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El malestar en el posconflicto: memorias de la guerra y de la paz en Angola

Fuentes: Revista Pueblos

Pese a que el largo conflicto angoleño terminó hace más de diez años, en su sociedad se detecta un malestar creciente que muchos analistas intentan situar en lo político (gobernabilidad e instituciones). Sin embargo, parece que este malestar e inquietudes se derivan de la confrontación entre el posconflicto y las memorias de la guerra, no […]

Pese a que el largo conflicto angoleño terminó hace más de diez años, en su sociedad se detecta un malestar creciente que muchos analistas intentan situar en lo político (gobernabilidad e instituciones). Sin embargo, parece que este malestar e inquietudes se derivan de la confrontación entre el posconflicto y las memorias de la guerra, no tanto porque los traumas de la guerra ensombrezcan los tiempos de paz, sino porque la línea que separa el conflicto del posconflicto no siempre es definida por los actores envueltos en ello. Lo que desde fuera parece una discontinuidad absoluta, desde dentro es sólo un cambio de expectativas sobre la vida cotidiana. Este texto intenta reflexionar críticamente sobre el momento actual sacando insigth de narrativas y análisis de testigos directos del conflicto en la situación de posconflicto en Angola.

Cumbila, Londuimbali. Angola, 2002. Fotografía: Nite Owl. www.flickr.com.

Cumbila, Londuimbali. Angola, 2002. Fotografía: Nite Owl. www.flickr.com.

El punto de partida es que el posconflicto es sólo una referencia ambigua, a veces contradictoria, y no describe la complejidad de un proceso de transición de conflicto al posconflicto. Además, es en la cotidianidad, en la experiencia del día a día, en la interacción cotidiana, donde el posconflicto se negocia, se constituye.

El posconflicto suele describir[1] el periodo de reconstrucción del desordencausado por el conflicto y, más que una situación de posconflicto, suele ser una tarea, una tarea de reconstrucción. Hay dos tipos de tareas, o, por decirlo de otro modo, dos perspectivas que suelen marcar la reconstrucción posterior a la guerra. La primera es la que enfoca su atención en la restauración de las víctimas. Consiste en la recuperación de lo que se suele llamar dignidad de las víctimas: trátase de recuperación psicológica, de los derechos o de, como en muchos casos, de lo anterior más una compensación económica como parte de esos derechos. Los casos de Sudáfrica, con la Comisión de Verdad y Reconciliación, y de Ruanda, con la persecución de personas involucradas en la masacre de 1994, se pueden encajar en este primero ejemplo. Otra tarea de la reconstrucción posconflicto suele concentrarse en la recuperación de las instituciones del Estado: desde las administraciones públicas, fuerzas armadas y, en muchos casos, organización de elecciones, hasta la reconstrucción de infraestructuras y el regreso de las personas refugiadas y desplazadas, de haberlas.

En los dos casos se trata, en el fondo, de restaurar el orden social. Mientras que en el primero se parte de las víctimas, en el segundo se da prioridad a las instituciones como medio para reordenar la sociedad. Cuando estos dos tipos de tareas se cumplen o se promete que se van a cumplir, hay contextos de posconflicto, como en el caso de Angola, en los que lo que se consigue es acentuar el malestar. Esta paradoja de, por un lado, estar en una situación de no guerra y, por otro, sentir un profundo malestar e, incluso, en casos extremos, una cierta añoranza por los tiempos pasados, nos remite a la primera sospecha en cuanto a lo que significa posconflicto.

Escenarios de posconflicto en Angola

Cuando en 2002 la prensa angoleña y algunos medios internacionales anunciaron la muerte de Jonas Savimbi, líder de la Unión para la Independencia Total de Angola (UNITA), a algunos angoleños les dio la sensación de que terminaba un ciclo. Para otros, escépticos, era sólo otro fin más de la guerra. Para la mayoría, sin embargo, llegaba la Paz: por fin podían suspirar. En la capital, Luanda, se organizaron paseos en coche y moto. La imagen del cuerpo tumbado en el suelo acribillado a balas del conocido como líder rebelde fue portada de periódicos y abrió telediarios.

