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El legado biológico de la guerra

Fuentes: Middle East Monitor

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

Se ha demostrado que la población de Faluya, incluidos los recién nacidos, presenta una alta contaminación de metales pesados de al menos 10 metales carcinógenos y feto-tóxicos.

El personal médico de la mayoría de los países atacados por ejércitos que utilizaron munición química y moderna ha informado de aumentos en la cifra de defectos congénitos estructurales, así como de bebés que nacen con tumores o que los desarrollan posteriormente. Estos efectos se hacen más evidentes con el tiempo y representan las consecuencias a largo plazo del uso de un tipo determinado de balas y proyectiles. Los doctores que han observado, informado e intentado documentar esos efectos, a menudo en situaciones plagadas de dificultades, han chocado casi siempre contra un muro. Por no mencionar la intimidación directa que han sufrido ellos mismos o los investigadores, ni las circunstancias que están dificultando demasiado que pueda ponerse cuanto antes a las poblaciones en riesgo bajo la protección adecuada.

Aunque a menudo se intenta ocultar gradualmente el legado físico a largo plazo de la guerra -ya sean mutilaciones, embarazos no deseados como consecuencia de violaciones o problemas mentales- y trata de reducirse al dolor revelado a duras penas por las víctimas y quizá ignorado por las instituciones, en los tiempos modernos las víctimas se muestran más abiertas a hablar sobre lo vivido. Esto es posiblemente debido a los medios específicos que están utilizándose para hacer la guerra y a que la gente se enfrenta con la incertidumbre e inseguridad no sólo respecto a su propia salud sino también a la salud de su progenie. También deben afrontar complicaciones que penetran más profundamente que en tiempos anteriores en las vidas personales y en el tejido social.

Ese legado no puede olvidarse y aún desconocemos, en términos de cifras, la extensión de los potenciales daños de quienes finalmente se verán afectados ni el período o generaciones que sentirán sus efectos.

La carga se multiplica ya que en la mayoría de los casos no se produce en años intervención local ni siquiera una posible evaluación; en países como Iraq, Afganistán, Gaza, Somalia y ahora Libia, las circunstancias, frecuentemente, no lo permiten. Esos países están experimentando continuos ataques, asedios, ocupación, disturbios, inestabilidad institucional, carencia de personal especializado, dependencia de las agencias de ayuda internacional, o bien están en un estado de abyecta pobreza y por tanto carecen de los medios necesarios y adecuados.

La falta o el aplazamiento de las evaluaciones se añaden a las dificultades para «investigar» los hechos y proporcionar a la población una eventual protección o cuidados ante nuevos daños. Al ser prácticamente imposible conseguir en cada una de las fases los conocimientos y datos que podrían garantizar la protección contra los efectos a largo plazo de todo ese armamento y proporcionar justicia a las víctimas, que ya están sufriendo graves traumas tras la angustia de haberse visto atacadas por un arsenal militar moderno, tienen también que soportar una inmensa carga de incertidumbre sobre su salud futura y la de sus niños.

Además, la falta de evaluación se añade al daño potencial causado por los componentes de ese armamento, mientras los efectos de su toxicidad pueden ir aumentando con el tiempo al continuar asimilándose, como se menciona abajo.

Se ha hecho cuanto se ha podido para desalentar o suprimir por parte de doctores y científicos independientes extranjeros la investigación de datos exactos sobre los efectos biológicos a largo plazo del uso de ese armamento, desde la intimidación directa a la negativa de financiación, así como otras numerosas dificultades políticas y prácticas entre una y otra.

Hay un consenso internacional entre los gobiernos, y dentro del complejo industrial militar, en que a pesar de que ese armamento se ha venido utilizando «sobre el terreno» sobre los civiles a lo largo de más de una década, este armamento escape a cualquier clasificación de las diversas convenciones sobre el uso de armamentos, incluido el Convenio de Ginebra. En virtud de lo cual, permanecen en un limbo tanto en lo que se refiere a la evaluación legal de los daños de guerra como en cuanto a la definición de malas conductas por parte del ejército, crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad, aunque éstos aparecían prefigurados en los informes de varias comisiones de investigación de las Naciones Unidas, misiones de determinación de hechos y relatores.

Esto ha devenido en el statu quo sobre el que belicosos estados modernos basan su capacidad para actuar con aparente impunidad.

Las preguntas acerca de los efectos a largo plazo del armamento aumentaron ante el extenso uso en Vietnam del Agente Naranja contaminado con dioxina, un agente químico que se sabe interfiere en el desarrollo normal de los embriones (1). Por otra parte, hasta este mismo momento, se está documentando la persistencia de anomalías congénitas en Vietnam. Y en relación a accidentes sobrevenidos en plantas industriales está documentado, y confirmado experimentalmente, la responsabilidad de la dioxina en la génesis del cáncer y como teratógeno (un agente que produce anomalías durante el desarrollo fetal provocando abortos tardíos y defectos de nacimiento).

