En esta ciudad, donde reside el creador de la Ley de Arizona, ser inmigrante e indocumentado es casi una sentencia de muerte
Clarito escuchó: «Ahí te va hambriento». Eso fue antes de sentir el golpe del puñado de monedas de centavo chocar contra su cara y su cuerpo.
El ataque no lo sorprendió. Cinco años como jornalero han acostumbrado a Andrés Barragán a los proyectiles de hielos, comida podrida, agua y basura. Lo diferente es que los insultos ahora también llegan en español.
«Con eso de la ley 1070 a los ‘chicanitos’ (estadounidenses hijos de inmigrantes mexicanos) también les ha dado por gritarnos cosas y aventarnos de todo para golpearnos», dice Barragán, uno de los pocos jornaleros que aún se aventura a pedir trabajo en la esquina de Broadway y Gilbert de la ciudad Mesa.
Ubicada a escasas 20 millas de Phoenix , para muchos hispanos esta tranquila comunidad 46,000 habitantes es sinónimo de la cuna del racismo,
Sus calles no sólo alojan la mansión del creador de la ley SB1070, Russell Pearce , una casa de impecable color beige, amplios jardines y acceso a un campo de golf. También da albergue a un creciente sentimiento antiimigrante.
Apenas sale de la autopista y cruza los límites de Mesa, Marcelino Castelán no puede evitar sentir una oleada de tristeza y miedo.
En un callejón perdido de esa ciudad, a espaldas de la avenida Lindsay, el cuerpo de su cuñado, el jornalero mexicano Miguel Ángel Jiménez apareció con 70 puñaladas en su cuerpo y la piel de sus brazos desgarrados.
«Le tuvimos que poner guantes para cubrirle los brazos cuando lo mandamos a México», recuerda absorto Marcelino Castelán.
La saña con que se cometió el crimen e intimidación de testigos no fueron suficientes para que la policía intentara de inmediato esclarecer el crimen.