La epidemia del COVID-19 ha servido para mostrar la verdadera cara del “sueño americano”, que es en verdad una terrible pesadilla. Las noticias que marginalmente se conocen sobre lo que está pasando en ese país, porque está en marcha una censura o autocensura de prensa de los grandes medios de desinformación para ocultar la magnitud de lo que allí está aconteciendo, justamente porque esas noticias indican que se está hundiendo el Titanic más pomposo del capitalismo mundial.
Entre algunas de esas imágenes, que revelan la esencia de los Estados Unidos, se puede considerar lo que acontece en la Ciudad de las Vegas en el momento del coronavirus. Esta ciudad situada en una zona desértica en el oeste de Estados Unidos ha sido presentada como otra joya de la corona del sueño americano, donde nunca se duerme, siempre está encendida la luz artificial, la vida es un juego al que se apuesta todos los días, proliferan los casinos, el comercio sexual y el rey que manda es el dólar.
Dos hechos del mes de abril, en plena crisis del coronavirus, muestran como se resquebraja ese otro mito del sueño americano.
Hoteles vacíos y los pobres duermen en la calle
A principios de abril se anunció el cierre, por primera vez desde 1931, de los casinos y demás centros de diversión y consumo, junto con el despido de miles de trabajadores que laboran en la industria del entretenimiento. Pero mientras los grandes hoteles cerraban sus puertas y quedaban literalmente abandonados, miles de personas no tenían donde dormir y para remediar la situación las autoridades municipales diseñaron como solución una verdadera ocurrencia, que indica el tipo de valores que allí existen: decidieron emplear los parqueaderos como el lugar escogido para que allí durmieran las personas sin techos. Para ello, como si los seres humanos fueran automóviles se dibujaron en el piso los lugares para dormir, como lo ilustran las fotos.
Mientras en toda la ciudad se encontraban desocupadas 150 mil habitaciones de los hoteles, los sintecho duermen en la calle, separados por poco espacio y confinados a un perímetro incluso inferior del que se destina a un automóvil. Esto muestra el valor de la vida humana en la capital mundial de la diversión, donde todo tiene un precio monetario y el que no tenga dinero sencillamente no existe, es peor que un traste viejo que se desecha y se bota a la calle, como se hace con los pobres y desvalidos. Ellos no tienen cabida en el sueño americano y más bien son un estorbo que ensombrece a la luminosa capital mundial del placer, del lujo y de la ostentación, como se llama a Las Vegas.
El libre mercado (capitalismo) debe decidir quien vive y quien muere en forma automática
La segunda imagen es la de la alcaldesa de la ciudad de Las Vegas, Carolyn Goldman, cuyo nombre ya quedó en los anales de la estupidez mental que genera el capitalismo realmente existente, pero expresa nítidamente lo que piensa una amplia cantidad de habitantes de los Estados Unidos y del mundo. A raíz de la cuarentena decretada por el gobernador de Nevada, la mencionada alcaldesa aseguró que, en los Estados Unidos, el país del capitalismo y del individualismo extremos, no había que preocuparse por la suerte de nadie, porque finalmente el libre mercado va a decidir quién tiene derecho a vivir y quién no. La teoría que ha ofrecido la alcaldesa es simple: Las Vegas se puede ofrecer voluntariamente para demostrar en la práctica si el distanciamiento social es necesario para combatir la difusión de la pandemia y para ello se deben reabrir inmediatamente los casinos, hoteles y clubes que reciben anualmente a 42 millones de turistas. Con la ciudad funcionando normalmente los científicos pueden determinar si en efecto el distanciamiento social sirve para evitar el contagio. La alcaldesa está proponiendo que los habitantes de las Vegas, y los turistas que allí lleguen, sirvan como conejillos de indias para experimentar y se confirme, a partir del número de muertos que puedan presentar, si es verdad que es mejor estar confinados o no. Tratando de darle un piso científico a su argumento, Goodman aseguró que los habitantes de su ciudad podían convertirse en un grupo de control, sin restricción de ninguna índole, frente a otro grupo experimental, que estaría formado por los habitantes de las ciudades donde hay cuarentena. Al final, el mercado en su saber supremo determinara, de acuerdo con el número de muertos, quien tiene la razón. En pocas palabras, los habitantes de Las Vegas se expondrían en forma directa al contagio, sin recurrir a ninguna medida de cuidado ni de distancia social, y tampoco se debe imponer ningún tipo de restricción a los comercios que reabran, porque, en esta oda al libre mercado que causaría delicias a F. Von Hayeck (el pontífice supremo del neoliberalismo) «Ellos tienen que resolverlo, ese es su trabajo, no es el trabajo de la alcaldesa», porque “Esa es la competencia en este país, la libre empresa y poder asegurarse de que lo que ofreces al público satisfaga las necesidades del público … y así, para que un restaurante o una pequeña boutique estén abiertos, es mejor que lo descubran». Agregó a su extraordinaria teoría, que supera de lejos a Darwin y Einstein, que «Hay que asumir que todos son portadores. Empezamos todos iguales. Díganles a sus clientes que tienen que hacer. Y ahí dejemos que abran (los casinos) y la libre competencia va a destruir el comercio en donde se haga evidente que circula el virus. Es así de simple». Finalmente, el capitalismo es tan sabio que determina quién debe vivir y quién debe morir, porque el mercado libre va a destruir el COVID-19, sin necesidad de ninguna atención médica o sanitaria, en la que no se debe despilfarrar dinero para tratar a los perdedores, a los pobres y desempleados. El libre mercado solo premia a los exitosos y los triunfadores, como lo proclaman los teóricos del pensamiento positivo.
En realidad, ese culto al mercado libre en Las Vegas más bien indica, como lo ha dicho el geógrafo Mike Davis, que esta es una típica ciudad muerta, sin futuro alguno, no solo porque destruye la naturaleza con su éxtasis despilfarrador, sino que mata a los pobres.
(Publicado en El Colectivo (Medellín), No. 52, edición digital)