El uso de armamento con uranio empobrecido (DU, por sus siglas en inglés) plantea la misma pregunta (2), y hay todo un conjunto acumulado de información que describe la coincidencia de contaminación de DU y de graves enfermedades, cáncer y defectos de nacimiento. En sí mismo, el DU tiene las características de actuar tanto mutágeno radioactivo, carcinógeno químico y agente teratógeno. Tiene la peculiaridad, como con otros metales, de persistir en el medioambiente y de presentar resistencia a su eliminación en el cuerpo en el que se acumula.

Lamentablemente, el DU es sólo uno de los muchos componentes del armamento moderno que provoca problemas de salud. La extensa literatura militar e industrial ilustra el hecho de que gran parte del armamento moderno, desde la munición para armas ligeras hasta las bombas y los misiles, se enriquecen con diversos metales, incluido el uranio. Esos metales tienen un legado tóxico; son carcinógenos y teratógenos, contaminan el medio ambiente y se acumulan en el cuerpo.

La munición «reforzada con metales» se ha utilizado y se sigue utilizando en Afganistán, Iraq, Gaza, Líbano, Libia y posiblemente también en Somalia. Incluye bombas, munición ligera y armas letales y subletales que provocan mutilaciones.

La presencia de metales en la munición moderna ha podido detectarse en los cráteres causados por las bombas en Afganistán, Iraq, Líbano y Gaza (3), así como en los proyectiles de fósforo blanco utilizados en Gaza (3) y Faluya. También se detectaron en las biopsias efectuadas del tejido de las heridas de las víctimas, ofreciendo pruebas fácticas de la presencial del metal en la munición que causó las heridas en Gaza (4)

El cabello de los niños de Gaza (5) y Faluya (6) mostró tener una alta carga de metales, detectándose al menos 10 metales en sumas y combinaciones diversas. Esos metales tienen una acción tóxica, carcinógena y teratógena, como ha demostrado la investigación científica y confirmado la clasificación elaborada por la IARC (siglas en inglés de la Agencia Internacional para la Investigación sobre el Cáncer). Contenía V (vanadio), Cr (cromo), Co (cobalto), As (arsénico), Mo (molibdeno), Cd (cadmio), W (wolframio), U (uranio), Hg (mercurio), Pb (plomo).

El hecho de que esos metales permanezcan en el medio ambiente y se acumulen en el cuerpo humano hace que sus efectos sean potencialmente más peligrosos para la población con el paso del tiempo, especialmente dado su actual consumo y absorción por el medio ambiente y la atmósfera, así como por los alimentos y el agua contaminados por dichos metales.

Por tanto, son muchas las ocasiones en que se han presentado pruebas de la presencia de metales en el armamento y de su difusión por el medio ambiente.

Para disminuir la importancia de las pruebas que muestran que hay metales tóxicos, carcinógenos y teratógenos en las armas, se argumenta que los informes sobre la incrementada frecuencia de los defectos de nacimiento y cáncer responden sólo a observaciones y que no aportan comparaciones con datos de los que dispusiera con anterioridad. Sin embargo, la narrativa del personal médico local se basa en los resultados de investigaciones.

La frecuencia de los defectos de nacimiento en Faluya en 2010 fue entre cuatro y cinco veces superior a cualquier otro país (7). Fue también posible establecer retrospectivamente la frecuencia de los defectos de nacimiento desde 1991, y por tanto tienen puntos de referencia válidos de antes de la invasión y después de la guerra. Se ha demostrado también un aumento continuado en la frecuencia de defectos de nacimientos a partir de 2003, la tasa de los cuales ha aumentado en diez veces la de 1991 (6). Ha habido también un incremento en la cifra de cánceres informados en la misma ciudad después de 2003 (8).

Se ha demostrado también que la población de Faluya, incluidos los recién nacidos, muestran una presencia de gran cantidad de metales (contaminación), al menos 10 metales carcinógenos y feto-tóxicos (6).

La alta frecuencia de tumores y malformaciones congénitas se asocian también con residir cerca de los campos de disparo, como en Quirra, en Italia, donde la OTAN, la UE, EEUU e Israel, entre otros, han probado el armamento a utilizar sobre el terreno en las guerras recientes. El caso está actualmente sometido a procedimientos judiciales y el campo de disparo y sus alrededores está cerrado a nuevos usos.

Las sentencias de los tribunales sancionaron que se habían producido daños retardados en la salud en el personal militar que participó en la guerra y en operaciones militares donde se utilizó ese armamento. Las reglamentos militares se emitieron para proteger la salud de quienes utilizaban armamento «reforzado con metales», confirmando de forma indirecta su naturaleza peligrosa. Sin embargo, este supuesto no se refiere a la protección del «consumidor» final, que son los civiles.