Esa sensación de que la paz había llegado no era, curiosamente, la primera vez que se sentía. En los últimos 150 años de la historia de Angola nunca habían pasado dos décadas sin que un conflicto militar estallara. Por ejemplo, en siglo XIX, a la guerra de ocupación de los territorios de lo que ahora es Angola se le llamó guerra de pacificación. La guerra anticolonial que estalló en 1961 es conocida en la historiografía angoleña como guerra de liberación. Sin embargo, la UNITA, uno de los tres movimientos nacionalistas que luchó contra el colonialismo portugués, empezó otra guerra civil contra el Estado angoleño que se denominó también guerra de liberación. Cada uno de estos conflictos fue seguido por sus respectivos momentos de posconflicto.

Pero la sensación del final de la guerra en 2002 parecía diferente. El Estado angoleño firmó un Memorándum de Entendimiento con las fuerzas militares de la UNITA para sanar el conflicto y hacer oficial el fin de la guerra. Este detalle, lo del entendimiento entre los dos beligerantes apenas con presencia de las Naciones Unidas o de la comunidad internacional, ha sido interpretado como una muestra de que sería posible encontrar soluciones internas a un conflicto con apenas injerencias externas. El Memorándum de Entendimiento, pese a todo, fue sufragado por Naciones Unidas, ya que contenía algunas tareas sólo ejecutables con el respaldo de la comunidad internacional.

El contenido del Memorándum se ha tornado en, sobre todo, las siguientes obligaciones: una tarea respecto a la seguridad, a través de la integración de los militares de los rebeldes en el ejército nacional; una tarea política, con vista a la organización de elecciones y a presentar una nueva Constitución; y una tarea social, centrada principalmente en financiar el retorno de refugiadas y refugiados acampados en los países vecinos y de las personas desplazadas internas a sus tierras de origen.

Lo específico de estas tareas las han convertido, oficialmente, en sinónimo de posconflicto; es decir, que el posconflicto se ha convertido en un encargo que debe ser gestionado por el Estado, esto es, por el detentor del poder político. El posconflicto, en cuanto condición que se presentaba a individuos y grupos con posibilidad de nuevas opciones respecto a cómo organizar sus vidas y reinterpretar su historia, se ha reconvertido, de pronto, en un conjunto de encargos controlados (y manipulados) por los detentores del poder político. Esto ha implicado, por supuesto, cambios de expectativas con respecto al posconflicto y, sobre todo, ha sembrado las semillas del malestar, como veremos.

Pese a este malestar, el Gobierno angoleño se vanagloria de haber conducido una transición ejemplar de la guerra hacia la paz apenas con apoyo directo de la comunidad Internacional. Basa sus argumentos en el hecho de haber ejecutado tareas contenidas en el Memorándum: una parte de los militares provenientes del ejército de UNITA, especialmente oficiales, han sido integrados en el Ejercito nacional; mientras que a las personas refugiadas y desplazadas se les han prometido ayudas para regresar al país o a sus tierras de origen. Algunas han logrado venir con ayudas del Gobierno y de ONG; otras, por sus medios. A las y los profesionales de la educación y de la enfermería y medicina que han estado muchos años fuera de Angola como refugiados se les prometió trabajo en el servicio público. Hay gente, muy poca, que dice que sí ha logrado ser integrada en el servicio público. Algunos miembros de UNITA han sido integrados en el Gobierno como gobernadores de provincias, directores nacionales de empresas públicas, ministros y embajadores. Se ha permitido, por ejemplo, que UNITA o gente de su entorno abriera una radio que emitiese en frecuencia modulada (FM) en Luanda.

