Lo que en realidad espanta a los gobiernos que envían a sus ciudadanos a la guerra es un motín o una amenaza de motín. Fueron soldados que disparaban a sus oficiales y marineros que tiraban aviones de combate por la borda de los portaviones lo que impulsó al Pentágono a izar la bandera blanca en […]
Lo que en realidad espanta a los gobiernos que envían a sus ciudadanos a la guerra es un motín o una amenaza de motín. Fueron soldados que disparaban a sus oficiales y marineros que tiraban aviones de combate por la borda de los portaviones lo que impulsó al Pentágono a izar la bandera blanca en Vietnam. En ese mismo espectro están la resistencia al reclutamiento y la negativa a ir a la guerra. A estas alturas, entre la creciente impopularidad de la aventura en Irak, estas acciones ya han tenido un efecto: el Pentágono revela que el sistema de reservas está en ruinas.
Las madres de la Estrella de Oro, como Cindy Sheehan, podrían encabezar plantones en oficinas de reclutamiento militar en todo el país y en las oficinas de legisladores demócratas y republicanos en sus distritos de origen. ¿Qué tal si Sheehan trasladara su Campamento Casey de Crawford, Texas, a las oficinas de la senadora Hillary Clinton en Washington o Nueva York? Sólo que esta vez la demanda no sería una entrevista, sino que la senadora diera marcha atrás a su postura favorable a la guerra, la cual la ha impulsado a presentar una iniciativa para elevar a 90 mil el número total de efectivos de las fuerzas armadas estadunidenses.
Uno de los grandes logros del movimiento contra la guerra de Vietnam fue haber impedido a un demócrata, Lyndon B. Jonson, volver a postularse para la presidencia, o a Hubert Humphrey presentar su candidatura y ganar con una plataforma favorable a la guerra. Pregunta: ¿la operación MoveOn tendría el menor interés en realizar una vigilia ante las oficinas de Hillary Clinton, o de algún otro demócrata prominente? Claro que no.
Cindy Sheehan atemoriza a la derecha y la impulsa a la crítica viperina, pero también espanta a los demócratas, por ser tan clara. Pongamos en contraste el calendario de Sheehan incluso con el de un demócrata relativamente decente, como el senador Ross Feingold. Este político demanda una retirada de Irak que comience tal vez dentro de unos 16 meses. ¿Cuántos soldados muertos y nuevas madres de la Estrella de Oro se pueden meter en ese calendario? ¿Mil o más? La exigencia de Sheehan, Salir Ahora, debería ser la línea de prueba para cualquier vocero del movimiento contra la guerra.
Notando la gigantesca ola de simpatía hacia ella, los demócratas de Washington comienzan a inquietarse por la postura favorable a la guerra de su partido. Sólo un legislador demócrata, Ruth McKinney, ha visitado el Campamento Casey.
Entre tanto, la Casa Blanca de Bush continúa sus esfuerzos por enlodar a Sheehan. Uno de los perros de presa favoritos de la Casa Blanca, Christopher Hitchens, ha insultado con crueldad a Sheehan, a la que incluso llamó «LaRouchie»*. ¿Por qué? No dio ninguna explicación. Obviamente recordó que «LaRouchie» es uno de esos insultos del tipo «a ver, niégalo». Cuando se lo cuestionaron, Hitchens se apresuró a retirar ese calificativo en particular. También acusó a Sheehan de «antisionismo paranoide» y se aseguró de poner su nombre en el mismo párrafo que el del prominente ultrarracista David Duke. Al reprochársele de nuevo por esa táctica, respondió piadosamente: «No he dicho que sea antijudía». Hitchens, claro, es un fulano que conoce a la perfección el lugar que ocupa Israel en la política estadunidense, pero no tiene escrúpulos en insinuar que Sheehan es antisemita tal vez porque se atrevió a mencionar la palabra Israel.
¿Que perdió un hijo? Hitchens dice que eso tiene poca relevancia y no es razón para tomarla en serio. Luego pontifica sobre los horrores que se desencadenarían en Irak si los soldados volvieran a casa, sin mencionar la forma en que la invasión con la que él colaboró ya los ha desencadenado.
Me parece que con esas columnas llenas de ofensas contra Sheehan Hitchens perdió los últimos adeptos que le quedaban en la izquierda. Allí se le vio en toda su pureza y crudeza como golpeador de la Casa Blanca (tal vez recibe sus órdenes del día de Kevin Kellems, asistente de Dick Cheney), que marcha hombro con hombro con Rush Limbaugh y Hill O’Reilly.
No tiene sentido debatir con Hitchens. El hombre ha naufragado ante la realidad, pero en su Titanic de fantasía el comodoro Hitchens aún camina sobre el puente, jurando contra toda evidencia que el barco sigue en curso. Llamó a realizar una guerra que ha hundido todavía más a Irak en la muerte y la ruina.
¿Cuánto tiempo más seguirá diciendo que el ataque valió la pena y que Estados Unidos debe «mantenerse allá»? Respecto de este último punto, el pueblo de Irak expresó su sentir al participar en las elecciones con la esperanza de que agilizaran la retirada estadunidense.
Sí, Saddam Hussein era un tirano sanguinario que llevó muerte y miseria al pueblo iraquí. ¿Qué se necesitará, más allá de la cifra actual de 100 mil iraquíes -500 mil, un millón, dos millones-, para que Hitchens y los de su calaña reconozcan que entre Saddam y la invasión y ocupación estadunidense la primera opción, sin duda espantosa, era preferible? ¿Y en qué momento el autodesignado azote del «islamofascismo» admitirá que jamás hubo mayor impulso al fundamentalismo islámico en Irak que la agresión estadunidense?
* Alusión a Lyndon H. LaRouche Jr., perpetuo candidato presidencial, criminal convicto y frecuente calumniador politico. (N. del T.)
© 2005 Creators Syndicate Inc.
Traducción: Jorge Anaya