Por tanto, se acumulan pruebas bien documentadas del aumento en las malformaciones congénitas y cáncer asociadas con la guerra y los escenarios de prueba del armamento.

El intento más común de los gobiernos y ejércitos es minimizar la acumulación de datos y pedir pruebas directas de la causa-efecto preguntando qué pruebas hay de que ese armamento moderno es el que causa directamente daños en la reproducción humana y en la proliferación y aumento de cánceres.

Desde luego, en términos racionales, la regularidad en la presentación de un fenómeno en diferentes poblaciones, por ejemplo el aumento en cánceres infantiles y malformaciones congénitas, en presencia de un único cambio importante en las condiciones ambientales normales, es decir, la guerra emprendida por las mismas entidades y utilizando el mismo armamento, nos llevaría a centrarnos en ese cambio como la causa potencial de la deficiente salud, así como a concentrar los esfuerzos en la investigación.

El camino hacia el establecimiento de una relación directa causa-efecto va haciéndose lentamente accesible y los resultados experimentales basados en el hecho de que los metales en cuestión pueden causar malformaciones genéticas y cánceres, así como el conocimiento de sus mecanismos de actuación, van pavimentando las posibilidades de alcanzar dicha relación. El conjunto de datos científicos en esta dirección es ya importante y consistente (véanse notas 5 y 6).

Además y para poder combatir la situación, es importante que mientras pedimos respuestas a la ciencia, también aprendamos a hacer las preguntas adecuadas a los fabricantes de armamento y a los gobiernos.

Confrontados con el fenómeno, con las pruebas y con las circunstancias, deberían aportar pruebas de que los componentes del armamento no son agentes que puedan ser responsables del incremento de las malformaciones genéticas y de los cánceres; de que no se difunden de forma incontrolada por el medio ambiente; de que no tienen efectos acumulativos que se extienden en el tiempo y afectan indiscriminadamente a la población civil. Si no proporcionan pruebas de todo eso, es necesario que exijamos la aplicación del principio de precaución tan ampliamente reivindicado en otras materias.

Mientras tanto, es obligatorio que se promueva y financie la investigación médica independiente, en vez de tratar de suprimirla, sobre una cuestión que tiene tan potencial importancia para la salud general de poblaciones enteras.

En resumen, lo que aparece como la consecuencia más grave y novedosa del uso de armas reforzadas con metales, es que sus efectos son prácticamente ilimitados en el tiempo y que son aditivos y potencialmente heredables a través de las generaciones, bien sea porque producen cambios genéticos y/o por transmisión epigenética y post-genética. En esta fase aún no se conocen metodologías eficaces para remediar la contaminación por metales, tanto del medio ambiente como humana. Sin embargo, es bien conocido que la persistencia en la exposición a metales tóxicos puede aumentar con el tiempo los daños en la salud.

Todos los pueblos y por todos los medios deberían promover la documentación adecuada, justa y objetiva de fuentes cualificadas e independientes que apelen a la razón y a ley -dos cosas que el agresor hará cuanto pueda por evitar-.

Deberíamos saber más acerca de cómo reducir las consecuencias y desarrollar la protección y remedios oportunos y no sólo apelar al «destino adverso». Tampoco deberíamos permitir que esto se convierta en la maldición de las generaciones futuras.

Notas:

1. «Dioxins and their effects on human health«. Fact sheet N°225, Mayo 2010, http://www.who.int/mediacentre/factsheets/fs225/en/

2. Durakovic A. «Undiagnosed illnessses and radioactive warfare«, CMJ 44:520, 2003

3. Manduca P, Barbieri Mario, Barbieri Maurizio. «Gaza Strip, soil has been contaminated due to bombings: population in danger«. 2010 http://newweapons.org/?q=node/110;

4. Skaik S, Abu-Shaban N, Abu-Shaban N, Barbieri M, Barbieri M, Giani U, Manduca P. «Metals detected by ICP/MS in wound tissue of war injuries without fragments in Gaza«. BMC Int Health Hum Rights. Junio 2010;10:17.

5. Manduca P, Barbieri Mario, Barbieri Maurizio. «Metals detected in Palestinian children’s hair suggest environmental contamination«. 2010,

http://www.newweapons.org/?q=node/112

6. Manduca P., «Increase of birth defects and miscarriages in Fallujah 2011«, http://newweapons.org/?q=node/120#attachments

7. Alaani S, Savabieasfahani M, Tafash M, Manduca P, «Four polygamous families with congenital birth defects from Fallujah, Iraq«. Int J Environ Res Public Health. 2011, 89-96 8. Busby C, Hamdan M, Ariabi E., «Cancer, infant mortality and birth sex-ratio in Fallujah, Iraq 2005-2009«.Int J Environ Res Public Health. 2010, 2828-37.

La Profesora Paola Manduca es genetista en la Universidad de Génova, Italia.

Fuente: http://www.middleeastmonitor.org.uk/articles/middle-east/2668-the-biological-legacy-of-warfare