El final de guerra coincidió, afortunadamente, con el aumento de la producción del petróleo y con la subida de su precio en los mercados internacionales. El fin de la guerra permitió también ahorrar parte de lo que se gastaba en armamento y logística militar, que rondaba el 60 por ciento del presupuesto del Estado. Con este dinero y préstamos de China y Brasil a cambio de petróleo, se han puesto a disposición del Gobierno medios financieros para la reconstrucción de infraestructuras. De hecho, algunas carreteras han sido reconstruidas, especialmente las vías de conexión entre las principales ciudades, así como kilómetros de ferrocarriles. Se han restaurado o construido escuelas, hospitales y puestos de salud, edificios para funcionamiento de administraciones locales, etc. Aunque algunas de estas obras son de dudosa calidad, han facilitado que las personas se muevan por el país. Además, algunos eventos han dado visibilidad mediática al Gobierno, como la visita del papa Benedicto VXI, organizada con gran pompa y mediante la que se intentaba dar la imagen de un país reconciliado y unido, o la organización del campeonato mundial africano de fútbol, una verdadera exhibición de poder y fuerza que supuso la construcción de estadios nuevos con el dinero de las arcas del Estado (más de 500 millones de dólares).

Angola. Fotografía: Oscar Megía. www.flickr.com.

Angola. Fotografía: Oscar Megía. www.flickr.com.

La contestación

Estos hechos o, más bien, escenarios del posconflicto, suelen ser públicamente contestados. La crítica proviene, en general, del ámbito de los partidos políticos, lo que quiere decir que son críticas dentro del contexto de la disputa política. Otro ámbito de la crítica suelen ser las organizaciones de la sociedad civil; desde el Observatorio Político y Social (una plataforma que congrega a distintas asociaciones y ONG) hasta pequeñas asociaciones activistas.

Las críticas de estos colectivos son, además de políticas (como todas), sobre temas sociales: justicia, derechos humanos, libertad de prensa, transparencia… Estas críticas intentan mejorar la situación del posconflicto; no ponen en entredicho los logros de la paz, pero sí cómo se gestiona el posconflicto. En general, suelen coincidir con críticas de la comunidad internacional que exigen mayor transparencia en la gestión de los fondos públicos, libertad de expresión y mayor atención a los derechos humanos. Estas críticas, en general, no van más allá del modelo normativo del posconflicto, es decir, de la construcción del orden social, sea por la restauración de las instituciones, sea por la recuperación de las víctimas.

Sin embargo, hay otros tipos del malestar en el posconflicto que sobrepasan el ámbito de la crítica social y política. Se trata de los que cuestionan si la actual situación de paz ha alcanzado los ideales por lo que se han estando luchado toda la vida. Este tipo de asuntos demanda un análisis diferente.

Memorias de la guerra

Jaime, llamémosle así, ha sido soldado de UNITA desde 1974. Cuando se apuntó al movimiento era consciente de a qué iba, aunque era muy joven. Tenía 15 años. Su padre, profesor en una escuela del pueblo, había sido encarcelado por la policía secreta portuguesa. Se le acusó de defender ideas nacionalistas. Recuerda muy bien cómo se lo llevaron en junio de 1972. Desde entonces, decidió hacerse militar para conseguir la independencia.

Después de la independencia de Angola, en 1975, volvió a la guerra porque, decía, él no estaba completamente liberado. Contrariamente a las teorías que se han usado para explicar el conflicto angoleño, desde guerra por procuración, proxy war, hasta la denominación de guerra étnica y, últimamente, guerra por los recursos, Jaime creía que luchaba por una vida digna. Puede que esa idea fuera fruto de un adoctrinamiento ideológico, pero lo que es cierto es que en 2002, después de que su movimiento perdiera la guerra, Jaime interpreta la derrota como el final de un camino. El Memorándum del Entendimiento, añade, ha puesto las bases para un nuevo comercio. Nuestro Año Cero. La vida empieza de casi cero. Ni tiene casa, pero sí la convicción de haber luchado por la libertad.

Jaime y miles de otros de sus compañeros hacen parte de un contingente de soldados que han pasado a la disponibilidad militar. Se les prometieron ayudas para los primeros años o meses, hasta que pudieran arreglárselas por sí mismos, pero estas ayudas no llegaron. Jaime intentó buscar empleo pero le pidieron el carné de afiliación al partido que está en poder, según comenta. Como él, tampoco muchos de sus compañeros lo tienen. Si además dicen que han pertenecido al otro bando, se les niega el empleo. En el fondo, se queja, lo malo no es el desempleo, pues hay personas «que siempre han estado aquí pero no tienen empleo, y algunos están incluso peor que nosotros, que dicen que hemos venido de las selva», comenta.

