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El mundo de Trump

Fuentes: Rebelión

Sólo cegado por el provincialismo se puede prescindir del entorno internacional al hacer planes plurianuales cuando vivimos en un mundo que está amenazado a corto plazo por los efectos desastrosos de la producción en pos del lucro y del consumismo que agotan los recursos y provocan un criminal recalentamiento climático y por el peligro de […]


Sólo cegado por el provincialismo se puede prescindir del entorno internacional al hacer planes plurianuales cuando vivimos en un mundo que está amenazado a corto plazo por los efectos desastrosos de la producción en pos del lucro y del consumismo que agotan los recursos y provocan un criminal recalentamiento climático y por el peligro de una guerra que, forzosamente, será planetaria y nuclear.

Desde la última fase de la mundialización del capitalismo que comenzó hace 40 años y absorbió a China y Rusia, la vida y el destino de cada país depende más que nunca de la relación de fuerzas entre las grandes potencias y, por lo tanto, de la cautela, inteligencia, equilibrio y cultura de quienes dirigen esos gigantes. Si en la historia el azar, lo imprevisible y las subjetividades siempre pesaron mucho, hoy estamos jugando -literalmente- a la ruleta rusa.

Desde el punto de vista de la economía, los grandes protagonistas del mundo actual son Estados Unidos, China y la Unión Europea. Rusia, en efecto, exporta sobre todo gas y petróleo y es sólo la undécima potencia económica mundial. Pero, desde el punto de vista militar, sólo cuentan como grandes potencias Estados Unidos, que en este año le dedicó 649 000 millones de dólares (el 3,6 de su PIB) a sus fuerzas armadas y China, que gastó 250 000 millones de euros (el 7,05 de su PIB) ya que Rusia disminuyó su gasto a 43 400 millones (el 2,8 de su PIB) y la Unión Europea destina sólo el 1,5 de su PIB a este sector.

El centro de la producción y del comercio del planeta volvió a Oriente y hoy China, Japón, Corea del Sur, Vietnam, Singapur y todo el sudeste asiático crecen más velozmente que Estados Unidos y Europa. El desarrollo de ese intercambio regional -que se realiza en yuanes y yenes y otras monedas locales- refuerza continuamente la tendencia del yuan chino a transformarse en moneda de cambio internacional desplazando al dólar tal como éste desplazó a la libra esterlina británica. La banca JP Morgan cree incluso que ese reemplazo se producirá en un plazo relativamente corto y es seguro que los estrategas de Estados Unidos coinciden con esos banqueros y temen el momento en que China, que ya es el primer vendedor mundial de productos incluso de alta tecnología y está a la cabeza en la carrera por desarrollar tecnología cibernética de punta, le quite a Estados Unidos la posibilidad de seguir financiando su inmenso déficit emitiendo dólares.

Esa perspectiva provoca reacciones muy diferentes. China busca ganar tiempo y contemporizar pues está segura de que el curso de la economía funciona a su favor y espera que la Ruta de la Seda en algunos años incline definitivamente la balanza de su lado. Rusia -que depende del precio del gas y del petróleo- necesita por su parte que la economía mundial no se estanque y que reine una paz relativa, mientras que en Estados Unidos, en cambio, cunde la histeria en el gobierno como anteriormente en plena guerra fría cuando un alto funcionario saltó por la ventana gritando «llegaron los rusos»…

Si China y Rusia tienen dirigentes militares como Xi o Putin fríos, calculadores, pragmáticos, en Washington gobierna actualmente -y probablemente vuelva a ganar la presidencia- un aventurero, especulador inmobiliario y empresario de casinos y casas de juego, ignorante, misógino y racista, hijo de nazis y miembros del Ku Klux Klan y con gravísimos problemas mentales y el Pentágono se ha visto ya obligado a frenar al energúmeno. En la Unión Europea, en cambio, no hay ni unión real ni dirigentes reconocidos por todos los países ni una estrategia común y eso hace que sea «un enano político» tironeado por Xi, por Trump y hasta por Putin y nulo en el momento de las grandes decisiones.

Trump piensa antes que nada en tener mayoría electoral y es esencialmente un jugador. Sus amenazas y chantajes son bluff y buscan sobre todo la aprobación de los racistas y nacionalistas xenófobos que lo votan y sabe que las grandes empresas estadounidenses no se dispararán en el pie tolerando enormes impuestos a los productos que fabrican en México y exportan a EE.UU., por ejemplo, o a los que fabrican en China.

Como buen negociante Trump aprovecha la desunión de sus adversarios para amenazarlos y buscar así mejores ventajas bilaterales. Sabe, por ejemplo, que Italia o España, grandes productores de vino, no defenderán el vino francés y amenaza a Macron con impuestos o, tras la abierta capitulación de México en el problema de la inmigración, impone una nueva y más fácil sumisión a Guatemala.

Lo único realista es pensar globalmente, rechazar los chantajes y el bilateralismo de Trump, apoyar las luchas antiimperialistas en otros países y aprovechar las contradicciones interimperialistas para combatir al capitalismo que nos lleva al desastre.

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Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.