar a los detenidos a estar de pie durante horas bajo el ardiente sol, lo que me hiela la sangre, porque así torturaron a mi padre los japoneses, en un campo en Filipinas en la II Guerra Mundial. Mi padre vio a varios fuertes soldados australianos que recurrieron a intentos de suicidio en su campo de prisioneros, y se han documentado por lo menos cuarenta intentos de suicidio en un período de seis meses en Guantánamo. No es de extrañar. Como en el campo de prisioneros de guerra de mi padre, la posibilidad de que uno no sobreviva, o que jamás le permitan que se vaya, es tal vez el tormento más cruel de todos.
Pero hay más todavía. Durante un tiempo los altavoces vociferaban a todo volumen mentiritas de Rumsfeld como: «Coopera y te irás a casa». Algunas veces vociferaban mentiras más contundentes como: «Sabemos quién dice la verdad y quién miente y nos damos cuenta. Di la verdad»,
Es el venerable truco del «Ojo de Dios», que fue utilizado por la CIA como una faceta de su Programa Phoenix en Vietnam.
Fíjese bien, estimado lector, el truco del Ojo de Dios está siendo empleado, cada vez más, contigo mismo. A medida que los códigos de colores de la Seguridad del Interior suben y bajan continuamente, basándose en el «cotorreo» sobre amenazas no confirmadas, y a medida que el nivel de vigilancia alcanza proporciones omnipresentes, nos encontramos todos bajo un ataque a nuestro espíritu.
Y luego viene el viejo truco medicinal, que consiste en negar medicamentos a los presos a menos que cooperen. Es otra técnica de tortura que tiene un significado personal para mi persona. Recuerdo que entrevisté al congresista Rob Simmons (Republicano de Connecticut), sobre sus experiencias como oficial de la CIA que dirigía un centro de interrogación en Vietnam en 1972. Sí, Simmons, ahora miembro del Comité de Servicios Armados, utilizó el mismo truco con detenidos en aquel entonces. Un equipo contraterrorista o la policía secreta arrastraba a un hombre con una herida de bala, y Simmons le daba una alternativa: coopera y te damos medicinas, o arriésgate.
Simmons dice que no es tortura y (qué sorpresa) los que dirigen Guantánamo, incluso los doctores Mengele de la CIA, están de acuerdo.
No todo en Guantánamo carece de originalidad. Algunas técnicas de torturas son innovadoras e increíblemente insólitas. Michael Ratner habla de una sala de interrogatorio que tiene carteles de israelíes que aparentemente asesinaron a mujeres palestinas. Según Ratner, la idea era hacer que los detenidos musulmanes creyeran que si cooperaban, serían liberados para que volvieran a Medio Oriente a matar israelíes.
Lo que traerá el futuro
Para mí, a veces duele cuando se escucha la entrevista de Ray y Ratner. Estoy seguro de que muchos otros lectores también se identificarán personalmente con diferentes aspectos de este libro oportuno e importante.
Una noticia especialmente mala fue saber que existe un Subsecretario Adjunto de Defensa para Operaciones de Detenidos, un Mr. Paul Butler, que tiene su asiento en el Pentágono y revisa los casos. Sin embargo, el juicio final sobre la suerte de alguna de las ratas de laboratorio de Guantánamo no es decidido por Butler, o incluso por algún comité secreto de revisión, sino por un «funcionario civil designado (DCO)» nombrado, lo adivinaste, Bush. Este DCO puede mantener a un detenido indefinidamente por cualquier razón que sea considerada «en función del interés de Estados Unidos», una expresión que realmente significa en función de los intereses políticos de Bush.
El libro de Ray y Ratner provoca algunas preguntas inquietantes. Por ejemplo: ¿qué puede impedir que Bush vuelque sus Cámaras Estrelladas y sus funcionarios civiles designados contra sus oponentes políticos, aquí, en EE.UU.?
Se podría preguntar: ¿Cuánto dura una emergencia nacional, y cómo se sabe, cuantitativamente, cuándo termina?
Es un hecho que nuestro gobierno está librando una guerra psicológica contra nosotros. ¿Es paranoico preguntar: amenazan en el horizonte mini-Guantánamos, campos de adoctrinamiento político para estadounidenses recalcitrantes?
Este libro deja dolorosamente en claro una cosa: nos confrontamos a un inmenso problema si estos nuevos términos e instrumentos de gobierno se convierten en parte de nuestro diálogo nacional, y no sólo en una conversación de mal augurio entre Ellen Ray y Michael Ratner.
La lectura de este libro me enfureció más que nada en mi vida. No quiero vivir por permiso de Bush, como una rata de laboratorio en un experimento corporativo en una dictadura militar, bajo la guisa de lo que Michael Ratner llama una guerra «metafórica» contra el terror. ¿Tal vez haya llegado la hora de encontrar una nueva forma para un nuevo gobierno? Que no sea modelado según el paradigma totalitario corporativo, y ciertamente no un gobierno en el que un jefe del ejecutivo mentalmente inestable tenga el poder de torturar, asesinar, invadir países extranjeros utilizando argumentos fraudulentos, descartar el proceso debido, y romper de otras maneras con la ley suprema del país. ¿Tal vez sea hora de cambiar nuestra actual forma de gobierno para asegurar que el pueblo, no el gobierno, controle su destino?
El libro presenta otro motivo de reflexión. Aproximadamente 2.800 soldados e interrogadores de la CIA han servido ya como torturadores de facto en Guantánamo, que alberga a sólo unos pocos cientos de prisioneros. El número total de estadounidenses que han servido allí es ciertamente mayor, ya que los soldados y los agentes secretos son rotados continuamente. Muchos otros están siendo entrenados como torturadores en cursos militares de adoctrinamiento. Miles de estadounidenses ya han adoptado con entusiasmo el papel de torturadores en Guantánamo y en otros sitios abandonados por Dios en el mundo. Como los de Abu Ghraib, les gusta.
¿Qué significará esto para EE.UU., cuando esos torturadores vuelvan a casa? ¿Es nuestro deber patriótico validar su servicio, y adoptar sus valores? ¿O se considerará responsables a soldados, cabos y sargentos por los crímenes de guerra que cometieron, siguiendo las órdenes de políticos como Bush?
¿Habrá una prisión suficientemente grande para contener a todos los criminales de guerra que EE.UU. está produciendo en sitios como Guantánamo?
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Douglas Valentine es autor de «The Hotel Tacloban, The Phoenix Program, and TDY». Su cuarto libro, «The Strength of the Wolf: The Federal Bureau of Narcotics, 1930-1968», acaba de ser publicado por Verso. Para información sobre Valentine, sus libros y artículos, visite sus sitios en la Red: www.DouglasValentine.com
y http://members.authorsguild.net/valentine
http://www.counterpunch.org/valentine09042004.html