Para él lo peor es cuando les tratan como si fueran angoleños de segunda o que ni siquiera fueran del país. Jaime ha pasado muchos años en la guerra. Ha participado en varias operaciones militares, algunas de alto riesgo. Pero ser rechazados por ser de otro partido es una humillación horrible. Algunos de sus compañeros han sido encarcelados, otros han sufrido agresiones físicas. «Las armas se las hemos dado al Gobierno y no tenemos con qué defendernos. La policía no nos hace caso».

Conceição cuenta otra historia. Se fue a la selva de niña, con sus padres, a finales de los setenta. No sabía a qué iba. Estudió y se hizo profesora de personas ciegas, cuenta, trabajando durante diez años. Cuando la guerra se hizo muy intensa, recibieron órdenes para cruzar la frontera y refugiarse en Zambia. Una vez terminada la guerra, ella ha decidió volver a Angola. El primer choque fue con su familia, que no la aceptó por haber pertenecido al enemigo. Su marido, que también vivió en la selva, la abandonó al regresar a Angola. Para dar de comer a sus hijos se hizo vendedora de casi todo en la calle. Intentó presentarse como maestra en una escuela de ciegos que necesitaba profesores. Pero ella no tenía el carné y no ocultó que había sido de UNITA. «No me aceptaron por eso», dice. A pesar de todo, sabe que algunas personas en su situación sí han tenido suerte y han conseguido empleo en instituciones del Estado.

Lo que Jaime y Conceição constatan no es solamente la dificultad de integración en el contexto del posconflicto, sino cómo el posconflicto puede ser narrado también a través de historias que van más allá de la recuperación de las víctimas, instituciones e infraestructuras. El posconflicto no es sólo un tiempo después de la guerra, sino que se constituye como un horizonte desde el que se interpreta la propia historia. La línea que separa el conflicto del posconflicto no es sólo el silencio de las armas, sino cómo las razones que han conducido al conflicto cambian. Este cambio es una decisión política o un arreglo institucional, pero es también fruto de proceso que, a veces, es negociado conscientemente y, otras, depende de las circunstancias en las que las personas están involucradas.

Paz y tensión posconflicto

La situación de los exmilitares ha sido percibida como un problema localizado, típico de un colectivo sin repercusión en el resto de la sociedad. Sin embargo, mientras que los políticos de la oposición, periodistas y ONG reproducían la idea del posconflicto como recuperación y restauración, las vivencias del día a día no se enmarcaban en una reflexión más profunda. El Gobierno tenía carta blanca para gestionar el posconflicto y el papel de la oposición parece que consistía sólo en alertar al Gobierno para que no se saliera del guion.

Sólo ahora, especialmente desde los dos últimos años, la perspectiva sobre el posconflicto angoleño se está transformando. Ya no se trata de «encargos», sino que resurge la reflexión acerca de si las causas que condujeron al conflicto han desaparecido. Esta consciencia introduce una tensión, a veces violenta, entre la paz (entendida como ausencia de una forma organizada de violencia) y el día a día. Un día a día en el que se nota, todavía, que las divisiones están ahí, incluso acentuándose. El futuro dependerá de Angola, de cómo se gestionen las diferencias y de qué tipo de instituciones emerjan de sus interacciones. Mientras tanto, las memorias de la guerra y del conflicto convivirán codo a codo con las posibilidades de la paz.


Paulo Inglês estudió Filosofia y Sociología Política. Es miembro del Centro Estudos Africanos del Instituto Universitário de Lisboa y del Grupo de Estudios Africanos (GEA) de la Universidad Autónoma de Madrid.

Artículo traducido y editado para Pueblos- Revista de Información y Debatepor Susana Pérez Sánchez.

Publicado en el nº 60 de Pueblos – Revista de Información y Debate, primer trimestre de 2014.


NOTAS:

  1. Así se entiende de manera habitual desde la investigación en Ciencias Sociales, ONG, agencias de Naciones Unidas y periodismo.