La camarilla mafiosa que controla el poder en Estados Unidos no sólo representa los intereses económicos que la auparon a la Casa Blanca, no sólo defiende los generosos beneficios de poderosas multinacionales que son, de hecho, los reales gobiernos, los verdaderos estados en los que se anticipan los años que cumpla el mundo y los […]
La camarilla mafiosa que controla el poder en Estados Unidos no sólo representa los intereses económicos que la auparon a la Casa Blanca, no sólo defiende los generosos beneficios de poderosas multinacionales que son, de hecho, los reales gobiernos, los verdaderos estados en los que se anticipan los años que cumpla el mundo y los costos de su progreso, esa camarilla es, sobre todo, parte del negocio.
Posiblemente, siempre ha sido así, y ninguno de los presidentes estadounidenses, desde el esclavista Jefferson, hasta Lyndon Jhonson, aquel que se jactara del tamaño de su órgano sexual al que, cariñosamente, llamaba Jumbo, todos, además de jugar su papel como primeros funcionarios y recibir, a cambio, jugosas prestaciones, también se beneficiaron de otros ingresos millonarios que Clinton, posiblemente, hubiera denominado «impropios».
En cualquier caso, los presidentes estadounidenses y sus más allegados en el poder, cada vez tienen menos de funcionarios y más de grandes empresarios.
Al margen de los negocios de la familia Bush con la familia Laden, de sus relaciones con empresas petroleras, de los vínculos del actual presidente G.Walker B con la quiebra de la Enron, al margen de los negocios del vicepresidente Chenney, al que si la guerra en Iraq lo está haciendo millonario, la paz todavía le va a agregar más ceros a sus cuentas, otro siniestro personaje; el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, sale a la palestra, ya no por mofarse públicamente de la condición de centenares de personas secuestradas por su Gobierno y encarceladas en Guantánamo y en prisiones secretas; tampoco por ordenar primero y sorprenderse después de las aberraciones que sus soldados cometen con los presos en Iraq o Afganistán. Rumsfel, aquel que anunciara en rueda de prensa el inicio de la invasión a Iraq con una entusiástica oferta de lanzamiento: «¡Les prometo que van a ver lo nunca visto!», es emplazado hoy como un capo mafioso, al que si poco le importa la vida, menos va a importarle la salud.
La revista La Jiribilla de Cuba reproducía en estos días un trabajo de José Antonio Campoy publicado en Discovey DSalud, revelando la verdadera naturaleza de Rumsfeld, para quienes pudieran albergar alguna duda, y descubriendo, al mismo tiempo, las interioridades de la que se nos ha vendido como pandemia del siglo XXI, la terrible gripe aviar que copa primeras planas y noticieros, y concita la atención del mundo.
Una calamidad que, sin embargo, tras nueve años de asolar el mundo desde que fuera detectado su primer brote en Vietnam, todavía está muy lejos de manifestarse en toda su supuesta crudeza: ni cien muertos.
Ni siquiera un centenar de muertes, una marca que no llega ni siquiera a 10 muertos por año en el mundo. Penoso registro que no se merece una medalla para tanta catástrofe prevista.
Y que quede claro que no estamos suspirando por la multiplicación de las aves y los muertos. Sorprende sí, tanta informativa cobertura sobre el particular, tanta foto de pato sacrificado en Pamplona y Laos, tanta instantánea de gallina muerta en Filipinas, tanta crónica luctuosa para los cisnes de Roma, mientras el mundo se nos muere a manos de enfermedades tan exóticas como la hepatitis, la gripe humana, la desnutrición o el hambre, para no seguir abundando en el infarto o en el cáncer.
La guerra de Iraq, sin ir más lejos, a diferencia de la gripe aviar, ha provocado incontables muertos y, sin embargo, no muestran los Estados Unidos el mismo empeño en exponer los cadáveres de sus soldados que en enseñar los pollos muertos.
¿A qué se deberá, se preguntaban algunos malpensados, esa informativa fiebre por la gripe aviar?
Una empresa, la Gilead Sciences Inc, era la dueña de la patente de un antiviral para el virus H5N1 (gripe aviar) llamado Tamiflu.
A pesar de los cuestionamientos de la comunidad científica sobre dicho fármaco, que no entendía como podía ser efectivo contra un virus mutante cuando apenas sí aliviaba algunos efectos de la gripe común, la empresa suiza Roche, hace apenas dos años, compró la patente del Tamiflu, decisión de la que no estuvo al margen su presidente, ni más ni menos que el señor Donald Rumsfeld.
En apenas dos años, las ventas del Tamiflu se dispararon, casi tanto como las portadas en los medios de comunicación sobre aves agonizantes, e imágenes de técnicos dotados de caretas, mascarillas y guantes, desinfectando tumbas repletas de pollos.
¡Y se informa de la transmisión de la gripe aviar a los gatos…! ¡Y se teme que la gripe aviar llegue a los perros…!
Y mientras tanto, los ingresos por la venta del supuesto remedio pasan de 254 millones en el 2004 a mil millones un año más tarde.
Nuevos acuerdos entre la Gilead Sciences Inc, y Roche llevaron a estas dos empresas a repartirse el negocio. Una se encargaría, a partir de entonces, de coordinar la fabricación mundial del fármaco y decidir la autorización a terceros para fabricarlo, y la otra se ocuparía de coordinar la comercialización de las ventas estacionales en los mercados más importantes. La empresa Roche, denuncia Campoy en su soberbio artículo, también se ha quedado con el 90 por ciento de la producción mundial de anís estrellado, árbol que crece en China y que es la base del Tamiflu.
En octubre pasado, el Pentágono emitía un comunicado desmintiendo cualquier intervención de Donald Rumsfeld en la política preventiva que el gobierno de ese país ha dispuesto en relación a la pandemia anunciada. O lo que es lo mismo, que cuando G.Walker B, y la Condolezza y Cheney y Rumsfel, se reúnen para hablar de la amenaza de la gripe aviar, el secretario de Defensa, se excusa y sale al pasillo, para que nadie vaya a pensar que él tuvo que ver con la decisión de su gobierno de apoyar y aconsejar el uso del Tamiflu en el mundo.
Y se recuerda en la publicación científica que tampoco es la primera vez. Poco antes de la invasión a Iraq, los soldados estadounidenses fueron tratados de los efectos secundarios de la vacuna contra la viruela con un fármaco llamado Vistide, que el gobierno adquirió masivamente y que, curiosamente, era un producto de los Laboratorios Gilead Sciences Inc, los mismos que representaba Rumsfeld.
Como que ya va siendo hora de que los accionistas de esa empresa llamada Casa Blanca Sociedad Limitada recuperen el valor de sus acciones o se decidan, finalmente, a refundar los Estados Unidos de América.